
Todo cambia en un instante
El mundo de Kara se deshilacha por los bordes: demasiado silencioso, demasiado extraño y lleno de voces que no son suyas. Un momento corre junto a un tren; al siguiente, se pregunta si su corazón late en absoluto. Sus días se confunden entre una realidad opaca y sueños vívidos de dragones, castillos y un amor tan intenso que se siente más real que la vida misma. ¿Se está desmoronando… o despertando?
El aire huele a menta y a peligro. Los señores susurran secretos. Un salto hacia el sol podría llevarla a un lugar completamente inesperado. Cuando la fantasía irrumpe en su mundo cotidiano, Kara deberá decidir qué es real… y qué vale entregarlo todo.
Capítulo 1
Kara se quedó mirando fijamente la pantalla de su ordenador. Intentaba concentrarse, pero no podía dejar de distraerse pensando en sus fantasías: se imaginaba en la cama con un novio que no tenía. Si seguía pensando en eso, nunca iba a terminar de editar su documento.
Pero por mucho que quisiera concentrarse, lo que estaba haciendo le parecía demasiado aburrido.
Se enderezó de golpe cuando escuchó pasos que se acercaban a su escritorio. De repente, le empezó a doler la cabeza. La oficina le daba vueltas. Se sentía mareada y con náuseas.
—¿Qué te pasa? —preguntó alguien. No sabía quién se lo preguntaba, pero tenía un tono de voz serio. Solo escuchar aquella pregunta hizo que le dolieran los oídos.
—¿Qué? —Se dio la vuelta y se sorprendió al no ver a nadie.
El mareo desapareció de repente. Se puso de pie y miró arriba y abajo. También miró por el pasillo y entre las diferentes mesas de trabajo.
No había nadie por ningún lado.
Volvió a marearse. De repente, se vio a sí misma en una habitación. Le recordaba a la habitación de un castillo medieval. Dicho espacio estaba iluminado por lámparas antiguas de aceite. Olió a madera quemándose. Al girar la cabeza ligeramente, vio un fuego en una enorme chimenea de piedra.
Se percató de la presencia de otras dos personas y se movió para verlas mejor. Llevaban trajes aparentemente viejos y extraños.
Kara respiró hondo y en cuestión de un parpadeo, estaba de vuelta en su oficina.
Alguien tosió.
El único olor cercano a un fuego eran las palomitas quemadas que alguien había dejado demasiado tiempo en el microondas. Se quedó quieta durante un buen rato, mirando la pared que había frente a ella.
No era la primera vez que se había mareado.
«Necesito unas vacaciones», pensó. Volvió a su escritorio y miró la hora. Eran las cuatro y media. En ese momento, Kara supo que no iba a terminar su trabajo de edición.
El documento estaba muy mal escrito. El autor del texto no se había esforzado en absoluto, lo que alivió un poco la presión sobre ella. Sin embargo, el siguiente párrafo que leyó le llamó la atención. Ni siquiera estaba escrito en español.
Lo copió y lo puso en un traductor de idiomas. Tenía referencias sexuales.
Después de leerlo varias veces, se dio cuenta de que probablemente el autor quería enviárselo a su novia.
—Idiota.
Decidió dejarlo estar y se acordó de su café; fue a coger la taza pero estaba vacía. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de conseguir más. Las chicas de la oficina eran muy rápidas lavando y guardando las cafeteras al final del día.
A punto de cerrar el documento que estaba editando, Kara se detuvo cuando escuchó unos pasos que conocía. Fingió estar concentrada y trabajando en la edición del documento.
—Kara, ¿has terminado con la documentación de Rod?
—No. —Ni siquiera miró a su jefe, Jim.
—Kara, necesitamos que esté listo ya —dijo él.
Eran las cinco menos cuarto de un viernes por la tarde. Estaba convencida de que nadie lo revisaría hasta el lunes.
—Si él autor supiera escribir mejor, tal vez ya lo habría terminado.
—Ese es tu trabajo —dijo él.
—Pero cuando empieza a escribir en otro idioma, eso se vuelve más difícil.
—¿Otro idioma?
Kara le señaló el párrafo.
—Bueno, usa un traductor —dijo él.
—Cuando tengo que usar el traductor, me lleva más tiempo.
—Bueno, simplemente házlo y revisa los errores ortográficos. Ya está bien por hoy —dijo él.
—Debe de ser algo técnico —dijo él.
—Soy ingeniera. Soy técnica. Eso no tiene sentido.
—Vaya.
—¿Y realmente quieres ver qué dice la traducción?
—No. Solo haz lo que puedas. —Y sin decir nada más, su jefe se fue como si tuviera algo urgente que hacer.
Kara dejó de fingir que trabajaba. Nadie más iba a acercarse a hablar con ella, a menos que fuera para preguntarle si iba a salir a tomar algo.
Las últimas semanas, siempre había dicho que no. Tenía la sensación de que pronto dejarían de preguntárselo. Esperaba que lo hicieran. Estaba cansada del hábito de beber todos los viernes por la noche.
Cuando iba, el plan siempre era el mismo: se encontraba con sus amigas, bebían, se emborrachaban, tonteaban con hombres y luego pasaban el resto del fin de semana con dolor de cabeza. Y ninguno de aquellos filtreos desencadenaba luego en una cita. Kara estaba cansada de todo eso. Prefería irse a casa después de trabajar y que no le doliera de cabeza durante todo el fin de semana.
«Como si en casa hiciese algo útil. Todo lo que hago es perder el tiempo en internet. Bueno, espera, por lo menos pongo lavadoras y limpio la casa». Casi le entra la risa sintiéndose una presentadora de un programa de televisión. «Solo que en casa no ganas... nada».
Kara apagó el ordenador. Escuchó a la gente recogiendo y yéndose del trabajo. Hoy, nadie iba a preguntarle si iba a salir a tomar algo. Nadie siquiera iba a desearle que tuviera un buen fin de semana.
Cuando cogió su abrigo y su paraguas para irse, no quedaba nadie en la oficina. Las pocas personas de las que se había despedido ya se habían ido.
El aire de septiembre era fresco y húmedo y salió caminando hacia el tren. Las calles estaban bastante vacías.
Aminoró el paso para mirar el escaparate de una pequeña juguetería. Cada viernes cambiaban la decoración. Hoy se habían a sí mismos construyendo un extravagante castillo con bloques que encajaban entre sí. En lo alto del tejado había dragones de juguete.
Al verlos, se volvió a marear. Se apoyó contra la pared para no caerse. Le llegó un ligero olor a menta, pero sabía que no podía venir de la tienda de chucherías que había a dos manzanas de distancia.
Sintió como si una pluma suave acariciara sus dedos y una brisa fresca rozara su cara. A diferencia de antes, el aire que respiraba era más limpio y frío. Tan frío que le quemaban los pulmones. Por un instante, sintió como si estuviera volando.
—Mami. Mami. ¿Me compras eso?
Kara todavía estaba parada frente a la juguetería. Una mujer con dos niños pequeños abrió la puerta. Sonó una campana.
Vio a un hombre alto con un abrigo extraño caminando lentamente. Kara no podía distinguir si estaba mirando el escaparate de la tienda o a ella. Entonces se dio cuenta de que el olor a menta venía de él.
De pronto, el hombre desapareció, como su visión. Kara volvió a mirar el escaparate
—Dragones. ¿Por qué los dragones huelen a menta?
Miró a los dragones durante un buen rato. Tenían escamas, no plumas. «Me estoy volviendo loca».
Perdió su tren y tuvo que esperar el siguiente. Había mucha gente en la estación. Casi todos estaban mirando sus teléfonos. No era la primera vez que Kara se sentía invisible para el resto.
Su parada estaba casi al final de la línea. No había mucha gente que se bajara en la misma.
En la ciudad, era difícil distinguir si era por la tarde o por la noche ya que de noche, las calles brillaban mucho con las luces. Sin embargo, cuando volvía caminando a su casa, estaba claro que era de noche.
Siempre creyó que su vecindario era bastante seguro, pero aun así llevaba un paraguas como arma. Hasta ahora no había tenido ningún problema, pero no quería correr el riesgo. Había hecho kárate y defensa personal. Practicaba ambos deportes como una forma de ejercicio pero aún no los había puesto en práctica en la vida real. Kara esperaba no tener que hacerlo nunca.
Su casa parecía oscura y solitaria. La luz sobre su puerta principal que se encendía cuando oscurecía debía estar iluminada. Se preguntó si la bombilla se habría fundido.
Cuando abrió la puerta, fue a la cocina y encendió la luz. Colgó el paraguas y su abrigo.
Tenía restos en la nevera: sopa de patata. Mientras calentaba la comida en el microondas, le envió un mensaje a su mejor amiga diciéndole que se quedaba en casa esa noche. Se sorprendió un poco de no haber recibido ya un mensaje suyo. Por lo general, su amiga siempre le escribía.
«Necesito una vida».
El catálogo de la universidad comunitaria local que estaba encima de la mesa de la cocina tenía cursos divertidos.
«Podría empezar a ir a una clase. Salir y conocer gente. Sí, por eso me apunté a clases de kárate y defensa personal. ¿He conocido a alguien? No. A la mitad de las clases iban parejas, y la otra mitad eran adolescentes que sufrían acoso y querían defenderse».
Revisó el catálogo.
«He revisado este catálogo muchas veces. No va a cambiar nada a menos que encuentre nuevos intereses o baje mis estándares».Empezó a comerse la sopa.
«¿Qué tal cerámica? Soy ingeniera. Puedo construir cosas».
Le hizo gracia su propio pensamiento.
«¿A quién pretendo engañar? Soy especialista en documentación. Mi jefe ni siquiera recuerda que soy ingeniera mecánica. ¿De qué sirvieron cuatro años de universidad y unas prácticas?». Puso su cuenco en el fregadero.
«Necesito una vida y un nuevo trabajo».
Se sentó en su sofá con su portátil y empezó a buscar ofertas de trabajo.
Kara se despertó exhalando. Se sentía sexualmente satisfecha. Acalorada y sudorosa, se giró y se sorprendió al encontrar a un hombre sentado en la cama con ella. El hombre tenía el pelo largo, grueso y castaño. Llevaba una trenza que le llegaba por la espalda.
Sus músculos eran fuertes. Sus hombros, anchos. Era un hombre grande.
—No puedo quedarme toda la noche —dijo él, mirando hacia el fuego.
Ella extendió la mano para tocarlo. Su voz era la que había escuchado cuando estaba en el trabajo.
La chimenea de piedra también le resultaba familiar, excepto que ahora el fuego eran solo brasas. Cuando tocó al hombre, encontró que su piel era cálida.
—¿Te he satisfecho? —Él se movió ligeramente, pero ella no pudo verle la cara.
Kara se oyó hablar, pero no era su voz.
—Oh, sí. Siempre lo haces. —La voz sonaba entrecortada y profunda.
—Puedo sentir cuando lo hago —dijo él.
Ella lo olió. Era un olor a almizcle y cuero. Sintió presión en el pecho, como si alguien estuviera apoyándose sobre ella.
Kara tosió y se incorporó. Estaba en su sofá.
Sin embargo, todavía podía oler el almizcle de aquel hombre.
—Solo es una sopa de patatas… —se dijo a sí misma, mirando alrededor de la habitación.
Comprobó con algo de tristeza que su mejor amiga no había respondido a su mensaje. Sabía que no era porque no lo hubiera visto.
Con un suspiro, bajó las piernas del sofá.
«Debería apuntarme a una clase. Cualquier cosa. Tengo que salir más».
Volvió a marearse y vio al hombre vistiéndose. Podía ver claramente su cuerpo, ya que el fuego ardía con tanta fuerza que iluminaba perfectamente el espacio. Alguien había echado más leña.
—Estoy teniendo alucinaciones. Nadie puede ser tan guapo —dijo Kara en voz alta.
—¿Qué dijiste?











































