La gran nevada - Portada del libro

La gran nevada

Remmy Saga

Su dilema

AIDEN

Joder. Es la mujer más increíble que he conocido. Aiden se rio de la zorra desmayada en la cama debajo de él.

Aunque la estuvo castigando por correrse sin permiso, tuvo al menos cuatro orgasmos durante el castigo.

Aiden se bajó de la cama y llevó a la bella durmiente a una de las habitaciones vacías para que pudiera descansar mientras él se aseaba. La estrechó contra su pecho, inseguro de sus sentimientos, pero sabía que era especial.

Ella se acurrucó contra él inconscientemente y no pudo evitar sonreírle. Aiden le secó las lágrimas que tenía en las mejillas y la besó en la frente, pero se quedó helado cuando se dio cuenta de lo que había hecho.

No te enamores de ella tan rápido, Aiden. Estás cavando tu propia tumba. Pero no pudo evitarlo.

—Lo has hecho genial, preciosa. Joder, eres perfecta. Ahora descansa. Te lo mereces —le susurró mientras la colocaba suavemente en la cama, arrimándole la manta al pecho.

¿Dónde has estado toda mi vida?

Una vez que la dejó en el dormitorio, se desnudó para darse una ducha. No podía dejar de pensar en May, y una parte de él estaba preocupado porque ella descubriera la verdad. ¿Qué pensaría de mí?

No es que hubiera planeado lo del accidente, pero tuvo muchas oportunidades de decirle quién era y prefirió no hacerlo por miedo a que se cerrara en banda.

Aún tenía la polla dura de tanto castigarla y de ver cómo sus jugos mojaban la cama. Se frotó la polla, con una mano en la pared de la ducha mientras gruñía, imaginando a la hermosa mujer de al lado desnuda en la ducha con él.

No duró mucho, ya que estaba a punto de clavar la polla en aquel coño empapado. Derramó su esperma por las paredes y el suelo, apoyando la cabeza contra la pared de azulejos, jadeando.

Aiden no esperaba que le gustara tanto, pero ahora que la había conocido, quería protegerla, apreciarla y reclamarla como suya para siempre.

Sabía que tenía que tomárselo con calma, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, y estaba bastante seguro de que ya se había pasado de la raya.

Se enjuagó y se vistió con la intención de irse a dormir, pero no estaba cansado ni lo más mínimo. Aiden volvió a mirar a May y sonrió al verla acurrucada en la almohada.

Cerró la puerta con suavidad y fue a la cocina a prepararse una taza de café para luego dirigirse a la habitación del tragaluz.

Era una de sus habitaciones favoritas de toda la cabaña. Se sentó en una de las tumbonas y rememoró la conversación con su padre unas semanas atrás.

—Aiden. Necesito que hagas algo por mí. —Su padre se sentó frente a él en su despacho, sorprendiendo a Aiden en mitad de su reunión. Se molestó un poco cuando su padre los echó a todos, terminando la reunión abruptamente.

—¿Qué es tan importante que has tenido que interrumpir mi reunión? — Aiden se recostó en su silla, prestándole toda su atención a su padre.

—Se trata de tu futuro.

Aiden suspiró, sabiendo exactamente hacia dónde se dirigía la conversación, y se levantó de la silla, dispuesto a echar de ahí a su padre.

—Ni siquiera te atrevas, hijo. Solo escúchame.

Aiden resopló mientras se servía un vaso de whisky. Normalmente, le ofrecería un vaso a su padre, pero no quería que el viejo se pusiera cómodo, esperaba que se marchara una vez que dijera lo que tenía que decir.

—Muy bien, ¿qué pasa? Tengo otra reunión en una hora, y no te vas a colar en esa también.

Su padre soltó una leve risita antes de meter la mano en el bolsillo de su abrigo y sacar un sobre. Colocó el sobre relativamente grueso sobre la mesa de trabajo de cristal de Aiden.

Curioso, caminó hacia él, acercándolo con un dedo, pero negándose a abrirlo. Sabía que el viejo tramaba algo y quería oírlo de él primero.

—He hecho unos arreglos para que te cases.

Aiden apretó los labios, no quería maldecir a su viejo, pero su ira hervía.

—¿Qué demonios quieres decir con que me case? —Su padre se puso en pie, pero Aiden no iba a dejar que soltara una bomba y se fuera, no sin una explicación válida.

—Se llama May y es la hija de mi mejor amigo de la infancia. Está en una situación complicada y quiere saber que su hija será feliz y estará cuidada, así que le he dado mi palabra.

—Espero que puedas ayudarme a mantener mi palabra, Aiden. Confío en que lo harás. —Su padre sabía que Aiden necesitaba algo de tiempo para procesarlo todo, así que lo dejó de pie junto a su escritorio, con un dedo aún sobre el sobre.

Aiden se bebió de un trago los restos del whisky que tenía en la mano y arrojó el vaso al otro lado de la habitación. Se hizo añicos y el sonido resonó en la pared. Su secretaria, Kayla, entró corriendo en su despacho sin llamar.

—¿Va todo bien, Aiden?

Aiden apretó el sobre y miró a su secretaria. —Déjame en paz, Kayla.

Kayla frunció los labios mientras cerraba la puerta tras de sí. Aiden tiró el maldito sobre contra la ventana y se sentó en su silla, con la cabeza entre las manos, frustrado con su padre.

Su padre sabía que Aiden nunca había ido en contra de sus deseos y que lo respetaba enormemente, pero esto era pedirle mucho.

Oyó sonar el teléfono en la línea de su secretaria. Suspirando, lo cogió,

—¿Qué, Kayla? —Se sentía un poco culpable por haber pagado su ira con ella, pero Aiden nunca pedía disculpas.

—Tu próxima reunión es dentro de unos minutos. ¿Debería hacer que alguien venga a limpiar el desorden de tu oficina?

Aceptó, y unos minutos después, uno de los conserjes entró con Kayla para limpiar los trozos de cristal rotos mientras Aiden se servía otra copa.

Fue entonces cuando vio las fotos en el suelo.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea