Rescata mi corazón - Portada del libro

Rescata mi corazón

Tiffanyluvss

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Chapter
15
Age Rating
18+

Sinopsis

Blaze Xander, un estudiante de segundo año insensible y emocionalmente distante, conoce a Harmony Skye, una ingenua estudiante de primer año, y se propone tener sexo con ella. Harmony, inconsciente, cae rendida ante el encanto de Blaze, que la lleva a hacer cosas que normalmente no haría. Blaze la tiene comiendo de su mano, pero entonces se percata de que no quiere acostarse con ella: le gusta su compañía, escuchar su voz... y se replantea todo. Parece que Blaze se está enamorando poco a poco, mientras que Harmony... ya está totalmente enamorada del complejo Blaze Xander.

Clasificación por edades: +18

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El comienzo

Cause you stop my heart (Porque detienes mi corazón)

I can’t focus on anything (No consigo concentrarme en nada más)—Melanie Fiona.

Canción de apertura: «You stop my heart» de Melanie Fiona.

BLAZE

―Estoy a punto, Blaze.

El susurro de Melissa Jones me saca de mi ensimismamiento mientras mueve sus caderas encima de mí; tiene pelo negro recogido a un lado del cuello.

Los rayos de sol que se cuelan a través de las cortinas color crema brillan sobre su piel húmeda mientras se muerde los labios carnosos con satisfacción.

Me dedica una sonrisa seductora que inmediatamente cambia por una mueca de placer; baja los labios hasta mi cuello y a mí por poco me entra la risa.

―Estoy muy cerca.

Pongo los ojos en blanco.

«Córrete de una vez, Dios mío».

Me muero de hambre y en la cafetería del campus normalmente las hamburguesas se acaban a eso de la una de la tarde. Esto está ocupando todo mi maldito tiempo.

Me besa el cuello, gime y parece estar cabalgando hacia el éxtasis, mientras yo miro el reloj con impaciencia.

Como ahora tiene los ojos cerrados, no tiene ni idea de que mis gemidos son tan falsos como su trasero.

¡12:55pm!

Siseo audiblemente y ella levanta la cabeza. Sus movimientos son ahora más rápidos y, si sigue así, no hay duda de que me romperá la caja torácica.

―¿Acabas de resoplar, cariño?

Me fuerzo a sonreír.

―No, ha sido un gemido.

​​―¿En serio? ―Echa la cabeza hacia atrás, haciendo círculos con su cintura como la supuesta profesional que es.

A estas alturas, me estoy aburriendo bastante y me rugen las tripas. Vuelvo a mirar el reloj.

La 1pm.

No.

―Tengo que irme ―digo rotundamente, agarrándola por los muslos y apartándola de mí. Se cae de la cama y yo abro mucho los ojos; preferiría evitar reírme.

Mierda.

Pone cara de confusión y se frota la nuca mientras vuelve a subirse a la cama. Se queda mirando cómo me levanto y frunce el ceño.

―¿Adónde vas, Blaze?

―A la cafetería ―respondo mientras meto una pierna en los vaqueros, haciendo equilibrios sobre la otra pierna como un acróbata profesional.

―Tengo hambre.

Se queda boquiabierta.

―¿Quieres algo? ―pregunto sin preocuparme realmente por su respuesta mientras paso los brazos por las mangas de mi camiseta blanca, arrastrándola por encima de mi cabeza.

Frunzo el ceño cuando veo su gruesa mancha de carmín en la manga y tiro del dobladillo, escrutando la marca roja.

―Maldita sea...

Ella entrecierra los ojos mientras se muerde el labio con desaprobación.

―No me puedo creer que estuviéramos teniendo sexo y tú estuvieras pensando en comida todo el rato. Dios, los rumores son ciertos. Eres un gilipollas.

Me subo la manga para ocultar la marca de carmín mientras sonrío.

―Bueno, entonces, nos vemos, ¿sí?

.

​​―¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Me giro para mirarla, caminando hacia atrás mientras agito las manos, gesticulando.

―¿Todo? ¡Joder! ¡Cuánto estrógeno! No puedo con las crisis emocionales de las mujeres. Prefiero no quedarme aquí ni un momento más.

―Eres un gilipollas.

―Mejor ser un gilipollas que un calzonazos.

―¡Uf!

Me río entre dientes mientras me giro hacia la puerta, oyendo el sonido de las sábanas cuando ella se baja, viniendo desesperadamente detrás de mí.

Asoma la cabeza por la puerta, con su cuerpo desnudo oculto tras las paredes pintadas de blanco.

―¿Podemos repetirlo?

―Mm. Tal vez. ―Apenas miro por encima del hombro y ella frunce el ceño, abriendo mucho los ojos cuando ve a su novio acercándose por el pasillo.

Me río y le devuelvo la mirada, pero la puerta ya se ha cerrado de golpe.

«Joder, debería haberme quedado ahí un minuto más».

Su novio, Leo (no, definitivamente no es Leonardo DiCaprio), es un empollón con entradas y una extraña barba en la barbilla más prematura que varonil.

No entiendo por qué sigue llevando esos mocasines falsos con calcetines de rombos blancos y grises.

Parece un extra de fondo en una película de los 90; el tipo de personaje irrelevante en cualquier reparto cuyo único deber es cruzar casualmente la calle para que la escena parezca ocupada.

La razón por la que acabo de acostarme con su novia no es simplemente porque la chica me ha estado echando el ojo desde primero.

Y quizás sea una de las razones por las que su novio me odia. Esa y quizá el hecho de que tengo a todas las chicas que quiero en la palma de la mano.

Él, en cambio, tiene que gastarse toda su paga en regalos y ramos de flores, en bolsos de Prada y zapatos de Gucci solo para poder echar un polvo.

No voy a disculparme por tener una lengua engañosamente dulce, y desde luego no es culpa mía que él no sea consciente de que estamos en el siglo XXI.

―Hola, Leo ―Le lanzo una sonrisa triunfal y él entrecierra los ojos ante el ominoso saludo mientras paso a su lado.

Tarareo una melodía en voz baja mientras continúo mi camino por el pasillo, complacido por el hecho de que ahora sé el tipo de ropa interior que lleva su novia. ¿Qué mejor venganza?

Hay que admitir que la mayor parte del tiempo puedo ser bastante vengativo y tremendamente manipulador.

Los momentos restantes son cuando quiero algo de alguien y eso requiere que me comporte lo mejor posible para conseguir lo que busco.

He crecido saliéndome con la mía la mayor parte del tiempo, así que si no lo consigo, suelo tomar medidas exhaustivas para hacerlo. Las medidas pueden ser desde suaves hasta astutas, siniestras o peligrosas.

Me obsesiona el control y la necesidad de poseer cualquier cosa que se me ponga por delante. Si no lo consigo ―y esto ocurre una de cada cien veces―, Lucifer se libera de las débiles jaulas que hay dentro de mí.

Soy un maldito retorcido. Soy consciente de ello.

Leo se detiene y gira la cabeza para observarme con curiosidad, y al sentir sus brillantes ojos marrones clavados en mí, una sonrisa se dibuja en mis labios.

«Busca problemas… Así que yo se los daré».

Agito una mano en el aire.

―Por cierto, dale las gracias a tu novia por el polvo.

Mordiéndome una sonrisa de satisfacción, solo puedo imaginar lo electrocutado que está ahora mismo. Empieza a gritar una serie de blasfemias con rabia, pero yo me río demasiado como para preocuparme.

Me acostaría con su chica todos los días si siempre reaccionase así.

―¡Gilipollas, cabrón, no te saldrás con la tuya! Pagarás por tocar a mi chica, psicótico hijo de puta.

Me río con fuerza mientras me giro señalando mi garganta.

―Te vas a dañar la tráquea. Cálmate.

Está echando humo, tanto que casi puedo ver un poco de humo rojo saliendo de sus orejas. El espectáculo es cómico y divertido. Sacudo la cabeza y me doy la vuelta, desapareciendo por el pasillo.

HARMONY

―Y aquí estamos, eso es. Universidad de Homewood. Estoy muy orgullosa de ti, Harmony.

Mi madre se acerca para darme un beso en la cabeza y yo sonrío suavemente.

Ya he acabado el instituto y aquí estoy, a punto de embarcarme en una nueva etapa de mi vida. He estado preparándome académicamente para este día durante al menos la mitad de mi existencia, pero aún no estoy mentalmente preparada.

Odio los cambios y, aunque comprendo que son inevitables, sigo sin poder deshacerme del enorme fajo de ansiedad que me recorre.

La Universidad de Homewood es enorme. Es extrañamente parecida a un parque, con somnolientos muros de ladrillo rojo que parecen bastante intimidantes.

El césped es maravillosamente verde, pero esa gran fuente del centro, con esa estatua que se parece a María Magdalena, parece un poco más espeluznante que sagrada.

El campus tiene un aire georgiano, pero sigue pareciendo moderno. En su mayor parte, tiene un exterior cautivador; quizá esta sea una de las razones por las que mi madre insistió en que estudiara aquí.

―Eres tan brillante, tan brillante ―Me pellizca dolorosamente las mejillas y hago una mueca, lo que provoca que se ría entre dientes mientras sus ojos brillan de tristeza.

Suspira, jugueteando con su alianza.

―¿Quién va a ver Girlfriends conmigo ahora?

Mi madre exagera; solo recuerdo haber visto esa comedia con ella una vez. ¡Una vez!

​​―Eli podría ―Sonrío.

Mi intento de hacer humor se queda en nada cuando exhala profusamente.

―Eli solo tiene seis años, Harmony ―Me pasa sus finos dedos por un lado de la cabeza. ―Ven a visitarnos los fines de semana.

―De acuerdo.

​​―Y nada de beber, nada de sexo, nada de chicos...

―Mamá, lo sé ―la interrumpo, encogiéndome ante la palabra «sexo».

Nunca he tenido novio y, a decir verdad, el tema no me entusiasma. He visto a demasiadas adolescentes llorando por un amor perdido y he decidido que no quiero formar parte de ese grupo.

Suspira, inclinando la cabeza hacia un lado mientras frunce los labios.

Sonrío un poco con la esperanza de alegrarle el ánimo.

―Es solo la universidad, mamá, no el ejército. No te preocupes.

Ella asiente.

―Lo sé ―Me besa la mejilla y yo me aparto sutilmente. Su comportamiento excesivamente cariñoso empieza a hacerme sentir como una niña de dos años a la que dejan en la guardería por primera vez.

Abro la puerta del coche y salgo a la calurosa acera, un soplo de viento arremolina mis rizos negros alrededor de mi cara.

Entrecierro los ojos bajo el sol de la tarde y abro el maletero mientras mi madre se acerca para acompañarme.

―He metido todo lo que puedas necesitar. Cepillo de dientes, cepillo de pelo...

Mis pequeños dedos se enroscan en el asa de la maleta mientras la saco del maletero, haciendo una mueca cuando casi me caigo de bruces.

«Jesús, ¿qué demonios ha metido mi madre en esta cosa? ¿Rocas?».

Conociendo a mi madre, probablemente metió toda la casa.

Cojo la bolsa y me la subo al hombro mientras ella cierra la puerta del maletero.

―He intentado meterlo todo, pero si se me queda algo...

―Puedo conseguir otras cosas si hace falta. Hay un centro comercial al final de la calle.

―No, llámame si necesitas algo ―Ella sacude la cabeza―. Odio que andes por ahí. No conoces a nadie aquí…

«Creo que mi madre olvida constantemente que tengo dieciocho años».

―Sí, mamá, pero tan solo es un centro comercial. Además, puedo pedirle a alguien que me acompañe.

Inclina la cabeza hacia un lado, apoyando una palma en la cintura mientras deja caer los ojos. No puedo evitar reírme.

Las dos sabemos que nunca le pediría a nadie que me acompañara. Soy enormemente antisocial, y el hecho de que mi madre sea excesivamente sobreprotectora no me ayuda en absoluto.

―Vale, ten cuidado. La universidad es un sitio peligroso ―dice, y yo asiento con la cabeza.

Después de la muerte de mi padre, cuando solo tenía doce años, he pasado la mayor parte del tiempo con mi madre. Por supuesto, que me vaya a la universidad no es algo que le entusiasme.

Quedarse sola en casa siempre ha sido su mayor temor, pero por suerte mi hermano pequeño Elijah estará allí para hacerle compañía. Me siento aliviada.

―Buena suerte. ¿Necesitas que te acompañe?

Sacudo la cabeza, volviéndome hacia ella.

―No. Estoy bien. Te llamaré.

Ella asiente como respuesta, las lágrimas se acumulan en sus ojos color esmeralda una vez más. Es tan emocional.

―Vale, Harmony.

Sonrío mientras me doy la vuelta, arrastrando mi maleta enormemente pesada hacia el gran edificio. Oigo arrancar el motor y miro hacia atrás para hacerle un último gesto con la mano mientras toca el claxon antes de marcharse.

En cuanto se aleja, suspiro nerviosa. Estar en un entorno desconocido y no conocer absolutamente a nadie es abrumadoramente aterrador.

He estado protegida toda mi vida, y mi madre incluso se planteó educarme en casa después de la guardería.

Mi padre lo desaprobó, diciendo que educar a un niño para que sea ingenuo es mucho más peligroso que dejarle volar libre.

Ahora estoy aquí, volando libre, y deseo desesperadamente volver ya a mi cálido capullo.

Este lugar es demasiado grande, y me siento como David entre un montón de Goliats. Tengo un cuerpo pequeño y soy baja de estatura, pero además siento que estos chicos son más grandes que los adolescentes normales.

Probablemente sea mi ansiedad. Inspiro y espiro, abro la cremallera de la maleta para sacar mi nebulizador para el asma del pequeño compartimento de la bolsa.

Cierro los labios alrededor de la boquilla, presionando el bote mientras inhalo una bocanada de aire y lo expulso por la nariz.

Me lo vuelvo a guardar, me muerdo el labio y levanto la vista para ver a un grupo de chicos que me miran boquiabiertos al pasar.

La vergüenza hace que me ponga roja y bajo la mirada, ladeando la cabeza para que mi espeso pelo rizado me tape la cara.

«Quiero irme a casa».

Enderezo la columna y empiezo a arrastrar la maleta por la acera. Mis demonios internos susurran entre ellos que todas las miradas están puestas en mí.

Los chicos están reunidos en el frondoso césped, riéndose, hablando y siendo estudiantes universitarios normales.

Observo mi entorno, escondida tras los mechones de mi pelo y, por suerte, a nadie parece importarle que yo exista.

Genial, entonces todo está en mi cabeza. Es un alivio.

Afortunadamente, llego a Grayson Hall, el dormitorio que me han asignado, sin ningún contacto humano y, sinceramente, eso me alivia.

Mi aversión al reconocimiento humano me ha llevado a tener un único amigo en el instituto. Callum Gale.

Nos hicimos amigos en noveno curso cuando nos agruparon para un proyecto de química. Nuestro amor por el tema de los átomos es lo que nos dio una amistad joven pero fuerte, pero es una pena que no vaya a estar aquí conmigo.

Le han admitido en otra universidad; Homewood no ofrece lo que él quiere estudiar, por desgracia.

Mientras compruebo mi número de dormitorio en el correo electrónico de admisión que Homewood me ha enviado al móvil, un grupo de chicos risueños corretea hacia mí como un grupo de niños de quinto curso, riéndose a carcajadas mientras sus profundas voces retumban en las paredes.

Son todos altísimos.

Uno de ellos casi me derriba y me dedica una sonrisa de disculpa mientras yo, tímidamente, me arrinconó contra la pared para dejarles todo el espacio que necesitan.

Siguen con su perorata infantil mientras desaparecen por el pasillo, y suelto un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

¿Todos los universitarios son así de juguetones? Menos mal que no soy de las que se interesan mucho por los chicos, o me habría llevado una gran decepción.

Finalmente localizo el dormitorio que me han asignado, la habitación 805, y sonrío triunfante como una niña de dos años. Las cosas que me hacen sonreír siempre confunden a la gente.

Y por gente me refiero a mi madre, mi hermano Elijah, mi difunto padre y Callum. Son, literalmente, las únicas personas que conozco.

Empujo la puerta y entro en una habitación mal decorada. Consta de un pequeño escritorio con una pila de libros viejos encima, un pequeño armario doble en la esquina y una puerta que presumiblemente da a un cuarto de baño.

Una pequeña ventana se sitúa encima de una litera, y mi mente fluye hacia el hecho de que mi compañera de habitación no está presente.

No me importa. Con suerte, no llegará hasta el anochecer, entonces ya estaré dormida y no tendré que enfrentarme a ningún tipo de interacción.

Apoyo la maleta en la parte inferior de la litera y me recojo el pelo en un moño desordenado. Me aparto los mechones de los ojos y cojo una escoba que hay en un rincón, arrugando la nariz ante sus palos de fibra de mala calidad.

El exterior de la Universidad de Homewood es digno de elogio, pero el interior es una historia completamente diferente.

La pintura de los techos está desconchada y la pared está llena de grietas. Está pidiendo a gritos una necesaria renovación.

Teniendo en cuenta mi asma, cojo una mascarilla de mi bolsa de viaje y me la pongo. Menos mal que mi madre es una perfeccionista obsesiva compulsiva que nunca se le pasa por alto una mascarilla o una gasa.

Cojo la escoba y empiezo a barrer la habitación, entrecerrando los ojos por el polvo. Aquí es donde voy a pasar la mayor parte del tiempo durante los próximos cuatro años; si no está limpio, perderé la cabeza.

La puerta de la habitación se abre de repente y me pongo rígida cuando alguien entra corriendo y me quita la escoba de la mano.

―No, déjame a mí.

Levanto los ojos y veo a una morena con una sonrisa amable en la cara. Su piel es impecable, y sus ojos tienen un tono azul único, con pequeñas motas de verde y gris. Es rara.

Su sonrisa radiante se agranda, resaltando ahora sus dientes blancos.

―Lo siento, llegué antes que tú, en realidad debería haber limpiado, pero mi molesto primo insistió en que almorzara con él.

La mascarilla oculta mi pequeña sonrisa y me la quito, acercándome a la cama mientras ella empieza a barrer en mi lugar. Dejo la mascarilla en el bolso y ella ve el nebulizador entre mi ropa.

Frunce el ceño.

―¿Eres asmática?

La miro y asiento con la cabeza, y ella suspira.

―Sé lo que es tener un problema subyacente. Conozco a unas cuantas personas con problemas como los tuyos... Bueno, no necesariamente parecidos, pero ya me entiendes.

Aparto la mirada de ella, sin saber qué decir mientras cierro la cremallera de mi bolso. No la conozco, así que hablar de mi salud con ella es un poco incómodo.

Al notar mi falta de respuesta, se apoya la mano en la frente y suelta una risita de disculpa. ―Oh, lo siento mucho, ¿me estoy entrometiendo demasiado?

Niego con la cabeza. No quiero que se sienta ofendida por mi actitud. Desde luego, ella no tiene la culpa de que yo sea una persona socialmente rara que no puede mantener una conversación normal.

Ella vuelve a sonreír y mi cuerpo se convulsiona de alivio.

―Intuyo que no hablas mucho ―Engancha la escoba en la esquina de la pared y gira la cabeza para mirarme―. Pero puedo asegurarte que después de una semana de estar aquí, ya no será así.

Sonrío mientras finjo estar ocupada, volviendo a doblar mi ropa ya doblada y guardándola de nuevo en mi bolsa de lona.

«¡Soy tan rara!».

―Eres de primero, ¿verdad? ―Frunce el ceño y se deja caer en la parte de abajo de la cama.

Oigo crujir el colchón debajo de ella y me pregunto cuántas personas habrán dormido en él antes de mi aparición.

«¿Quizás debería coger la cama de arriba?».

―Sí, ¿tú también?

Menea la cabeza.

―No, de segundo año. Mi compañera de dormitorio consiguió un nuevo dormitorio. Por eso estás aquí ―Sonríe.

―Oh ―Asiento con la cabeza.

―¡Oh, sí, lo había olvidado! ―Pega un salto, emocionada―. Esta noche es noche de orientación.

»Unos cuantos de segundo a cuarto año os contarán a vosotros, los novatos, algunos detalles sobre la universidad. Una especie de guía de supervivencia. Es algo obligatorio. Podemos ir juntas.

«O no».

―Las reuniones sociales no son lo mío ―le digo educadamente.

Su sonrisa se ensancha y me pregunto si no habré aceptado accidentalmente la oferta en lugar de rechazarla.

Finge sorpresa y se lleva las palmas de las manos a las suaves mejillas mientras deja caer la mandíbula.

―Vaya, por fin respondes con una frase completa.

Me río suavemente por su humor mientras niego con la cabeza, y ella se ríe, apartándose el pelo de los ojos.

―Es broma. ¿Vendrás?

―¿Irá mucha gente?

Arruga la nariz pensativa, torciendo la mitad de los labios, y automáticamente lo tomo como un sí.

―Quizá.

Me muerdo el interior de la mejilla y entrecierro los ojos, pensativa. La idea de estar en lugares abarrotados de gente me pone la piel de gallina.

―Mi primo estará allí ―añade rápidamente―. También es de segundo año, así que hará que la experiencia sea mucho menos incómoda. Créeme.

Frunzo los labios, sin encontrar aún la voluntad de aceptar. Odio ver humanos; prefiero estar sola. Si viviera en una cueva, estaría completamente bien.

Pero esto es la universidad, ¿no? Y ella ha dicho que es obligatorio. Lo último que quiero es perderme información importante por culpa de mis tendencias introvertidas.

Siempre he estado decidida a no permitir que mi comportamiento tranquilo se entrometa en mi educación. Además, si es demasiado para mí, siempre puedo volver a la residencia.

―De acuerdo, iré. ―Decido finalmente, y ella se anima.

―Genial. Por cierto, soy April ―Se levanta y me tiende una mano perfectamente cuidada.

Tiene las uñas pintadas de rosa con bonitos diamantes. Me encuentro admirando el arte mientras tomo su mano entre las mías.

―Harmony Skye.

Sus ojos se abren de par en par y no entiendo por qué mi nombre ha provocado esa reacción.

―¿De verdad?

Asiento con la cabeza, y mi timidez está a punto de entrar en acción cuando vuelve a hablar.

―Tu nombre es genial. Me gusta. Harmony Skye ―Lo prueba con la lengua y sonríe con admiración―. Tiene gancho.

―Gracias.

Nadie me había dicho nunca que le gustara mi nombre, y el cumplido me pone los pelos de punta. Como Callum siempre decía, las cosas que me hacen sonreír es algo que él nunca entenderá.

Quizá esta compañera de habitación no sea tan mala después de todo.

―¡Entonces esta noche! ―Menea las cejas, parece bastante emocionada.

Estoy más confundida que nunca. ¿Qué tiene de divertido una orientación?

Sometimes we can only find our true direction when we let the wind of change carry us. (A veces solo podemos encontrar nuestra verdadera dirección cuando nos dejamos llevar por nuevos vientos) —Mimi Novic.

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