
Ahora, a las ocho de la mañana, mientras la erección de Michael me pincha el culo, ahogo mis sollozos en su almohada de viscolátex. Creo que me corrí tres veces anoche, pero no me importa.
La imagen de Jake besando a Courtney pasa por mi mente, y tengo que morderme la mano para evitar que se me escape un grito. La semana pasada me dijo que quería pasar el resto de su vida conmigo.
Me mintió.
Me mintió y le creí.
Me aparto del pesado brazo que Michael me ha echado encima en mitad de la noche para recoger mi ropa interior, que quedó esparcida por su habitación. O al menos eso suponía.
Busco por todas partes, cerca y lejos. Compruebo debajo de la cama dos veces. Pero no están en ninguna parte. Mis bragas han desaparecido. Estoy llorando en la habitación de un desconocido y tengo que volver a casa antes de que me vea.
Así que decido asumir la perdida de mis bragas.
Por una vez, me siento aliviada de que las puertas de los apartamentos de Elmwood Square no puedan abrirse por fuera cada vez que se cierran. Normalmente, odio a nuestra casera. Hoy, ella es mi heroína. No me hubiera gustado dejar a Michael expuesto a ser robado, pero tampoco quería despertarlo.
Voy por las escaleras porque todo el mundo utiliza el ascensor, y sólo hay una persona a la que pueda soportar ver en este momento.
Zoe me recibe con gofres, café y simpatía. No me interesa la simpatía de nadie más que de Zoe porque la suya implica también ira, descaro y rabia homicida.
—Dos cosas. Voy a asesinar a Jake. Siguiente, ¿con quién te acostaste anoche? —me pregunta despreocupada, echando sirope de arándanos sin gluten en mis gofres llenos de gluten.
Me transformo en un tomate humano mientras respondo a su pregunta. —Vive en la 315.
Como el universo me odia, alguien llama a la puerta. Teniendo en cuenta que no recibimos muchos invitados y que nuestro apartamento no acepta entregas de paquetes los domingos, solo podían ser dos personas.
Jake, tal vez, —ojalá… O mejor no— porque tiene el código para entrar en nuestro edificio sin avisar. O, tal vez, Michael para devolverme algo...
No necesita código porque vive aquí, lo cual es menos que ideal, dado que me ha visto desnuda y todo ese rollo.
—Por favor, contesta —le grito a Zoe.
Ella pone los ojos en blanco. —Obviamente es para ti.
—Por eso necesito que respondas tú.
Resopla, mira por la mirilla y suspira. Me pregunto si el suspiro significa que es Jake.
—Hola. —No, no es Jake. Su voz es más profunda.
—¿Puedo ayudarte? —dice Zoe, inexpresiva.
—Uh, ¿está Rae?
Zoe estira el brazo sobre el marco de la puerta. —No.
—¿Vive aquí? Me dijo que vivía en el 415. Sólo necesitaba entregarle algo.
—Soy su amiga. Yo se lo daré.
—Eh, claro. —Michael le entrega una bolsa de papel.
—No quiero saber nada —responde ella.
Sacudo la cabeza y cojo el potencial peligro biológico de su mano extendida.
Sí. Están ahí. Rosas, de encaje, de tela mínima, de precio excesivo. Mis bragas. No están solas, por eso. También hay una nota. Escrita a mano, lo que supongo que tiene sentido.
La entrega en mano de ropa interior no requiere la carga de tener que encontrar una impresora.
Su número estaba escrito en el reverso. —Zoe, necesito que me digas qué hacer con mi vida —suspiro.
—A tu servicio —responde como la mejor amiga-compañera de piso que es.
Le transmito mi situación.
Ella también suspira. —Bien. ¿Qué tan bien fue la noche en una escala del uno al diez?
Lo pienso por un momento. —Ocho.
Ella levanta sus cejas perfectamente depiladas. —Joder. ¿Qué tan frágil emocionalmente estás? Del uno al diez, por favor.
—Once.
—Cena, fóllatelo, y vuelve a ver una película conmigo. Nada de quedarte a pasar la noche.
El sólo pensarlo me parece demasiado. Una apisonadora de emociones se abalanza sobre mí. Me rindo, me pongo en posición fetal y dejo que mis sentimientos me expriman la vida como si fuera un tubo de pasta de dientes humano.
Pasábamos horas acurrucados, disfrutando de la compañía del otro. Estábamos en paz juntos. Nunca nos peleábamos. Hablábamos de literatura y política y de mudarnos a Denver.
Se lo di todo. Me abrí. Le conté mis secretos más profundos. Le mostré quién soy, quién es la verdadera Rae Olson, y me abandonó como si no significara nada.
Sigo con mi llanto durante horas.
Me recuerda a cuando la música del Del Mar siguió sonando cuando mi corazón se partió en dos, excepto que porque nadie murió.
—Rae, te quiero, pero tienes la cara tan hinchada que parece que te hayan picado mil abejas —dice Zoe suavemente, con las manos en las caderas—. No voy a dejar que vayas a casa de Michael así.
Sus palabras me escuecen y frunzo el ceño. No me apetece especialmente volver a ver a Michael, pero si Jake ya la tiene metida dentro de otra persona, necesito que alguien haga lo mismo conmigo. —Tengo que hacerlo —gimo en respuesta.
—¿No empiezas mañana en un sitio nuevo en el trabajo? Tienes que bajar la hinchazón antes de eso, y definitivamente vas a llorar de nuevo si te tiras a Michael.
Me conoce demasiado bien. La odio.
—¿Puedes enviarle un mensaje por mí? —le pregunto, haciendo un mohín para que no tenga más remedio que ceder a mi ternura.
—Dame tu teléfono —suspira. Sus dedos bailan por la pantalla y luego arruga la nariz—. Maldita sea, es insistente. Quiere saber qué vas a hacer el viernes.
Mañana empiezo un nuevo encargo en el trabajo, lo que significa que hay un 0% de posibilidades de que me apetezca relacionarme con nadie que no viva en mi apartamento el viernes por la noche.
A pesar de lo emocionada que estoy por el proyecto, los nuevos encargos requieren mucha interacción social, y nada me cansa más que interactuar con seres humanos que no sean Zoe Bridges o Jake Dupont.
Saco la mano para coger mi teléfono.
Me muerdo el labio y le muestro a Zoe la pantalla. Ella se encoge de hombros. —Yo aceptaría, y si no se calma, puedes cancelar la cita más adelante. No me gusta lo insistente que es, pero quizá le gustes mucho.
—Creía que los adultos no podían enviar caras de guiño —murmuro.
—Sí, estoy bastante segura de que hay un estatuto internacional en contra —afirma Zoe—. Por lo que a ti respecta, se acabaron las películas tristes después de que Jack muera —continúa.
Me estremezco. Cuando Zoe usa mi nombre completo, habla en serio.
—Deberías ver algo divertido para ponerte de buen humor para mañana —concluye.
Siempre estoy hecha un manojo de nervios antes de los nuevos encargos. Si quiero evitar pasar vergüenza el primer día, tengo que ponerme en el mood mental adecuado (que no sea de incomodidad ni de depresión) al menos doce horas antes.
Trabajo para la Agencia Jade, una empresa de marketing creativo que envía consultores artísticos como yo a clientes corporativos para ayudarles a mejorar su marca y sus estrategias generales de marketing. Soy una de los cuatro fotógrafos de la plantilla.
Es un trabajo bastante bueno. Sólo tengo que estar en la oficina del cliente la mitad del día, y luego puedo editar las fotos desde donde quiera, que suele ser mi sofá.
Me encanta mi trabajo. Odio la ansiedad que conlleva la parte de interactuar con la gente, pero no hay nada que me guste más que estar detrás de mi fiel Nikon.
Durante las próximas seis semanas, acompañaré a Shawn, un experto en medios sociales, a Quincy Ventures. Es una empresa de capital riesgo, signifique lo que signifique eso.
Quieren intentar mejorar su estrategia de contratación haciendo un lavado de cara en las redes sociales.
Según mi jefa Caroline, están convencidos de que la razón por la que los millennials no quieren trabajar para ellos es que dan la impresión de ser una institución financiera demasiado anticuada y encallada en la generación X.
He investigado un poco en Glassdoor, y también tienen regularmente jornadas de doce horas, además de un director general gilipollas, denuncias de acoso sexual y un ambiente de trabajo de mierda.
Creo que necesitarán algo más que llamativas publicaciones patrocinadas en Instagram y tuits ingeniosos, pero eso es problema de Shawn. Mi trabajo consiste sólo en hacer retratos y fotos de los empleados que denoten naturalidad y espontaneidad.
Paso el resto de la noche riéndome de las payasadas de Will Ferrell y esperando que, mañana, pueda esconderme detrás de mi cámara y evitar tantas interacciones incómodas como sea físicamente posible.