
A la mañana siguiente, rebusqué en mi maleta algo apropiado para ponerme para mi entrevista en la escuela técnica superior. Aunque iba a aceptar la propuesta de Luther, aún creía que tener un trabajo era una buena idea.
Solo tenía un vestido. Lo había usado para una charla en la universidad en mi último año. Había ganado algo de peso desde entonces, así que no estaba segura de que me fuera bien, pero era lo único que tenía.
Estaba cambiándome cuando sonó el timbre. No había pedido nada, así que pensé que sería para Luther.
Me puse el vestido, metí barriga e intenté subirme la cremallera, pero mis brazos no llegaban. Fastidiada, fui hacia la puerta.
La entreabrí y dije:
—Luther, ¿puedes echarme una mano?
No hubo respuesta.
—¿Luther?
Dejé la puerta abierta por si venía y me agaché para buscar unos zapatos en mi bolsa. Acababa de encontrar unos buenos tacones cuando escuché un silbido detrás de mí.
Me di la vuelta de golpe, tropecé con mi bolsa y caí de bruces. Alguien se rio. Levanté la mirada hacia la puerta.
El hermano de Luther, Aaron, estaba allí plantado.
—Vaya, vaya, vaya. La pequeña Enana se ha hecho mayor.
Aaron y yo fuimos juntos al colegio, y siempre fue un pesado.
—Vaya, me has pillado con la guardia baja —dije, intentando levantarme con mi ajustado vestido.
Aaron se acercó y me tendió la mano. Se parecía mucho a Luther, solo que más joven, con el pelo más claro y ojos azules como su madre. Cogí su mano, me levantó y me dio un abrazo.
—Me alegro de verte —dije.
Luther carraspeó desde la puerta. Su cara era un poema.
—¿Me has llamado? —me preguntó. Luego miró a Aaron—. ¿Qué haces aquí? ¿Eres Luther?
Aaron se rio.
Sonreí ante la actitud amistosa de Aaron. Quizás no había madurado mucho desde el colegio, pero era agradable.
Cuando miré a Luther, me estaba mirando fijamente. Me di cuenta de que mi vestido seguía abierto.
—¿Puedes subirme la cremallera? —le pedí.
Se acercó mientras me daba la vuelta. Contuve la respiración mientras subía la cremallera de mi vestido. Sus dedos rozaron mi piel, haciéndome estremecer.
—Gracias —murmuré, alejándome de él y arreglándome el pelo.
Luther me miró de arriba abajo, y me hizo sentir rara.
—¿A qué hora es tu entrevista?
—A las dos.
Asintió.
—Es posible que Aaron siga aquí cuando vuelvas. Está arreglando su piso y necesita un sitio donde quedarse un par de noches.
Me encogí de hombros.
—No hay problema.
—¿Te acuerdas de él del colegio? —preguntó Luther.
Me puse los tacones.
—Claro, estábamos en el mismo curso. ¿No te acuerdas? ¿O eras demasiado popular para recordar algo sobre mí en aquella época?
Luther se mordió el labio.
—Me acuerdo —dijo en voz baja.
—Bien —dije, sintiéndome nerviosa—. Bueno. Nos vemos luego, entonces. —Me dirigí a mi coche.
Estaba a mitad del camino de entrada cuando la puerta se cerró de golpe detrás de mí, asustándome y haciéndome tropezar con una piedra. Luther me agarró del brazo y me ayudó. Me sacudí las rodillas y lo miré.
Una adulta que necesitaba poner en orden su vida y no pensar en hombres.
Él apartó la mirada primero, me dio un plátano y tosió.
—Comete esto por el camino. Necesitarás energía para que te vaya bien en la entrevista.
—Gracias —dije, un poco desconcertada por eso.
—¿Puedo confiar en ti? —preguntó.
Respondí pelando el plátano y dándole un gran mordisco para fastidiarlo. Solo después de tragar me di cuenta de cómo podía haber quedado eso.
Luther no se movió, mirándome mientras me ponía roja como un tomate. Carraspeó.
—Me alegro de que sigas queriendo ir a la entrevista. Incluso con nuestro plan, será bueno para ti adquirir algo de experiencia nueva.
—Ahora sí que suenas como un padre —refunfuñé.
Pareció dudar.
—Mejor... no le cuentes a Aaron lo de nuestro plan, ¿vale? Aún no. Habla por los codos y no sé si confío en que pueda mantenerlo en secreto.
Me encogí de hombros.
—Es tu hermano. Y, en realidad, todo este plan es cosa tuya. Tú solo dime lo qué tengo que hacer.
Luther asintió y me dejó ir. El sol brillaba sobre su pelo oscuro mientras volvía a entrar en la casa, y sentí algo de nuevo, observándolo durante un momento demasiado largo antes de arrancar el coche.
Aaron, sentado en la encimera de la cocina, me miró con una cara extraña.
—¿Por qué te estás quedando aquí con Lilly?
Me senté en una silla, con las sobras de comida china frente a mí.
—Es la casa de su hermano. No tengo otra opción.
Aaron se llevó un fideo a la boca, sin dejar de mirarme fijamente.
—¿Por qué me miras así? —pregunté.
—No sé —dijo, dando un golpecito en la mesa—. Tienes dinero de sobra para alquilar otro sitio. Creo que te gusta.
Casi me atraganto con la comida. No me gustaba Lilly. Vale, había crecido desde la última vez que la vi, pero seguía siendo una pesada, demasiado dramática y, encima, la hermana pequeña de Chad.
Además, no podía gustarme. No si iba a hacer que se hiciera pasar por mi novia en público. Meter sentimientos en esto lo complicaría todo.
—Estás como una cabra —dije—. No me gusta. Solo intento ser amable porque vivimos juntos.
Aaron no se lo tragó.
—Vale, lo que tú digas. ¿Te molestaría si la invitara a salir?
Casi vuelvo a atragantarme. Quería decirle que sí, pero podía importarme con quién saliera Lilly. No era de mi propiedad.
Pero mi plan se iría al traste si la gente descubriera que Lilly estaba saliendo con mi hermano mientras se suponía que estaba conmigo. Ese tipo de lío familiar daría que hablar a los periódicos durante semanas.
Mi cara debió ser un poema porque Aaron se echó a reír.
—No te preocupes. Si te incomoda, esperaré hasta que ya no viváis juntos.
—Es una buena idea —dije, terminándome la comida—. Además, ambos sabemos que cuando dices “invitarla a salir”, en realidad quieres decir “intentar llevártela a la cama”. No quiero oír eso en mi casa.
Aaron soltó una carcajada.
—¿En serio, Luther? Hago más cosas que solo acostarme con chicas. Al menos yo intento tener citas. No te he visto con una mujer desde Savannah.
Oír ese nombre me dio un vuelco al corazón. Había estado pensando en Savannah últimamente, con toda esta charla sobre relaciones. Habían pasado años desde que estuvimos juntos, pero en ese entonces, pensé que era la indicada.
Luego me puso los cuernos y me dejó por un cantante de country novato. Ya lo había superado en gran parte, pero aun así no podía dejar de pensar que había confiado en ella. La había amado. Y tal vez por eso no había salido con nadie en mucho tiempo.
—No quería ponerte triste —dijo Aaron, sacándome de mis pensamientos.
—No pasa nada. Tienes razón; hace mucho que no tengo una novia formal.
Aaron tiró su caja de comida vacía.
—¿Te apetece ir a nadar? Hace tiempo que no voy a la playa.
Abrí mi portátil, escuchando cómo llegaban un montón de correos nuevos. Con todo lo que estaba pasando con Scotty y ahora Penelope, no podía tomarme tiempo para divertirme.
—Venga —dijo Aaron, agarrándome en un abrazo juguetón.
Decidí olvidarme del trabajo por un rato. Me solté de su agarre y lo empujé contra la encimera.
—Te echo una carrera hasta allí.
Aaron y yo nos lo pasamos en grande jugando en la playa, y acabábamos de recibir comida a domicilio cuando Lilly llegó a casa, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Conseguiste el trabajo? —pregunté, contento por ella.
—¡Sí! Empiezo el próximo lunes. No es a tiempo completo, así que puede que tarde un poco en ahorrar para mi nueva galería, pero es un comienzo.
—Enhorabuena —dije, devolviéndole la sonrisa.
Pasó junto a mí, y su cuerpo rozó mi brazo, haciéndome sentir raro. Me aparté rápidamente, sintiéndome incómodo después de hablar con Aaron antes.
Aaron entró. Se plantó delante de Lilly y la abrazó. Ojalá pudiera estar tan cómodo tocando a la gente.
No podía estar celoso de mi propio hermano. ¿Verdad?
Aaron se tiró en el sofá y encendió la tele.
—Veamos una peli mientras comemos. Algo con explosiones. Dejaría que Lilly eligiera, pero le van esos rollos románticos.
—¡Oye! —se quejó ella, siguiéndolo—. ¿Qué tienen de malo los romances?
Aaron hizo una mueca.
—Si alguna vez encuentras un tío que te trate como los de las pelis, te doy cien pavos.
Lilly se sentó en el pequeño sofá frente a Aaron.
—No subestimes lo mucho que quiero cien pavos.
Aaron se rio.
—Pero si encuentro a un hombre como los de las pelis —dijo ella—, no necesitaré cien pavos, porque habré encontrado algo muy especial.
Me senté junto a Aaron mientras rebuscaba en las aplicaciones de la tele. Lilly dio un bocado a sus gambas a la plancha y emitió un suave sonido de satisfacción.
Cuando me miró, sentí algo raro en el estómago.
Esto no era más que una tontería. Era infantil que me gustara. Una locura y un acto egoísta.
—¿Vas a contestar? —La voz de Aaron interrumpió mis pensamientos.
Miré el móvil que vibraba en mi mano, viendo el nombre de Henry. Podía sentir la mirada de Lilly y me sentí hambriento de algo más que comida.
—Henry —dije al teléfono—, ¿Puedo llamarte luego? Estoy cenando.
Se rio al teléfono.
—Oh, qué gracioso. ¿Estás cenando? He intentado llamarte durante todo el día. “Lo arreglaré de alguna manera”, dice, y luego desaparece. Penelope está diciendo que va a romper su contrato con nosotros, ¿sabes?
Respiré hondo.
—Tengo un plan. —Miré a Aaron, sin estar listo para que lo supiera—. No puedo hablar de eso ahora. Te enviaré un correo, ¿vale? Tendremos que poner a trabajar a nuestros abogados.
Mientras colgaba, Lilly apartó la mirada de mí rápidamente.
Era mucho más joven que yo. La hermana pequeña de mi mejor amigo. Pronto, le estaría pagando para pasar tiempo conmigo. Esa no es una buena situación. Debería estar fuera de mis límites.
Pero estar cerca de ella me estaba haciendo sentir bien.
Y eso estaba mal.
Muy, muy mal.
Pero alguien necesitaba decírselo a mi cerebro, porque parecía estar en una nube mirándola.