
Me caí de espaldas contra la mampara de la ducha y aterricé de golpe en el suelo de azulejos. La cabeza me daba vueltas mientras intentaba entender lo ocurrido.
—¡¿Pero qué narices?! —exclamé, llevándome la mano a la frente.
Una figura menuda surgió entre el vaho. La mujer parecía asustada mientras el vapor se disipaba.
—Ay, no —dijo—. ¿Luther? ¿Qué haces aquí?
—¿Y tú quién eres? —pregunté, poniéndome de pie de un salto.
Se dio cuenta de que estaba desnudo y rápidamente bajó la mirada al suelo. Cuando alzó la vista de nuevo y me echó un vistazo rápido, caí en la cuenta de quién era.
La hermana pequeña de Chad, Lilly.
—Maldita sea —murmuré, limpiando el espejo para ver qué me había hecho. Un buen chichón me crecía cerca del ojo.
Estaba de mal humor. Me volví para mirar a Lilly y vi la sartén que tenía en la mano.
—¿Por qué te pareció bien darme un sartenazo? —le pregunté.
Me miró como si fuera tonto de remate.
—Pensé que eras un ladrón. ¿Qué querías que pensara? Vine aquí sola y de repente oí a alguien en la ducha.
Suspiré y cerré los ojos.
—¿Y qué haces aquí?
Se cruzó de brazos.
—Me voy a quedar aquí una temporada. ¿Podrías... taparte? —añadió, echando un vistazo rápido a mis partes.
Sonreí a pesar de estar molesto por la visita inesperada. Cogí la toalla colgada en el armario del baño y me la enrollé a la cintura.
—No puedes dejar de mirar, ¿eh?
Lilly me lanzó una mirada que decía a las claras que no estaba impresionada.
—¿Por qué estás aquí tú?
—Esta va a ser mi casa por unos días.
Me miró como si yo fuera el intruso.
—¿No eres rico? ¿No puedes comprarte tu propia casa?
Puse los ojos en blanco.
—No es cuestión de dinero. Me estoy escondiendo de la prensa. Necesito estar en un lugar donde no puedan encontrarme.
Apretó los labios.
—Voy a llamar a Chad. No quedé en compartir este sitio con un desconocido.
Me reí por lo bajo.
—¿Estás pagando por quedarte aquí?
—No —respondió, con la cara como un tomate—. ¿Tú sí?
—Podría hacerlo —dije a toda prisa.
Eso pareció sacarla de quicio. Tiró la sartén a mis pies, casi dándome en los dedos. La miré enfadado mientras salía del baño hecha una furia.
Más le valía a Chad tener una buena razón para dejarme aquí con su hermana pequeña.
Esto era una locura. Me sentía hecha un lío.
Luther Whittington —nada menos— iba a vivir bajo el mismo techo que yo. No había visto al guapísimo mejor amigo de mi hermano desde que era una cría garabateando su nombre en mis cuadernos. Hasta ahora, creía que ya se me había pasado el enamoramiento.
¿De verdad lo había golpeado con una sartén? Qué vergüenza.
Encontré mi móvil entre los cojines del sofá, lo saqué y marqué el número de Chad con dedos temblorosos.
—Venga, cógelo —le dije al teléfono.
—No va a contestar —dijo Luther desde la cocina. Estaba husmeando en la nevera de espaldas a mí.
Tenía una espalda ancha y una cintura estrecha. Ojalá se pusiera algo más de ropa, pero parecía feliz solo con los pantalones de chándal. Gotas de agua le caían por el cuello.
Cuando se dio la vuelta, rápidamente bajé la mirada al sofá.
—Maldita sea —murmuré mientras el teléfono seguía sonando. Pero después de cinco timbres, Chad por fin contestó.
—¿Qué pasa? —dijo con voz molesta—. Estoy en una reunión...
—¿Por qué está Luther Whittington aquí? —pregunté alzando la voz.
Chad suspiró profundamente.
—Se me olvidó decírtelo... Le dije que podía quedarse ahí también.
—Chad —dije con voz quejumbrosa—. No hablarás en serio. No puedo vivir aquí con él. ¿Cuánto tiempo se va a quedar?
—Lilly —dijo, sonando irritado—. No lo sé. Si no te gusta, búscate otro sitio donde quedarte. Mis otras casas estaban ocupadas y él necesitaba un lugar lejos de la ciudad. Puedes irte a casa de mamá.
Luther me observaba desde el otro lado de la habitación. Esperaba que no pudiera oír a Chad hablando.
Chad me colgó. Vaya, genial. Que se olvide de recibir un regalo de cumpleaños este año.
Luther se rio con una risa profunda.
—¿El hermano mayor te ha decepcionado? —preguntó.
Le hice un corte de mangas y me dirigí al dormitorio principal.
—Ah —dijo, haciéndome parar en seco—. Sobre eso. Creo que como soy más grande, debería quedarme con el dormitorio principal.
Me reí tan fuerte que me dolió el cuello.
—Si crees por un segundo que voy a mover mis cosas a otra habitación, vas listo. Puedes quedarte con la habitación de invitados. Tiene una cama grande también.
—No eres tan grande como te crees, y cabrás perfectamente. Que pases una buena noche, Luther. —Cerré las puertas correderas y luego cerré con llave mi puerta al baño compartido.
Sin embargo, antes de poder disfrutar de estar sola, mi teléfono sonó en mi bolsillo.
Lo saqué, esperando que fuera Chad con una disculpa, pero no era él. Era mi madre.
Me sentí incómoda al ver su nombre en la pantalla. Sabía que tendría que hablar con ella tarde o temprano, pero aún no. No hasta que mi vida estuviera un poco más encarrilada. Tiré el teléfono sobre la cama y me desplomé encima.
Sonó una vez más, mostrando que había dejado un mensaje de voz, pero no lo escuché. Me di la vuelta, cogí el mando a distancia de la mesita de noche y puse HGTV. Tal vez ver casas bonitas que nunca podría comprar durante unas horas me ayudaría a conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, me desperté con el cuello dolorido y música a todo volumen sonando fuera. Miré alrededor, buscando mi teléfono solo para descubrir que estaba muerto. Mi cargador estaba en algún lugar de mi bolso, pero no me apetecía buscarlo ahora.
La música se hizo más fuerte mientras caminaba hacia las puertas de cristal para mirar afuera. Allí estaba Luther, sin camiseta en el porche trasero, levantando pesas.
Cuando alcancé el pomo de la puerta, vi un pequeño tatuaje en su hombro. Intenté qué ponía, pero estaba demasiado lejos. Tenía que admitir que ver esos músculos era... agradable.
De repente, Luther se dio la vuelta y me pilló mirando. Me lanzó una mirada confusa, apagó la música y me miró de nuevo.
—¿Por qué no me sacas una foto? Duran más.
Me enfadé.
—¿Podrías bajar la música? Algunos intentábamos dormir.
Levantó las cejas y en su lugar la subió a tope.
—No.
—Tío —grité por encima de la música atronadora—. No eres el único que vive aquí. ¡Ten un poco de consideración!
Intenté hablar, pero entre acabar de despertarme, la sonrisa presumida de Luther y la agradable vista de sus musculosos pectorales moviéndose mientras hacía ejercicio... no se me ocurrió una buena respuesta.
Me di la vuelta para entrar, pero entonces la música bajó y Luther me llamó.
—Oye...
—¿Qué quieres? —dije enfadada, volviéndome para mirarlo.
Pareció pensativo, finalmente dejando sus pesas para prestarme atención.
—Entonces necesitarás dinero rápido, si quieres intentar abrir otra galería.
Me reí.
—Eso sería genial. Pero me gasté hasta el último céntimo en la primera. A este paso, tendré que trabajar en un McDonald's durante diez años antes de poder intentarlo de nuevo.
Se rio.
—No he visto tu arte, pero estoy seguro de que sería un desperdicio tenerte en un McDonald's. ¿Y si pudiéramos ayudarnos mutuamente? Estaría encantado de invertir en una artista emergente.
—No necesito tu ayuda —dije rápidamente.
—No sería ayuda —argumentó.
Mis ojos seguían desviándose hacia su pecho desnudo, distrayéndome de esta extraña conversación. Intenté concentrarme.
—Te lo dije antes, me estoy escondiendo de los periodistas —explicó Luther—. En parte por un lío gordo con uno de mis clientes, pero sobre todo porque por alguna razón creen que estoy ocultando mi propio secreto.
—Mi socio me sugirió que podría fingir tener novia para que me dejen en paz. No me hace gracia la idea de meter a una desconocida en esto, pero si estuvieras dispuesta a hacerte algunas fotos conmigo... estaría encantado de pagarte por ello.
Una parte de mí quería reírse en su cara. Fingir salir con mi amor platónico de la infancia en público sonaba como una idea pésima. Además, apenas lo conocía ya.
Pero... ¿dinero para mi arte? ¿Una forma de escapar del juicio de mi madre y la ayuda de mi hermano, sin tener que trabajar en un empleo de mierda durante años? ¿Y lo único que tenía que hacer era hacerme unas fotos con un tío guapo y rico?
¿Cómo podía decir que no?