Negocios y biberones - Portada del libro

Negocios y biberones

Bailey King

Creciendo

Después de que Peyton se desmayara, se despertó en el hospital. Los médicos dijeron que el hombre que la había traído ya se había ido.

Le dijeron que se había desmayado por falta de nutrientes, ya que hacía tiempo que no comía, y como ahora necesitaba comer por dos, eso era peligroso.

La medicaron y le confirmaron que su bebé estaba bien y eso era todo lo que quería y necesitaba oír.

Aunque el bebé era parte de un trato, ya lo quería con todo su corazón. Peyton sabía que no podría soportar la idea de que le pasara algo a su hijo.

Era su oportunidad de cumplir la promesa que se había hecho a sí misma y demostrar que podía hacerlo mejor de lo que ellos lo habían hecho o decían haber hecho.

Después de que le explicara su situación al médico, éste se aseguró de que comiera en el hospital y le envió con ella un plato de comida a casa.

Cuando Peyton llegó a su apartamento, guardó la comida en la nevera y se fue directamente a dormir; tenía órdenes estrictas del médico de darse descanso a sí misma y al bebé.

Por suerte, tenía el día siguiente libre. Cuando se despertó esa misma mañana, se permitió un buen desayuno y un café.

Después se dio una larga ducha caliente y se puso un vestido azul y unas sandalias.

Admiraba su barriga y no pudo evitar pensar en el día en que tendría a su hijo en brazos y sería madre.

Una madre de verdad.

Mucho mejor que la que había tenido.

Intentando quitarse esos pensamientos de la cabeza, Peyton cogió su bolso y se dirigió a la puerta de su casa y, al abrirla y salir, se topó directamente con un pecho musculoso.

—¡Guau!

Dos brazos la estabilizaron y, cuando levantó la vista y vio de quién se trataba, no pudo evitar mirarle con odio.

—Bueno, ¿qué se supone que está haciendo el señor Sebastian Coleman en mi pequeño cuchitril de mala muerte?

Peyton sabía que no le gustaba nada su apartamento y a ella le gustaba sacar el tema.

—¿Te has perdido? Porque Assholeville está por allí —dijo señalando la puerta.

Sebastian no le contestó, sino que la miró con seriedad y la empujó hacia el interior del apartamento, como hizo la primera vez que se conocieron.

Se dirigió a la nevera y miró dentro antes de buscar en todos los armarios de la cocina, ignorando a Peyton.

Cuando finalmente terminó, dirigió su atención a Peyton.

Peyton no eraen absoluto intimidante.

—¡¿Por qué invades mi espacio personal?

Sebastian se quedó sorprendido. ¿Qué más le daba? ¿Acaso no se daba cuenta de que sólo eran unos cuantos armarios?

Además, ¡debía alegrarse de que por lo menos no le hubiera echado la bronca!

—No tienes comida en esta casa. Estuviste en el hospital porque no tienes comida en este basurero. He venido a asegurarme de los hechos, ¡así que no intentes gritarme cuando estás poniendo en peligro la vida de mi hijo! —gruñó Sebastian con rabia en la mirada.

Ella se había dado cuenta. Incluso en las pocas veces que le había mirado a los ojos, había sido capaz de notar sus emociones, cuando él mismo se permitía tenerlas.

Por lo tanto sabía que, si podía percibir esa ira en sus ojos quería decir que quería que lo notara.

Pero ella se consideraba una luchadora y no iba a dar su brazo a torcer. Cruzó los brazos sobre su pecho y se puso a la defensiva, contraatacándole.

—Uno, no tengo dinero para comer. Y si tanto te molesta, ¡dame dinero!»Dos, no soy yo la que pone a nuestro hijo en peligro, túlo estás haciendo, señor «no me pongo en contacto con la mujer que lleva a mi bebé». ¡No puedes irrumpir en mi casa como si fueras el dueño y exigir nada!

»No sé cómo funciona ahí arriba —Le señaló la cabeza—, pero en el mundo real, la gente trabaja para pagarse las cosas y no todos crecemos como la realeza. Algunos tenemos que hacer sacrificios.

Respirando profundamente, se recompuso y siguió su discurso.

—¡Así que no hagas acusaciones cuando no sabes ni la puta mitad de nada!

El silencio se apoderó del ambiente y ninguno de los dos hizo ningún movimiento. Peyton se negaba a dar su brazo a torcer; y Sebastian por su lado, analizó sus opciones: no sabía si acabar con este problema o intentar arreglarlo para quizás tener otro más tarde.

A su hijo no le faltaría de nada. Hasta que naciera, la madre debía estar sana al cien por cien. Así que, respirando hondo y pensando en su lista de pros y contras, Sebastian empezó a caminar lentamente hacia la habitación sin decir nada.

Sabía que ella le estaba siguiendo, pero no le importó. Entonces, abrió su armario. Sacó una camiseta blanca de tirantes y unos vaqueros antes de girarse y dárselos.

Mirándole expectante, enarcó una ceja. Sebastian puso los ojos en blanco.

—No presiones más la situación de lo que ya lo has hecho. Te he visto desnuda y no tengo miedo de vestirte yo mismo.

Sorprendida, Peyton asintió mientras se quitaba las sandalias. Sebastian volvió a su vestidor y comprobó si había algo más necesario que tuviera que llevarse.

Al no encontrar nada, se dio la vuelta y se quedó petrificado, sintiendo que algo en su interior se rompía.

Allí estaba Peyton, sólo con sus vaqueros y un sujetador negro, pero lo que atrajo a Sebastian a arrodillarse frente a ella fue el pequeño bulto que pudo ver en su vientre y que siempre quiso.

Peyton notó cómo él sonreía al acariciarle la barriga. Prefirió ignorar el impulso de retroceder al sentir su fría y callosa mano contra su barriga.

—Ya está creciendo.

Peyton asintió y miró a su alrededor. Se puso tensa cuando sintió los labios de Sebastian en su estómago, pero no se movió, ya que en realidad le gustó la sensación que le produjo.

—Hola, soy tu padre.

Sebastian miró a Peyton sólo para corroborar lo ridículo que tenía que parecer. Sin embargo, se encontró que ella le miraba con ternura.

—A pesar de lo que te dice tu madre, en realidad soy bastante bueno.

Sebastian no pensó en lo que estaba diciendo. Lo único que le importaba era que las pruebas de que su hijo estaba ahí eran visibles, y ya lo quería.

Si era una niña, ya se veía a sí mismo comprándole osos de peluche y flores; si era un niño, ya se veía jugando al fútbol con él o construyendo juntos Legos.

Una ola de calor se extendió en su interior mientras se ponía en pie de nuevo; observó cómo Peyton se ponía la camiseta antes de seguirle hasta la puerta principal.

Le cogió el bolso y la condujo hasta su coche. Cuando llegaron a su Range Rover, ambos se subieron a la parte trasera y él miró a los asientos delanteros, asintiéndole al conductor.

—¿A dónde vamos?

Su atención se centró en Peyton y le miró.

—Te vas a mudar conmigo, Plata.

Antes de que ella pudiera decir nada, él miró hacia su estómago y vio a través de la camiseta el bulto que contenía a su hijo. Sonrió y miró por la ventana antes de coger su teléfono.

Ignoró completamente lo que estaba diciéndole Peyton.

Sebastian sabía que teníaque ser el padre que él nunca tuvo.

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