
Los alfas de Bosque del Sur
Leilani Kokoa es víctima de una explosión que la deja ciega durante una semana. La misma semana, casualmente, en la que dos apuestos alfas que son hermanos están de visita. ¿Cómo encontrar a tu alma gemela si no puedes verla? Es ella quien te encuentra a ti, naturalmente.
Clasificación por edades: +
Capítulo Uno
LEILANI
El pitido repetitivo y monótono de la maquinaria hospitalaria llega a mis oídos. Es un sonido que cualquiera reconocería, aunque no haya estado antes en un hospital.
Todo está oscuro, pero tengo la sensación de tener los ojos abiertos. Intento mover los dedos de la mano y siento un gran alivio cuando me responden.
A continuación intento mover los de los pies y, por suerte, se mueven por debajo de la manta.
A medida que recupero la concentración, también lo hace mi memoria.
—Ya sabes lo que hay que hacer, Lani. Entra, revisa a los heridos y sal —me sermoneó mi padre mientras yo daba golpecitos con el pie, impaciente.
—Sí, papá, lo sé. Volveré en diez minutos. —Puse los ojos en blanco, cogí el botiquín y me puse a correr hacia los miembros heridos de la manada.
Ante el primer cuerpo que vi, me arrodillé para buscarle el pulso, maldiciendo al no encontrarlo.
Y sabía que mis padres se lo harían pagar por quitarnos a miembros de nuestra manada.
La adrenalina empezó a correr por mi cuerpo. Sólo tenía formación en primeros auxilios. No podía tratar a esas personas; solo podía comprobar sus heridas y llevarlas de vuelta al hospital.
Me costó mucho que mis padres aceptaran que me presentara voluntaria con mis limitados conocimientos médicos, pero cuando dos de nuestros médicos resultaron heridos, yo era la única que quedaba.
Corrí hacia la primera persona, Yoseph, el tío de mi amigo. Dejé el botiquín en el suelo y cogí unas vendas.
—Vas a estar bien, Yoseph. Voy a vendarte esa herida y luego te sacaremos de aquí, ¿vale? —le dije.
Asintió lentamente con la cabeza, apretando los dientes por el dolor mientras yo empezaba a vendarle el enorme corte que tenía en el estómago.
Terminé rápidamente y até las vendas, sintiéndome satisfecha por mi trabajo.
—¡Necesito que os llevéis a Yoseph de aquí ahora! —grité, y dos guardias se acercaron con una camilla para llevarlo al hospital.
Corrí hacia otra persona herida. Dicen que cuando te pasan cosas que dan miedo, todo va a cámara lenta. Bueno, eso no fue cierto en mi caso.
Una bomba que no había detonado antes decidió que ahora era el momento.
Explotó a mi izquierda, oí un sonido insoportablemente durante un segundo antes de que ya no pudiera oír nada.
Volé por los aires, me estrellé contra un árbol y caí al suelo. Me tumbé de lado, con los oídos zumbando, intentando desesperadamente respirar tras haberme quedado sin aliento. Me dolía todo.
Alguien me agarró del brazo y me sacudió; oía el tono apagado de su voz, pero no podía distinguir las palabras.
Me di cuenta de que no sólo no podía oír lo que decía, sino que tampoco podía verlo. Había abierto los ojos, pero todo seguía negro.
—¡No puedo ver, no puedo ver nada! —grité, sintiendo que el pánico empezaba a invadirme antes de perder el conocimiento.
—¿Leilani? —Oigo la voz de mi hermano y giro la cabeza en su dirección. Tengo los ojos abiertos y sigo sin ver.
—Akamai, no veo nada —le digo. Mi voz suena extraña para mis oídos, demasiado ronca y rasposa.
Siento que su mano aprieta la mía.
—Lo sé, el médico ha dicho que te has dado un buen golpe en la cabeza, pero recuperarás la vista —dice, y yo suspiro aliviada.
—¿Cuándo? —pregunto, y deduzco que duda en decírmelo por su largo silencio.
—Me ha dicho que podría tardar hasta una semana, pero que seguro que la recuperas —me explica, y yo gimo, apoyándome de nuevo en la almohada.
Me llevo la mano a los ojos y noto que tengo una venda alrededor de la cabeza que me los cubre.
—Tranquila, Lani. Todos estamos aquí para ti, te ayudaremos.
El resto del día lo paso hablando con médicos y enfermeras y haciéndome más revisiones. Por la tarde, me dan el alta con solo dos costillas rotas, que se curarán mañana.
—¿Por qué mis estúpidos ojos no se curan tan rápido como mis huesos? —refunfuño mientras mi madre me ayuda a subir las escaleras. Hago una mueca de dolor a cada paso que doy, me duelen las costillas.
—Como las cosas que tienen que ver con el cerebro son mucho más graves, tardan más en curarse. Agradece que no hayas perdido la memoria o algo así —responde.
—Perdona, ¿quién eres? —pregunto, y ella se burla.
—No tiene gracia, Lani —me regaña, e intento reírme, pero me detengo cuando las costillas me palpitan en señal de protesta.
Me ayuda a meterme en la cama y creo que me duermo cuando sale de la habitación.
Es una experiencia extraña, despertarse pero no abrir los ojos. Puedo oler que estoy en mi habitación, en mi cama, pero no veo nada. Cojo la venda e intento quitármela.
—Deja eso, la enfermera dice que tienes que mantenerte los ojos tapados los primeros días —oigo que dice la voz de mi madre.
—Pero parezco una momia egipcia o algo así. ¿No puedo llevar gafas de sol? —pregunto, y se hace el silencio por un momento.
—Hablaré con la enfermera —contesta, y siento que algo se posa en mis piernas cuando me incorporo—. Te he preparado el desayuno. Tienes tostadas delante y un vaso de zumo de naranja.
Me pasa el vaso y me lo bebo con impaciencia. —Iba a hacer tortitas, pero pensé que las tostadas serían más fáciles de comer...
Se queda callada, así que suspiro y termino la frase por ella. —De comer a ciegas, mamá, puedes decirlo. Soy ciega, ¿vale? —Me meto la tostada en la boca con rabia.
—Temporalmente ciega —me corrige—. Escucha, después del ataque tu padre y yo hemos pedido refuerzos —dice, y yo dejo de masticar.
—Tengo un viejo amigo cuyos hijos son los Alfas de la Manada del Bosque del Sur; van a venir a unirse a nosotros durante un tiempo para ver qué podemos hacer con estos molestos cazadores.
—¿Cuántos van a venir? ¿Dónde se van a alojar? —pregunto y vuelvo a mi comida.
—Se quedarán aquí, en nuestra casa, por supuesto. De momento sólo son cinco. Su territorio está cerca, pero ahora mismo tenemos que hacer aliados para solucionar este problema rápidamente —explica.
No me gusta la idea de tener a extraños viviendo en nuestra casa.
—¿Cuándo llegan? —pregunto, y ella hace una pausa.
—Esta tarde —dice, y casi me atraganto con mi última tostada.
—¡Estás de broma! ¿Puedo encerrarme aquí? No quiero que me vean así —le digo.
—Leilani, tienes diecinueve años, no puedes esconderte en tu habitación.
—Sí que puedo. Como adulta que soy, tomo la decisión de quedarme aquí —digo con firmeza, cruzando los brazos sobre el pecho para mayor efecto.
—Bien. —Suspira pesadamente y la oigo levantarse y coger la bandeja de mi regazo—. Pero van a quedarse aquí por un tiempo, tendrás que conocerlos en algún momento.
No contesto y espero a oír cómo se cierra la puerta antes de salir de la cama. Recuerdo el consejo del médico sobre mis ojos y mantengo apagadas las luces del baño mientras me quito la venda para ducharme.
Tengo que asegurarme de que no les dé la luz los primeros días para que se curen mejor.
Por suerte, mis botes de champú y acondicionador tienen formas diferentes, lo que me facilita lavarme el pelo a ciegas.
Me siento mucho más fresca ahora que no tengo sangre ni suciedad en el cuerpo, salgo y busco a ciegas mi toalla. Me seco con cuidado, palpándome cautelosamente las costillas, casi curadas.
Adivino cuánta pasta de dientes me he puesto en el cepillo y me cepillo los dientes. La vida sin vista no es tan dura.
Abro la puerta del armario y empiezo a palpar mi ropa, intentando identificar las cosas con las manos. Al final, elijo unos vaqueros que creo que son mis vaqueros negros y un jersey.
—¿Lani? —grita Mamá—. Oh, ahí estás. Iba a ofrecerme a ayudarte, pero parece que lo has hecho todo tú sola —dice, y salgo del vestidor.
—¿De qué color son mis vaqueros?
—Negros —responde, y yo hago un pequeño gesto de victoria con el puño.
—¡Sí, lo sabía! —Sonrío—. ¿Y mi jersey?
—Es el azul con flores —me dice, y hago una mueca.
—Ew, no me gusta este. Creía que era el blanco. ¿Me lo pasas, por favor? —le pregunto y me subo el jersey por la cabeza.
—Aquí tienes. —Me lo da y me lo pongo.
—No he subido antes porque estaba en la consulta. El médico me ha dicho que puedes llevar estos pequeños parches en los ojos con gafas de sol. Siéntate.
Doy un paso atrás y alargo la mano hacia mi tocador; me choco contra él y oigo cómo suenan todas las botellas.
—Sí, estoy bien —murmura, y me resisto a poner los ojos en blanco porque no puedo.
—Deja de llorar, estoy bien.
—Lo sé, pero es tan horrible, verte tan indefensa...
—Muchas gracias —refunfuño, y siento que se arrodilla frente a mí y me quita la venda. Cierro los ojos con fuerza.
—Gracias a la Diosa Luna, esto no es permanente —dice, y yo me quedo quieta mientras me pone dos pequeños parches en los ojos y unas gafas encima.
Las palpo y me doy cuenta de que son mis enormes gafas de sol de diva. Perfecto. Estas ocultarán casi la mitad de mi cara.
—Ya está, mucho mejor —dice orgullosa.
—Mira, sé que es de mala educación no ir a conocer a tus amigos, pero por favor entiende que me siento algo avergonzada por lo indefensa que estoy ahora mismo.
—No quiero conocer a ningún chico guapo y quedar mal delante de él.
—Lo entiendo, cariño. Puedes quedarte aquí, sólo reunirte con ellos cuando estés lista, ¿sí? —me consiente.
Un golpe en la puerta me hace dar un respingo y grito sin querer.
—Oye Luna, ¿me preguntaba si podría robarte a Lani por un rato? —Escucho a Damon preguntar.
Damon es mi mejor amigo. Era el mejor amigo de mi hermano, pero hicimos tan buenas migas que empezó a venir a visitarme a mí y no a mi hermano. Akamai todavía está molesto por eso.
—Por supuesto, Damon —responde mi madre.
Me levanto y le cojo la mano. Rodea la mía con la suya y me saca de la habitación.
—Estaba pensando que podríamos ver la tele. O mejor, ¿escuchar la tele? —sugiere, y yo me burlo.
—¿En serio? —pregunto, secretamente agradecida de no tener que salir de casa. No quiero que nadie vea a la hija del Alfa tan vulnerable.
—Sí, podemos ver algo que hayas visto antes para que reconozcas las escenas —explica.
—Me parece una buena idea —le digo mientras me guía hasta el sofá.
—Claro que sí, se me ocurrió a mí —replica, y niego con la cabeza—. Ahora, elijamos algo —dice, y siento que el sofá se hunde cuando se sienta a mi lado.
Dos horas después, estoy tumbada con las piernas colgando sobre el brazo del sofá y la cabeza en el regazo de Damon. Damon pone la televisión en pausa y giro la cabeza hacia él interrogante.
—La Manada del Bosque del Sur está aquí —anuncia, y yo maldigo en silencio.
—¿Podrías llevarme a mi habitación, por favor? No quiero que nadie me vea así.
Me deslizo fuera del sofá y me dirijo a la puerta. Al menos, creo que me dirijo a la puerta.
—¿Así cómo? ¿Como uno de los tres ratones ciegos? —se burla, y yo intento darle un manotazo, pero fallo.
—No seas gilipollas, ayúdame —le digo.
Me coge de la mano y me lleva arriba. —Iré a verlos y volveré con más detalles y cotilleos —me ofrece mientras me siento en la cama.
—¡Perfecto, gracias! —grito y me siento aliviada cuando oigo cerrarse la puerta.
Me dirijo hacia la ventana y le doy la espalda. Si alguien levantara la vista, solo me vería por detrás.
Tanteo la maneta y la abro para poder oír mejor. Escucho el ruido de los motores apagarse y las puertas de los coches cerrarse.
—Bienvenidos, muchas gracias por venir —les saluda mi madre.
—Encantado de conocerte, Luna Kokoa. Soy el Alfa Jarren. —El Alfa habla con una voz cálida y segura que me produce un escalofrío. Suena muy sexy.
—Y yo soy el Alfa Dane.
Me llega otra voz aterciopelada y vuelvo a estremecerme.












































