Secretos y pecados - Portada del libro

Secretos y pecados

E.J. Lace

Sietes nunca pierden

Mari

—Maricela —dice Ben en un tono grave y discreto.

—¿Sí, Benny? ¿Pasa algo? —opto por hacerme la tonta hasta el final.

Es sólo una pista pequeña, ¿cuántas otras personas podrían tener esa misma marca?

Raro.

Sí.

Es raro, pero ¿y qué?

No puede probar nada; si le dice algo a Erik, entonces nadie le creería.

Erik.

Espera, ¿sabe Erik que Ben está en un club de lucha?

—Eras tú, ¿verdad? —gruñe.

La música está tan alta que Ben y yo tenemos que leernos los labios.

—¿Como dices? Ben, ¿estás seguro de que estás bien?

¡Niega, niega, niega!

Hasta el final.

No, en absoluto pude ser yo.

De ninguna manera me desnudaría.

¿Una estríper? ¿Yo?

Pero qué dices.

Es una locura.

—Chicos, vamos a parar en la gasolinera. ¿Queréis algo? —pregunta Erik tras bajas la música.

—Eh... no, hermanito, estoy bien. Gracias. Ben, ¿quieres algo?

Le muestro a Ben una dulce sonrisa y me hago la sueca.

No me quita los ojos de encima mientras responde con una seca negativa.

Durante el resto del trayecto reina un espeso silencio entre Ben y yo.

Erik no se da cuenta, nadie lo hace.

Puedo sentir la tensión que se desprende de él en gruesas olas, chocando contra mí y haciéndome sentir mal.

***

Conducimos hasta la cabaña, que es preciosa.

Escondida entre dos enormes pinos, a un lado de una carretera de tierra que serpentea y se adentra en el verde bosque.

La cabaña se encuentra en la cima de una pequeña colina, envuelta por un decorado natural alrededor. Tiene un porche con una mecedora.

La puerta es un biombo de madera que se abre al resto de la casa.

Al salir, soy consciente de que no puedo estar a solas con Ben mientras piense que el Ángel del Pecado soy yo.

Tengo que mantenerme distante.

Al entrar, paso el rato alrededor de Erik, los chicos holgazanean un poco mientras descargan la furgoneta, sacando ropa y toallas, crema solar, repelente de insectos y algunos objetos domésticos.

—Muy bien, Mari, ¿estás lista para meterte en el agua? —me grita Erik desde la sala de estar.

La cabaña es muy agradable; la cocina y la sala de estar conforman una estancia grande; luego hay un tramo de escaleras que suben a los dormitorios.

Seis de ellos.

—¡Sí! —exclamo. Paso corriendo junto a él y salgo de la casa, saltando desde el segundo escalón hasta el césped.

Erik y el resto de los chicos van por delante, los sigo por un sendero que lleva a una pequeña playa.

—Esto es precioso, es como un oasis escondido, un trocito de paraíso —digo con asombro.

Stevie se ríe y me palmea la espalda al pasar.

Los chicos se quitan las sandalias, se quitan las camisetas y dejan las toallas colgando en una rama baja.

Todos, menos el maldito Ben.

—¡Colúmpiate, Mari! —grita Erik después de lanzarse al agua en bomba salpicándonos a todos.

Dejo las chanclas donde los chicos y me dirijo hacia el columpio de cuerda.

—¿No te vas a quitar eso? ¿Dónde está tu traje de baño? —pregunta Erik.

—Lo tengo puesto. Es sólo... un poco revelador.

Me paso una mano por el brazo.

—Sólo somos nosotros, Mari, está bien. ¡Adelante! —me anima.

Trago saliva.

Es realmente, realmente, denigrante.

Lo llevaría en el escenario si se me viera el vientre.

Asintiendo me alejo, escondiéndome detrás de un arbusto para poder desnudarme en privado.

Abrochando el botón de mis pantalones cortos y sacándolos de la tierra.

Me quito la camiseta junto con la de tirantes y las doblo sobre los pantalones cortos.

Miro hacia abajo, tirando de la entrepierna de mi traje de baño y metiendo las tetas en los laterales.

Esto no va a funcionar, me está muy prieto.

Al asomarme por el arbusto puedo ver la espalda de Ben de cara a mí.

¡Maldita sea!

¿Por qué está sólo él?

¿Por qué no podría ser Erik?

—¿Ben? —le llamo, pero no me oye.

O tal vez sólo quiere asegurarse de ignorarme.

—¿Ben?

Se da la vuelta, mirando con una expresión fría como una piedra.

—Ben... ¿puedes preguntarle a Erik si me puede prestar su camiseta mientras nado?

Sólo asomo la cabeza desde detrás del arbusto, queriendo mantener el resto de mi persona oculta.

Los labios de Ben se tuercen en una sonrisa malvada y empieza a caminar hacia mí.

—No puede ser tan malo. Todos somos familia aquí —afirma. Su tono es muy frío.

—¡Vamos, Mari! —me mete prisa Erik desde el agua.

Me cago en todo lo que se mueve.

Tomando aire, cierro los ojos un segundo y doy un paso desde detrás del arbusto, girándome hacia Ben con los brazos a la espalda.

Mirándole, de repente me quedo clavada en mi sitio cuando sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo expuesto.

Sus ojos se llenan de lujuria, su puño se aprieta a su lado, la mirada fría de su rostro se derrite.

Nos quedamos congelados, mirándonos el uno al otro.

El aire resulta espeso, sofocante.

Como si la gravedad se hubiera intensificado.

Se me da la vuelta el estómago cuando se acerca un paso y sus ojos lo recorren todo desde mis pies descalzos hasta mi larga cola de caballo.

Otro paso.

Luego otro.

Las largas piernas de Ben achican el espacio y se coloca rígidamente frente a mí.

Se eleva cubriéndome, encendiéndome con su intensidad.

Mi corazón es como un colibrí, va tan rápido que estoy segura de que puede oírlo.

—¿Qué has hecho, gatita? —pregunta en un susurro aireado.

Su mano se acerca a mis labios, rozando el inferior.

Tiemblo, con la respiración entrecortada en la garganta.

—¿Mari? —Erik entra en escena.

Me cubro el pecho con los brazos formando una equis y me escondo detrás de B—en.

Ya voy. Ben me estaba dando su camiseta.

Ben se aparta de mí, se quita la prenda en cuestión y me la arroja.

Trabajo rápido, tirando de ella sobre mí y alisándola sobre mi cuerpo.

Me queda tan grande que parece un vestido.

—Todo mejor. Vamos a nadar.

Erik asiente , pero se queda mirando a Ben hasta que le doy un tirón del brazo y lo alejo.

Erik me mira, con los labios apretados en una línea blanca y las cejas fruncidas.

—¿Cómo hago, exactamente? —inquiero.

—¿Qué? ¡No! ‘No puedes hacerlo —zanja. Se aleja de mí bruscamente.

Sorprendida, me quedo boquiabierta ante su respuesta.

—¿No puedo columpiarme? —pregunto confundida, señalando la gruesa cuerda atada a la rama del árbol.

Todo su cuerpo se relaja, su cara se vacía del color rojo, deja escapar una profunda respiración y murmura algo que no capto.

—Sí, puedes columpiarte. Vamos, te enseñaré —ofrece. Deja escapar una pequeña risa.

***

Pasan las horas, nos columpiamos, los chicos dan volteretas y hacen concursos de salpicaduras.

Jugamos a la gallina y a Marco Polo.

Ignoro a Ben lo mejor que puedo, pero coincidimos en demasiadas ocasiones, para mi gusto.

De alguna manera, siempre encuentra la forma de estar al lado o simplemente más cerca que los demás.

Erik me mantiene ocupado.

Haciendo que yo juzgue la calidad de las zambullidas.

Ross, Erik y Stevie se suben al árbol y saltan desde lo más alto al agua, provocando un oleaje que me arrastra a los brazos de Ben.

Las primeras horas pasan en un abrir y cerrar de ojos, pero cuando el sol empieza a bajar Ben dice que tiene que hacer una llamada y sale del lago para volver a la cabaña.

Después de pasar unas buenas seis horas en el agua, a todos nos ha entrado hambre.

Nuestra barriga pide comida a gritos.

—Volveré y prepararé algo. Podéis quedaros nadando mientras yo cocino. De todos modos, ya me he bañado.

Sonrío a los chicos mientras me acerco a la zona de poca profundidad y vuelvo a la orilla de arena.

—No creo que debas volver caminando sola, Mar, podrías perderte o algo así.

Erik empieza a remar hacia mí.

—No tiene pérdida, hermanito, no me saldré del camino. Lo prometo.

Me subo la camiseta y empiezo a escurrir el agua.

—¿Seguro que te acuerdas? Puedo acompañarte de vuelta. Está bien. Vamos.

Se sube a la orilla y empieza a empujarme.

Me acompaña de vuelta a la cabaña, señalando lo que puedo en el camino.

Cuando llegamos al porche me doy cuenta de que la cabaña de Stevie tiene moqueta y yo sigo empapada.

—Vaya, he olvidado mi toalla, ¿puedo volver a buscarla?

Erik abre la puerta.

—Yo te la cojo, vete y entra. Quítale la camisa y ponla aquí para que el sol la seque —indica.

Asiento , viendo cómo Erik vuelve a bajar por el sendero y se pierde de vista.

Le quito la camiseta a Ben, le saco el resto del agua y lo extiendo como me pidió Erik.

Voy adentro, directa a la cocina para pensar qué debo cocinar.

Rebusco en el armario, sacando algunas ollas y sartenes para empezar.

Me decido a hacer galletas y salsa, huevos y gofres.

Utilizo el paño de cocina para secarme el pelo lo más posible, pero cuando aprieto las puntas en forma de bola, el lazo del pelo salta, dejando que caiga libre y cuelgue hasta la parte baja de mi espalda.

Pensando en que puedo arreglarlo para sujetar mi pelo, me agacho y lo busco en el suelo.

Mirando debajo de la nevera, debajo del armario y luego girando para mirar debajo de la estufa, doy un salto cuando noto un par de pies grandes de hombre detrás de mí.

Me levanto de mi posición y me pongo de pie, girando sobre mis talones y mirando a Ben.

Todo su cuerpo está enroscado con tanta fuerza, que sus hermosos ojos azul cielo parecen oscuros como una tormenta eléctrica que nubla el claro cielo.

—Marcella, la inocente gatita con alas de ángel.

Sisea, poniendo un énfasis extra en el juego de palabras mientras da un paso hacia mí.

—Benjamin Monroe, no estoy segura de por qué...

—Sabes exactamente por qué —gruñe.

Trago saliva y Ben aprieta su cuerpo contra el mío, inmovilizándome contra los armarios de la cocina detrás de mí.

—¿Por qué tenías que hacerlo, Mari? —pregunta en voz baja.

Sacudiendo lentamente la cabeza, trago con fuerza por debajo de él.

—No me hagas castigarte —insiste.

Esa amenaza hace que mis muslos se aprieten, un gemido me abandona, mi labio tiembla por algo que nunca he deseado.

Quiero otro beso.

Deseo a Ben.

Las risas resuenan desde fuera, Ben vuelve a gruñirme al oído mientras me pellizca el lóbulo de la oreja y se lo mete en la boca.

Se aleja de mí y salta hacia las escaleras, dejándome pegada al mueble y alterada por sus acciones.

La puerta se abre, Erik, Ross y Stevie entran, todos mirándome.

Se me ha olvidado que solamente llevo el traje de baño, con la parte superior rebosada y la inferior medio caída.

—Mari, pero qué... Ponte esto. Ve a cambiarte. Ahora.

Erik corre a mi lado cubriéndome de la vista de los otros.

—¡No miréis! ¡Mirad a otra parte! ¡Es sólo una niña! —grita mi hermano a sus amigos mientras me Erik me empuja hacia las escaleras—. No vas a usar ese bañador nunca más. Tíralo en cuanto te lo quites.

Su tono es inequívocamente estricto.

—Vale, lo haré. Lo siento. No tenía nada más —me disculpo. Cierro la puerta de la habitación en la que Erik me ha metido.

—Está bien. Sé que no tenías otra cosa. Te conseguiré un traje de baño mejor. Sólo cámbiate y vuelve a bajar cuando hayas terminado.

Le oigo alejarse a través de la puerta.

Haciendo lo que me ha pedido, empiezo a cambiarme.

La cuerda alrededor de mi cuello se tira y se suelta.

Retiro la desafortunada prenda haciéndola descender, exponiendo mi pecho y el vientre.

Lo empujo más abajo de mis caderas, descubriendo la entrepierna y dejándolo caer al suelo.

Utilizo mi toalla para secarme a palmaditas y luego dejo caer la toalla también..

Me agacho, recojo el bañador y busco una papelera donde tirarlo.

Al no ver ninguna me dirijo al baño, sin molestarme en cambiarme primero. Empujo la puerta para abrirla.

El servicio está ocupado. Por Ben.

Lleva auriculares.

El móvil en una mano.

Su polla en la otra.

Se la está machacando.

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