Sapir Englard
SIENNA
Me dirigí directamente a la Casa de la Manada. Estaba segura de que allí encontraría a Aiden. Cuando llegué a la entrada, me detuve a olfatear el aire.
Todo olía a hombres lobo y a humanos, a vegetación y a coches apestosos. Fruncí el ceño. Podía oler todo excepto lo que buscaba. Su olor.
¿Podía ser que las hembras marcadas perdieran el olfato? Eso sería el colofón de la sociedad ya de por sí machista de los hombres lobo.
El guardia me miró desconfiadamente, así que esbocé una sonrisa femenina y me acerqué. —Disculpe —dije con dulzura—, ¿está el señor Norwood?
—¿Para qué quieres saberlo?
—Porque me gustaría verlo.
En circunstancias normales, mi capacidad para dirigir la conversación, mi rasgo dominante más eficaz, habría bastado. Pero al parecer el guardia estaba entrenado para resistirse.
—¿Ha concertado una cita? —preguntó en tono condescendiente—. Muchas chicas jóvenes quieren ver al señor Norwood.
No tenía tiempo para un tira y afloja. —Vas a dejarme entrar —gruñí—. Ahora.
Conforme mi expresión se ensombrecía, uno de mis dedos se transformó en una larga garra negra.
No me hizo falta amenazarlo. Sabía exactamente a qué se enfrentaba.
El guardia hurgó en su bolsillo, sacó la tarjeta de acceso y abrió la puerta.
—Gracias —respondí, haciendo que mi mano retomara su forma humana.
Y entré en las instalaciones de la Casa de la Manada.
Atravesé la puerta principal con una nueva rabia ardiendo en mi interior, mis ojos azules de loba brillaban aún estando en forma humana.
Aiden se iba a enterar de que había marcado a la mujer equivocada.
La multitud se apartó y me dirigí a las escaleras. Antes de subir los peldaños, me detuve y volví a olisquear, tratando de localizarlo.
El primer olor que capté fue el olor seco de la habitación y luego los aromas de otros hombres lobo y humanos.
Dejé escapar un gruñido de frustración cuando, de repente, capté un ligero olor a madera, hierba y cítricos.
La fragancia era hipnotizante. Lograba que mi piel ardiera y que se me hiciera la boca agua, pero ignoré esos encantos aromáticos.
Aiden Norwood pensaba que podía darme órdenes como si yo fuera una fan estúpida solo porque era el Alfa. No podía estar más equivocado.
Seguí el olor hasta el tercer piso y llegué frente a una gran puerta hecha de roble. Oí unas voces apagadas al otro lado. Puse el oído en la puerta. Lo había encontrado. El Alfa.
AIDEN
Me recosté en mi silla mientras Josh daba vueltas por la habitación, preparándose para una especie de discurso solemne.
Solo le estaba prestando atención a medias. Alguna otra cosa había captado mis sentidos.
Jocelyn, Nelson y Rhys miraban en silencio. Sabían que no había que interrumpir a Josh cuando estaba a punto de empezar un discurso.
—Josh, venga —gruñí.
—Aiden —comenzó, apoyándose en mi escritorio—. Estamos preocupados por ti y no somos los únicos. Otros miembros de la manada están empezando a darse cuenta. Ahora no son solo rumores y chismorreos. La gente está cuestionando tu capacidad de liderazgo. Creen que te has vuelto débil. Una manada no puede avanzar cuando sus miembros empiezan a cuestionar a su alfa.
Me revolví en el asiento, apretando los músculos por si acaso había olvidado mi fuerza. —Josh, no hay razón para preocuparse. He encontrado a alguien.
—Has marcado a una chica de diecinueve años que apenas conoces. ¿Cómo se supone que no voy a estar preocupado después de eso? Deberías estar buscando una pareja de verdad, no tonteando con una adolescente enamorada.
—Tú tampoco la conoces —interrumpió Jocelyn—. No es justo que la juzgues.
Josh miró a Jocelyn y apretó los labios. —Mi intención no es poner a la chica en tela de juicio. Solo digo que el futuro de esta Manada es más importante que cualquiera de nosotros.
—Aiden haría cualquier cosa por la Manada. ¿Estás cuestionando su liderazgo? —preguntó Rhys, poniéndose a la defensiva.
Como siempre, Jocelyn se apresuró a calmar a todos. —No creo que Josh haya querido poner en duda la lealtad de nadie, pero ha sacado a relucir un punto importante. Aiden, ¿qué vas a hacer?
—La melancolía ha quedado atrás, lo prometo.
Pensé en decirles la verdad, pero quizá era demasiado pronto. No podía permitirme el lujo de revelarla. Pero conocía a Josh y no podía seguir dándole largas.
—Lo único que quiero es que seas honesto con nosotros —respondió Josh—. ¿Qué te está pasando últimamente?
Antes de que pudiera responder, un estruendo rasgó el aire y la puerta del despacho se abrió de golpe.
SIENNA
Con mi loba completamente bajo control, entré en la habitación. A veinte pasos, detrás de un enorme escritorio, estaba sentado el hombre al que había venido a ver. No estaba solo, pero no me importaba.
Los ojos de todo el mundo se posaron sobre mí, incluidos los de Aiden, que estaban tan guapo como siempre.
A pesar de mi aparición, no parecía sorprendido por mi llegada. Debió de haberme olido en cuanto atravesé las puertas de la Casa de la Manada.
Mi rabia había alcanzado su punto álgido y solté un feroz aullido que hizo temblar la habitación.
—Tú —gruñí, enseñando los dientes y sosteniendo su mirada, desafiándolo.
Los ojos de Aiden se entrecerraron mientras se levantaba y salía de detrás del escritorio para enfrentarse a mí.
—Me preguntaba cuándo te presentarías —dijo—. Antes de lo previsto. Me siento halagado.
Si me hubiera transformado por completo, mi pelaje se habría erizado ante su arrogancia. —¿Halagado? ¿Eso piensas? ¿Que estoy aquí por ti? —gruñí sin romper el contacto visual.
—¿Por qué otra razón ibas a estar aquí? ¿En mi oficina? ¿Con el resto de mandatarios presentes?
—Para que veas que no te tengo miedo —dije escupiendo al suelo.
Aiden arqueó una ceja y dio un paso hacia delante lentamente. —¿No? —dijo—. Tal vez deberías.
Sentí un escalofrío que me bajaba por la columna vertebral. Sus ojos eran embriagadores. Pero su gruñido era el de un depredador carnívoro. Y yo no iba a ser su presa.
—Puede que seas el Alfa —dije muy despacio—, pero yo no te pertenezco.
—La marca de tu cuello dice lo contrario.
Ya estaba harta de sus jueguecitos. Alfa o no, nadie me hablaba así y se salía con la suya.
Dirigí mis garras a su cuello pero me atrapó por las muñecas antes de que pudiera clavárselas.
Estaba a punto de darle un rodillazo cuando me dio la vuelta y me inmovilizó contra su escritorio.
Me presionó con las caderas mientras tenía mis brazos apresados con una mano y con la otra me agarraba la mandíbula.
—Fuera —espetó, y por un segundo pensé que se refería a mí hasta que oí pasos y recordé que había otras personas en la habitación.
Nos quedamos completamente solos.
Se inclinó para que pudiera sentir el calor de su respiración en mi cuello. —Controla a tu loba —me ordenó.
No estaba dispuesta a ceder y gruñí entre dientes. Me agarró con más fuerza y se acercó más a mí, reactivando así la llama de mi Bruma.
—Mujer —murmuró, posando sus labios sobre su marca—. Te dije que eras mía, y lo dije en serio. Acéptalo, ríndete.
Volví a gruñir, pero esta vez con menos convicción.
Él podía sentir que la Bruma se estaba apoderando de mí y con un dedo acarició mi labio inferior.
Un gemido suave salió de mi boca. Los ojos se me cerraron mientras la punta de su dedo bailaba sobre mis labios húmedos.
—Así está mejor —dijo, engullendo la marca con la boca, haciendo que mi abdomen se contrajera y que se me endurecieran los pezones como si me hubiera prendido fuego.
Antes de que me diera cuenta, se había alejado y tan solo permanecían la Bruma y sus exigencias carnales. Maldito sea. ~
—No quiero luchar contra ti —dijo, apartando sus labios de mi piel caliente—. Pero no vuelvas a desafiarme públicamente.
—¿Y en privado sí? —murmuré, luchando contra los temblores que me desgarraban mientras el creciente bulto de sus pantalones se frotaba contra mi sexo ansioso.
Se rió y el sonido fue embriagador. El movimiento de su pecho me produjo escalofríos. —Oh, lo doy por sentado —dijo, y sentí su voz acariciarme en múltiples lugares—. Por eso te he marcado.
—Entonces, ¿esto es solo un juego para ti? —le contesté, tratando de liberarme de su agarre.
—¿No te estás divirtiendo? —bromeó, plantando un cálido beso en mi cuello.
Claro. Qué tonta había sido al pensar que yo podía interesarle de verdad, cuando la realidad era que yo tan solo era un juguete más.
Otra hembra sumisa a la que dominar para luego pavonearse con sus amigotes.
Pues bien, no estaba dispuesta a ser su juguete de la temporada.
La Bruma que había cobrado vida hacía unos momentos se desvaneció tan violentamente como había llegado. Si jugar era lo que quería, se iba a enterar.
A partir de ese momento, mi misión era convertir a Aiden Norwood en el hombre lobo más frustrado sexualmente de toda Norteamérica.
—Lo cierto es que no —dije con rigidez—. Suéltame.
Se acercó más. —¿Vas a mudarte conmigo?
—No. Vaya imbécil. ~
Volvió a reírse, pero esta vez me dieron ganas de partirle la cara. —Es lo que pensaba. Parece que tendré que pescarte primero.
—Al menos uno de los dos se divertirá —respondí—. Ahora quítate de encima. No volveré a pedirlo por favor.
—Como quieras —dijo, aliviando la presión sobre mi cuerpo—. Pero tarde o temprano la Bruma te golpeará de nuevo y me desearás como nunca antes.
Me incorporé y lo empujé para quitármelo de encima. Una leve sonrisa burlona se dibujó en su rostro. —Puedes intentar pescarme, Alfa, pero no pienses que lo conseguirás.
Sus ojos me siguieron mientras me alejaba, pero antes de llegar a la puerta dijo en un tono grave y retumbante: —Sienna.
Me giré. Nunca le había oído decir mi nombre. —Llámame Aiden.
Volví a mirarlo a los ojos. Parecían más dorados y menos verdes de lo que nunca había visto. Pero no le iba a dar esa satisfacción.
Me di la vuelta y salí por la puerta. Oí cómo se burlaba de mí.
—La persecución ha comenzado...