Sapir Englard
CUATRO AÑOS ANTES...
SIENNA
Cuando alguien sonríe en público, solo, sin razón aparente, sin preocuparse por nada, eso solo puede significar una cosa: esa persona está enamorada.
Eso vi cuando me encontré a Emily, mi mejor amiga, sentada junto a la parada del autobús, esperándome, moviendo los pies en el aire. Una sonrisa enorme se dibujaba en su cara.
—¡Em! —grité para saludarla.
Se volvió, saliendo de su ensoñación, y se puso en pie. Me sonrió, pero era una sonrisa diferente. Una sonrisa más tenue y familiar.
No era la sonrisa enorme que le había visto otras veces.
—Hola, Si —dijo y me dio un abrazo —. ¿Qué hay en la agenda para hoy?
—Una nueva galería que me muero de ganas de ver. ¡Vamos!
Se me ocurrió interrogarla en el camino. Pero le di un poco de tiempo. Al fin y al cabo, el amor no era una gran prioridad en mi vida entonces.
Solo tenía quince años. La Bruma no iba a empezar hasta dentro de un año. No había nada en el mundo que me pudiera preocupar.
Pero eso no significaba que no tuviera curiosidad. Pillamos un atajo en medio de la ciudad y entonces no pude contenerme más.
—¿Y bien? —dije mirando a Emily—. ¿Tienes algo que compartir, Em?
—¿Qué? —dijo demasiado rápido—. Yo... no sé a qué te refieres.
Una respuesta poco convincente. Sus mejillas rojas y sus ojos saltones delataban el secreto que escondía.
—Venga, Em —dije dándole un codazo—. Soy yo. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.
Emily suspiró, miró al suelo y le dio una patada a una piña. Pero me di cuenta de que iba a ceder. Éramos mejores amigas. No teníamos secretos. ¿Por qué iba Emily a empezar a tener secretos de repente?
—¿Juras no decírselo a nadie?
—Lo juro por mi vida.
Y lo dije en serio. Los ojos de Emily por fin se encontraron con los míos y vi un atisbo de esa radiante sonrisa que se asomaba por las comisuras de su boca. Apenas podía contenerse.
—¿Recuerdas que te dije que quería acostarme con alguien antes de empezar con la Bruma?
—Sí —dije—. Para que sea menos brusco, ¿no?
—Sí. Bueno... creo que a lo mejor… he conocido a alguien.
Me paré en seco y los ojos se me salieron de las órbitas mientras tenía a Emily agarrada por el brazo.
—¡¿Lo dices en serio?! —exclamé—. ¿QUÉ? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién? Quiero detalles.
—Te lo contaré todo, Si —Emily se rió—. Poco a poco.
Supe, por la mirada de Emily al encontrarme con ella, que había alguien. Pero nunca hubiera esperado que fuera… ese tipo de persona. El tipo de persona con la que perder la virginidad.
—Solo dime una cosa —dije, poniéndome seria—. ¿Estás segura de que es el chico adecuado?
—No —admitió Emily—. Pero es mayor. Tiene más experiencia y eso me gusta. Porque eso significa que al menos uno de nosotros sabrá lo que está haciendo.
Nos reímos un momento y seguimos caminando. Pero yo tenía tantas preguntas.
—Espera. ¿Cómo de mayor, Em?
—¿Diez años?
—Guau. Así que no era una broma.
—Pero no importa. Es alto y guapo y desprende confianza. Cuando hablo, es como que de veras me escucha. Con tanta... intensidad.
Y pude ver por la mirada de Emily, por la sonrisa en su cara, que tenía razón. Su edad no importaba lo más mínimo.
Mi amiga se había enamorado.
Y yo iba a estar ahí para ella.
Agarré su mano. —Estoy tan feliz por ti, Em.
—Bueno, ya veremos —dijo ella—. Quién sabe si quiere lo mismo.
—¿Pero tú te has visto, Em? —dije empujando su brazo juguetonamente—. ¿Cómo iba a resistirse?
—Cómo sois la gente dominante —dijo ella, poniendo los ojos en blanco.
Y ahí estábamos las dos riéndonos, de la mano, de camino adonde nos llevara la tarde; ni nos acordábamos de que queríamos ir a ver una galería.
Las dos éramos imparables. Juntas, íbamos a dejar huella en el mundo.
***
Me desperté sobresaltada, con la cabeza todavía aturdida por los recuerdos. Me llevé inmediatamente la mano al cuello, hinchado y magullado.
Mierda. Puede que lo de Emily hubiera sido un sueño, pero la marca no lo era. Era una puta pesadilla.
Un aluvión de mensajes iluminó mi teléfono, que empezó a vibrar como un loco.
Me desperecé en la cama. Lo último que quería era enfrentarme a un interrogatorio de mis amigas. Después de la noche anterior, después de haber sido marcada por el Alfa...
Oh, Dios. ¡¿Cómo iba a tapar la marca?!
Cuando me miré al espejo, el mero hecho de ver la marca era suficiente para hacerme gemir.
La mordedura era una enorme mancha azul amoratada en mi cuello, más grande que cualquier otra mordedura que hubiera visto antes.
No me dolía. De hecho, casi notaba una sensación hormigueante. Cada vez que la tocaba, podía volver a sentir los dientes de Aiden Norwood.
Sacudí el cuerpo y empecé a vestirme. Cogí la bufanda más grande que encontré y me la enrollé al cuello.
Al menos ver a Michelle y a las chicas me quitaría al Alfa de la cabeza.
Distraerme era justo lo que necesitaba.
***
Cuando llegué a Winston's, adonde siempre íbamos a hacer brunch, vi que ya estaba todo el grupo allí.
Michelle, que cada Bruma encontraba un nuevo compañero, estaba charlando con las chicas sobre su última conquista. El afortunado se llamaba…
¿Ralph?
¿Russell?
No, Ross. No era fácil seguirle la pista a Michelle.
No lo digo a malas. No es que Michelle fuera una fulana.
Simplemente se sentía increíblemente cómoda con su sexualidad y no dejaba que nadie le dijera lo que podía o no podía hacer.
Fue Michelle quien trató de emparejarme con tres de sus amigos y la que se encargó de cotillear al respecto.
—¡Ahí está! —exclamó Michelle cuando entré.
—Hola, chicas —dije sentándome y acomodándome la bufanda.
La noche anterior había conseguido escabullirme de la Casa de la Manada sin que nadie se diera cuenta y tenía la intención de mantener la marca del Alfa en secreto todo el tiempo que pudiera.
Antes de que pudieran empezar a interrogarme sobre el evento, me fijé en Mia. Estaba radiante. Le agarré las manos.
—Mia, estoy tan, tan, tan feliz por ti y por Harry.
—Gracias, Si. —Sonrió—. Apenas me creo que sea real. Un día tienes un mejor amigo y al otro…
—Estáis haciendo el ñaca ñaca—se burló Michelle dándole un golpecito en las costillas a Mia.
Mia empezó a mover las caderas como si estuviera practicando sexo en medio de la cafeteria. —¡Justo!
—Entonces, ¿cuándo es la ceremonia de apareamiento? ¿Habéis elegido algún lugar? —pregunté.
—Dentro de unos meses. No me preocupa mucho. La familia de Harry tiene un montón de propiedades. Son las ventajas de aparearse con el hijo de un magnate inmobiliario —sonrió.
—Debe de estar bien eso —dije riendo.
—Sí, debe de estar bien —dijo Erica, sin reírse en absoluto.
A Erica nunca se le había dado bien ocultar su amargura. Otra temporada sin pareja parecía hacerla sentir más frustrada sexualmente que de costumbre.
Todas tratamos de ignorarla, conscientes de que solo era el efecto de la Bruma. Normalmente, Erica era la chica más dulce del mundo.
No era fácil estar sola durante la Bruma, podía dar fe de ello. Pero ahora tenía otros problemas más importantes. Y parecía que Michelle estaba a punto de descubrirlos.
—Muy bien —dijo Michelle, retomando la conversación—. Ya hemos evitado el tema lo suficiente. Vamos, Sienna. Cuéntanos.
—Fue… —empecé a decir, tratando de pensar en la mejor estrategia para desviar la conversación—. Bien. No es tan diferente del Baile de Navidad o del Solsticio de Verano. Solo que había menos gente. Un poco más íntimo.
—Íntimo, ¿eh? —dijo Michelle sonriendo.
No me gustó la mirada de listilla en sus ojos. Pero no podía saberlo. Nadie lo sabía. Nadie había visto al Alfa marcarme. Estaba segura de eso.
—Sí. Mi familia pudo hablar de tú a tú con algunos mandatarios de la Casa de la Manada. Fue bueno para nuestra posición. Eso es todo.
—Eso no es lo que me ha contado Michelle… —interrumpió Erica.
—¿Qué? —Me volví hacia Michelle.
—Maldita sea, Erica —se burló Michelle—. ¿No podías mantener la boca cerrada y dejar que Sienna nos lo contara por sí misma?.
—¡¿Que cuente qué?!
No me di cuenta de que estaba gritando hasta que toda la cafetería se calló y se volvió para mirarnos. No estaba enfadada. Estaba colérica. ¿Cómo había podido ocurrir? ¿Cómo se habían podido enterar?
—Sienna —dijo Michelle en voz baja—. No es nada grave. Hemos oído que a lo mejor tú y el Alfa estuvisteis bastante juntos un momentito, nada más. Algunas personas os vieron salir del comedor más o menos a la vez y...
Estaba tan acalorada por la rabia que tuve que aflojarme la bufanda y, al hacerlo, vi que los ojos de Michelle se abrían de par en par.
—Espera —dijo ella—. ¿Qué es eso?
¡Mierda! ~¿Cómo podía ser tan estúpida?~
No debí haber salido de mi habitación en lo que quedaba de Bruma. ¿Cómo iba a pasearme en público con esa marca enorme en el cuello?
Para eso podría haber llevado un cartel que dijera: «Estoy jodida, gracias por preguntar».
Lo peor era que, mientras tuviera la marca, la mayoría de los lobos machos me iban a evitar. Eso suponía otra temporada sin encontrar a mi verdadera pareja.
Otra Bruma sin nadie a quien considerar mío. Con una mordedura, Aiden me había quitado todo eso.
Al darme cuenta de que no podría evitar el asunto durante mucho tiempo, suspiré y me desenvolví lentamente la bufanda. Cuando las chicas la vieron, todas suspiraron y se llevaron las manos a la boca.
—Eso no es… —Michelle dijo, incrédula.
—Sí —dije—. El Alfa me marcó anoche. Soy suya para toda la temporada. Qué suerte tengo, ¿no?
Eso último lo dije sarcásticamente. Pero por la expresión de Erica, me di cuenta de que no lo había recibido bien. Frunció el ceño.
—Podrías estar más agradecida —dijo Erica—. ¿Ser marcada por el Alfa? ¿De todas las personas posibles? Eso no es moco de pavo, Si.
—Lo sé, es solo que…
—¿Estás de broma? ¡Es INCREÍBLE! —exclamó Michelle.
—¡Maldita sea, Sienna, siempre intentando superarme! —Mia se burló.
Suspiré, sin saber cómo explicar nada de lo que había pasado.
El problema era que ninguna de las chicas conocía mi secreto. Nadie sabía que todavía era virgen. Entonces, ¿cómo presentar esta situación de una manera que pudieran entender?
—Él no me preguntó —dije—. Simplemente... me mordió. Como si yo fuera de su propiedad, y eso fue todo.
—Sienna —dijo Michelle, sacudiendo la cabeza—. Sé que te gusta poner tus propias reglas. Pero mataría por tener una oportunidad de follar con el Alfa. ¿Estás de broma? Haría lo que él quisiera. Además, ahora que te ha marcado, no es que tengas otra opción, ¿verdad? No hay nadie con quien puedas acostarte durante el resto de la temporada.
Y entonces puder ver que, a pesar de que Michelle estaba emparejada con Ross para el resto de la Bruma, había algo de celos en sus ojos. Sobre todo por el estatus, supuse.
Nadie, ni Michelle ni Mia ni Erica lo podían entender.
Estaba a punto de buscar una manera de cambiar de tema cuando recibí un mensaje que lo empeoró todo.
Como si fuera posible.
No podía aguantarlo.
Sin pensarlo, me puse en pie de un salto y salí corriendo de la cafetería sin despedirme de mis amigas.
Ni siquiera el aire fresco de la calle podía calmar la rabia que se acumulaba en mi interior.
Primero me había marcado sin mi permiso. Me había quitado toda esperanza de encontrar a mi verdadera pareja.
Entonces me había invocado como si fuera su mascota. El mundo se iba a pique y parecía que yo era la única que pensaba con claridad.
Por un segundo pensé que me iba a transformar en ese instante. Que me iba a rasgar la ropa en plena calle. Que me iba a convertir en mi yo más animal y violento.
Solo quería hacerle daño.
Podía imaginar mis colmillos desgarrando su garganta.
Pero justo cuando empezaba a transformarme, cuando vi que los pelos empezaban a brotar en mis manos, que mis uñas se alargaban, que mi columna se doblaba, me detuve.
No.
Iba a enfrentarme a Aiden Norwood cara a cara en la Casa de la Manada y a poner fin a todo de una vez por todas. Era el Alfa, sí, pero eso no era excusa.
El Alfa estaba a punto de descubrir exactamente con quién se había topado.