Llamas en el hielo - Portada del libro

Llamas en el hielo

Sofia Jade

Capítulo 3

EMMA

Entro corriendo a la oficina, con la cara colorada por el frío y las prisas. El problema de la calefacción en el almacén me llevó más tiempo del que pensaba, y casi llego tarde a nuestra reunión con Trevor. Mi café con menta a medio beber —ahora frío y olvidado desde la mañana— está sobre mi escritorio.

Lo agarro y me lo tomo de un trago mientras me dirijo a toda prisa hacia los ascensores, con el bolso del portátil golpeándome la pierna.

—Trevor va a estar que echa humo —dice Liv por teléfono mientras aprieto el botón del ascensor una y otra vez.

—Ya lo sé. ¿Puedes inventarte una excusa? Dile que me caí en un socavón enorme en la calle y tuvieron que sacarme como a un gatito atrapado.

—Oye, que eso podría ser verdad.

Me río y vuelvo a darle al botón de subida del ascensor, maldiciendo entre dientes. ¿Por qué tarda tanto?

—Dicen que si el relanzamiento de las coronas no sale redondo, podría echar a nuestro equipo a la calle.

Doy un respingo. Eso sería un desastre.

No sólo porque he estado usando parte de mi sueldo para mantener la fundación, sino porque necesito este trabajo como el comer. El alquiler. La deuda de los estudios que nunca baja. Un montón de facturas que pagar.

Pero, ¿perder este trabajo? Eso significa perderlos a ellos. Los niños. Mi fundación. Mi razón de ser. El motivo por el que me levanto cada mañana.

—No vamos a dejar que eso pase —digo, más para mí misma que para ella.

Liv no suena muy convencida.

—Bueno, si Trevor no nos da la patada, el nuevo jefazo podría hacerlo.

Se me revuelve el estómago y me muerdo el labio. Porque sabiendo cómo acabaron las cosas con Max, Liv podría tener razón.

Una preocupación más para la noche.

Suspiro y levanto la vista hacia el ascensor para ver en qué piso estamos, pero antes de que pueda ver el número, siento un escalofrío en la espalda.

Alguien me está mirando.

Y no cualquiera.

—Buenos días —dice una voz grave y muy familiar justo a mi lado.

Ay, no. Es Max.

Intento hablar con normalidad, pero está aquí. De pie junto a mí en el ascensor, tan tranquilo, mientras me mira con interés.

—Buenos días —digo en voz baja. Aprieto más mi vaso, haciendo que el papel cruja.

Él asiente como si no me conociera, volviendo a mirar su teléfono y escribiendo un mensaje con cara de pocos amigos.

Las puertas del ascensor se abren, y él no levanta la vista, dejándome entrar primero. Me muevo hacia atrás, apoyando las manos en las paredes doradas mientras él entra, dándome la espalda. Intento alejarme de su aroma, pero llena el pequeño espacio y no puedo escapar.

¿De verdad no sabe que soy?

Vale, mi pelo está más largo, mi cara se ve más madura. Incluso mis ojos probablemente se ven más tristes que antes. La vida no ha sido un camino de rosas. Pero una vez fuimos uña y carne. Lo sabíamos todo el uno del otro. La idea de que no pueda reconocerme duele, sobre todo porque no puedo dejar de mirarlo.

Observo su reflejo en el espejo mientras me da la espalda. Se ve aun mejor ahora.

Las puertas se abren en nuestro piso y él sale sin mirarme.

Suspiro, trato de calmarme y luego me apresuro en la dirección opuesta.

Cuando llego a la reunión, Trevor está de pie al frente de la sala, vistiendo un traje azul a rayas que le queda grande. Lleva unas gafitas en la punta de su nariz puntiaguda.

—Estos tres no van a funcionar —dice, mostrando imágenes de algunas de nuestras coronas de prueba—. Tenemos problemas para conseguir mimbre, y los marcos de plástico se están rompiendo.

Se gira hacia Kevin.

—Tu equipo tiene que resolver estos problemas antes de que podamos seguir adelante.

Señala un diseño en el que me pasé dos horas trabajando anoche: una corona sencilla con formas recortadas y lucecitas alimentadas por energía solar.

—Este no me gusta.

Pasa al diseño favorito de Liv: una corona elaborada con materiales naturales tejidos y pequeñas decoraciones de copos de nieve hechas de arcilla.

—Y este va a salir por un ojo de la cara por el trabajo especial en arcilla. Deberías saberlo.

Cada crítica desanima más a nuestro equipo. Puedo sentir a Liv tensarse a mi lado, y los hombros de Kevin se hunden un poco.

Trevor niega con la cabeza y suspira.

—Mirad, necesitamos tener diez ideas finales para el lanzamiento de coronas navideñas para el final de la semana, así que hay que crear al menos treinta nuevos diseños hoy para enseñar a los jefazos.

Mi equipo siempre ha cumplido los plazos y hecho un buen trabajo, pero después de los retrasos recientes y el fiasco del último lanzamiento de coronas, Trevor me tiene en el punto de mira.

—Es crucial que este lanzamiento sea un éxito. Todos nuestros trabajos dependen de ello —continúa Trevor, pero sólo me mira a mí—. ¿Eso será un problema, Emma?

Trago saliva, intento sonreír y niego.

—Tendré las nuevas ideas para usted al final del día.

Tan pronto como Trevor se va, Liv se desploma en una silla, con su larga melena rubia cayendo por un lado. Como siempre, está guapísima: lleva un jersey verde que tejió ella misma, sobre unos pantalones anchos que parecen de segunda mano.

—Esto es un desastre —dice, incorporándose y agarrando algunas revistas de diseño, pasándole una a Kevin.

Kevin, con sus gafas y un jersey digno de un padre, comienza a desempacar las muestras de coronas que acabamos de recibir de uno de nuestros proveedores. Una corona de prueba está sobre la mesa: ramas de pino falsas entrelazadas con alambre reciclado, con pequeñas luces ocultas en su diseño.

—Tenemos un problemón —dice, hablando con acento de Boston.

Liv pone los ojos en blanco y saca su iPad, revisando imágenes.

—Mirad estos —dice, señalando una corona tejida elaborada con alambre de cobre—. Algo así podría funcionar.

Kevin toma otra muestra: esta con adornos de vidrio en un marco simple. En su teléfono calcula rápidamente el costo y me muestra la pantalla con cara de preocupación.

—Vale, tengo algunos aquí que quizás podamos usar. —Saco unos bocetos que hice anoche y señalo los cinco que creo que más gustarán a los jefazos.

Aunque no soy diseñadora de productos, he pasado mucho de mi tiempo libre aprendiendo a usar las herramientas que usan los diseñadores para poder echar una mano a mi equipo.

—Sólo necesitamos cinco ideas más para llegar a las treinta que quiere Trevor.

Pasamos las siguientes dos horas trabajando codo con codo para crear otros cinco buenos bocetos. Me recuesto en mi silla y exhalo.

—¿Qué os parece?

—Tienen buena pinta —dice Liv, apilando las impresiones sobre su iPad—. Déjame llevarlos a mi escritorio; puedo terminarlos en el ordenador en unos treinta minutos.

Kevin está de acuerdo, y nos separamos, por ahora. Estoy recogiendo mi vaso de café vacío de la mesa cuando escucho una voz grave detrás de mí.

—Hola, Emma. —Me doy la vuelta y veo a Max parado en la puerta.

Está apoyado en el marco de una manera relajada que yo nunca podría lograr, porque me pongo de los nervios cerca de él, y casi se me cae el vaso de café.

Se ve mucho más maduro y seguro de sí mismo.

Muy diferente del chico que solía conocer.

Su presencia hace que me cueste respirar en la pequeña sala, y odio lo nerviosa que me pongo cuando está presente. Me pregunto si sabe quién soy, o si simplemente me detesta tanto que finge no conocerme.

Ya estaba preocupada sobre si el nuevo jefazo querría seguir trabajando con mi fundación. Ahora que sé que es Max, bueno, estoy aún más preocupada.

Trago saliva y me aclaro la garganta.

—Sí. Hola, Maxwell. Es un placer conocerlo —digo, sin saber cómo dirigirme a él.

¿Debería llamarlo Max? ¿Debería actuar como si lo recordara? No pareció reconocerme esta mañana en el ascensor. Aunque, en realidad, ni siquiera me miró.

—¿Puedes venir a mi despacho en unos treinta minutos? Trevor me dijo que estás al frente de las coronas que volveremos a vender la semana que viene, y quiero echar un vistazo a los diseños que piensas mostrar antes de la reunión.

—De acuerdo, claro... —digo despacio, y luego empiezo a caminar hacia la puerta.

Al acercarme, él se mueve, sólo un poco, lo suficiente para dejarme pasar. Pero puedo sentir el calor de su cuerpo, como si al moverme demasiado lento pudiera ser atraída hacia él.

Puedo olerlo. Huele a especias y calidez, y el aroma se queda conmigo aunque no nos tocamos.

Levanto la mirada, atrapada por un momento en el umbral. Él ya me está observando. Sus ojos marrones oscuros miran los míos, y no puedo descifrar lo que está pensando, pero hay algo ahí. Tal vez confusión, o dolor, o quizás algo más que hace que se me encoja el pecho.

Estamos muy cerca. Su traje roza el frente de mi vestido, y se siente como si me estuviera poniendo a prueba. Como si me desafiara a reaccionar. A decir que sé que es él. El aire se siente cargado con cosas que nunca dijimos, decisiones que no podemos cambiar.

—Con permiso —susurro, muy suavemente.

Y luego, me muevo. Rápidamente. A propósito. Mis zapatos resuenan en el suelo mientras paso junto a él, como si al alejarme de él, mi corazón se calmara. Mi despacho no está lejos. Sólo necesito entrar, respirar hondo y calmarme antes de la reunión con él.

Pero en el último segundo, aunque sé que no debería, miro por encima de mi hombro.

Max sigue ahí plantado, mirándome de arriba abajo, y no puedo descifrar lo que está pensando.

Tal vez, realmente no sabe quién soy...

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