Nathalie Hooker
Eleanor
Wolfgang frunció el ceño.
—No sabes nada.
—Wendell necesitará algo más que tus ejércitos y tus legiones —continué, sin prestar atención a sus palabras—. Porque conozco la clase de hombres de los que procede.
Cuando el sol empezó a ponerse, el cielo se tiñó de un profundo tono azul, con vetas rosas y naranjas que le agregaban un resplandor suave a la escena.
El palacio y los jardines estaban bañados por una luz cálida y dorada, y el foso parecía brillar y bailar bajo la luz mortecina.
Era un momento mágico, que sabía que recordaría durante mucho tiempo, incluso con la aparente tristeza acumulada en mi corazón.
Había perdido tanto. No perdería a Rory también.
Wolfgang trotaba a mi lado, resoplando en el intento de mantener el ritmo.
—Más despacio, bruja —gruñó—. ¿Qué quieres decir con que conoces a Wendell?
Suspiré. —No estoy preparada para hablar de sus antepasados. Sin embargo, puedo decirte que retiene a las brujas contra su voluntad. A la mayoría de ellas, al menos.
La oscuridad descendió, y las luces del palacio se encendieron, proyectando un cálido resplandor sobre los jardines.
Podía oír el sonido lejano de la música y las risas, y supe que la Manada de la Luna Azul se reunía para celebrar el final de otro día.
Las criaturas pasajeras, buscadoras de emociones y tontas.
—Dime lo que necesito —Wolfgang medio jadeaba, medio suspiraba—. Y detén esta magia negra que te hace moverte a la velocidad del aire.
Me giré y le enseñé los dientes, repentinamente excitada ante la perspectiva de preparar una poción.
—El pelo de un lobezno. El pétalo de una rosa negra. Albahaca santa. Artemisa. Y una gota de sangre de alfa. Todo preparado a medianoche, en la noche de luna llena.
—Pero... —balbuceó—. ¡Eso es esta noche!
—Entonces, será mejor que te des prisa, cachorro.
Wolfgang
Me quedé en medio del bosque, con Cronnos paseándose inquieto dentro de mí.
No tenía ni idea de lo que hacía allí, ni de por qué me habían enviado a esta misión.
Todo lo que sabía era que Eleanor, la bruja que siempre había sido una espina en mi costado, me necesitaba para encontrar ingredientes para su poción.
El pelo de un lobezno, el pétalo de una rosa negra, albahaca santa y artemisa.
Eso era lo que había pedido. Todo aquello me parecía una tontería, pero algo dentro de mí me decía que era importante.
Así que me puse a buscar esos ingredientes, con Cronnos protestando a cada paso.
«¿Por qué estamos haciendo esto, Wolfgang?» Gruñó. «~Sabes cuánto odiamos a Eleanor. ¿Por qué la ayudamos?»~
«No lo sé, Cronnos», respondí apretando los dientes. «~Pero tengo la sensación de que tenemos que encontrar esos ingredientes para ella. Podría ser importante para la manada».~
Cronnos gruñó de frustración y se calló. Sabía que tenía razón. Teníamos que hacer lo que fuera necesario para proteger a nuestra manada, aunque eso significara trabajar con nuestro enemigo.
Me adentré en el bosque con los sentidos alerta.
El pelo de un lobezno sería fácil de encontrar, pero ¿el pétalo de una rosa negra?
Sería todo un reto. Busqué durante horas, con la nariz pegada al suelo y los oídos aguzados, atento a cualquier señal de la escurridiza flor.
Por fin la encontré, escondida en lo más profundo de un matorral de zarzas. Era un solo pétalo, oscuro como la medianoche, pero era suficiente.
A continuación, tuve que encontrar albahaca santa y artemisa.
Sabía que estas hierbas se utilizaban en muchas pociones, así que no me preocupaba demasiado encontrarlas.
Pero encontrarlas rápidamente era otra cosa. El bosque era inmenso, y no tenía ni idea de por dónde empezar a buscar.
Mientras caminaba, percibí el aroma de la albahaca santa en la brisa.
La seguí, con el corazón latiéndome de emoción.
Eso era. Me estaba acercando. Finalmente, vi la planta, sus hojas brillando a la luz de la luna. Cogí un puñado y continué mi camino.
Pero la artemisa era un reto.
Busqué por todas partes, pero no encontré ni una ramita. Estaba a punto de rendirme cuando oí crujidos entre los arbustos.
Listo para defenderme, me tensé, pero una pequeña cachorra de lobo salió a trompicones, con el pelaje enmarañado y sucio.
Me acerqué con cautela y se me partió el corazón cuando la vi.
Parecía abandonada por su madre. Pero entonces me di cuenta de algo: había unos mechones de pelo atrapados en sus garras. Pelo de cachorro de lobo.
Cogí la piel y levanté a la niña. Se arrulló en mis brazos y soltó un pequeño gruñido antes de volver a transformarse en una niña sucia.
La miré con el ceño fruncido.
Esto no era diferente de lo que habíamos oído sobre la desaparición de lobas de nuestras manadas.
Los cazadores humanos se las llevaban para acabar con nuestras líneas de una vez por todas. No sabía cómo se había escapado esta.
Aquella noche se veía tan bonita como la luna, con una cabellera negra y salvaje y una nariz pequeña. La besé suavemente mientras dormía y regresé al palacio.
Antes de encontrar a Eleanor, que probablemente estaría en las mazmorras haciendo alguna que otra brujería, mandé llamar a Kala.
Se acercó, echó un vistazo al bebé que tenía en mis brazos y chilló.
—Liliana vino llorando a verme esta mañana —exclamó.
—Me dijo que se habían llevado a su bebé de la cuna anoche, cuando su padre fue a comprobar un sonido cercano.
—Entonces, quizá quieras devolver a esta nena a donde pertenece —suspiré, agotado—. ¿Qué les pasa a estos cazadores, Kala? ¿Cómo pueden separar a los niños de sus hogares?
Cuando respondió, le temblaba la voz. —Desalmados, eso es lo que son.
Asentí con la cabeza. Tenía más asuntos de los que ocuparme. —Confiaré en ti para que ella llegue a casa sana y salva. ¿Sabes dónde está Eleanor?
—La vi ir hacia el extremo norte del bosque, Alfa. Parecía decidida a caminar a la luz de la luna. Es graciosa.
Gruñí con frustración. Lo último que quería era volver a recorrer el bosque ahora mismo. Quería estar con Aurora.
A Cronnos le dolía, y a mí también. Pero yo también necesitaba que esto llegara a buen puerto.
Porque, ¿y si este fuera el antídoto? ¿Y si pudiera ayudar a traer al colectivo de brujas a nuestro lado? Eso supondría una gran victoria contra Wendell.
Me miré la ropa. Efectivamente, tenía el pelo de la pequeña sobre mi camiseta. Bien, ingrediente final. Hecho.
Así que cogí los ingredientes y me dirigí al extremo norte de Briarwick, el bosque que rodea la mansión de nuestra manada.
A medida que avanzaba, no podía evitar la sensación de que estaba siendo observado.
Los árboles eran gruesos y retorcidos, y proyectaban largas sombras sobre el suelo del bosque.
Mi madre solía advertirme sobre este lugar cuando era niño, diciéndome que era el hogar de todo tipo de criaturas prohibidas.
Pero aquí estaba yo, caminando directamente a su corazón en una misión para Eleanor.
El bosque estaba inquietantemente silencioso y, a medida que me adentraba en él, florecía un presentimiento.
Los árboles se acercaban unos a otros, y sus ramas se retorcían y giraban de formas imposibles.
Parecía sacado de una pesadilla.
Y entonces, la vi.
Eleanor estaba de pie junto a un caldero sobre el fuego, removiendo el contenido con una larga cuchara de madera.
Su larga melena oscura caía en ondas alrededor de su rostro, y sus ojos brillaban con una luz de otro mundo.
Tenía los ojos cerrados y recitaba en voz baja.
El aire a su alrededor crepitaba con energía. Se me erizaron los pelos de la nuca.
Parecía una bruja salida de un cuento de hadas.
Me acerqué lentamente, sin querer asustarla. —Eleanor —le dije en voz baja.
Se volvió hacia mí, con una sonrisa dibujándose en su rostro. —Wolfgang —su voz era como miel envenenada—. Sabía que vendrías.
No pude evitar sentirme incómodo mientras la observaba trabajar.
Había algo peligroso en esa mujer, algo que me hacía querer correr en dirección contraria.
Pero sabía que tenía que llevar esto a cabo. Mi manada dependía de mí.
Aurora dependía de mí.
Mientras removía la poción, miré alrededor del claro. El bosque estaba lleno de magia.
Las luciérnagas bailaban en el aire, y extrañas plantas crecían en las sombras.
En la distancia podía oír los susurros de criaturas desconocidas.
—Este lugar es... intenso —dije, con la voz apenas por encima de un susurro.
Eleanor rió, un sonido tintineante que resonó entre los árboles.
—Sí —dijo ella—. Este bosque está lleno de magia. Es uno de los pocos lugares que quedan en el mundo en el que todavía prevalecen las viejas costumbres.
Asentí, sin saber qué pensar de sus palabras.
—Me has traído los ingredientes —dijo. Señalaba el pequeño paquete que llevaba en la mano—. Bien. Ahora podemos ponernos a trabajar.
Le entregué el fardo y ella lo añadió al caldero. Lo removió enérgica.
La mezcla empezó a burbujear y a silbar, lanzando zarcillos de vapor al aire.
La escena era increíblemente brujesca, y no pude evitar sentirme un poco inquieto.
Eleanor era conocida por su poderosa magia, y no quería estar en el lado equivocado de ella.
Me pregunté, no por primera vez, cómo Aurora confiaba en ella tan abiertamente.
La mujer parecía capaz de convertir a la gente en ranas a voluntad.
Mientras seguía removiendo el caldero, me miró con una expresión extraña.
—No confías en mí, ¿verdad? —preguntó, con voz grave y peligrosa.
Dudé un momento. —No confío en nadie que use la magia para su propio beneficio.
Eleanor se rió entre dientes. —Ah, pero eso es lo bonito, ¿no? La magia puede usarse para el bien o para el mal, dependiendo de las intenciones del usuario.
No supe qué responder, así que observé en silencio cómo añadía más ingredientes al caldero.
—Lo último —me tendió la mano y alzó una ceja cuando no se lo ofrecí de inmediato.
—Una gota de sangre de Alfa, como te dije. A menos que seas demasiado aprensivo para quedarte quieto bajo mi aguja —el pequeño trozo de plata brillaba bajo la luna.
Le ofrecí mi mano, gruñendo por lo bajo cuando sus dedos rozaron los míos, estirándola hasta que estuve a punto de apartarme. Entonces, la punta afilada bajó y brotó una gota de sangre.
Eleanor la introdujo en el caldero y el contenido burbujeante siseó.
El bosque que nos rodeaba pareció cobrar vida, y pude oír el sonido de animales moviéndose en las sombras.
Finalmente, se volvió hacia mí. —Ya está hecho. Pero ten cuidado, Wolfgang. La magia siempre tiene un precio.
Fruncí el ceño. ¿En serio me estaba dando un ultimátum sin decirme para qué coño podría usar la poción?
El líquido de su interior brillaba rojo y potente.
Estaba esperando a que le hiciera la pregunta.
Porque sabe que eso significa que dependes de ella.
Me tragué mi orgullo como una cucharada de medicina amarga.
—Por favor —hablé finalmente, apenas capaz de contener la rabia en mi voz—. ¿De qué me sirve esto si no sé para qué lo tengo que usar?
Se rió una vez más.
—Lo sabrás todo a su debido tiempo. Pero antes de eso, dime algo. ¿Por qué no dejas en paz a Aurora?
Eleanor
Le sonreí agradablemente a Wolfgang mientras seguía procesando mi pregunta.
—¿Qué me estás preguntando? —su voz salió como espinas. Justo lo que quería.
Tenía la intención de averiguar hasta qué punto amaba a Aurora y si atravesaría el fuego por ella.
Como él la obligó a hacer. No una o dos veces, sino tantas veces.
Estaba en el corazón del bosque de Briarwick, con el corazón acelerado por la furia y la frustración.
Había luna llena y el aire estaba cargado de magia.
Me enfrenté al hombre lobo alfa, que se erguía alto y feroz, con sus ojos clavados en los míos.
—¿Por qué no dejas en paz a Aurora? —exigí una vez más. Mi voz resonó entre los árboles—. ¡No has hecho otra cosa que arrojarla a la cara del peligro, una y otra vez!
Wolfgang entrecerró los ojos y enseñó los dientes.
—No puedo dejarla, Eleanor —gruñó—. Somos compañeros. La amo. Nunca la abandonaré, sin importar el riesgo.
Mi ira se desató.
—¡Estás arriesgando su vida! —grité. Mis manos crepitaban con energía—. Se merece algo mejor que alguien que la deja de lado cuando llega el momento. No puedes protegerla de todo.
Wolfgang dio un paso adelante, con sus garras extendidas, listo para atacar.
—La protegeré con todo lo que tengo. Me enfrentaré a cualquier peligro, a cualquier enemigo, para mantenerla a salvo. Nunca la dejaré, digas lo que digas.
Le lancé un hechizo y él lo contrarrestó, golpe a golpe. Luchamos, mi magia contra su fuerza bruta, chocando en una danza feroz.
Grité insultos y blasfemias, llevándolo al límite.
Él replicó con serena determinación, sin apartar los ojos de los míos.
—Eres débil, Wolfgang —le espeté—. Si huyes, significa que eliges tu propia vida antes que la de ella. ¡No eres un verdadero alfa!
Los ojos de Wolfgang brillaron y gruñó: —Soy un verdadero alfa.
—Y nunca dejaré a Aurora. Ella es mi compañera, mi amor, mi todo.
Seguimos luchando, nuestros cuerpos chocando y explotando con ferocidad.
El bosque temblaba con la fuerza de nuestra magia y nuestros miembros, y el aire estaba impregnado de olor a sudor y sangre.
De repente, nos interrumpió una voz, y ambos nos volvimos para ver a Aurora de pie detrás de nosotros, con los ojos muy abiertos por el miedo y la confusión. —¡Basta!
—¡Los dos! ¡Esto no ayuda a nadie!
Wolfgang y yo nos detuvimos, con los ojos fijos el uno en el otro.
Lentamente, bajamos las manos y la magia se disipó.
Nos quedamos en silencio, jadeando y agitándonos, con los cuerpos tensos y listos para luchar.
Aurora dio un paso adelante, sus ojos se movían de mí a Wolfgang y viceversa.
—¿Qué pasa? —preguntó con la voz temblorosa.
Wolfgang se acercó a ella. Sus ojos se ablandaron.
—Nada de qué preocuparse, mi amor —dijo, tomando su mano—. Solo estábamos teniendo un desacuerdo.
Lo fulminé con la mirada, con la rabia aún latente.