
Luna bendecida
Roman Luko es el alfa de una manada de rechazados, de repudiados, de nómadas. Un mensaje del Alfa Edward Our le pone en posición de tomar a una nueva Luna rechazada, Abigail. Una visión del Oráculo y un don desconocido de la Diosa de la Luna embarca a Roman y Abigail hacia un camino que ninguno de los dos esperaba.
Clasificación por edades: +18 (Infidelidad, muerte violenta)
Capítulo 1
ABIGAIL
—¡Somos compañeros, Carson! ¿Cómo has podido hacerme esto? —gritó Abby con el corazón destrozado mientras miraba al hombre que creía amar. Pensaba que él también la amaba.
Oyó el gruñido furioso de su padre. Lo miró a él y a su madre. Estaban de pie, junto al Alfa Edward. Estaban que echaban chispas, casi a punto de transformarse. El Alfa parecía atónito.
—Lo siento, Abby, esto ha sido un error —murmuró Carson con voz apagada.
Ella se giró hacia su compañero, incrédula.
Se le revolvió el estómago al recordar cómo se habían marcado mutuamente.
¿Cómo pudo pasar esto? Había soñado con formar una familia con este hombre, estar con él en lo bueno y en lo malo.
Se suponía que los compañeros debían estar juntos para siempre, pero ella y Carson ni siquiera habían llegado a vivir juntos. Él dijo que quería esperar hasta después de hacer su promesa final…
Se llevó la mano al pecho, y otro gruñido feroz llenó la habitación.
—¡Ya basta, Michael! —ordenó Alfa Edward al padre de Abigail, su guerrero más fuerte—. Sé que estás que trinas con mi hijo. Yo también lo estoy.
—¿Dónde está Luna Hazel? —preguntó la madre de Abby, erguida como un palo, sus ojos alternando entre su parte humana y loba.
Su madre también era una guerrera de armas tomar, y quería proteger a su hija a capa y espada.
Alfa Edward suspiró.
—Estará aquí enseguida, Fiona.
Abby olfateó el aire, y cuando captó el aroma de la loba con la que su compañero había estado, gruñó como una fiera.
Sus padres se acercaron a ella. Abigail podía sentir que estaban preocupados, pero estaba demasiado triste y furiosa para mantener a su loba controlada.
—Abigail —ordenó Edward, usando su poder Alfa sobre ella—. Controlarás a tu loba ahora mismo.
Su padre se irguió y mostró los dientes cuando la puerta empezó a abrirse. Cuando Luna Hazel entró con Beta Jacob, su compañera y su hija, se preparó para la batalla.
Alfa Edward emitió un sonido de advertencia.
—No permitiré que mi Beta y mi mejor guerrero se líen a leches por culpa de sus hijas.
Luna Hazel se colocó a la izquierda del Alfa y cruzó los brazos.
A pesar de su angustia, Abby podía ver que la madre de Carson estaba hecha polvo. Luna Hazel la había estado entrenando durante siete años, desde que cumplió catorce y todos supieron desde el principio que era la compañera de Carson.
Pero Abby sabía que como Luna —el puesto que ella habría asumido cuando Edward y Hazel se retiraran— Hazel tenía que ser fuerte por su familia y manada. Ni siquiera miró a su hijo.
Alfa Edward se aclaró la garganta.
—Beta Jacob. Tabitha...
Notó que ni siquiera se dirigió a su hija problemática.
—Gracias por venir.
El Beta y su compañera hicieron una reverencia para mostrar respeto a su Alfa. Taylor también lo hizo, manteniendo la mirada clavada en el suelo.
Y era lo menos que podía hacer. Gruñendo, Abby apartó la mirada de su rival, tratando de controlar su ira a duras penas.
—Alfa, Luna, Carson... —Beta Jacob hizo otra reverencia—. Guerreros Michael y Fiona. Abigail.
De repente, Alfa Edward olfateó el aire, con cara de desconcierto. Cuando sus ojos empezaron a brillar, todos en la habitación bajaron la cabeza.
—Tu hija está embarazada —le dijo a Beta Jacob.
Abby aulló mientras perdía los estribos y empezaba a transformarse: su pelaje negro empezó a brotar de su piel. La ira que corría por sus venas la encendió... ¡Necesitaba acabar con la amenaza!
Saltó hacia Taylor, con las garras extendidas.
ALFA EDWARD
Edward agarró a Abby por el cuello, sosteniéndola en el aire.
Estaba en mitad de su transformación y se empezó a retorcer en su agarre. Sus ojos verdes oscuros brillaban y su hocico se había alargado. La saliva goteaba al suelo mientras chasqueaba la mandíbula.
—¡Carson! —gritó—. ¡Llévate a Taylor! ¡Ya!
Su hijo alzó a Taylor en brazos y salió corriendo de la habitación con ella.
Jacob estaba listo para saltar, y Michael y Fiona también estaban preparados para pelear. Edward sintió el cuerpo de Abby temblar entre sus manos.
—¡Quietos todos! —Usó su poder de Alfa en toda la sala, luego soltó con cuidado a Abby.
Ella se hizo un ovillo en el suelo, llorando. Aullidos de dolor se extendieron por las tierras de la manada mientras la manada Oru sentía su profunda pena. Le dolía el pecho. En la manada también pudieron sentir el dolor de Hazel.
—Abby, cariño, lo siento muchísimo. Sabes que te quiero como a una hija —Su tristeza inundó la habitación y se propagó por toda la manada.
—También lo lamento mucho por vosotros, guerreros Michael y Fiona —Inclinó la cabeza ante ellos, lo cual era un gesto muy respetuoso. Los Alfas rara vez se inclinan ante nadie.
—Tengo derecho a pelear contra tu hijo —dijo Michael furioso—. ¡Ha roto las reglas de la Diosa de la Luna y de esta manada!
—Es mi hijo, Michael, y va a ser padre. No puedo permitirlo —Edward se volvió hacia Beta y su compañera—. Jacob, Tabby... seguro que entendéis la gravedad de esto. ¿Sabía vuestra hija que Carson estaba emparejado y marcado? —Mostró los dientes, y ambos bajaron la cabeza.
—Sí, Alfa —respondió Jacob.
—¿No le enseñasteis los valores de la manada?
Su Beta levantó la mirada, ofendido por el comentario de Edward sobre su crianza.
—Tal vez tu hijo debería responder esas preguntas. ¡Ha estado viéndose con Taylor durante más de un año! Y nos dijo a mí y a mi compañera que iba a dejar a Abigail cuando llegara el momento de la ceremonia del pacto de compañeros.
—¿Que hizo qué? —La ira de Edward recorrió toda la manada; los miembros más mayores retrocedieron y los cachorros pequeños empezaron a llorar.
—No quiero hacer más daño a Abigail repitiéndolo —dijo Jacob con frialdad; le brillaban los ojos.
—Alfa Edward —dijo Fiona—. Me llevo a mi hija a casa. No quiero que escuche nada más sobre esta terrible situación.
No esperó permiso, simplemente ayudó a Abby a levantarse y la sacó de la habitación. El sonido de aullidos lejanos las siguió: la manada lloraba la pérdida de su futura Luna.
—¡Hablad! ¡Ahora! —Su poder Alfa hizo que los adultos restantes se inclinaran y emitieran pequeños sonidos de sumisión.
Pero la voz de Jacob estaba cargada de ira.
—Puede que Carson estuviera emparejado con Abigail, pero nunca tuvo sentimientos por ella. Y ha tenido sentimientos por Taylor durante mucho tiempo. Estaba tratando de hacer lo que la Diosa de la Luna quería que hiciera, pero sabía en su corazón que no amaba a Abby como ama a Taylor.
Edward se desplomó en su silla. ¿No tuvo sentimientos por ella? Nunca había oído algo así antes.
—Edward, tenemos que hacer algo —dijo finalmente Hazel, mirándolo—. Carson debe dejarla, por la cordura de ella y la de él.
—¡Me importa un bledo la cordura de vuestro maldito hijo! —gritó Michael—. ¡Mi niña! ¡Mi hija ha sido profundamente herida por vuestro hijo! ¿Acaso le enseñasteis los valores de la manada? ¿Le enseñasteis lo importante que es el vínculo entre compañeros? Abby lo ha amado desde antes de saber que estaban destinados a ser compañeros. Todos lo vimos. Todos lo vivimos. ¡Sabíamos que eran compañeros antes de que lo supieran ellos mismos!
Debido a la situación, Edward pasó por alto la falta de respeto de su guerrero.
—Tampoco lo entiendo yo, amigo mío —Sacudió la cabeza—. Pero lo siento muchísimo, hermano.
Michael se dejó caer en una silla.
—Mi niña, Edward. La futura Luna de esta manada. Se está muriendo de pena.
Edward negó con la cabeza. Incluso si obligaba a Carson a vivir con Abby y cumplir las promesas que hizo cuando la marcó, su hijo nunca podría deshacer su traición. La vergüenza que había traído a la manada nunca se borraría.
Y luego estaba el bebé. Tenía sangre Alfa y estaría en la línea sucesoria para liderar la manada Oru, aunque su madre nunca sería Luna. Menudo lío, y todo por culpa de Carson.
—Mi compañera tiene razón —dijo Edward con voz ronca—. Ella necesita dejarlo, y él necesita dejarla.
—¡La matará, Edward! —gritó Michael—. ¡Y está a punto de tener su celo!
Edward suspiró agotado.
—Lo siento mucho, Michael. Pero tener una loba rechazada en celo en la manada provocará una gran pelea entre los machos que no tengan compañera. Tenemos que encerrarla en una celda. Y a él también. Y tendremos que darles medicamentos para que duerman durante su celo.
—¡Ella tiene un compañero! ¡No debería tener que pasar por ese dolor! ¿No ha sufrido ya bastante por culpa de vuestro hijo?
Gruñó ante el tono de su guerrero.
—No hay más remedio.
—Entonces, si no puedo pelear contra él, quiero que esté completamente despierto mientras lo encierran —Los labios de Michael se curvaron con rabia—. Se merece sentir cada segundo del dolor.
—¡Edward! —Jadeó Hazel—. ¡No podemos hacerle eso! Lo destruirá todo y a todos para llegar a ella.












































