Breeanna Belcher
AsaLynn
Bajo la mirada y empiezo a caminar hacia el piso superior hasta llegar a lo que supongo que es su dormitorio. Nuestro dormitorio. Espera, ¿esto significa que vamos a... hacerlo?
Mi corazón comienza a acelerarse fuertemente. Seguro que puede oír los latidos a través de mi pecho.
Paso por el umbral de la habitación y mis ojos lo recorren todo. Esta habitación es del tamaño de una casa pequeña. Es gigantesca.
Es su dormitorio, cubierto de adornos grises y rojos.
Hay un lecho enorme, hecho a medida, casi del tamaño de dos camas de matrimonio, con hermosas sábanas grises de seda y almohadas rojas que parecen muy suaves y acogedoras.
Junto a la chimenea hay un escritorio lleno de papeles. Entonces mis ojos se posan en él, e instantáneamente bajo la cabeza y vuelvo a mirar al suelo.
Su mano se levanta y me agarra con fuerza la barbilla, atrayendo mi mirada hacia sus ojos.
—Te lo dije. Ya no te inclinas ante nadie. Mantén la cabeza alta, ¡especialmente cuando estás conmigo!
Su tono es muy oscuro, y sus ojos alternan entre el negro y el dorado. Le he hecho enojar.
—Ve a ducharte. Puedo oler a todos los hombres de la ceremonia en ti.
—Sí, rey... sí, Leviatán —corrijo. Me doy cuenta de mi error al casi llamarle rey.
Me dirijo a la enorme ducha de estilo selva tropical. Mi vestido sigue en el jardín, así que abro el grifo y entro.
Mi cuerpo está tan frío sin su contacto que ni siquiera el agua caliente me calienta. Cojo su gel de baño y me lo llevo a la nariz. El olor es embriagador.
Siento que mi excitación aumenta al pensar en él en la ducha aseándose. Me enjabono las manos y empiezo a frotarlas lentamente por todo mi cuerpo, imaginando que son sus manos.
¿Qué demonios estoy haciendo? Nunca me he tocado, nunca he tenido relaciones íntimas. ¿Por qué estoy actuando como una maníaca sexual?
Estoy en la ducha de un hombre, usando su jabón corporal, excitándome. ¿Qué me ha pasado? Esta no soy yo. Pero el olor...
Mis manos comienzan a frotar el gel en mis pechos. Despacio sobre mis pezones. Sintiendo cómo empiezan a endurecerse bajo las yemas de mis dedos. Contengo un gemido.
¿Por qué nunca me he tocado antes de hoy? ¿Por qué no me detengo? Continúo, y mis ojos se cierran involuntariamente.
Mi cabeza se echa hacia atrás mientras siento el agua caliente resbalar por mi piel. El jabón que acaricia mi epidermis se desliza por mi cuerpo.
Mis manos descienden por mi torso. Las imágenes de Leviatán bailan en mi cabeza. Su cuerpo. Su maldito cuerpo. Demasiado perfecto para las palabras. Tan masculino, tan bien definido.
Que la Diosa me ayude. Mi mano pasa por delante de mi ombligo y empieza a bajar entre mis piernas. Mis ojos cerrados se ponen en blanco.
Un fuerte gruñido justo detrás de mí hace que mis ojos se abran de golpe. Siento su aliento en la nuca.
Oh, mi Diosa. Es tan grande. Su cuerpo irradia calor y me doy cuenta de que mi mano sigue justo encima de mis sensibles pliegues. ¿Por qué no puedo moverla?
—¿Qué estabas haciendo, AsaLynn? —inquiere. Su voz suena muy peligrosa, lujuriosa, y sus ojos arden.
Giro la cabeza para mirarle e intento explicarme, pero en el momento en que nuestras miradas se cruzan me agarra del cuerpo, me da la vuelta y me inmoviliza contra la pared de la ducha.
Siento la bofetada de la baldosa oscura picando mi espalda, pero no me atrevo a decir una palabra. Si una mirada pudiera matar, me achicharraría.
—¿Qué fue lo primero que te dije, AsaLynn?
—Yo... yo... pues… —suelto. Se me atragantan las palabras.
—Escúpelo. ¿Qué fue lo primero que te dije?
—Que soy tuya —susurro, tan bajo que ningún oído humano podría registrar las palabras.
—Exactamente, mi diosa. Tú. Eres. Mía. Eso significa que tu cuerpo es mío y sólo mío. No toques lo que es mío —exige, colocando la mano sobre mi zona íntima—. —¿Me entiendes? A menos que yo diga que puedes tocarlo, no lo tocas.
No puedo detener el gemido que suelto antes de que se me escape de los labios, y su lobo parece aprobarlo por el sonido que sale de lo más profundo de su pecho.
Suena un estruendo desde el interior mientras aprieta su agarre sobre mis húmedos pliegues. Mi excitación se ha disparado.
Ningún hombre me ha tocado ahí, y siento que estoy hundiéndome en la inconsciencia.
Inhala mi olor como si fuera la última bocanada de aire que queda en el mundo.
Sus ojos se cierran con fuerza y puedo sentir su descomunal miembro cada vez más duro contra mi pierna.
La verga que empuja contra mi muslo hace que otro gemido jadeante salga de mis labios sin control.
—AsaLynn. ¿Lo entiendes? —pregunta. Su voz es baja y áspera, pero completamente tranquila y controlada.
—Sí —jadeo—. Lo entiendo. Sólo tuya.
Y con eso me suelta y sale de la ducha, dejándome frustrada y con frío a pesar del agua caliente que fluye sobre mí.
Después de la ducha, me pongo una toalla e intento domar mis rizos naturales. No es que tenga mucho sentido hacerlo.
Entonces me asomo al baño y me doy cuenta de que no tengo nada que ponerme.
Quiero decir que el rey ya me ha visto desnuda, así que no sé por qué debo intentar ocultarle mi cuerpo.
Lo veo sentado a su escritorio, junto a la chimenea, sin camisa, sólo con pantalón de pijama negro a cuadros.
Está mirando un papel con un bolígrafo en la mano, pero su cara hace que parezca que está sumido en sus cavilaciones y no presta atención a lo que tiene delante.
¿En qué está pensando este hombre?
Leviatán
Que la Diosa me ayude, esa mujer... Me va a volver loco.
He tratado con todo mi ser de no tomarla sin más ni más. En el bosque. En el pasillo. En el momento en que entró en mi habitación.
Luego se atreve a tocarse en mi ducha. Que me condenen si vuelve a tocarse.
En el momento en que su excitación llegó a mi nariz, Damien tomó el control y no pude evitar que entrara en el baño.
La visión de ella desnuda, sus manos tan cerca de complacer lo que es mío...
Damien gruñe al pensarlo.
Me costó mucho no poseerla allí mismo, pero puedo oler su inocencia. Nunca ha sido manchada por otro hombre.
Todos estos años esperándome. Se mostraba muy sensible cuando tocaba sus pliegues hinchados.
Los sonidos que salían de ella me tenían a punto de estallar. Cualquier otra loba se habría divertido y habría tomado muchos amantes para pasar el tiempo.
Pero no ella. No AsaLynn. Cuando la reclame, me lo llevaré todo, y ella no está preparada para lo que eso significa.
Ahora estoy sentado en mi escritorio mientras ella termina de ducharse, preguntándome qué coño me ha pasado. Yo no soy este hombre.
Tomo lo que quiero y cuando lo quiero. He matado a miles, si no a millones, sin pensarlo dos veces. He destruido manadas y ciudades con mis propias manos.
Miles de años y nunca he tomado una pareja elegida porque pensaba que te hacen débil.
Nunca quise una pareja, y ahora tengo a la diosa de todas las diosas dominando mi mente. Me siento poderoso e invencible cuando la toco.
Incluso ahora, mi cuerpo arde en deseos de correr hacia ella y no perderla de vista. Maldita sea la Diosa de la Luna.
Oigo cómo se cierra la ducha y cómo ella se pasea por el cuarto de baño durante unos minutos mientras yo sigo aquí sentado, sumido en mis pensamientos.
Puedo olerla acercándose a la puerta. Siento sus ojos mirándome. Entonces ella habla.
—Vaya, toda mi ropa está en mi habitación... Me refiero a la habitación en la que estaba antes.
La forma en que tropieza con sus palabras cuando me habla es adorable. Intenta juntar las palabras torpemente.
Cuando se pone nerviosa, se mueve el pelo o las manos. Me dan ganas de agarrarla e inclinarla sobre mi escritorio.
Ya la he visto desnuda. He palpado su cuerpo, y sin embargo, aquí está, con las mejillas sonrojadas, asomándose cohibida, ocultando su glorioso cuerpo.
Si por mí fuera, no volvería a llevar una prenda de vestir en su vida. Nada que cubra sus voluptuosas curvas.
Esos gruesos muslos que desearía poder usar como orejeras.
Esa estrecha cintura que podría rodear con la mano. Y esos pechos, oh, Diosa, esos gloriosos y alegres pechos. Podría lamerlos noche y día.
Damien comienza a rugir dentro de mí.
—¡Tómala! Tómala ahora! ¡Reclama nuestra pareja AHORA!
~—Todavía no, Damien. Ahora no es el momento. Debemos esperar hasta que sea el adecuado.
No le gusta mucho esa respuesta y empieza a dar vueltas y luego se rinde, derrotado.
Maldita sea esta mujer. Finalmente, me decido a contestarle.
—Toma —digo. Me dirijo a mi armario y saco una camisa blanca que seguramente se la tragará.
Al menos, si está cubierta, lo estará con algo mío.
—Gracias —susurra y se muerde el labio inferior.
Esos labios deseo llevarlos a mi boca y succionarlos hasta que estén hinchados y rojos.
Vuelve a entrar en el baño para ponerse la camisa que le he dado, y yo trato de ajustarme los pantalones, que ahora constriñen mi erección, de nuevo creciente.
Una vez que sale, me agrada. Puede que tenga sus curvas ocultas, pero sus pezones destacan erectos. Empujando la fina tela que los cubre.
La vaporosa camisa blanca muestra su silueta a la perfección.
—Puedes dormir en la cama —le digo.
—¿Y tú? —pregunta. Vuelve a morderse ese maldito labio y su voz sigue siendo baja—. ¿También dormirás en ella?
Parece que tiene miedo de saberlo.
—No, me iré al sofá. Puedes quedarte con la cama. Necesitas descansar. Estoy seguro de que el vuelo y la ceremonia te han pasado factura. Ahora duerme.
Mis palabras salen más ásperas de lo que pretendía.
Su cara se desinfla. Quiere que esté con ella, pero no puedo. Si me acuesto en esa cama con ella, no podré evitar hacerla mía de todas las maneras posibles.
Todavía no. Esta noche no.
La observo mientras sube a cuatro patas a mi enorme cama hasta llegar al centro. Se tapa con las mantas y me da la espalda.
Dios, qué imagen más apetecible. En pocos minutos siento que está dormida y salgo de la habitación para descargar parte de la frustración acumulada con Damien en el bosque.