Sapir Englard
SIENNA
Cuando llegué a casa, mi madre estaba radiante. —Selene me ha dicho que hoy hiciste una pequeña visita a la Casa de la Manada para ver a alguien especial.
Sí, era especial, desde luego. Especialmente repulsivo. Si supiera lo arrogante que era Aiden...
—No deberías creerte todo lo que te dice Selene —respondí mientras huía a mi habitación, pero no fui lo suficientemente rápida.
—¿Qué tienes en el cuello? —dijo mi madre.
Mierda, me había olvidado completamente de cubrirla antes de llegar a casa. —Yo... eh...
—Oh, vamos, cariño. Soy tu madre. Lo sé todo —se rió.
—Michelle la bocazas, ¿no? —suspiré.
—No le eches la culpa a Michelle. Hubiera preferido que me lo contara mi propia hija, pero es tan reservada últimamente —me regañó—. ¿Algo más que quieras compartir?
Miré a mi madre y me sentí mal.
Ella solo quería estar ahí para mí, saber lo que pasaba en mi mundo. Ella llevaba en la sangre lo de ser tan abierta. Selene había heredado ese rasgo al cien por cien.
¿Pero yo? Al ser adoptada, tenía algunos rasgos que eran míos por completo.
Como ser pelirroja, reservada y, naturalmente, mi «sutil» capacidad de encauzar conversaciones.
Me dolió un poco pensar en estas diferencias entre mi madre y yo.
¿Quién me había hecho así? Mis misteriosos padres estaban ahí, en algún lugar.
Me pregunté si eran pelirrojos como yo. ¿También eran reservados? Y lo que era más importante, ¿tenían, como yo, capacidades poderosas y únicas?
—Nada que compartir —mentí, dejando de lado todos mis pensamientos dispersos.
No estaba dispuesta a revelar que yo era el «desafío» de Aiden Norwood para la temporada.
Además, ya me había visto suficiente gente irrumpir en la Casa de la Manada medio transformada, de manera que seguramente mi madre ya sabía algo de lo que había pasado.
—¿Por qué ese mal humor? Deberías estar rebosante de alegría. No pasa todos los días que te marque el Alfa y mucho menos que tengas la oportunidad de… bueno, ya sabes —dijo, guiñando un ojo.
—Puaj —espeté.
—Sienna, no lo entiendo Es increíblemente guapo. ¿Qué pasa?
—¿Por qué no te acuestas tú con él, pues? —respondí, abriéndome paso de un empujón y dando un portazo.
Necesitaba alejarme de todos antes de explotar. Solo conocían al Aiden Norwood de sus fantasías, alguien a quien veían de lejos y ya está.
Nadie lo conocía como yo. El Alfa ensimismado que marcaba a las chicas por diversión.
Por no hablar de la estúpida Bruma que hacía que me derritiera cada vez que se acercaba.
Quería volver atrás en el tiempo y no ir nunca a esa maldita cena. Mi vida hubiera sido mucho más fácil y mi secreto hubiera estado mucho más a salvo.
En momentos así me iba al río para despejarme, pero Aiden también me había arruinado ese espacio.
Solo me quedaba un refugio al que acudir: la pequeña galería de arte del centro de la ciudad que había descubierto con Emily durante uno de nuestros paseos.
El exterior no era más que una vieja puerta de metal con pintura azul desconchada. Si no sabías que estaba allí, pasabas de largo sin mirar.
Fui allí corriendo, tan rápido como mis piernas me permitieron.
***
Me desplomé en el banco de cuero rojo de la galería, exhausta. Mi pecho se agitaba mientras intentaba recuperar el aliento. Me estaba quitando el abrigo cuando mi bolsillo vibró.
Michelle tenía buenas intenciones, pero estaba demasiado loca por los chicos como para entenderlo. Por eso siempre me había gustado hablar con Emily.
Podía contarle cualquier cosa y ella se limitaba a escuchar. Nunca me sentí juzgada al hablar con ella.
Las obras de arte de la pared eran un surtido de collages de técnica mixta. Algunas eran paisajes urbanos, otras eran retratos abstractos de gente corriente.
Una en particular aunaba a la perfección mis emociones en ese momento. Era una litografía de una joven con sus mejores galas.
Tenía una mirada lejana que me transmitía algo y de su cabeza brotaba un amasijo de basura y objetos que el artista había pegado al lienzo.
La puerta se abrió detrás de mí y sentí una ráfaga de aire frío que golpeaba mi piel. Se me erizó el vello de la nuca.
—Una joya oculta —dijo una voz conocida.
Me giré y vi a Jocelyn, tan radiante como en la cena de la manada. Había cambiado el vestido y los tacones por unos vaqueros y un elegante abrigo de invierno.
Me pregunté si lo llevaba puesto cuando irrumpí para enfrentarme a Aiden. Estaba demasiado enfadada como para darme cuenta.
Su cabello castaño ondulado caía en cascada sobre sus hombros y el aire fresco del otoño teñía sus mejillas de un sutil color rosa que acentuaba sus labios color cereza.
—No te sorprendas tanto —dijo tomando asiento a mi lado en el banco—. Rastrear lobos es parte de mi trabajo.
—¿Me buscabas? —pregunté, sin saber por qué alguien como Jocelyn querría hablar conmigo.
—No sería una buena curandera si no pensara que necesitas a alguien con quien hablar después de lo que ha pasado.
Sonrió con una hermosa e impresionante sonrisa que me tranquilizó de inmediato. No estaba ahí para juzgarme. Había venido a escuchar.
—¿Qué te ha dicho? —pregunté, demasiado avergonzada como para mirarla a los ojos.
—Aiden no me ha dicho nada. Incluso si lo hubiera hecho, solo sería su versión.
Hizo una pausa, esperando que yo dijera algo, pero no estaba segura de si podía confiar completamente en ella.
Al fin y al cabo, era la antigua amante de Aiden y todavía una de sus consejeras de confianza.
—Lo tienes comiendo de tu mano, algo que ninguna mujer ha logrado antes.
Parpadeé. —¿De mi mano?
Se rió fuerte. —No te has dado cuenta, ¿verdad?
Hice una pausa. —¿De qué?
Ahora sonreía con picardía, algo fuera de lugar en su rostro habitualmente compasivo.
—Todo el mundo habla de ti —continuó—. Eres la primera mujer que desafía la Bruma del Alfa.
¿Qué quería decir con «la primera»? Sin duda, si alguien como yo podía excitarlo, debía de haberse vuelto loco con una mujer como Jocelyn.
—¿Acaso no le afecta la Bruma a todo el mundo? —pregunté—. No es posible que sea su primera vez.
La sonrisa de Jocelyn se amplió. —La mayoría de las reglas de los hombres lobo no se aplican a los alfas. He curado a unos cuantos a lo largo de los años y puedo decirte que... durante la temporada... Los alfas tienden a no verse afectados por la Bruma. Tienen un control férreo sobre ella y, aunque no lo tuvieran, las mujeres que marcan casi siempre alivian su Bruma antes de llegar a un punto crítico... Normalmente.
—Entonces, lo que estás diciendo es que soy la primera mujer que lo rechaza y ahora se siente... frustrado.
—Exactamente —asintió—. Te has convertido en una especie de leyenda en el círculo interno. Después de la aparición en su oficina... Josh y el resto de la dirección se mueren de ganas de conocerte. Sin embargo —continuó con una expresión más seria—, no podrás evitar irte a la cama con Aiden para siempre.
—¿Por qué no? —pregunté.
—Porque su Bruma finalmente alcanzará un punto en el que ya no podrá controlarla y cuando se le escape el control, bueno...
No le hizo falta dar más detalles. Aiden me perseguiría hasta conseguir su satisfacción.
Me estremecí al darme cuenta de que había perdido todo el control sobre mi cuerpo en el momento en que aquel cabrón me había clavado los dientes en el cuello.
—No debería haberme marcado —dije furiosa—. Debería haberme conocido primero y haberme pedido mi consentimiento.
—Lo cierto es que suele dedicar tiempo a conocer a sus compañeras normalmente —respondió Jocelyn—. Pero tú debes de haberle puesto los pelos de punta.
—¿De verdad? —Mis ojos se abrieron de par en par con incredulidad—. Entonces, ¿por qué esta temporada ha sido la excepción? ¿Estaba aburrido de que las mujeres se le echaran a los pies siempre que quisiera?
Vi un matiz de dolor en los ojos de Jocelyn e inmediatamente me arrepentí de lo que había dicho. —Lo siento, no quería decir eso. Es que...
—No pasa nada. Sé que no lo has dicho como un insulto. Estar con el Alfa es complicado de gestionar, sobre todo ahora. Aiden no ha sido él mismo durante los últimos meses. Estoy segura de que te has enterado —dijo Jocelyn.
—Sí, mi madre es la cotilla del pueblo —dije, poniendo los ojos en blanco.
—El Alfa tiene mucho con lo que lidiar. Y hasta que no se aparee, su fuerza, y la de nuestra manada, seguirá flaqueando.
—Pero Aiden y yo no somos compañeros, no somos pareja —repliqué.
—Tal vez, pero todavía tiene una Bruma que necesita ser aliviada. Es divertido verlo retorcerse, lo sé, pero piensa en la Manada.
—¿Es mi responsabilidad? ¿En serio? —pregunté, escéptico.
—Yo tuve que hacerme la misma pregunta, Sienna. Eso lo tienes que decidir tú. Pero te diré algo. Amo a mi Alfa y solo quiero lo que es bueno para él. Es un buen hombre. Lo verás si le das la oportunidad de demostrártelo.
La conversación no había ido como esperaba, pero podía ver que la preocupación de Jocelyn por Aiden era sincera.
Sin embargo, eso no excusaba su actitud y lo que me había dicho en su despacho.
—Lo consideraré, pero tiene que poner de su parte. Tiene que respetarme.
—Déjame hablar con él —respondió Jocelyn—. Se pondrá las pilas si sabe lo que le conviene. Tengo la sensación de que tú eres diferente, Sienna.
Y antes de darme cuenta, Jocelyn me rodeó con sus brazos y me dio un abrazo tranquilizador.
—Nos vemos —dijo, poniéndose en pie.
—Seguro que sí.
Cuando Jocelyn se marchó, me sentí más calmada en mi interior. Su capacidad sanadora era realmente maravillosa.
Si una mujer así había llegado a amar a Aiden, no podía ser tan malo.
No iba a perdonarle, todavía no, pero comprendía la realidad de mi situación, y si tenía que avanzar, bien podía hacer un esfuerzo por conocerle.
Mi teléfono volvió a vibrar. Esta vez era mi madre.
Mi madre no llamaba a algo una emergencia a menos que fuera grave, así que decidí volver a casa en taxi.
Al bajar del taxi una vez en mi calle, me fijé en un Audi negro aparcado en la puerta de casa. Nunca lo había visto y me pregunté de quién sería.
Mi corazón se aceleró mientras corría hacia la puerta principal y la abrí de golpe. —¿Mamá? ¿Mamá? Estoy en casa. ¿Dónde estás?
—¡Estamos aquí! —dijo desde el salón, bastante tranquila y con un tono agradable.
Algo no iba bien. Olfateé el aire y un almizcle amaderado penetró en mis fosas nasales, haciendo que el calor serpenteara entre mis piernas.
Giré la esquina y, efectivamente, sentado en el sofá disfrutando de una taza de té estaba nada menos que Aiden Norwood.