El rebelde lobo ruso - Portada del libro

El rebelde lobo ruso

S L Parker

Capítulo 2

Anna

Poco menos de una semana después, el pueblo estaba completamente decorado. Luces de Navidad de todos los colores parecían parpadear en todos los árboles que rodeaban nuestro pequeño pero hermoso pueblo.

No pude contener una carcajada mientras observaba el pueblo, que ahora parecía la gruta de Santa Claus.

Para un pueblo que deseaba pasar desapercibida, no estaban siendo nada discretos.

El vello de mi nuca empezó a erizarse y una ráfaga de aire con olor a fresas me llegó a la nariz. La tía Nina apareció detrás de mí, aunque probablemente llevaba ya un buen rato allí, pero, como siempre, yo estaba tan perdida en mis pensamientos como para darme cuenta.

Sopló otra ráfaga de viento y el dulce aroma se hizo más fuerte. La tía Nina se había duchado recientemente. Desde que tenía uso de razón, utilizaba un champú y un acondicionador con olor a fresa.

—El pueblo está precioso, cariño. Has hecho un buen trabajo. —Su familiar y suave voz sonó desde mi izquierda mientras se acercaba.

Aunque no quería verla ni hablar con ella, no podía negar que su olor y el calor que irradiaba me reconfortaban. Había sido un mes solitario.

—La vista es increíble desde aquí arriba —continuó cuando al ver que no contestaba. No mentía. Había subido a la montaña y estaba de pie en lo alto de una cornisa.

El viento sopló más fuerte, y me abracé para intentar entrar en calor. Había salido preparada, con un abrigo de invierno, gorro y guantes, pero las noches se estaban volviendo cada vez más frías.

La temperatura corporal de los hombres lobo era más elevada que la de los humanos, pero eso no significaba que fuéramos inmunes al frío.

El canal meteorológico había pronosticado la llegada de la nieve para la próxima semana, y la manada Oborot iba a llegar en cualquier momento.

Durante toda la semana había estado interrogando a Casey sobre la manada, pero ella afirmaba saber tan poco como yo. Me recordó que el abuelo fue quien los invitó y que, por lo tanto, toda la información que quería la tenía él.

A pesar de mi curiosidad, no me atreví a pedirle respuestas.

—Sólo ayudé a colocar algunas luces, tía Nina. Fue todo obra de Casey. Sólo Dios sabe qué aspecto tendrá el pueblo el día de su ceremonia de apareamiento. —Sonreí al pensar en ello.

Casey había estado en un estricto modo de dirección toda la semana. Había hecho participar a todo el pueblo.

A todo el mundo se le habían asignado diferentes trabajos, desde pequeñas cosas como colocar la interminable hilera de luces, hasta decorar el árbol de Navidad de seis metros de altura que había en el centro del pueblo.

Había visto la película del Grinch hace años, cuando era niña, y no pude evitar darme cuenta de que Casey la había utilizado como inspiración.

Todavía no podía creer lo organizada y mandona que había estado Casey durante la semana.

Una vez incluso le gritó a mi abuelo —por accidente, claro— y ante su ceño fruncido, Casey se acobardó y enseguida soltó una retahíla de disculpas antes de huir.

—Sí, Casey no es de los que hacen las cosas a medias, lo admito. Pero todo está increíble. No puedo esperar a que llegue la manada Oborot. Será bueno para nosotros mezclarnos con otros lobos.

—Hace mucho tiempo que algunos de nosotros no nos mezclamos.

Me burlé y negué con la cabeza. —Bueno, no creo que tengan problemas para encontrarnos. Somos tan sutiles como Las Vegas ahora mismo.

La tía Nina suspiró ante mi tono seco. —Anna, no es que estemos anunciando dónde estamos. Es Navidad. Todos los pueblos del país lucen así ahora.

—Si somos el objetivo de los cazadores, entonces seremos el doble de fuertes con otra manada aquí. —Hizo una pausa—. Mírame.

Me giré, sin poder negarme. Su mirada se fijó en la mía cuando lo hice. La tía Nina era lo único que me quedaba de mi madre, y me desgarraba el corazón, incluso después de tanto tiempo, lo parecidas que eran.

Nina tenía el pelo oscuro y rebelde de mi madre, que caía en cascada por su espalda, y sus grandes ojos azules. Incluso su olor era como el de mi madre.

La única diferencia entre ellas era que mi madre siempre había sido cálida y amable con todos los que la conocían. La tía Nina sólo era verdaderamente cálida y amable con su compañero y conmigo.

Yo había sido el foco de la ira de mi tía una sola vez y no quería volver a serlo.

—Has tenido una vida dura hasta ahora, y sé que eres precavida; nunca dejas entrar a nadie. Al menos no completamente. No vives Anna, sólo existes. ¿Cuándo fue la última vez que te transformaste?

—Estás rodeada de tu manada aquí; no tienes que tener miedo...

—No tengo miedo —dije a la defensiva—. Tal vez si hubiera conseguido alguna venganza por la muerte de mis padres, entonces no estaría deprimida...

—No necesitabas ver lo que les hicieron a esos cazadores. —La tía Nina alargó la mano para tocarme el hombro, y yo no me aparté.

Sobre todo porque si lo hacía, me caería por el borde de la cornisa y moriría. Pero también porque ansiaba su contacto. El apretado agarre era reconfortante y aliviaba parte de mi ira.

—Me gustaría que tú y el abuelo dejarais de tratarme como a una niña. Tengo veintiséis años, por el amor de Dios. Lo necesitaba; necesitaba verlos castigados. Fui yo quien encontró a mis padres muertos, tía Nina.

—Oí a los cazadores entrar en mi casa. Si me hubieran enseñado a sacar a mi loba en lugar de hacerme esconderla como si fuera algo de lo que avergonzarse, podría haber ayudado.

Mi respiración era dificultosa; con cada palabra, mi voz aumentaba de volumen.

La cara de la tía Nina se suavizó antes de que sonara una fuerte ovación desde abajo en el pueblo, poniendo fin a nuestra conversación. La tía Nina endureció sus facciones y me miró fijamente.

—Eso será que la manada Oborot ha llegado. Corre, Anna. Despéjate un poco y luego baja a recibir a nuestros invitados.

—Eres la futura líder de la manada, así que tu abuelo te querrá allí. Yo te cubriré hasta que llegues. —Se inclinó hacia adelante y me atrapó en un cálido abrazo.

—Te quiero, Anna. —Me soltó tan rápido como me abrazó, y con eso se fue corriendo de vuelta hacia el pueblo.

Respiré hondo y solté el aire en un resoplido que sonó más animal que humano. Mi loba estaba cerca de la superficie, impaciente, y esperando a que la dejara salir.

Podía sentir su agitación ante la mera idea de salir a correr; había pasado mucho tiempo desde la última vez.

Rara vez la dejaba asomarse. Parecíamos tener personalidades completamente diferentes. Mi loba era un espíritu libre; amaba el bosque, le encantaba explorar y, por desgracia, quería una pareja.

Yo no tenía ningún tipo de prisa con eso, para disgusto de mi loba.

La idea de liberar parte de mi energía acumulada me hizo caer en la tentación, más o menos. Decidiendo no trasformarme del todo, dejé que mi loba saliera a la superficie libremente para disfrutar de una carrera a dos patas.

El ejercicio la mantendría tranquila al menos durante un rato.

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