Mason - Portada del libro

Mason

Zainab Sambo

Capítulo 10

—Señorita Hart... Llega tarde —comentó. Y sin más, el imbécil se dio la vuelta y volvió a entrar, dejándome de pie junto a la puerta, con el corazón amenazando con explotar.

Le seguí al interior del salón, lujosamente amueblado y con una magnífica vista desde las cristaleras del balcón.

Hacía frío dentro, pero cada parte de mí se sentía caliente y sudorosa.

—Tome asiento.

Me senté de mala gana, encaramándome en el borde del sillón mientras el señor Campbell se estiraba con insolente facilidad en otra silla.

Al cruzar las piernas, su mirada me intimidó y sus dedos tamborileando lentamente sobre su muslo hicieron que mi estómago se tensara.

—Supongo que tendrá bastante curiosidad por saber por qué la he llamado aquí.

—Sí, señor.

—No me gusta andarme con rodeos, así que déjeme decirlo directamente—empezó. Descruzó las piernas y me miró fijamente, sin dejarme romper el contacto visual—. Cásese conmigo.

Lo soltó casualmente.

Cásese conmigo.

Mi mente se aceleró. Pensé que le había oído mal.

Acababa de pedirme que me casara con él.

No podía apartar mi mirada su persona. Su postura era de total tranquilidad.

Pero fueron sus ojos los que me encadenaron, porque no imaginaba el frío brillo del cálculo en aquellos globos plateados.

Intenté localizar dónde estaban las cámaras ocultas porque estaba segura de que me estaban gastando una broma en un programa televisivo.

Cásese conmigo. Pero el señor Campbell no perdería su tiempo en aquellas cosas.

Cásese conmigo. Y seguro que nunca diría algo que no quisiera decir.

Cásese conmigo.

Cásese conmigo.

Aquellas palabras resonaron con fuerza en mis oídos. Lentamente, comencé a recostarme en mi silla, sintiéndome aturdida.

Él miraba fijamente. Sin pestañear. Completamente relajado.

Algo que no podía comprender del todo.

Hablé, en un tono muy bajo.

—¿Casarme con usted? ¿Le he oído bien?

—Sí, quiero que se case conmigo —confirmó. Solté una carcajada.

— Señor Campbell, no lo había tomado por alguien que participaría en una broma tonta. Quiero decir, esto no va en serio ¿verdad? ¿Dónde están las cámaras?

Intenté buscar en el sofá en el que estaba sentada, tirando de los cojines y dejándolos caer al suelo.

—¿De verdad, señor? ¿Quiere gastarme una broma a las tres de la mañana? ¿Dónde ha escondido las cámaras?

Me levanté y revisé el florero, por alguna razón terminé mirando también debajo del sofá. Estaba a punto de comenzar una búsqueda más exhaustiva cuando me ladró.

—Siéntese.

El tono que utilizó me hizo volver rápidamente a mi asiento antes de que pudiera darme cuenta, y mi corazón golpeó rápidamente contra mi pecho.

—Esto no es una broma, señorita Hart. Me ofende profundamente que piense que llegaría a ese extremo para divertirme —dijo molesto—. Y que sea la última vez que debo decirlo: usted es la última persona a la que gastaría una broma. Bueno, le he pedido algo ¿Acepta casarse conmigo?

—¿Por qué lo dice tan casualmente, como si me preguntara cómo me ha ido el día? —señalé con una risa. Él alzó una ceja—. ¿Por qué querría casarse conmigo? Esto no tiene sentido.

palabras salieron más agudas de lo que pretendía.

—Tiene sentido. Sólo que no tiene por qué tenerlo para ti —dijo. Había una luz feroz en sus ojos, una luz que de alguna manera era aterradora—. Considerándolo, eres la única opción buena.

—¿Opción? ¿Opción para qué?

—Para ser la señora Campbell.

—Hace que suene como si fuera un negocio y no un matrimonio.

Él descruzó las piernas, una vez más.

—Es un trato de negocios, señorita Hart. Uno que la beneficiará, créame. Sólo tiene que permanecer casada conmigo durante un año. Transcurrido ese tiempo, será libre de irse y hacer lo que quiera.

Junté las manos frente a mí, tratando de encontrar sentido a lo que estaba diciendo.

—¿Por qué quiere casarse durante un año? —inquirí. En verdad, no me lo estaba planteando, pero sentía curiosidad por esa condición.

—La razón la sabrá una vez haya aceptado mi oferta —afirmó secamente.

Para ser alguien que sonaba desesperado, me pareció que no tenía ninguna opción.

Como si ya hubiera decidido que me casaría con él y sólo tuviera la amabilidad de hacérmelo saber. Allí estaba de vuelta el mayor imbécil del siglo.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no elegir a alguien que le guste? Como siempre me dice, señor Campbell, hay montones de personas ahí fuera y estoy seguro de que a todo el sector femenino le encantaría ser su esposa. Creo que, si anunciara al mundo que está buscando pareja, harían falta todos los policías del país para contener a las candidatas que se presentarían en su puerta.

Pero me lo había pedido a mí....

La molestia me obligó a ponerme en pie y medí la distancia hasta la puerta.

—No tengo ni idea de cuál es su nuevo juego, pero no me enredará en él —le informé. Me apresuré a avanzar, tratando de escapar.

Me sentía como en una película de terror.

Él me atrapó a mitad de camino.

Sus dedos se enroscaron alrededor de mi brazo y me hicieron girar para que quedara frente a él.

Le miré con un grito ahogado cuando mi espalda se conectó con la puerta.

Sus ojos se volvieron escalofriantes.

—No soy un hombre que hable a la ligera de estos asuntos, señorita Hart. Las mujeres no están en mis planes, y mucho menos el matrimonio. Sin embargo, me encuentro en una situación en la que tengo que hacer justo lo que no me agrada.

Apretó sus dedos contra mi piel.

—Lo entiende, ¿verdad?

No, no entendía nada.

—Esto... esto no va a pasar. No me casaré con usted, señor Campbell. Ni en esta vida ni en ninguna otra.

Aunque me lo ofrecieran todo, me negaría a casarme con Mason Campbell. ¡Todo aquel asunto era absurdo!

Ocho horas antes, él me odiaba, ¿y de repente quería casarse conmigo? ¿No sonaba aquello sospechoso?

Me arrastró con él hacia la habitación. Estaba cerca, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en mis mejillas.

—Consigo aquello lo que quiero —respiró, con la suave riqueza de su voz que me hizo sentir como la primera vez que lo vi—. Si tengo que obligarte a llevar un anillo, que así sea. Pero, al final, serás mi esposa.

Me estremecí, clavando mis ojos en los suyos. El zumbido del silencio se extendió tan tenso que su tensión crepitó en el salón.

—¿Es eso un desafío? —pregunté. La llaneza de mi tono revelaba mucho más que las pocas palabras pronunciadas.

—¿Un desafío? —repitió con un tono pesado. Luego enarcó una ceja escéptica—. ¿De verdad? Como quieras.

Aparté la mirada de su saludo despectivo, caminando los pocos pasos que me separaban de la puerta, mi mente dando vueltas.

¿Casarme con Mason Campbell?

¿Era una nueva broma de mal gusto?

—¿Tu jefe te ha pedido que te cases con él? ¿Mason Campbell?

El asombro de Beth flotaba en el aire. Se rascó la cabeza, consiguiendo de algún modo parecer desconcertada, divertida y amonestadora en un solo gesto.

Con mi propio rostro molesto y lleno de confusión, intenté reunir un poco de cordura.

Cerré los ojos y me lo imaginé allí, con sus ojos cautivadores y alertas, calculando cada uno de mis movimientos.

Aquellos ojos plateados que eran tan misteriosos, mortales, como una bomba lista para explotar a tu lado.

Cerré los ojos y pude sentir que seguía de pie frente a mí, con su pulso rugiendo en mis oídos.

Lo imaginé allí, acercándome a él, inhalando su aliento perfumado.

Sentí la presencia de Mason Campbell alrededor y a través de mí.

Despertó mis sentidos y supuso un reto para mi cordura, pero también para el latido de mi corazón.

Cada vez que respiraba.

Inhalando profundamente, abrí los ojos y dirigí mi atención hacia mi compañera de piso. Me pellizqué el puente de la nariz y volví a cerrar los ojos, buscando el consuelo familiar de la paz... aunque sólo fuera por un momento.

Pero aquello también era un reto, ya que sólo podía verle a él pidiéndome que nos casáramos.

—Pellízcame si estoy soñando, Laurie, pero Mason Campbell te ha pedido que te cases con él. No estás mintiendo, ¿verdad?

Puse los ojos en blanco.

—Has contestado que sí, ¿verdad? Espero que no hayas sonado demasiado emocionada al hacerlo —arrugó la nariz—. Eso no habría quedado bien, señora Campbell. Lauren Campbell. Suena bien, ¿verdad?

Sus palabras se hicieron añicos dentro de mi cabeza. La fulminé con la mirada.

—¿Has estado tomando drogas, Bethany? —contesté, con el pecho apretado—. Lo he rechazado. ¿Por qué no estás flipando, como yo.

—¿Por qué debería hacerlo? —se encogió de hombros—. Es una propuesta de matrimonio.

—No te descoloca eso?! ¿No te parece sospechoso? ¿Por qué un hombre como Mason Campbell me propondría matrimonio, cuando podría tener a cualquier mujer del mundo? Una actriz, una maldita modelo... pero va y me elige a mí. ¿En serio te parece normal?

Mi incredulidad era absoluta.

Las cejas de Beth se alzaron pero descendieron con la misma rapidez. Rascándose la cabeza, me miró como si quisiera decir algo pero, habiéndolo pensado mejor, prefirió morderse la lengua.

—Bueno, sí que parece un poco sospechoso.

—¿Un poco? —exclamé, entrecerrando los ojos.

Quería devolverle la razón a toda costa.

Ella respondió a mi mirada estrecha con un ceño fruncido.

—Es el maldito Mason Campbell, el soltero más codiciado de toda Inglaterra, el hombre más rico y poderoso. ¿Qué es lo que no puede gustar?

Arqueé las cejas. Se dio cuenta de repente. Lo noté.

—¡Exactamente! Por fin pensábamos igual.

—¿Qué más ha dicho?

—Algo sobre que sería durante un año.

¿Qué clase de persona tonta aceptaría casarse con alguien por un año? ¿Y qué clase de oferta era aquella? ¿Casarse sólo para un año?

¿Acaso pensaba que el matrimonio era como un negocio?

—Veamos… —Beth sacudió la cabeza, reflejando mi incredulidad y confusión—. ¿Quiere casarse contigo durante un año? ¿Pero por qué?

—No lo dirá a menos que yo esté de acuerdo. Se empeña en que me case con él.

—Pero ser su esposa... se interrumpió, con algunos pensamientos en su mente. Su asombro me irritó más de lo debido.

Recientemente había descubierto que Beth era la persona más ilógica que existía. No entendía el panorama general, las señales rojas que acompañaban a la propuesta de Mason.

Lo único que le importaba era lo rico, atractivo y famoso que era mi jefe.

La verdad es que la propuesta me había pillado desprevenida. Cuando me solía imaginar que alguien me proponía matrimonio, era algo grandioso, y que realmente me gustaría el chico... y yo también le gustaría a él.

Pero hacía mucho tiempo que no me fijaba en nadie ni consideraba la posibilidad de salir con alguien, para empezar. Mason y yo no éramos amigos. Nunca nos habíamos sonreído, y de pronto él quería casarse conmigo.

—Es absolutamente ridículo y algo que no me quitará el sueño —zanjé, deslizando una larga mirada punzante hacia ella. Una mirada que estaba cargada de todas mis frustraciones.

—Todo esto es muy chocante. Primero, empezaste a trabajar en Industrias Campbell, y ahora tienes una propuesta de matrimonio del mismísimo gran hombre, ya me dirás si eso no es tener suerte. Hace un mes no habría creído a quien me hubiera dicho que estaríamos aquí sentadas hablando de una propuesta matrimonial de Campbell.

—Touché.

—No dejes que eso te incomode —dijo. Sentí sus manos en mi mano—. Te conozco, Lauren, va a seguir pensando en ello. No dejes que se te meta en la cabeza, como ocurre siempre, y céntrate en tu vida.

No podía centrarme en nada cuando sus palabras seguían resonando en mis oídos.

—Permíteme señalar que estoy siendo valiente ahora mismo por decir todo eso y también que estoy absolutamente desilusionada —añadió Beth con una exclamación—. ¡Es el maldito Mason Campbell!

—Oh, déjalo ya, ¿quieres? —me levanté de la mesa.

Beth y yo habíamos estado desayunando, era el único día que podíamos hacerlo juntas. Habíamos estado ocupadas..

Yo con mi trabajo, y Beth con el suyo en el bufete de abogados.

Me dirigí a mi habitación y ella me alcanzó.

—¡No he terminado, señora Campbell!

—¡Dios! ¿Quieres dejar de llamarme así?

—No pienso dejar que olvides esta propuesta —dijo, agarrándome del brazo—. Le diré a tu padre que... ¡Virgen Santa! ¡Suéltame, pirada!

—No, Beth —la mantuve inmovilizada mientras le murmuraba al oído.— No le dirás nada a papá. ¿Verdad?

Intentó levantarse, pero la empujé hacia abajo

—Esto es realmente inapropiado —comentó con una sonrisa socarrona. Le lamí la mejilla, riendo—. ¡Eh! ¡Me has contagiado tus gérmenes!

Me empujó hacia atrás y caí sobre mi trasero con una carcajada, viéndola correr hacia el baño, gritando que me odiaba. Y también algo sobre mi esposo, el señor Campbell.

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