Calor y agujetas - Portada del libro

Calor y agujetas

EL Koslo

Parker debe morir

Hannah

El viernes, durante todo el trayecto de vuelta a casa desde el trabajo, me había sentido un poco mal. Después de mi sesión en el gimnasio, a la mañana siguiente me dolía todo. Las lágrimas brotaban de mis ojos cada vez que intentaba agacharme.

Estuve medio tentada de pedir la baja, pero sabía que aquello no serviría de nada. A medida que avanzaba la semana, la tensión de mis músculos se fue aliviando y me fui sintiendo mejor.

Parkerpor favor, no me mates

Mis ojos se abrieron desmesuradamente cuando miré la pantalla de mi teléfono al ver el mensaje entrante de Parker.

Hannah¿Qué? ¿Por qué debería matarte?
ParkerTengo una cita
Hannahk. Todavía no sé por qué debería matarte.
ParkerTengo una cita... esta noche

Mierda.

Hannahno

Todo mi cuerpo se tensó mientras esperaba su réplica; podía sentir cómo subía mi presión arterial. Aquello no estaba sucediendo... y Parker estaba tardando mucho en responder.

Parker...Han...Lo siento.
Hannahno
Parkerestarás bien. Tú puedes. Me aseguraré de estar allí la próxima vez

No... no... no. No podía hacerme aquello.

Hannahhay una persona muerta al otro lado de la línea
Parkeryo también te quiero, Han

Joderjoderjoder.

Parkerve a patear culos

Voy a patear tu trasero, Parker. ~

~ ~

¡Maldita sea!

Cuando volví a mi apartamento para cambiarme, sólo tenía diez minutos para ponerme la ropa de entrenamiento y salir pitando de nuevo.

Estuve contemplando seriamente la posibilidad de ponerme el chándal y llorar agarrada a una tarrina de helado en el sofá. No quería ir a entrenar sola.

Cuando levanté la vista para sacar las llaves del bolso, había dos notas adhesivas de color rosa brillante en mi puerta.

Te quiero; eres hermosa ~

~ ~

Maldito mamarracho.

¡Por favor, perdóname! Te prometo que podrás con ello. Demuéstrale al Dragón de qué pasta estás hecha. ~

~ ~

Cabrón.

Todavía estaba enfadada con él, pero tenía razón. Tenía que ir. Si no lo hacía, nunca volvería. Poner excusas ya no iba a bastar.

Me puse un sujetador deportivo y unas mallas para correr, y me puse una camiseta con cremallera encima. Por lo menos tenía el aspecto adecuado...

Aquello era la mitad de la batalla. La otra mitad era volver a subirme a la maldita cinta de correr.

O sentarme a remar... mierda.

Cambié la emisora de la radio por satélite a algo alegre para intentar ponerme de humor para hacer ejercicio. Aquello mejoró mi estado de ánimo. Pero no mis ganas de traspasar la puerta del centro de fitness. Porque llegar hasta el aparcamiento no contaba.

Oh, cómo deseaba que hubiera servido.

—Justo a tiempo, Hannah. ¿Estás lista para completar tu perfil? —preguntó Ty cuando entré por la puerta.

—¿Perfil?

—Para el reto de seguimiento del estado físico —dijo como si yo estuviera al cabo de la calle.

—Eh...

¿Había estado tan hecha polvo tras la anterior sesión que no recordaba haberme apuntado a un reto de fitness?

—No te preocupes. Tu novio vino a principios de semana y se inscribió. Dijo que lo haríais juntos.

—¿Novio? Creo que me acordaría si de alguna manera me hubiese echado un novio en algún momento de esta semana.

¿Preston? ¿Peter? —empezó a recitar nombres que empezaban por aquella reveladora letra.

—Parker... —gruñí. Aquel hijo de una cesta.

—¡Sí, el mismo! Dijo que estabais interesados en tomar parte.

Iba a matarlo.

—Se me debe haber de olvidado —espeté. Ty sonrió, obviamente sin ver el sarcasmo que había en mi voz.

—Bueno... tenemos que pesarte y elaborar tu perfil de composición corporal.

—¿Qué? ¡No! —mi voz sonó tan aterrada como me sentía yo. No aceptaría lo del un perfil físico. Ya me habían hecho uno en la consulta del médico. No necesitaba otro.

—Hannah, todo irá bien. Piensa en lo bien que te sentirás cuando veas lo lejos que has llegado —la voz de Ty era entusiasta y positiva, pero yo estaba demasiado preocupada.

Parker se había librado en el pasado, pero definitivamente era hombre muerto.

—Mal vendrá a buscarte en unos minutos y luego volverás a la oficina. Tardaréis menos de diez minutos.

—Oh, Dios, ¡el Dragón no! —suspiré en voz baja cuando Ty me la espalda para coger unos papeles del otro lado del mostrador de facturación.

Se volvió con una ceja levantada y una sonrisa en los labios.

—¿Acabas de llamar a Mallory el Dragón? —me preguntó. Mis ojos se abrieron expectantes cuando se inclinó hacia mí.

—Eh... no sé de qué estás hablando.

—Hannah, Hannah, Hannah... ¿No somos todos amigos aquí?

—Pues no.

—Maldita sea —se rió mientras se agarraba burlonamente el pecho—. Eso ha sido duro, chica.

Mantuvo la sonrisa mientras ponía los ojos en blanco, pero me di cuenta de que estaba muy lejos de pasar por alto el asunto. Maldije a Parker por meterme aquel apodo en la cabeza.

—Sólo dime una cosa, ¿por qué lo de dragón?

—Si se lo dices... —siseé mientras me inclinaba hacia él—. ¡Que Dios me ayude!

—Mis labios están sellados. Escúpelo.

—Parker sugirió que Mal debe de ser el diminutivo de Maléfica.

Se echó a reír y puso su mano encima de la mía sobre el escritorio, apretando mientras intentaba calmarse. Aquello hizo que mi ritmo cardíaco se disparara por otra razón.

—Te prometo que no se lo diré.

—No, no puedes decírselo a nadie —le advertí con los ojos muy abiertos.

—Oh, vamos, Jota se moriría de risa si supiera que la has llamado así.

—Entonces dile que es Parker quien la llama así. Por favor, no me avergüences —le rogué—. me pongas en un aprieto con ella.

—El dragón… —murmuró. Volvió a reírse y se inclinó hacia mí—. ¿Porque escupe fuego?

—Basta ya... —le di un manotazo en el brazo. Entonces la puerta del despacho se abrió de golpe y retrocedí mientras él apartaba su silla del escritorio.

—¿Hannah? ¿Estás lista? —me preguntó Mallory.

Sacudí la cabeza y puede que soltara un gemido apenas audible.

—Vamos. La clase empieza dentro de quince minutos y tenemos que terminar esto.

—Adelante —Ty se rió de mi mirada de pánico y me indicó que la siguiera—. Mete tu buen culo ahí.

—Oh, déjalo ya... —volví a poner los ojos en blanco—. Eres un idiota.

Dejé a Ty sentado en el escritorio y seguí a Mallory al pequeño despacho.

—Muy bien. Apóyate en la pared gris y ponte de lado— me indicó mientras cogía un iPad y lo apuntaba en mi dirección.

Me sentí como si me hicieran una foto para la ficha policial.

—Ahora de espaldas —ordenó. No se anduvo con rodeos mientras tomaba unas cuantas instantáneas rápidas.

—De acuerdo. De frente.

No estaba seguro de si debía mirar a la cámara o no. Acabé dirigiendo los ojos de un lado a otro y traté de evitar mirarla directamente.

Su mirada era como el sol.

—Quítate los calcetines y las zapatillas.

Dejé mi bolso en el suelo y me apoyé torpemente en la pared para quitármelos. Ella se dio un golpecito en la punta del pie y se quedó de pie con el iPad arrimado al pecho mientras esperaba.

—Bien, primero vamos a ver tu peso —me indicó mientras señalaba el aparato que tenía delante de mí con un pequeño pedestal de ordenador acoplado—. Sube a la báscula y alinea tus talones con la parte trasera de las placas.

Contuve la respiración mientras se registraba el peso y la máquina emitía un pitido. Sabiendo lo que iba a decir, me quedé mirando la pared frente a mí.

—Ahora, introduce tu información en el ordenador.

Una pequeña pantalla de ordenador mostraba espacios para que escribiera mi dirección de correo electrónico, mi número de teléfono, mi altura y mi edad. Los introduje y me giré para mirar a Mal. Su cara de perra en reposo era tan dura como siempre.

—Bien. A continuación, tienes que quedarte muy quieta y mantener los pies sobre las placas. Coge esas asas y coloca tus pulgares en las placas metálicas del final.

Siguiendo sus instrucciones, traté de resistir el impulso de moverme. Cuando la máquina emitió un pitido y apareció como escaneado completo, bajé de ella de un salto, como si estuviera ardiendo.

Era más o menos la misma información que había en el escáner de la consulta del médico.

Por el rabillo del ojo, vi que Mal echaba un vistazo a la pequeña pantalla y ponía mala cara.

¿Qué demonios?

Me aparté de ella y me mordí el labio mientras las lágrimas brotaban de las esquinas de mis ojos. Que se jodiera aquella estúpida supermodelo flaca y el Dragón en el que había llegado montada.

Se suponía que tenía que ayudar a la gente, pero poner cara de asco ante un cuarenta por ciento de grasa corporal no ayudaba. Yo sabía que estaba gorda. Hasta ahí llegaba la farsa del centro de fitness donde no avergonzaban a la gente gorda. Su cara lo decía todo.

Una vez que volví a atarme las zapatillas, ignoré las tonterías que empezó a decir sobre los equipos y las consultas a los entrenadores. No hablaría con ella si fuera mi entrenadora.

—En unos días se te enviará un correo electrónico y recibirás una invitación a un grupo de apoyo en Facebook.

Asentí y salí por la puerta... chocando directamente con un pecho muy firme en el pasillo. Cuando levanté la vista, mis ojos se abrieron en señal de sorpresa, y balbuceé al ver con quién había impactado.

—¡Lo siento!

Sus grandes manos se tensaron sujetando instintivamente la parte superior de mis brazos, la zona donde la gente normal tenía bíceps.

Era él de nuevo.

Sonrió ligeramente mientras me miraba a los ojos, y yo los aparté rápidamente mientras daba un paso atrás y me daba un trompazo con el marco de la puerta.

—No hay problema. ¿Estás bien? —preguntó mientras retiraba lentamente sus manos de mis brazos.

Mi cara se encendió cuando parpadeé hacia él. Era alto... medía más de uno ochenta y cinco, y era muy musculoso. Su camiseta ajustada mostraba sus bíceps definidos y su pecho macizo.

No estaba afeitado ni depilado como algunos de los tipos que había visto, incluido Ty. Tenía que admitir que el pelo del pecho resultaba atractivo.

Le daba una sensación de hipermasculinidad que me aceleraba el pulso. El hecho de que oliera a aire libre tampoco me ayudaba a recuperar la cordura.

—N-no q-quería... —tartamudeé mientras él me miraba.

—No pasa nada. No me di cuenta de que había alguien en la oficina. Fue mi culpa por situarme tan cerca de la puerta.

—Soy un poco desastre —murmuré, y su cara adoptó una sonrisa natural.

Mi enfado con el Dragón se había apagado al chocar con el apuesto desconocido con el que me cruzaba últimamente. Al menos aquella vez no se me había caído nada.

—¿No lo somos todos? —rió mientras se hacía a un lado. Se agachó ágilmente y cogió su sudadera y un par de zapatillas sucias que se habían caído al suelo al toparme con él.

Se hizo a un lado y los metió en una taquilla vacía, con su hombro rozando mi brazo.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes. Todos tenemos esos momentos —aseguró. Me sorprendió un poco lo amistoso que parecía. Normalmente, me intimidaban los hombres como él.

—Yo suelo tener más que la mayoría —me acusé. Él sonrió mientras se enderezaba

—Date un respiro de vez en cuando. Todos somos humanos.

Asentí mientras se giraba y daba unos pasos hacia la puerta del estudio.

—Respira hondo y sigue adelante. Vas bien —guiñó un ojo mientras su espalda presionaba la barra de liberación y entraba en la sala—. Ya nos veremos por aquí.

La puerta se cerró tras él, devolviéndome a la realidad. Dejé escapar un suspiro tembloroso y sacudí la cabeza.

—Cinco minutos, Hannah —la voz de Mallory me hizo volver a la realidad.

—De acuerdo.

Y el enfado volvió cuando la puñetera señorita perfecta se puso los auriculares con micro y se dirigió hacia la puerta del estudio.

Intenté concentrarme mientras guardaba mis zapatillas de más y mi sudadera, acordándome de coger mi botella de agua en aquella ocasión.

Sólo había una cinta de correr libre cuando entré en la sala, así que me subí a ella y pulsé rápidamente algunos botones para empezar a caminar a paso ligero con una inclinación decente. Intenté respirar profundamente antes de empezar.

Cuando levanté la vista, mis ojos se encontraron en el espejo con los de la persona que trotaba a mi lado en el espejo, y mis manos se agarraron con fuerza a los asideros de la parte delantera de la cinta de correr.

—Tranquilízate.

—¿Perdón?

Se inclinó hacia delante y pulsó un botón, reduciendo su velocidad hasta igualarse conmigo en un rápido paseo.

—Aligera tus manos, relaja tus dedos. No necesitas un agarre con tanta tensión. Todavía no he visto a nadie caerse de la cinta de correr.

Mi cabeza se balanceó, y lentamente despegué los dedos de la barra, flexionándolos, y puse las manos a los lados mientras caminaba.

—Así está mejor. Relaja tus músculos y concéntrate en tu respiración. Te será más difícil si estás tensa.

—Gracias —dije mientras lo miraba.

—No hay problema —replicó, asintiendo—. Recuerda... sólo relájate y ve a tu propio ritmo.

—Eres bueno en esto —me reí, y él me mostró una sonrisa—. Tal vez deberías ser tú el instructor.

Sus ojos brillaron mientras me sonreía, riendo un poco antes de pulsar el botón para volver a acelerar el ritmo de su cinta de correr.

—Tal vez...

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