Luna bendecida - Portada del libro

Luna bendecida

KristiferAnn Thorne

Capítulo 6

Abigail no estaba nerviosa. No estaba disgustada, ni siquiera enfadada; simplemente se sentía vacía. No había llorado. La última vez que derramó una lágrima fue en los brazos del Alfa Edward.

No iba a mostrar a su manada nada más que serenidad, aunque se estuviera muriendo por dentro.

Había terminado de hacer la maleta y se había tomado su tiempo para maquillarse y peinarse. Su brillante pelo negro azabache se rizaba a la perfección en ondas sueltas, y se había aplicado con maestría delineador y máscara de pestañas para realzar sus ojos color esmeralda.

Su atuendo consistía en un top negro con los hombros al descubierto, que mostraba la cicatriz de su rechazo y la parte superior de la luna creciente impresa entre sus pechos. Unos vaqueros ajustados y unas botas negras de ante hasta el muslo completaban su look.

Los guerreros la escoltaron a través de la propiedad de la manada. Controló a su loba mientras percibía el olor de Taylor y el cachorro nonato. También pudo oler a Carson, a quien iban a dejar salir de su confinamiento una vez que ella estuviera fuera del territorio de la manada.

Mantuvo la cabeza alta y recibió muchos buenos deseos y cuellos descubiertos al pasar junto a los miembros de la manada. El evidente respeto y amor que la manada sentía por ella la hizo sentirse mejor, pero sabía que no podía quedarse.

Acabarían rechazándola. Era instintivo, independientemente de lo que hubiera provocado el rechazo.

Sintió y olió el poder Alfa procedente de la casa de la manada. Una larga fila de todoterrenos oscuros estaban aparcados frente a ella. La brisa otoñal le hacía percibir con más intensidad los olores y sintió uno en particular que era diferente.

Le pareció peculiar y no pudo ubicarlo. El ligero olor desapareció en cuanto se calmó la brisa.

La manada empezó a aullar mientras ella se dirigía a la casa de la manada. Un aullido se escuchó por encima del resto. Era profundo y triste.

Carson.

Roman salió disparado de su silla; su lobo estaba gruñendo profundamente. Se agarró a la mesa para evitar que su lobo se enfureciera. Los aullidos de luto les estaban afectaban a ambos.

Sintió un dolor desgarrador por el nuevo miembro de la manada. Quería consolarla como había hecho en otras ocasiones con otras mujeres. Pero Abigail no se parecía a nadie que él hubiera conocido.

Traer a una Luna sagrada que había sido rechazada era algo nuevo, y no tenía ni idea de qué esperar. La Profetisa no había sido capaz de ver mucho más allá de lo que había visto. Era necesario que Abigail estuviera en su tierra para que tuviera una imagen más clara.

Por eso había podido convencer a sus padres y a Edward de que no le contaran la verdad a Abigail todavía. Cuando supiera que era una Luna sagrada, necesitaría el consuelo y la orientación de alguien que supiera lo que eso implicaba.

Tendría que esperar a reunirse con la Profetisa para que alguien pudiera contarle lo que la Diosa de la Luna había planeado para ella, y aún no sabían qué era.

Todo esto era un desastre. Al pensarlo, se puso tan furioso que alteró a todos los presentes. Incluso por un momento dominó a Edward, el cual retrocedió, y Roman se volvió contra él.

―¿Era tu cachorro aullando? ¡Qué atrevimiento! ¿No le has enseñado a tener vergüenza? ―Roman lo miró disgustado.

―Sintió algo antes de quitarse la marca ―murmuró Edward.

―¡Qué! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Permitiste que aun así siguiera quitándole la marca ? ¿Permitiste que continuara el rechazo? Tú sabes quemuy pocos tienen el privilegio de ser protegidos por la mismísima Diosa de la Luna, y dejaste que algo así sucediera.

Su enfado no hizo más que crecer mientras pensaba en Abigail. Ser sagrada significaba que estaba personalmente dotada y protegida por la Diosa y esta manada no había hecho más que avergonzar a Abigail.

Había avergonzado a la Diosa de la Luna. Los había avergonzado a todos.

Más que nunca, Roman estaba desesperado por sacar a Abigail de ahí y llevarla de vuelta a casa, donde la Profetisa podría ayudarla.

―¡Carson ya había hecho suficiente daño! Además, ella sentía que su loba, dada la oportunidad, masacraría a Taylor y al cachorro nonato. ¿Por qué iba a sentir algo diferente por Abby en el último momento? ―soltó Edward en su defensa.

―No me corresponde a mí adivinar lo que pretendía la Diosa de la Luna, pero si hubiera hecho su entrenamiento adecuado, ¡no tendríamos que adivinar nada en absoluto! ―Roman no iba a tolerar el tono de Edward mucho más tiempo.

Se quedaron en un incómodo silencio hasta que se oyó el débil ruido de unos tacones en el piso de abajo. Roman olfateó y frunció el ceño. Le llegaba un olor que no podía definir; un olor que se acercaba cada vez más.

Su lobo gruñó y se agitó en su interior, luchando por liberarse. Roman cerró rápidamente el enlace. Si se transformaba aquí, la escena sería un baño de sangre. No sabía por qué su lobo estaba actuando así, pero tendría que dejarlo correr pronto.

Se irguió cuando escuchó un golpe. Los demás tardaron un momento en levantarse.

Edward se aclaró la garganta; el shock era todavía evidente en su rostro por lo que el Alfa de la manada Luko le había dicho.

―Por favor, entra, Abigail.

Llevaba una escolta guerrera. Tenía la cabeza inclinada, pero su ropa dejaba al descubierto su cicatriz como recordatorio para todos. El orgullo se hinchó en su interior al ver a la nueva miembro de su manada bajar la cabeza ante un hombre que no merecía su respeto.

Captó el gruñido en su garganta y lo acalló.

Su madre y su padre la envolvieron en un abrazo. Ambos la olfatearon y le apretaron la nariz y las mejillas contra la cara.

Llegarían a la manada de Luko en doce ciclos lunares. Observó cómo sus padres permanecían a su lado, orgullosos. Se desataría el caos en la manada Oru cuando el joven Alfa comprendiera por fin que había rechazado a una Luna sagrada.

―Abigail. Me gustaría presentarte a tu nuevo Alfa. Alfa Roman Luko de la manada Luko.

Sostuvo la mirada antes de inclinar la cabeza.

―Alfa Luko.

―Llevabas contigo una escolta de guerreros. ¿Es porque te consideraban un peligro, o era por respeto?

―Yo misma mehe considerado un peligro. Mi loba busca venganza. No quiero que haya derramamiento de sangre en mi nombre, de mis manos o de mi loba.

―La ley de los hombres lobo te autoriza a buscar un castigo contra quienes te han agraviado. ―Roman podía sentir su angustia, pero su aplomo le impresionó.

―Habrá un castigo a su tiempo. No me corresponde a mí, sino a la Diosa de la Luna ―Ella bajó la mirada una vez que le respondió.

No se sabía mucho del Alfa Roman, así que no estaba segura de si se tomaría el contacto visual directo como un desafío o no. Sus padres y Edward observaban nerviosos al gigantón, pero él se dirigió a ella en voz baja y con amabilidad.

No le quedaba más remedio que irse con él, pero ¿era posible que realmente fuera a estar a salvo en su manada?

―Será un honor tenerte en mi manada, Abigail. Habrá mucho que discutir una vez que regresemos a mi territorio. Tu nuevo hogar estará listo cuando lleguemos.

Nunca había previsto que una Luna sagrada fuera a unirse a la manada Luko, fuera rechazada o no. Cuando supo que iría, contrató más ayuda para preparar su llegada.

―Gracias, Alfa Luko ―dijo.

―Sentaros todos. Abigail, por favor ―Edward señaló hacia un asiento.

Abigail tomó asiento mientras una tímida calma se apoderaba de la habitación.

Un estruendo estalló en el otro extremo de la mesa. El lobo de Roman estaba reconociendo su poder y la falta de respeto que le estaban mostrando.

Le llegó el olor de un Alfa enfurecido, y sus oídos captaron unos débiles gruñidos que se hicieron cada vez más fuertes.

Edward se puso en pie y los guerreros se pusieron nerviosos. Jacob estaba observando toda la situación desde un rincón; su propio lobo se puso tenso.

―Carson se ha escapado ―anunció Edward.

―¡Mantenlo alejado! ―Michael estaba de pie junto con Fiona, ambos con rabia mientras se acercaban a Abigail.

Edward abrió la puerta de un tirón y se abalanzó sobre su hijo mientras Carson apartaba a los guerreros de su camino. Gruñidos y chasquidos llenaron el aire mientras padre e hijo se atacaban mutuamente.

Hazel y Jacob estaban en el pasillo, Jacob intentó intervenir. Logan, el Beta de Roman, estaba con Michael y Fiona, dispuesto a proteger a Abigail.

A pesar del caos, Abigail permanecía quieta y en silencio. Roman pudo ver cómo cerraba los ojos mientras vibraba en su silla con los labios moviéndose sin pronunciar palabra. Su dedo trazó la punta de su luna creciente.

Respiró hondo y abrió los ojos, encontrándose con su mirada.

El compañero que la había rechazado venía a por ella.

Roman y su lobo sintieron rabia cuando lo miraron a los ojos. Sus garras y mandíbula se extendieron. Su propio poder Alfa surgió cuando se puso de pie y sujetó la mesa de madera que empezó a romperse bajo su agarre.

La llama tras sus ojos era un infierno dorado.

Su lobo venía a por todos.

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