Mason - Portada del libro

Mason

Zainab Sambo

Capítulo 3

—¡Ya estoy en casa! —anuncié. Me quité los zapatos junto a la puerta y caminé descalza por el piso.

Oí ruidos de traqueteo procedentes de la cocina y decidí investigar.

Se me escapó una pequeña risa cuando vi a Beth revoloteando sobre la isla, cubierta de harina.

Típico de Beth: cocinaba cuando estaba tensa y preparaba los pasteles más deliciosos del mundo.

Era raro, pero cuando no estaba estresada no sabía preparar un buen pastel.

O le salía demasiado dulce o estaba medio quemado.

No podía entenderlo.

Levantó la vista e hizo un gesto para limpiarse la harina de la mejilla, pero no lo logró.

—¿Qué tenemos aquí? —curioseé. Me acerqué al bol, introduje el dedo y me lo llevé a la boca. Asentí en señal de aprobación—. ¡Muy rico!

—¿Qué tal el trabajo? —preguntó ella.

Como si me hubiera arrancado un apósito, gemí y me invadieron la ira y la humillación.

—Estoy lista para dejarlo.

—¿En serio? —levantó las cejas—. ¿No te gusta esa tienda?

—¿Tienda? ¿Qué tienda? ¿En serio sigues pensando que no trabajo en Industrias Campbell? ¿Crees que mentiría así como así? ¿Por qué diablos iba a mentir sobre eso? ¿Porque no lo merezco? ¿Crees que otra persona debería tener el trabajo?

—Maldita sea, Lauren, un simple «no» habría bastado. Vale, te creo. Dios, cállate y dime qué es lo que te tiene en ascuas.

Me di la vuelta y salí de la cocina, oyendo sus pasos detrás de mí.

—El maldito Mason Campbell. Es una pesadilla, Beth. Me odia y me ridiculiza a cada oportunidad que tiene —me quejé. Apreté los puños al recordar lo desagradable que había sido conmigo desde el primer momento—. Es el cabrón más desagradecido de la historia. ¿Quién demonios se cree que es?

Me dejé caer en el sofá y crucé las piernas.

—Bueno, pues déjalo.

Levanté la mirada hacia mi compañera de piso.

—¿Estás loca? —pregunté—. Necesito el dinero y tú sabes por qué. Tengo que cuidar de mi padre. Soy todo lo que tiene.

Me detuve cuando mi voz empezó a quebrarse.

No quería abrir viejas heridas, no quería pensar en la mujer que nos había abandonado a los dos.

—¿Qué vas a hacer entonces?

—Aguantarme. No es el fin del mundo.

—Así es, chica —sonrió Beth, golpeándome en el brazo—. Sólo tienes que ir con la cabeza bien alta. Sonríe cuando se comporte como un imbécil, sonríe cuando se comporte como un cabrón. No permitas que vea tu sonrisa quebrarse. Ya verás cómo se cabrea cuando sus palabras o acciones no tengan el efecto esperado en ti.

De repente salté del sofá y la abracé.

—¡Tienes razón! —exclamé. La frustración anterior desapareció y fue sustituida por mi habitual alegría—. Cuando alguien sea irrespetuoso, mátalo con una sonrisa. ¡Eres increíble, Beth Wallace!

—Lo sé, lo sé... —sonrió—. Ahora que hemos dejado eso claro, dime: ¿cuándo me lo vas a presentar? Quiero verlo, Laurie. Quiero mirarme en esos ojos y contemplar ese fornido cuerpo que deja a las mujeres en coma. ¡Quiero verlo! Quiero saber qué se siente cuando te seducen con una sola mirada.

Beth se estaba desahogando a fondo, sus ojos se volvían soñadores por momentos.

La golpeé con un cojín.

—No es mi novio, ni un amigo que pueda presentarte sin más. Es mi jefe y las dos estaremos muertas antes de que eso ocurra. Limita tus fantasías a Internet.

Me dirigí a mi habitación para cambiarme.

Eran las doce y media y todavía estaba lidiando con los correos electrónicos del señor Campbell.

Eran tantos que había perdido la cuenta de cuántos había contestado.

Algunos eran de otras empresas que querían concertar una reunión con él, otros eran de clientes y otros eran correos personales de su familia.

Había concertado reuniones importantes y a la una de la tarde y estaba contenta con mis progresos.

Apareció una luz azul en mi bandeja de entrada e hiche clic, sorprendida al ver el destinatario, pero más aún al leer el asunto del correo.

«Abrir ahora mismo».

Una exigencia.

Una orden.

Dios, Mason Campbell era un hombre sin modales.

Hice clic en el correo.

«Señorita Hart,

Debe ir a esta dirección antes de venir a la oficina y preguntar por Peter Walsh. Asegúrese de no llegar ni un minuto tarde al trabajo.

Mason Campbell.»

Bueno, al menos su correo sonaba más agradable que si me lo hubiera dicho en persona.

Rápidamente escribí una respuesta.

«Señor Campbell,

He recibido su mensaje y haré lo que me indica. ¿Debo recibir algo del señor Walsh? Que tenga una buena noche.

Atentamente,

Lauren Hart.»

En cuanto lo envié, quise deshacerlo.

Sabía que pronto recibiría un mensaje grosero por haberle hecho una pregunta estúpida.

Si hubiera querido que me entregaran algo, lo habría mencionado.

Me maldije por ser tan estúpida.

Me mordí los dedos y me quedé mirando la pantalla, esperando una respuesta que me daba pavor.

Podía imaginar varias posibles réplicas. Si hubiese habido algo más que decir, lo habría hecho.

O algo así como que no me había dado permiso para enviar una respuesta.

Puse los ojos en blanco ante esa opción porque no era imposible que me lo soltara.

Pasaron cinco minutos y no recibí nada.

Podía estar ocupado; o tal vez no creía necesario responderme.

Mis ojos se abrieron de golpe y tardé cinco segundos en darme cuenta de que el cielo estaba iluminado y no oscuro.

Jadeé y comprobé la hora, viéndola clara como el día.

Las siete y diez.

Grité y salté de la silla, casi tropezando y cayendo al suelo.

Me metí en la ducha y me vestí en cinco minutos.

Era la ducha más corta que había tomado nunca.

Con los zapatos en la mano, salí de casa y paré un taxi.

Le di rápidamente la dirección que me había enviado el señor Campbell y me recosté en el asiento.

Oh, Dios.

Iba a llegar tarde en mi segundo día.

No podía ni imaginar cómo reaccionaría el señor Campbell ante mi retraso.

Y especialmente Jade, que se iba a retorcer de gusto si me despedían.

—¿Puede darse prisa, por favor? No quiero llegar tarde —le dije al conductor con impaciencia, comprobando de nuevo la hora.

Las siete y diecisiete.

Cuando el coche se detuvo ante un edificio, le pedí al conductor que me esperara.

Me apresuré a entrar y me acerqué a la recepcionista.

—Peter Walsh —le dije sin aliento—. Vengo de Industrias Campbell para ver al señor Walsh.

—Vaya, acaba de marcharse —me informó, sellando mi certificado de defunción.

—¿Qué? —intenté no estallar y gritar al mismo tiempo—. ¿Sabe cuándo va a volver? Realmente necesito verlo.

—Lo siento, señorita, pero tendrá que esperar una hora para verlo. Acaba de salir para su actividad matutina.

—¿Una hora? No tengo ni veinte minutos. Gracias por su tiempo.

Salí corriendo y me metí en el taxi, dándole la dirección del trabajo.

El sudor comenzó a formarse en mi frente y mis manos empezaron a temblar de miedo.

Me costó mucho salir del taxi y entrar en Industrias Campbell.

Tuve la sensación de que todas las miradas estaban puestas en mí, pero en realidad todo el mundo estaba haciendo su trabajo.

Mis tacones claquetearon al subir los escalones y la cara de suficiencia de Jade me saludó.

Sonreí, intentando no mostrar lo preocupada y asustada que estaba.

—Buenos días, Jade.

—Es una mañana muy bonita, Lauren. ¿No crees? —comentó, y levantó una ceja burlona.

—Sí, claro.

Pasé junto a ella para dirigirme al despacho del señor Campbell.

Sólo quería poner algunos documentos en su mesa y volver a mi escritorio antes de que me arrinconara allí.

Al abrir la puerta, casi di un paso atrás cuando lo vi sentado en su silla, hablando por teléfono.

No esperaba encontrármelo. ¿Qué demonios?

Bueno, era su oficina, así que tampoco resultaba tan raro que estuviera allí.

—Sí, Jerry, notifícale los detalles de los envíos. No, ha de ser hoy.

Me acerqué a su mesa y coloqué los expedientes frente a él.

Al darme la vuelta para irme, casi tuve ganas de bailar por haber escapado de la ira de Mason Campbell.

—No se mueva, señorita Hart.

Y mi alegría murió.

Me quedé donde estaba y esperé hasta que terminó su conversación telefónica.

Incluso recé para que no dejara de recibir llamadas y acabara pidiéndome que me fuera sin tener que enfrentarme a él.

—Muy bien. Asegúrate de que me lleguen los informes —concluyó. Colgó el teléfono.

—Señorita Hart —me interpeló con un repentino cambio de tono que hizo que mi corazón se acelerara—. Hay cuatro cosas que odio, y una de ellas es la gente incompetente.

Tragué saliva.

—Hoy ha sido incapaz de llevar a cabo un trabajo muy sencillo.

—Lo siento, señor, yo...

Sus ojos plateados hicieron presa en los míos y parecieron atravesar mi piel.

—No me interrumpa —me advirtió con una frialdad suprema—. Le estoy dando una última oportunidad, señorita Hart. Si no hace lo que se le pide, sólo conseguirá que la despidan. Y tal vez no conozca las consecuencias de ser despedida de Industrias Campbell. Nadie estará dispuesto a contratarla después de saber que ha trabajado para mí.

Se levantó de la silla y se desabrochó el traje, cruzando a mi lado.

—Ser despedido de mi empresa es algo así como una sentencia de muerte. ¿Quiere pasar el resto de su vida sin poder encontrar un empleo, señorita Hart?

Mi pecho subía y bajaba.

Mason se cernió sobre mí, oscuro y peligroso. Su expresión era tensa y pétrea.

—No me sorprende que no haya podido completar una tarea sencilla. Sospeché que esto ocurriría, por eso envié dos correos electrónicos: a usted y a Jade Willow. Y, fíjese por dónde, para ella su trabajo sí es importante.

Exhalé de golpe.

Si estaba tan seguro de que iba a fallar en la tarea, ¿por qué me la había asignado?

¿Para no perderse la oportunidad de humillarme e insultarme?

Y Jade... no me extrañaba que me hubiera preguntado qué tal iba mi mañana. Probablemente se estaba riendo en su cabeza.

Apreté los puños.

Poco a poco, mi ira cesó.

El clamor de mi corazón se aplacó.

Dominé mis emociones.

Nunca en mi vida había esperado encontrarme en una situación de la que no pudiera escapar.

No podía dejarme despedir ni tampoco iba a renunciar sabiendo lo que pasaría después.

¿Cuánto poder tenía Mason Campbell sobre todos?

Sabía que sentía un inmenso placer al insultarme, aunque ignoraba el motivo. Pero no podía ser egoísta.

Estaba haciendo aquello por papá.

Iba a aguantarme y a hacer frente a todo como la chica valiente que mi padre me había enseñado a ser.

—Tengo una reunión dentro de quince minutos, asegúrese de estar allí —dijo en voz baja.

Había sido poco más que un susurro.

Sin embargo, aquellas palabras escondían una severa advertencia.

—Hola —me saludó Aaron.

—Qué hay.

—¿Cómo va tu segundo día de trabajo?

—¿A qué crees que sabrá tu sándwich si le pones pepinillos, Nutella y mantequilla de cacahuete?

—Qué asco —sentenció Aaron, poniendo cara de desagrado. Luego sonrió—. Pronto te acostumbrarás a todo esto y las cosas mejorarán.

Sonreí.

—Bueno, ¿qué pasa? ¿Necesitas algo?

—Me han pedido que me encargue de que llegues puntual a la reunión.

Levanté las cejas como si fueran un cohete saliendo hacia la luna.

—No me digas, ¿en serio? ¿Así que el señorón ha decidido que no soy capaz de llegar a tiempo y me ha asignado una niñera? ¿Y a ti te ha encargado la estúpida tarea de acompañarme a la reunión?

Se irguió en toda su estatura, con una sonrisa burlona en la cara.

—Estoy bromeando, Lauren. Él no tiene el tiempo ni la energía para hacerlo. Me caes bien. No quiero que te despidan. No sabes lo que te sucedería en tal caso.

—Creo que me hago una ligera idea. Él mismo me lo ha dicho. Pero eso es una estupidez. ¿Por qué demonios iba a tener él tanta influencia sobre la gente?

—Subestimas el poder de Mason Campbell, Lauren.

—Eso me recuerda algo. Cuando vine aquí para la entrevista, vi a una mujer siendo escoltada fuera de las instalaciones. Me sentí muy mal, no merecía ser tratada de aquella manera. ¿Qué había hecho?

—¿Te refieres a Gretchen? La acusaron de haber robado unos documentos importantes. Aunque no los han encontrado.

—¿Crees que lo hizo?

Una nube oscura se formó sobre su cabeza.

—No, pero no importa si lo hizo o no. Sospechaban de ella y eso bastó.

—Un lugar difícil.

Aaron asintió quedamente.

Miré el reloj.

—Faltan siete minutos para que empiece la reunión. Quiero llegar pronto. No quiero que me regañen otra vez.

—Está bien —rió Aaron—. No querrás ir sola, ¿verdad?

Caminamos juntos hacia la sala de conferencias. Para mi sorpresa, alguien ya se me había adelantado.

Estaba sentada en la silla cercana al asiento del jefe.

Ahogué una carcajada, pero no me esforcé lo suficiente.

Levantó la vista y nos miró fijamente.

—Supongo que alguien tiene más ganas que tú de complacer al jefe —comentó Aaron—. No te esfuerces demasiado, Jade. Sería una pérdida de tiempo.

—Cállate —replicó ella.

No dije nada. Busqué un asiento al final de la mesa y me deslicé en él. Aaron ocupó la silla de al lado.

A las ocho en punto, la gente empezó a entrar y a ocupar todas las sillas vacías hasta que no quedó ninguna.

Y a las ocho y tres minutos, exactamente, entró el señor Campbell.

Nos levantamos de nuestros asientos y, cuando tomó asiento, le imitamos.

Intenté con todas mis fuerzas mantenerme alejada de su vista. Pero no lo suficiente, ya que aún podía ver su rostro con claridad.

No sonreía y tampoco fruncía el ceño.

Parecía serio y decidido y todos los demás ponían toda su mente y atención en él.

El poder, el liderazgo y la autoridad eran suyos.

Aparté la mirada de su penetrante mirada y centré mi interés en la vista del exterior.

—Señorita Hart.

Era muy hermoso. Podría haber pasado todo el día contemplándolo.

—¡Señorita Hart!

—Lauren —siseó Aaron, dándome un codazo en las costillas.

—¡Ay! ¿Qué te pasa? —lo fulminé con la mirada, frotando el punto donde me había alcanzado su codo. Me dolía. Esperé que no me hubiera magullado. Entonces me di cuenta de que todas las miradas estaban puestas en mí.

Quise esconderme bajo la mesa.

—No cumplir una tarea, no prestar atención durante una reunión, ¿qué más pretende mostrarnos en un día, señorita Hart? —se burló Campbell.

Sus ojos estaban fijos en mí. Tenía las manos cruzadas delante de él.

Su traje azul oscuro de Armani le hacía parecer más ancho y alto que nunca; ciertamente lo era, pero allí sentado, el efecto era aún más intenso.

El aire parecía zumbar y chisporrotear con el poder de su presencia: fuerte y vital, audaz y exigente.

Mi pulso se aceleró de repente al ser su principal foco de atención, si bien estaba decidida a que él no supiera el efecto que tenía sobre mí, ¿o sí?

Levanté la barbilla y le devolví la mirada, esperando que fuera la de una mujer fría y segura de sí misma.

—Lo siento, no volverá a ocurrir.

Me alegré de no tartamudear ni mostrar signos de debilidad.

—Eso es lo que no deja de repetir....

Hubo unos instantes de silencio.

—Señorita Willow.

Jade se apresuró a responder.

—¿Sí, señor? —sonó molesta y dulce.

Parecía un perro que había visto una golosina.

Dios, ¿no podía al menos fingir que estaba menos emocionada?

—Cambie de asiento con la señorita Hart.

Su cara reflejó su conmoción. La decisión de Campbell me sorprendió tanto como a ella.

Jade se levantó de la silla y Aaron tuvo que volver a darme un codazo para que me levantara de la mía.

A cada paso que daba, el nudo de mi estómago se tensaba.

Habría preferido quedarme donde estaba.

El hecho de que todas las miradas estuvieran puestas en mí, y especialmente la del señor Campbell, no me tranquilizaba.

Mis pasos se ralentizaron pero no dejé de moverme.

Ocupé la silla de Jade.

Estaba a la vista de todos.

Deseé poder hundirme en el suelo y desaparecer.

Atenea también estaba allí. Sus cejas se alzaron en señal de sorpresa y luego me guiñó un ojo.

Miré a Aaron, que lucía una sonrisa tranquila.

Si alguien más se sorprendió por la resolución del señor Campbell, no lo dijo en voz alta. Aunque nadie mostró hostilidad externa, tampoco detecté atisbos de amabilidad.

Excepto Jade, para quien me convertí en objeto único de un odio mal disimulado.

Parpadeé.

Si todos hubieran sabido que el motivo del señor Campbell era incomodarme, me habrían dejado respirar.

Dediqué a Jade una sonrisa indecisa. Cuando no recibió respuesta, flaqueó. Desvié la mirada.

—¿Empezamos? Adelante, Marcus

Marcus era el hombre que estaba sentado junto a Atenea. Era de estatura media, llevaba gafas redondas y un traje azul. Tenía el pelo oscuro con algunas mechas grises.

Nunca había hablado con él.

—Como saben, hace unos meses hicimos un estudio y lo hemos hablado con todos los presentes —señaló. Los asistentes asintieron—. Creemos que la idea de Bethany en relación con el dron también funciona.

Marcus señaló la instalación situada en un lateral de la sala.

—El noventa y tres por ciento de las personas encuestadas se quejó de algunos problemas que están teniendo; como que extravían cosas en la calle, que los turistas se pierden y demás. Desarrollar un dron que pueda resolver estos inconvenientes será una gran idea, señor Campbell. Por ejemplo, si alguien pierde un pendiente, le enseña al dron la fotografía y este lo localiza.

—Sí, el mercado será realmente enorme y este podría ser nuestro mayor proyecto hasta la fecha —intervino una mujer pelirroja—. Ya hemos empezado a recabar todos los datos y se ha planificado el diseño del sistema. El equipo de Mike ha hecho un buen trabajo.

—Mándamelos luego, Riley —dijo el señor Campbell. Luego se inclinó hacia mí.

—Asegúrese de que los recibo, señorita Hart. Esta es su segunda tarea —susurró.

Asentí, intentando no reaccionar por nuestra proximidad y por la forma en que sonaba su voz cuando hablaba bajito.

El señor Campbell sugirió que cada uno se tomara cinco minutos para aportar nuevas ideas al proyecto.

No me atreví a pensar que iba a formar parte del mismo, ya que para él no era más que la chica de los recados.

Cuando todo el mundo terminó, se empezaron a barajar ideas y la mayoría fueron tachadas.

Me quedé callada durante todo el tiempo y sólo me levanté para buscar una botella de agua del tiempo para él.

Cuando volví, la reunión había terminado.

—¿Por qué no comes con nosotros hoy —propuso Atenea cuando salimos de la sala de juntas.

—De acuerdo —acepté. Sonreí durante todo el camino de vuelta a mi mesa, feliz de no tener que almorzar sola.

Me senté en mi silla y contesté algunos correos electrónicos.

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