Anna, hija del Alfa de la manada, se enfrenta a un plazo inminente. Si no encuentra a su verdadero compañero antes del Baile Alfa, será reclamada por el Alfa Victor de la Manada Midnight como su compañera de segunda oportunidad, un destino que teme. Decidida a evitar esto, la última esperanza de Anna reside en el próximo baile. Pero el destino tiene más reservado de lo que jamás imaginó. No solo descubre que dos Reyes Alfa son sus compañeros destinados, sino que una antigua profecía también amenaza con cambiarlo todo. Ahora, Anna debe navegar por un mundo de poder, pasión y destino, donde las apuestas son más altas que nunca. ¿Aceptará su destino o luchará contra él?
ANNA
Las hojas húmedas de los árboles y la tierra se pegaron a mis patas mientras corría por el suelo embarrado del bosque. «Correr por el bosque antes del amanecer es una maravilla», pensó mi loba. Todo estaba en silencio y el aire fresco me rodeaba. La naturaleza me ayudaba a olvidar lo monótona que era mi vida.
Normalmente, a estas horas, ya estaría ocupada con mil y un quehaceres que mi padre solía asignarme. Él hacía que ser la «hija del Alfa» sonara como ser una «princesa de la realeza», como si tuviera que encargarme de todo.
Últimamente, me había hecho entrenar sin parar, aunque eso no me molestaba. Prefería entrenar antes que estudiar. Los estudios eran un verdadero dolor de cabeza. Sobre todo tenía que estudiar la historia de los hombres lobo y las viejas leyendas. Mi padre a eso lo llamaba
Cultura.
Había una antigua historia sobre una nueva profecía y niños con poderes especiales que me ponía los pelos de punta. Eran como cuentos de hadas, pero para hombres lobo.
―Anna ―dijo la voz en mi mente.
No respondí y seguí corriendo. Me echarían la bronca por no hacer caso, pero me daba igual. Necesitaba algo de tiempo para mí, aunque fuera por un momento.
Nada podía hacer que dejara de amar el bosque. Era donde me sentía verdaderamente libre.
―¡Anna! ―gritó de nuevo la voz. Era una orden, y una fuerte. Nadie desobedecería una orden así jamás. Pero yo lo hice y seguí corriendo hacia la cima de las Montañas Rocosas.
―¡Anna! ¡Vuelve ahora mismo!
¡Uy, el Alfa estaba que echaba humo! Recordé que no se me permitía correr sola por el bosque, así que me detuve. Respiré profundamente el aire fresco.
―Ya voy, Alfa ―dije a través del enlace mental.
Gruñó. Estaba enfadado. Caminé a paso de tortuga de vuelta a la casa de la manada.
Me detuve donde había dejado mi ropa encima de un montón de hojas secas, me transformé a mi forma humana y me vestí.
Antes de llegar a la puerta de la casa de la manada, se abrió de golpe y dos ojos dorados me miraron echando chispas. Puse los ojos en blanco, lo que enfureció aún más al Alfa.
—¡Entra! ¡Ahora mismo! —gruñó.
Entré arrastrando los pies y vi al consejo del Alfa mirándome. Hice una reverencia burlona, casi mofándome de ellos. Estaba cubierta de barro y vestida con lo que ellos considerarían ropa vieja: leggings y una camiseta sin mangas.
Escuché a Víctor reírse. Era el Alfa de nuestra manada vecina, la manada de Medianoche.
Mi Alfa, de la manada Luz de Luna, me miró con su habitual cara de pocos amigos.
—Sabes que esto no está bien, Anna —dijo el Alfa mosqueado.
—Pad... Digo, Alfa, necesitaba que mi loba corriera. ¡Y un poco de tranquilidad! Además, ¿cómo voy a encontrar a mi compañero si siempre estoy aquí encerrada como un pajarito en
su jaula? No hemos tenido muchas visitas últimamente, y aún no tengo compañero —hablé con el corazón en la mano. No había razón para no hacerlo.
A los dieciocho años, los miembros de la manada solían encontrar a sus compañeros. Sin embargo, yo tenía veintitrés y aún estaba más sola que la una. Mi padre, mi hermano y el consejo siempre me lo recordaban: «una hija de un Alfa debería tener un compañero con tu edad».
Mi hermano, Anthony, encontró a su compañera a los veinte años, después de ir a todas las ceremonias de emparejamiento durante dos años. Encontró a su compañera, mi maravillosa cuñada Charlotte, que era la hija del Alfa de una manada en Alemania.
Cuando cumplí los dieciocho y hasta los veinte, fui a todas las ceremonias de emparejamiento. Nunca sentí ningún vínculo. Desde entonces, había convencido a mi padre de que me dejara quedarme en la manada para entrenar, aprender y ser libre.
Aceptó, probablemente porque mi hermano me echó un cable. Anthony le había dado a mi padre tres nietos, que se convertirían en futuros Alfas. Y yo me esforzaba en mis estudios y entrenamiento. Sin compañero, era la mejor manera en que podía ayudar a mi manada.
Pensé que ser buena en ambas cosas sería suficiente para que mi padre no insistiera en el hecho de que seguía sin tener un compañero.
No tenía ni idea de por qué de repente había interés en que encontrara uno.
—Basta, Anna... No encontrarás compañero caminando sola por el bosque o en nuestra zona. Irás a la ceremonia de emparejamiento de los Reyes Alfa en dos semanas —mi padre hablaba de forma cortante hoy; algo debía haber pasado en la reunión del consejo.
—Pero Padre... Digo, Alfa —me corregí—. Ya fui a la ceremonia de emparejamiento de los Reyes Alfa hace unos años.
El Alfa de la manada Medianoche me miró fijamente. Le devolví la mirada. Sonrió y me guiñó un ojo.
Realmente no me caía nada bien ese tipo.
Lo cierto es que no era feo. Era alto y fuerte, pero actuaba de manera muy arrogante y con aires de superioridad. Me molestaba cómo sus ojos recorrían mi cuerpo. Quería decirle que dejara de mirarme y se largara con viento fresco.
Los hombres lobo que no tuvieran compañera podían tener sexo con otras. Era parte de nuestra cultura. Pero Víctor lo hacía en exceso para mi gusto. Se suponía que no debíamos estar solo con una persona a menos que tuviéramos un compañero. Pero dudaba mucho que incluso Víctor, aunque tuviera compañera, fuera fiel.
—Esa fiesta la han organizado los antiguos reyes —dijo mi padre—. Han cedido los reinos a sus hijos, Ares y Apolo. Los nuevos Reyes Alfa están invitando a ciertos Alfas e hijas de Alfas que no tengan compañeros. Tú has sido invitada.
Sentí un nudo en el pecho y náuseas en el estómago. Sabía lo que esto significaba. Pensé que tendría más tiempo antes de que me pidieran hacer esto.
—Anna, esta ceremonia es muy importante —continuó mi padre—. Los nuevos Reyes Alfa no tienen compañera. Esta es una gran oportunidad. ¿Necesito recordarte que conocí a tu madre en esa fiesta? —Golpeó la mesa con fuerza, haciendo resonar la habitación.
—¿Por qué de repente es tan importante para ti y para el consejo que encuentre compañero? —dije con calma aunque por dentro ardía de rabia—. ¿Y por qué está él aquí? —Señalé al Alfa de Medianoche frunciendo el ceño.
—Anthony, lleva al consejo y al Alfa Víctor al comedor. Que la manada sirva algunos aperitivos mientras estoy fuera —dijo mi padre.
Víctor seguía mirándome. Me sentía incómoda.
Era unos diez años mayor que yo.
Su barba recortada tenía algunas canas. No entendía por qué me miraba como si le perteneciera.
«Ni en sus mejores sueños», me dije, sonriendo para mis adentros.
Mi padre habló de nuevo:
—Anna... ¡Esto es serio!
—¿El qué, Padre? —dije fríamente.
—Anna... Tener un compañero es más que tener una esposa o una madre. ¡Se trata de encontrar tu otra mitad y liderar una manada! —su voz se suavizó—. Tu madre querría esto para ti.
—Eso si encuentro un compañero que me considere su igual —le gruñí.
—¿Es por eso que no quieres encontrar a tu compañero? —Se sentó. Su mirada me transmitió ternura.
Puse mi mano sobre la suya.
—Estoy bien sin tener compañero. Aún me quedan muchos años para poder encontrarlo y tener cachorros. Estoy tratando de convertirme en una mejor luchadora y aprender todo lo que pueda. Hay muchas formas de ayudar a una manada.
—Ojalá fuera cierto —Negó con la cabeza—. Este año dejaré de ser Alfa para que tu hermano tome el mando. Es más fuerte ahora que tiene compañera e hijos. Sin tu madre, no hubiera tenido el mismo apoyo. Tu hermano lo hará bien con su compañera ayudándole. Le prometí a tu madre que te ayudaría a encontrar al tuyo —Sus ojos revelaban que ocultaba algo. No me lo estaba contando todo.
—¿Qué es lo que no me estás diciendo, Padre? —Sostuve su mano y le pedí que me mirara a los ojos.
Apartó la mirada, contemplando la ventana por un momento. Finalmente, me miró y apretó mi mano con fuerza.
—Si no encuentras a tu compañero en la próxima ceremonia, entonces te emparejarás con el Alfa de la Manada de Medianoche.
—¡¿Con Víctor?! —exclamé furiosa, apartando mi mano—. ¡Ni en un millón de años aceptaría eso, y lo sabes! —Empecé a dar vueltas por la habitación, muy angustiada.
—Si no encuentras a tu compañero, serás suya. Quizás esto te ayude a ver por qué tus estudios son importantes y por qué esto importa —gruñó, haciéndome saber que no cambiaría de opinión.
—¿Por qué me harías esto? ¡Anthony nunca lo permitiría! —grité, tratando de no llorar de rabia.
—Es nuestro amigo, nuestro vecino más cercano, y tampoco tiene compañera. Si os convertís en compañeros, eso ayudará a que no desafíe a Anthony cuando se convierta en Alfa.
—Ha dicho que le gustas… —continuó mi padre—. Es la mejor opción. ¡Es un Alfa y uno fuerte!
—Un emparejamiento forzado no es tan fuerte como un emparejamiento verdadero... Y lo sabes —seguí hablando como si fuera mi última oportunidad de decir estas cosas—. Fácilmente se acostaría con otra loba sin el vínculo verdadero.
Mi padre mostró los dientes, muy cabreado por mi desacuerdo.
—Está decidido. Te comprometerás con él si no encuentras a tu compañero cuando regreses en dos semanas —Luego se levantó y salió de la habitación.
Destrocé todo a mi alrededor, rompiendo la mitad de la sala de la manada por la furia.
«¿Es mi felicidad realmente más importante que mantener a mi manada a salvo?».
No lo era. Lo supe de inmediato.
Mi madre habría querido que tuviera un compañero y cachorros. Habría querido que fuera fuerte y sensata en momentos como este, no infantil y desobediente.
Consideré mis opciones. La fiesta en sí siempre me había parecido anticuada. Era un débil intento de los dos reinos por mostrar que estaban «unidos» por una noche.
«Menuda unidad. Nunca hemos estado más divididos como sociedad», pensé.
Si los Reyes Alfa realmente quisieran unidad, deberían unir los reinos en uno solo, no fingir que dos reinos podrían equilibrar el poder.
Lo cierto es que habría cientos de lobos sin compañeras en la fiesta. Existía la posibilidad de que encontrara a mi compañero, alguien que me viera como su igual.
Y de que Víctor encontrara cualquier otra compañera que no fuera yo.