
El Alfa y Doe 2
—Corre todo lo que quieras, pequeña omega. Siempre te encontraré.
Dorothy pensaba que su mayor problema era terminar el instituto. Resulta que su mayor problema es un compañero alfa posesivo, un pasado olvidado y una verdad que podría hacer que la mataran. Con enemigos acercándose y un vínculo que nunca pidió estrechándose a su alrededor, Dorothy tiene dos opciones: luchar por su libertad o rendirse a un amor que estaba escrito en las estrellas. Pero, ¿cómo escapar de un destino que ya te ha reclamado?
Capítulo 1
Parte 2: La compañera del Alfa
Mientras dormía, soñé con Ace.
En mi sueño, me abrazaba con fuerza. Sus manos recorrían mi cuerpo, aliviando mis músculos doloridos y acariciando mi piel magullada.
Apoyaba su frente contra la mía y rozaba su nariz por mi mejilla y mandíbula. Sus labios seguían el mismo camino, haciéndome cosquillas y reconfortándome.
Se disculpaba una y otra vez, susurrando: «Lo siento» y «Te quiero» al oído.
De repente, éramos niños otra vez, acostados uno al lado del otro en el suelo de su sala, bajo una tienda improvisada hecha con mantas.
—Por favor, tienes que recordar —me suplicaba—. Mi lobo te necesita. Por favor, recuerda.
—¿Recordar qué? —pregunté entre bostezos.
Claramente, algo le preocupaba, y eso no me gustaba, pero estaba agotada. Habíamos jugado todo el día y sólo quería dormir, pero él seguía hablando.
Ace hizo un sonido triste, y abrí los ojos de par en par, mirando en la oscuridad. ¿Estaba llorando?
—Eres mi pareja. Mi lobo te echa de menos. No quiere asustarte. ¿No lo recuerdas?
—¿Soy tu...? —Parpadeé, intentando recordar lo que acababa de decir. ¿Tal vez hablaba en sueños? No tenía sentido—. ¿Cómo me has llamado?
Ace soltó un quejido que me partió el alma. —No, por favor... Te lo enseñaré. Entonces lo recordarás.
—¿Recordar qué? —pregunté. Lo sentí alejarse, sentándose en nuestra cama de mantas y almohadas—. Ace, ¿qué haces? Nos vas a meter en un lío...
De repente, alguien quitó la manta desde arriba de nuestro fuerte, y la habitación se iluminó.
—¡Se supone que deberíais estar durmiendo! —gritó una voz grave.
Pegué un grito y retrocedí hasta chocar con la parte de abajo del sofá. El señor Stoll estaba de pie sobre nosotros, en pijama y con cara de pocos amigos.
—¡La has asustado! —gritó Ace. Se levantó de un salto y se plantó delante de su padre, mirándolo desafiante.
—Como sigáis charlando en vez de dormir, se acabaron las fiestas de pijamas. ¿Me has entendido, jovencito?
Ace parecía enfadado y gruñó como si no fuera sólo un niño de ocho años enfrentándose a un hombre grande y aterrador. —¡Ella es mi compañera! No puedes...
De repente, la manaza del señor Stoll agarró la barbilla de Ace, apretando con fuerza. —¿Has estado llorando?
Ace gruñó e intentó zafarse, pero su padre apretó más fuerte hasta que Ace tuvo que quedarse quieto y soltó un gemido lastimero.
Me quedé sin aliento. Odiaba cuando el padre de Ace se ponía así. ¿Dónde estaba Esther? La madre de Ace solía poner paz entre estos dos.
—¿Qué te he dicho? —dijo el señor Stoll enfurecido—. ¿Qué te he dicho sobre llorar?
El pecho de Ace subía y bajaba mientras apretaba los dientes. —Los alfas no lloran —dijo al fin con voz dura. Su labio inferior temblaba—. Pero ella no recuerda a mi lobo. Incluso cuando me transformo, la asusta...
Di un respingo cuando el señor Stoll le cruzó la cara a Ace de un bofetón, haciendo que su cabeza girara con un golpe seco. —¿Eres un puto omega o qué, chaval?
Ace se quedó inmóvil unos segundos, respirando con dificultad mientras se sujetaba la mejilla. Todo su cuerpo temblaba. —No, no, señor.
—Entonces, ¿por qué estás lloriqueando como uno? —dijo el padre furioso. Despacio, se agachó hasta quedar a la altura de su hijo.
Cuando Ace no lo miró, lo agarró del pelo y lo obligó a mirarlo.
—Ha pasado más de un año desde que se puso el bloqueo en su mente. Tienes que parar esto. Así no es como se comporta un alfa. Dorothy te está haciendo débil. Estás perdiendo el control de tu lobo. Si esto sigue así, no dudaré en quitártela. Para siempre.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin empecé a despertar. Mi cuerpo se sentía pesado por el sueño, débil y agotado, como si hubiera dormido una eternidad.
Estaba confusa y asustada. Por un momento, pensé que seguía atrapada en aquel sótano y en peligro.
Pero el suelo bajo mi cuerpo era demasiado blando. Cálido. No duro como el hormigón. Y había un pitido constante y suave en mis oídos.
Sin embargo, algo no encajaba. Todo estaba fuera de lugar. Quería a Ace. ¿Dónde estaba Ace? Lo había sentido cerca todo el tiempo que dormí, pero ahora no podía sentirlo.
Estaba muy asustada, lo que me dificultaba respirar.
—¿Ace...? —dije con un hilo de voz. Sonaba débil, adormilada por el sueño.
Aún incapaz de abrir los ojos, moví con cuidado la mano a un lado, buscándolo, pero sólo encontré una cama vacía. Pero no era mi cama. Ace no estaba allí. ¿Estaba bien? ¿Dónde se había metido?
—¿Dorothy? —La voz sonaba lejana. Alguien me apretó suavemente la mano.
Esa voz definitivamente no era la de Ace. Sonaba como mi madre.
—Joe —dijo mi madre, con tono urgente—. Joe, creo que está despertando. Ve a buscar a Ace. Rápido.
Oí pasos saliendo de la habitación después de que mi madre dijera esto.
—¿Mamá? —Por fin logré abrir un ojo, el otro aún estaba hinchado y dolorido. Unas luces brillantes me cegaron. Parpadeé—. ¿Qué...? ¿Qué está pasando?
Era una habitación grande, lo suficiente para un sofá y tres sillas, además de la cama en la que estaba.
Mi madre estaba sentada en una de esas sillas, que había acercado a mi cama, y me miraba con una sonrisa cariñosa.
—Hola, cariño. Hola —me dijo. Aunque parecía feliz de verme, también se la veía agotada.
Tenía un aspecto diferente, como si hubiera envejecido desde la última vez que la vi.
Sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar, y su pelo estaba revuelto, con mechones castaños escapándose del moño flojo que siempre llevaba.
—¡Me alegro tanto de que por fin hayas despertado! Has dormido casi dos días.
—¿Dónde estoy?
Intenté incorporarme, pero un dolor agudo en la pierna me hizo parar en seco. Hice una mueca. Tenía un gran vendaje alrededor del muslo, sujetando un montón de gasa.
Mi madre se movió rápidamente y me puso una mano firme en el hombro para que no me moviera. —Intenta no moverte demasiado deprisa. Vas a estar dolorida un tiempo. Despacio, vamos a sentarte.
Colocó unas almohadas detrás de mi cabeza y apretó un botón en el lateral de la cama para inclinarla.
—Estás en un hospital de Montana —me explicó con voz suave—. Te han hecho una transfusión de sangre y una operación en la pierna. Perdiste mucha sangre, así que probablemente te sentirás débil durante un tiempo.
Me apartó un mechón de pelo de la cara. —Pero te vas a poner bien. Sólo necesitas tiempo para curarte y mucho descanso. ¿Cómo tienes la cabeza?
La cabeza me pesaba como si estuviera llena de algo muy denso. Con sólo moverme un poco, la habitación daba vueltas. Un dolor sordo me atravesaba el cráneo, y me di cuenta de que lo tenía vendado.
—Me duele —dije en voz baja, tocando el borde de las vendas.
—Tienes una conmoción cerebral. —Mamá me miró preocupada—. ¿Recuerdas lo que pasó?
Los acontecimientos de los últimos días volvían poco a poco a mi mente, pero aún me costaba recordar exactamente lo que había sucedido. Cada recuerdo era más borroso que el anterior.
Ahora estaba a salvo, eso lo sabía, pero seguía muy asustada.
¿Por qué? ¿Por qué estaba tan asustada?
Entonces lo recordé.
Mitchell, mi verdadero padre, estaba muerto.
Elías me había disparado.
Ace había matado a Elías.
Ace era un hombre lobo.











































