
Al día siguiente, me despierto antes que el resto de mi cabaña. Supongo que no son personas madrugadoras. Yo tampoco, pero estoy emocionada por empezar a entrenar.
Cuando ya me he duchado y vestido, los demás en la cabaña empiezan a despertarse. Le doy un codazo a Clara para que se despierte y se frota los ojos. —¿Qué hora... es? —pregunta entre bostezos.
—Hora de levantar el culo o llegarás tarde al primer día de entrenamiento —le informo, mientras le tiro una toalla para las duchas.
—Joder, gracias, tía. Probablemente habría dormido todo el día si no me hubieras despertado —ella se levanta y se apresura a las duchas unidas.
—No hay problema. Solo date prisa, ¿quieres?
Bajamos a desayunar y encontramos una mesa vacía para sentarnos. Estoy masticando un poco de tocino cuando entra Micheal y se sienta a mi lado. —Hola, Olivia, ¿qué tal tu noche?
—Como era de esperar, supongo. ¿Y la tuya?
—No dormí mucho. Pero he conocido a mucha gente nueva. Mi grupo es bastante guay. ¿Has conocido a alguien? —Micheal me roba un poco de comida y le doy un manotazo.
—Sí, lo hice. Esta es Clara —señalo a Clara sentada a mi lado.
—Oh, eres guapa. ¿Estás soltera? —Micheal la fulmina con la mirada. Clara se sonroja y asiente— Lástima que no se nos permita tener citas mientras estemos aquí.
—¿Desde cuándo eso te detiene? Nunca he oído una regla que no te hayas propuesto romper —digo con tono inexpresivo—. ¿Te lo ha dicho tu jefe de grupo?.
Micheal se ríe. —No, lo escuché de un chico de tu cabaña en realidad.
Me distraigo cuando Leo y el alfa entran juntos. Están enzarzados en una conversación que enfada cada vez más a Leo. Leo se marcha enfadado y el alfa se dirige a su asiento dando pisotones.
—¿Quién se meó en sus cereales? —pregunta Micheal. Me encojo de hombros y sigo comiendo; de todos modos, no es asunto mío.
—¿Leo? Es el hermano pequeño del alfa. Se pelean todo el tiempo porque Leo es imprudente y el alfa es todo menos eso. O al menos eso he oído —Clara ofrece una información interesante.
—Te alcanzaré más tarde, Micheal. Buena suerte hoy —llevo conmigo a una sorprendida Clara y salgo.
Hace bastante calor fuera, así que cuando llego al campo, me quito la sudadera con capucha para dejar al descubierto el sujetador deportivo que llevo debajo, con el collar metido dentro.
Lo he combinado con unos pantalones cortos para hacer ejercicio y unas zapatillas deportivas y me he recogido el pelo en una coleta, dejando que mi larga melena rubia oscura caiga por mi espalda.
El resto de mis compañeros de la cabaña no tarda en unirse a nosotros, y entonces aparece Leo. Sigue enfadado, pero lo disimula bastante bien.
—Necesito evaluar vuestras actuales habilidades, así que voy a emparejaros. Empezaremos con parejas del mismo sexo y luego pasaremos al sexo opuesto. Haced lo que normalmente hacéis para que pueda encontrar vuestros puntos fuertes y débiles —ordena Leo.
Me emparejan con Clara, para mi alivio. Tengo confianza en mí misma como luchadora, pero el nuevo entorno ha sacado lo mejor de mí.
Somos la séptima pareja para la evaluación. Al principio me tomo las cosas con calma con ella, no quiero avergonzarla, pero no tardo en descubrir que podría haberla eliminado en unos pocos movimientos.
Lo alargo, casi como si estuviera jugando con ella, pero no es mi intención en absoluto.
Al darme cuenta de mi error, le despego los pies del suelo y la inmovilizo sin esfuerzo. Se retira y la suelto. Coge la mano que le ofrezco y vuelvo a levantarla. —¿Estamos bien? —le pregunto.
—Sí, claro. Solo un golpe en el ego, pero estaré bien —Clara me sonríe y se cepilla las piernas.
—¿Qué coño ha sido eso? —nos pregunta Leo. Me mira fijamente a los ojos y me doy cuenta de que la pregunta no iba dirigida a ella, sino a mí.
—¿Qué quieres decir?
—Podrías haberla sacado inmediatamente, pero dudaste. ¿Por qué? —ladra Leo. Tío, puede ser un verdadero imbécil cuando está cabreado.
—Estaba tanteando el terreno, aprendiendo los hábitos de mi oponente —miento. Mentir se está convirtiendo en un hábito para mí, y hasta hace poco nunca lo hacía.
—Eso es mentira, y lo sabes.
—Vale, es una gilipollez, pero no quería avergonzarla —frunzo el ceño y él cruza los brazos sobre el pecho, haciendo que los músculos se flexionen.
—Estás aquí para convertirte en licántropa, no para hacer amigos —exclama Leo enfadado.
—Estoy aquí para ser una mejor luchadora, para perfeccionar mis habilidades y servir a mi manada. A veces tener un poco de compasión y gracia es mejor que ser fuerte y despiadada —le ladro.
Leo da un paso hacia mí y oigo un grito ahogado de Clara. Me mantengo firme, terca como una mula, y los ojos de Leo cambian a negro, con motas doradas arremolinándose en su interior. Su lobo tiene ahora el control. —Prepárate. Ahora lucharás contra mí.
Me sitúo en el ring y espero a que Leo avance. No lo hace. En lugar de eso, me rodea y me estudia.
No necesito estudiarlo; ya sé que le gusta aprovechar su altura y que se abalanzará desde arriba.
Veo cómo mueve la pierna izquierda, preparándose para saltar, y sonrío.
Salta y, al acercarse, me arrodillo y dejo que pase por encima de mí. Giro rápidamente sobre mi rodilla y me pongo frente a él. Está boca abajo y a punto de darse la vuelta cuando le doy un puñetazo en las costillas.
Pierde el aliento y sé que le he hecho daño. Retrocedo unos pasos y dejo que se serene antes de volver a atacar. Ya le he enseñado lo que pasa cuando ataca. Es hora de enseñarle lo que pasa cuando lo hago yo.
—¿Estás bien, Leo? —intento distraerlo burlándome de él. El imbécil se lo merece. El hombre compasivo que vi anoche ha desaparecido, y me hace preguntarme si todo fue una actuación.
—Estoy bien —dice. Sus ojos oscuros siguen negros como la noche por la ira. La ira lleva a cometer errores, y ese fue el primero.
Me enderezo y me relajo, observando sus reacciones. Baja la guardia un momento, pero vuelve a subirla antes de que pueda hacer nada.
—Me encantan esos brazos rasgados tuyos, y las flores de luna... —me relamo los labios y lo miro a los ojos mientras lo digo. Doy un paso adelante, luego otro, y otro.
Leo está demasiado concentrado en mis labios para darse cuenta de que estoy a su alcance. Sus ojos siguen siendo negros, pero están llenos de dorada lujuria: lo tengo hechizado. Es demasiado fácil.
Sacude la cabeza e intenta volver a concentrarse, pero antes de que pueda, cojo la ventana abierta y arremeto contra él. Le piso la rodilla doblada, subo por el torso y le rodeo el cuello con las piernas.
Aprovecho el impulso para balancear mi cuerpo y hacerlo caer de espaldas, con mis piernas aún rodeándolo. Aprieto por un momento hasta que siento su mano en mi cintura, dando un golpecito.
Lo suelto y me levanto, ofreciéndole la mano como si fuera Clara. El resto de la cabaña se hace a un lado, riéndose abiertamente de Leo. Una loba diminuta ha derrotado al gran licántropo alfa malo.
Leo me agarra del brazo, pero en lugar de dejar que tire de él hacia arriba, me tira al suelo a su lado y se revuelca encima de mí.
—Inteligente. Traviesa pero lista —afirma Leo, mientras presiona su durísima erección contra mi estómago.
Doy un grito ahogado y miro a los demás que están al lado, pero ninguno muestra indicios de saber lo que Leo está haciendo.
—¿Vas a ocuparte del problema que has creado? —empuja aún más sus caderas dentro de mí.
—No es probable —siento la humedad entre mis piernas y espero que él no la sienta. No puedo dejar que sepa cómo me afecta, nunca. Mi patético cuerpo ya está deseando a otra persona, traicionando mi corazón y mi mente. No puedo ceder.
—Puedo olerte. Tu necesidad, tu deseo —me susurra al oído, lo bastante bajo como para que el resto del grupo no pueda oírlo. Lo empujo y me acerco a los demás.
—Siguiente grupo, preparaos —vocifera Leo, y su voz resuena en el campo. Sus ojos ya no son negros y sonríe. Disfruta con mis provocaciones; es evidente que le gusta la persecución.
Tengo que mantenerme lejos de él, lo que será difícil ya que pasaré todos los días con él durante los próximos dos años. Me pregunto si el alfa Jason me dejará cambiar de grupo, pero ya sé que no lo hará.
Pasan las semanas y hago todo lo posible por mantener las distancias, pero siempre consigue atraparme. Nunca me toca de forma inapropiada, pero sus ojos lo delatan todo.
Me desea y está dispuesto a esperar. Supongo que debería estar agradecida por eso ya que los licántropos no son conocidos por ser pacientes.
Llega el viernes por la mañana de la cuarta semana en la Academia y Leo vuelve a desafiar a los mejores candidatos, yo incluida. Gana todos los combates y nos da consejos para mejorar.
Varias horas más tarde, el entrenamiento del día ha terminado. Leo anuncia que la manada va a celebrar una fiesta junto a la piscina y anima a todos a unirse.
—Espero que vengáis todos —afirma, mientras me mira a los ojos y se relame los labios.