
Academia H. 1: La Maldición
"Nunca dejes que sepan lo poderosa que eres. El que te derrota es al que subestimaste".
Jade creía haber dejado la magia atrás… hasta que su viejo tatuaje comenzó a arder como una alarma. Ahora ha vuelto a la Academia Hunt, el elitista centro de entrenamiento para brujas y magos. Pero ya no es la escuela que recordaba. Los estudiantes están muriendo. Las sombras susurran su nombre. Todos dicen que su padre, poderoso y peligroso, no está involucrado… pero Jade sabe la verdad. Con secretos enterrados bajo cada hechizo y rituales oscuros agitándose en la noche, se ve arrastrada a un misterio que nadie quiere que resuelva. La magia puede ser su arma, pero también es la trampa… y Jade ya no tiene intención de ser amable.
Bienvenidos a la Academia Hunt
Libro 1: La maldición
Tres edificios grandes y de estilo gótico se alzaban entre el espeso y denso bosque de Vermont. Sus tejados, rojos y puntiagudos, se elevaban hacia el cielo nublado. Los edificios ocupaban la mayor parte de una gran propiedad. Los árboles que una vez existieron habían sido tallados del oscuro bosque. Ahora, el césped cubierto de hojas, formaba una alfombra bajo los pies.
Era la Academia Hunt.
Se me hizo un nudo en la garganta cuando el taxi que iba detrás de mí dio media vuelta y se fue. Me ajusté la chaqueta de cuero y caminé por el sendero hacia mi nueva escuela.
A medida que me acercaba a la entrada principal, parecía que las estatuas de cuervos de hierro en cada poste me miraban fijamente. Como si me observaran mientras pasaba. El color gris de las estatuas y las fuentes contrastaba con las copas de los árboles rojas, naranjas y amarillas a lo largo del camino.
Se respiraba magia por toda la propiedad y no solo por los estudiantes, que probablemente estaban lanzando hechizos por todas partes.
Estaba muy nerviosa mientras me acercaba a la enorme puerta de hierro. Me puse aún más nerviosa cuando vi a alguien a lo lejos. Cuando me fijé, vi que había dos personas hablando entre ellas.
—Esta es tu última advertencia, Leon. Si vuelves a hacer cualquiera de las cosas que hiciste el año pasado, te expulsaré de la escuela, y no me sentiré mal por ello.
El estudiante, el tal Leon, me miró. La profesora, una mujer de cabello blanco vestida completamente de negro, se dio la vuelta. Sin pensar, me coloqué el pelo, plateado, detrás de la oreja y me enderecé.
—Jade Montgomery —dijo la mujer—. Soy la profesora Lange. Bienvenida a la Academia Hunt.
Su voz era fuerte y musical, como la voz de una cantante. Enderezó la espalda y alargó su cuello.
—Las clases comienzan mañana, y tu habitación está en el edificio Oeste. Leon te enseñará el camino.
—¿En serio? —dijo Leon mientras se sacaba un cigarrillo de la manga. Miró con desagrado a la profesora Lange.
—Compórtate —dijo ella en tono de advertencia. Luego, dio media vuelta, abrió la puerta del edificio, entró y se fue.
Los ojos de color azul hielo de Leon me recorrieron de pies a cabeza de una manera que me hizo pensar que hacía eso con todas las chicas que llegaban a este lugar. Me sentí incómoda y enfadada, así que le devolví la mirada como si lo desafiara.
Lo observé. Llevaba una camisa blanca por fuera, unos pantalones verdes y una corbata colgando suelta alrededor de su cuello abierto. Parecía muy seguro de sí mismo. Eso solo podría provenir de años de gente diciéndole que era inteligente y guapo.
Y era guapo.
Era pálido y delgado. Su cabello oscuro, casi negro, le caía en mechones sobre la cara. El color oscuro de su pelo contrastaba mucho con sus ojos azul hielo. Tenía una mandíbula marcada, pómulos altos y labios delgados.
Tiró el cigarrillo y volvió a sacarse otro. Su expresión se volvió insolentemente divertida.
—Jade Montgomery.
Dijo mi nombre como si le costara trabajo pronunciarlo.
—No me gustaría estar en tu lugar —dijo.
Me sentí nerviosa. Quería darme la vuelta e irme de la Academia Hunt.
—¿Por qué?
Se puso el cigarrillo entre los labios, lo encendió y se encogió de hombros.
—¿Una practicante de magia negra viniendo a la escuela? ¿La hija del Magus Primus? ¿Una familia llena de secretos? Las noticias vuelan rápido.
Cuando era niña, pensaba que ir a la Academia sería maravilloso. Pero en algún momento, la idea de este lugar se volvió aterradora. La Academia estaba demasiado cerca de todo: de la magia, de mi padre y de sus expectativas.
Hace dos meses tomó la decisión por mí. Iría a la Academia si o si. Así que hice las maletas, las envié y volé desde Suiza. Dejé atrás el internado, aunque sabía que allí nadie me echaría de menos.
Hubiera preferido una escuela que estuviera más lejos del Veiled Hall, donde trabajaba mi padre. Una escuela como Winston Academy. Pero él me quería cerca.
Así no era como pensé que sería mi vida académica. Hace cinco años, mi padre finalmente decidió que se rendía en su intento de obligarme a tener más ambición. Me envió con mi tía a Suiza, a un internado humano.
Pensé que me quedaría allí, estudiaría arte y tendría amigos humanos.
Pensé que había conseguido escaparme.
Antes de que pudiera responderle a Leon, ya se había ido. Había dejado atrás solo una nube de humo. Cerré la boca y lo seguí. Me molestaba que entrara con un cigarrillo encendido.
Mis ojos vieron el pentagrama de hierro tallado en la puerta doble. Me rasqué la muñeca izquierda sin pensar.
Un vestíbulo semicircular se abrió frente a mí. Estaba cubierto con alfombras de color rojo oscuro que seguían la curva de la escalera y llegaban arriba, hasta el balcón.
—Aquí está el salón principal —dijo Leon y señaló a la izquierda con el cigarrillo—. Ahí es donde escucharás hablar al director todos los días. Arriba está el área de estudio de los estudiantes. A la derecha, está el pasillo que lleva a las aulas.
Leon subió lentamente las escaleras con ambas manos metidas en los bolsillos y el cigarrillo ardiendo entre sus labios. Solté un suspiro y lo seguí. Estaba enfadada conmigo misma por haberme perdido el verdadero recorrido de la escuela para nuevos estudiantes hace dos semanas.
Abrió la puerta izquierda y la sostuvo abierta para mí. El primer y segundo piso de la zona de estudio estaban conectados en un único espacio abierto, con estrechos balcones que rodeaban el perímetro superior como si fueran pasarelas suspendidas.
Una escalera bajaba al nivel inferior. Eché un vistazo a la parte superior de las estanterías y a los estudiantes que deambulaban por los pasillos como fantasmas. La débil luz del día entraba por las ventanas arqueadas.
—Parece que es fácil perderse aquí —dije en voz baja.
—Cada semestre desaparecen algunos estudiantes. Mi teoría es que los profesores los matan en la sala de profesores —dijo con una sonrisa.
Puse los ojos en blanco. Sus pasos eran demasiado largos para mí, y me costaba seguirle el ritmo. Yo no es que fuera bajita, pero él era muy alto. De ahí debía venir también su gran ego.
Había otra escalera oculta al final del largo balcón. Bajaba al primer piso. Leon se dio la vuelta y caminó hacia atrás.
—Las oficinas de los profesores —dijo, y señaló las puertas a lo largo del pasillo en forma de L en el que estábamos. Luego señaló a mi derecha—. La sala de profesores, las aulas, la salida Este.
Miré más allá de Leon hacia los campos de entrenamiento entre el edificio principal y lo que pensé que era el edificio Occidental. Había estudiantes allí, practicando.
La magia resonaba en el suelo produciendo fuertes oleadas de energía. Me hizo temblar.
Dios, tenía que admitirlo... lo había echado de menos. Había echado de menos la sensación de percibir la magia bajo mi piel.
A nuestro alrededor, los estudiantes hablaban en grupos. Estaban lo suficientemente cerca como para verme. Me apoyé contra la barandilla de piedra de las escaleras. No quería acercarme más a ellos.
—Entonces, ¿los rumores son ciertos?
Miré a mi guía turístico.
—¿Qué rumores? —pregunté.
—Oh, sabes de qué estoy hablando.
Incliné la cabeza. Decidí que sería mejor hablar de eso de una vez. Y yo no era el tipo de chica que se asustaba por tipos como él. Ya había conocido a demasiados de ellos.
—Está bien, me pillaste. Sí, no quería venir aquí, pero mi padre me obligó, y tengo un plan malvado para quemar todo este lugar, y luego desaparecer en la oscuridad de la noche.
La comisura de su boca se elevó. Exhaló el humo.
—¿Por qué no querías venir aquí? —preguntó.
—Pensé que probablemente conocería a un idiota haciendo demasiadas preguntas.
—Uf.
Leon clavó su mirada en mí mientras se inclinaba hacia adelante, más cerca de mí.
—¿Tu familia va a sacrificarme a los demonios ahora que te he hecho enfadar? Escuché que eso es lo que hacen. Además de quemar internados en Suiza, por supuesto.
Por un instante me sentí muy confundida. Abrí la boca. Un suspiro salió entre mis labios.
—¡No, no, no!
Una voz detuvo nuestra mirada fija mientras una chica de pelo negro subía rápidamente las escaleras hacia nosotros.
—Déjala en paz, peste asquerosa —dijo la chica claramente cabreada.
Leon se rio.
—Morta Aquila, salvando mujeres desde que Dios inventó el lesbianismo.
Mis ojos fueron directos a la chica que me estaba ayudando. Enganchó su brazo al mío.
—Aléjate de ella, Leon —dijo, lanzándole una mirada furiosa.
Me giré rápidamente mientras Morta me arrastraba por el camino hacia el edificio del ala Oeste, otro gigante oscuro que se alzaba sobre los céspedes.
Mi cabeza iba a mil por hora. El miedo envolvió mi garganta mientras pasábamos justo al lado de los grupos de personas que nos miraban fijamente. Pero a Morta no le importaba.
—Morta es un nombre... interesante —dije. No pude evitarlo.
—La diosa de la muerte de las historias romanas —dijo. Sus ojos se encontraron con los míos—. No nos juntamos con Leon Lind porque es un sociópata. Tampoco nos importan para nada estos imbéciles que te están mirando. Ah, por cierto, no creo ninguno de los rumores sobre tu abuela haciendo un trato con un demonio para mantener su poder y juventud.
—Oh, qué bien —dije en voz baja.
—Vamos, llevemos tus cosas a tu habitación —dijo Morta, arrastrándome hacia la entrada—. Te prometo que vas a pasártelo genial en la Academia. Las fiestas son increíbles...
Su voz se fue apagando cuando me empezó a picar la muñeca de nuevo. Morta se adelantó, abriendo la puerta para mí. Deslicé mi pulgar debajo de mi manga y me toqué el tatuaje del pentagrama.
Me había aparecido cuando era un bebé, justo después de que mi abuela muriera. La misma abuela que, según los rumores, había trabajado con los demonios.
El tatuaje había estado tranquilo durante la mayor parte de mis diecinueve años de vida, hasta hace unos meses, cuando comenzó a picar a veces.
No sabía por qué lo tenía o qué significaba. Pero la mala sensación que sentía en mis huesos me hacía pensar que significaba problemas.
Morta me guió a través del salón del dormitorio femenino. Era una habitación grande con muchas decoraciones. Tenía sofás de cuero, alfombras persas, un candelabro de cristal y tapices rojos.
—Nuestras habitaciones están en el último piso.
La seguí por la gran escalera.
—¿Somos compañeras de cuarto? —pregunté.
—Compañeras de casa —corrigió—. Compartimos el apartamento con otra chica.
Nuestro apartamento estaba en un pasillo completamente separado. Tenía un baño personal y tres habitaciones. Morta señaló la mía, y abrí la puerta con llave.
La habitación más bonita estaba adentro. La enorme cama con dosel estaba en el centro, sobre una alfombra gris. Una tela plateada colgaba sobre las sábanas rojas de seda. La cama estaba decorada con muchas almohadas, haciéndome querer dormir.
Había una mesa de madera debajo de una ventana que daba al patio trasero. Los libros estaban apilados ordenadamente uno encima del otro. Encima del escritorio había una pluma y tinta esperando a que la utilizasen mis manos. Un candelabro, más pequeño que el de la sala de estar, brillaba sobre la cama.
—Nada mal —dije en voz baja.
Un golpe en la puerta me detuvo.
—¡Hola! —Escuché una voz alegre.
—Jade, esta es Ammelise Dalton —dijo Morta en voz baja.
—Amma —dijo con una sonrisa—. Encantada de conocerte.
Amma tenía la piel clara, pecas, dientes blancos, cabello rojizo y calidez en sus ojos verdes. Cuando la miré, parecía más joven que nosotras. La vida aún no había sido lo suficientemente dura con ella como para hacerla parecer mayor.
Morta se aclaró la garganta.
—Entonces, ¿quieres escuchar las malas noticias ahora o después?
Las dos la miramos. Me dio un vuelvo en el estómago.
—¿Hay una opción de «nunca»? —preguntó Amma.
—Algo pasó esta mañana en la biblioteca —dijo Morta—. Está cerrada, pero nadie sabe qué pasó todavía. Algunos estudiantes rumorean que alguien murió.
—Pasa —dijo Morta, encogiéndose de hombros.
Morta me miró con una media sonrisa en el rostro.
—Tuve la sensación de que las cosas se iban a poner interesantes en el momento en que apareciste.















































