Asume el riesgo - Portada del libro

Asume el riesgo

Mars Mejia

Capítulo 7

KARA

—Entonces, ¿cómo fue el castigo? —Layla y Jess se acercaron por detrás de mí.

—Bueno —empecé, y ya estaban enganchadas—. Fue aburrido.

Se les cayó la cara cuando se dieron cuenta de que no iba a contarles una larga y fascinante historia sobre mi tarde de detención con Jason.

No quería contarles todavía lo de los tocamientos.

Jess dejó escapar un profundo suspiro.

—¿Cómo van las cosas con Adam?

Me burlé al oír su nombre. No había estado ni hablado con Adam desde la noche en que lo vi tirado en el suelo.

Adam no se había molestado en disculparse, y yo había aceptado el hecho de que ya no era el mismo tipo al que antes adoraba.

—No lo he visto desde aquella fiesta. Creo que tampoco ha ido al instituto —comenté. Teníamos Historia y Gimnasia juntos pero no lo había visto en toda la semana.

Una parte de mí estaba preocupada por que no estuviera bien, teniendo en cuenta que se había un golpe bastante fuerte, pero estaba más que segura de que Jason no estaría yendo a clase como si tal cosa de haber sido así.

—Bueno, hoy está aquí —intervino Layla. Mi corazón dio un vuelco.

Eso significaba que, pasara lo que pasara, iba a tener que enfrentarme a él. No había forma de evitarlo, aunque lo intentara; pero no iba a hablar con él.

¿Qué podía decirle? Alejarme de él era mi mejor opción. Adam ya no formaba parte de mi vida y cuanto antes se lo hiciera ver, mejor.

Con la esperanza de dejar de lado el tema, me quedé en silencio y Jess y yo procedimos a entrar juntas en el vestuario de las chicas para ponernos la ropa de gimnasia.

Jess disparó preguntas sobre Charlie mientras entrábamos en el gimnasio. Jess y Layla lo adoraban absolutamente.

—¡Tengo que ir a saludarle! No puedo creer que no lo haya visto en un año —recordó. Empezó a charlotear sobre lo mucho que echaba de menos a Charlie mientras dábamos patadas a un balón de fútbol de un lado a otro.

Jess y yo continuamos hablando mientras el resto de la clase hacía lo que quería ya que aquel día teníamos un profesor sustituto.

El hombre, de edad avanzada, estaba de pie con un libro en la mano, claramente enganchado con su lectura.

—Hola —escuché. La voz que intentaba evitar interrumpió a Jess y mi conversación. Me quedé congelada en el sitio, sin querer darme la vuelta.

Jess miró a Adam, esperando mi movimiento. La inclinación de cabeza que le envié le explicó que estaba bien. Ella me susurró un buena suerteantes de correr hacia las otras chicas de nuestra clase.

—¿Podemos hablar? —preguntó Adam. Me giré lentamente para mirarle. Sus ojos verdes estaban llenos de tristeza.

—No sé, ¿vas a hacerme daño? —escupí y al instante me arrepentí de mi tono cuando vi que el dolor se reflejaba en sus ojos.

Quería abofetearme por la lástima que sentía por él. Adam ni siquiera merecía hablar conmigo en aquel momento.

—Kara, lo siento. Lo siento mucho —insistió. Adam se pasó una mano por el pelo castaño claro despeinado. Apreté los dientes y esperé. No sabía por qué, pero esperé a que siguiera hablando.

No sabía qué decirme a mí misma. Podía perdonarlo, pero aquello es todo.

No iba a permitirle que siguiera en mi vida.

Adam me había causado más que suficiente dolor.

—Me siento fatal por haberte engañado. Fue un error —admitió. Adam me miró fijamente a los ojos, pero aquella vez no sentí nada.

No sentí absolutamente nada.

¿Realmente esperaba que siguiera sintiendo algo por él después de todo lo que había hecho? Adam sólo había demostrado ser un completo idiota.

—Déjalo ya —le recomendé. Cerré los ojos brevemente mientras intentaba encontrar una forma de explicar las cosas de forma amable—. Lo entiendo, Adam, cometiste un error. Uno bastante estúpido, si quieres saber mi opinión. Pero todo ha terminado. He seguido adelante.

Mis ojos se abrieron para ver a Adam con cara de dolor durante unos breves instantes, pero luego su rostro se quedó en blanco. No podía saber lo que estaba pensando o sintiendo en aquel momento.

Todo lo que sabía era que quería que aquella conversación terminara lo antes posible.

—¿Has seguido adelante? —se burló Adam, tras un momento de silencio. Asentí vacilante, y él enarcó las cejas. Algo me decía que la conversación no iba a terminar bien—. Estás mintiendo. Pensaba que había algo especial entre nosotros.

Adam sacudió la cabeza, y parte de su pelo cayó sobre su frente. La rabia corrió por mis venas ante su audacia.

—No fui yo quien me engañó —dije sintiendo cómo me hervía la sangre—. Si de verdad tuviéramos algo especial, te habrías callado la boca.

Aquello pareció hacerle callar, la mirada de sorpresa en su rostro lo decía todo.

—¿Quién es?

—¿Qué? —respondí confundida, sin entender lo que quería decir.

—No puedes seguir adelante tan rápido. O estás mintiendo o hay alguien más. ¿Quién es?

Adam se cruzó de brazos y se colocó frente a mí, como un padre enfadado que acabara de pillar a su hijo entrando a escondidas en casa.

—Soy yo, colega —dijo alguien. Un brazo me rodeó los hombros. Escuché la arrogancia en su voz, e inmediatamente supe de quién se trataba.

—¿En serio? ¿Con este perdedor? —gruñó Adam. Me miró con sus brillantes ojos esmeralda.

——Mira quién fue a hablar solté, ignorando por completo a Jason. La cara de Karina apareció en mi cabeza.

El asco que sentía hacia Adam volvió. Había cometido un error. Debería haberme alejado.

—Como si él fuera mejor —Adam miró a Jason con puro odio. Abrí la boca, dispuesta a defenderme, pero Jason se me adelantó.

—Mi madre me educó para tratar bien a la gente. No voy a decepcionarla —dijo Jason, con el rostro completamente serio. Intenté contener mi sonrisa, impresionada por su fachada.

—Como quieras. Al menos Karina me dejó follar con ella —replicó Adam. Sus palabras resultaron dolorosas y di un paso atrás por el repentino insulto.

¿Habían hecho algo más que besarse? Era una posibilidad que había sospechado, pero era diferente escuchar a Adam admitirlo.

Aunque sólo habíamos salido durante menos de tres meses, mis sentimientos por él eran fuertes. Adam y yo éramos amigos desde que estábamos en segundo año. Nos habíamos conocido en la clase de Matemáticas, donde él se sentaba detrás de mí.

Siempre jugaba con mi pelo para llamar mi atención, y funcionaba. Desde entonces estaba enamorada de él, y me sentí desgarrada cuando ya no hablábamos tanto en el primer año.

Me emocionó enormemente ser la que se sentaba detrás de él en la clase de Matemáticas durante la escuela de verano. Empezamos a hablar de nuevo y pronto me pidió que fuera su novia.

Volví a la realidad cuando vi a Adam caer al suelo, gritando de dolor. Jason se puso encima de él y lo agarró por el cuello.

—Si vuelves a hablarle de esa manera, me aseguraré de romperte la mandíbula —gruñó Jason y lo empujó hacia atrás, haciendo que la cabeza de Adam golpeara contra el suelo.

Jason se puso de pie, echando humo. Me quedé boquiabierta mirando la escena que tenía delante, completamente desconcertada.

Todo el mundo en el gimnasio tenía sus ojos vueltos hacia Jason y Adam, curiosos por lo que acababa de pasar. Las palabras de Adam todavía escocían.

No quería creer que Adam fuera tan malo como todo el mundo decía, pero los últimos acontecimientos habían arrojado luz sobre mi punto de vista.

Todas aquellas miradas me ponían nerviosa. Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que el sustituto no se había dado cuenta de lo sucedido, y aquello alivió mis nervios. No quería meterme en problemas, y menos después de lo de la víspera.

Antes de que nadie pudiera decir nada, Jason salió furioso del gimnasio.

—¿Qué acaba de pasar? —Jess estaba boquiabierta.

—Sinceramente, no lo sé —respondí, viendo cómo la espalda de Jason desaparecía al cerrarse las puertas dobles—. .

Me picó la curiosidad y corrí tras él. Las puertas del gimnasio chirriaron con fuerza y salí al pasillo, casi cayendo de bruces.

—Jason —le llamé. Estaba a unos metros de distancia y se giró para mirarme. Los ojos azules de Jason ardían y me inmovilizaron.

—¿Qué? —Jason soltó un chasquido. Su reacción me pilló desprevenida.

—Oh —me quedé torpemente embelesada con sus ojos brillantes—. ¿Estás bien?

Jason parecía perdido en sus pensamientos. Luego echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, dejándome perpleja.

—¿No debería ser yo quien te preguntase? —planteó. Mis labios se separaron. Me gustó mucho el sonido de su risa. Mi coño se apretó cuando se pasó una mano por su espeso pelo rubio.

—Sí, bueno, te has ido —murmuré, evitando el contacto visual. Mi curiosidad combustionaba en mi interior como un incendio—. ¿Por qué me has defendido?

La pregunta se me había escapado. Jason se quedó callado un momento, mirando el suelo de mármol.

—Ese fulano no me gusta —comentó. Su voz era baja, casi un susurro.

—Bien —coincidí. Miré su mano y noté las cicatrices frescas. Sin pensarlo agarré su mano y las observé.

Noté su calidez. Sus dedos eran muy largos. Me pregunté cómo sería tenerlos dentro de mí; el otro día ya había recibido un avance.

—Eh...

—Mierda —reaccioné. Inmediatamente me quedé frío y solté su mano—. Lo siento, parece que me duele.

Jason inclinó la cabeza como un cachorro curioso y me miró durante un momento. Después retrocedió un paso.

—No me gusta el efecto que produces en mí —gruñó antes de alejarse.

Me quedé con la boca abierta, asimilando lo que acababa de suceder y cómo todo se había agriado tan repentinamente.

¿Qué leches había sido aquello? Aquel gilipollas no sólo era molesto, sino que tenía peor humor que una embarazada.

Me quedé boquiabierta mientras veía su figura alejarse por el pasillo desierto.

Con la mente confusa, me tomé un momento para recomponerme. Volviendo al principal problema: ¿cómo iba a ser capaz de enfrentarme a Adam después de todo aquello? La tensión iba a ser monumental.

Cuando volví a entrar en el gimnasio, nuestro profesor hizo sonar su silbato, dando por terminada la clase. Afortunadamente no vi a Adam por allí.

Corrí al vestuario de las chicas y me cambié rápidamente.

—¿Es cierto? —Layla corrió hacia mí mientras caminaba por el pasillo hacia mi siguiente clase. Sus ojos azules brillaban con vida.

Jess iba con ella y tenía la sensación de que ya había puesto al día a Layla. Conociendo a Jess, probablemente lo había hecho sonar mucho más dramático de lo que realmente era.

—¿A qué te refieres? —pregunté, levantando una ceja, tratando de hacerme la sueca.

Toda la situación se había desencadenado tan rápidamente que no había tenido tiempo ni siquiera de repasar todo en mi cabeza. Estaba demasiado distraída intentando llegar a tiempo a mi clase.

—Que has seguido adelante con Jason Kade, y que él te ha defendido y golpeado a Adam, y luego te ha confesado su amor eterno por ti.

Casi me ahogo con mi propia saliva.

—¿Qué? ¡No! Puede que casi se haya peleado con Adam otra vez, pero no hay nada entre nosotros. ¿Entiendes, Layla? Nada.

La agarré por los hombros y le di una pequeña sacudida, pero estaba cien por cien segura de que se encontraba demasiado atrapada en su propia ensoñación.

Se me escapó un gemido irritado mientras Layla seguía riendo. Los ojos de Jess se movieron hacia atrás y luego se ensancharon. En cuanto oí aquella molesta voz aguda, supe por qué.

—No puedo creer que Jason me haya dejado por ti —siseó Sarah desde detrás de mí. Miré al techo, maldiciendo al destino por haberla traído hasta mí, antes de darme la vuelta para mirar a la pedazo de zorra.

—Uno, no sabía que habíais roto, y dos, no quiero tener absolutamente nada que ver con ese gilipollas —solté. Mi mandíbula se apretó con fuerza mientras intentaba ser paciente.

Sarah vino hacia mí como si aquel gesto fuera a cambiar algo entre ellos. No tuve nada que ver con ello y, sinceramente, no podría importarme menos.

—¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo? —preguntó. Los ojos marrones oscuros de Sarah estaban pegados a mí.

—¿Cuándo has visto que Jason y yo nos llevemos bien? —inquirí a mi vez, cruzando los brazos. Sarah se echó el pelo corto y rizado hacia atrás y se paró a pensar un momento, si es que aquello era posible.

—Nunca, pero...

—Exactamente. Ese atontado puede ir a molestar a otra chica —le espeté a la muchacha de ojos desorbitados y me alejé a pasos agigantados hacia la clase de Inglés.

Gruñí para mis adentros cuando recordé que compartía aquella clase con Jason. Justo cuando pensaba que podría alejarme de él.

El profesor no me dijo nada cuando llegué tarde, y lo agradecí. Jason estaba sentado en su sitio, con su característica sonrisa pegada a la cara.

En cuanto me senté a su lado, lo tomó como una señal para molestarme.

—¿Por qué has llegado tarde? —Jason parecía divertido por mi mal humor.

Pero ¿no estaba enfadado apenas veinte minutos antes?

Lo ignoré hasta que sentí que algo pinchaba el costado de mi estómago.

—¡Para! —siseé en voz baja. Jason se rió y continuó pinchándome—. Te juro que...

Me volvió a pinchar, y le pellizqué el brazo con fuerza haciéndole lanzar un fuerte grito.

Lo solté en cuanto el profesor se dio la vuelta. Levantó una ceja al vernos y yo mantuve la cara seria.

Una vez que nuestro profesor volvió a estar frente a la pizarra, uno de los amigos de Jason se inclinó sobre su pupitre y metió la cabeza entre nosotros.

—Las chicas luchadoras son muy atractivas —comentó. El chico de pelo negro guiñó un ojo cuando mi piel se puso roja. Me miraron a la cara y siguieron riéndose.

—Estoy así de cerca de... —les advertí.

—Qué suerte tengo —Jason sonrió a su amigo, ignorando por completo mi amenaza. Gemí con fuerza en señal de frustración y miré hacia delante—. Hazlo de nuevo, me excita bastante.

Jason me guiñó un ojo y se acercó a mí. Su olor me rodeó, y mi corazón empezó a acelerarse mientras inhalaba ligeramente.

Solté una larga retahíla de improperios mientras él se reía a carcajadas.

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