
El hilo del crimen
Laura ve hilos: rastros de recuerdos que las personas dejan atrás en momentos de intensa emoción. Es un don peculiar que la convierte en una experta tasando antigüedades, pero también la arrastra hacia un descubrimiento aterrador. Con solo tocar un cuchillo, ve veintitrés hilos empapados en sangre aferrados a él. ¿Su dueño? El hombre con el que sale su mejor amiga.
La policía la descarta como una ilusa, pero Laura sabe lo que vio. Ahora corre contra el tiempo, intentando convertir su extraño don en la única arma que podría detener a un asesino. Pero ¿cómo demostrar un peligro que nadie más puede ver antes de que sea demasiado tarde?
Capítulo 1
—No veo gente muerta —le dijo Laura a Carol.
Eran mejores amigas desde la secundaria. Hoy estaban sentadas una frente a la otra en una cafetería de la ciudad.
—Está bien, está bien. Ves hilos. Pero al final de esos hilos hay gente muerta. ¿Entiendes a qué me refiero? —Carol jugaba con la pajita de su refresco.
—Pero no veo gente muerta. Lo que está conectado a esos hilos son recuerdos, no gente muerta.
Laura quería reírse, pero no lo hizo. Cualquiera que conociera su habilidad no la entendía. No consideraba su habilidad psíquica como un don.
De hecho, no fue sino hasta sus años de preparatoria —hablando con amigas sobre chicos, amor, sexo y la vida— que supo que era diferente. Hasta entonces, pensó que todos veían hilos.
Carol se acomodó en su silla, pensativa. Tenía el pelo de color castaño claro, los ojos de color avellana y un cuerpo con curvas. A Laura le caía bien porque no se tomaba las cosas demasiado en serio y le encantaba reírse y ser feliz.
Los hilos que Laura veía no siempre conducían a finales felices, así que le gustaba la compañía alegre.
Carol se rio, dejándole ver que no iba a hablar más de eso.
—Tengo una buena oportunidad de conseguir ese ascenso en el trabajo. —Se movió en su silla con emoción.
—Qué bien —dijo Laura con una sonrisa antes de beber de su refresco.
La atención de Laura se dirigió hacia la puerta que estaba detrás de Carol, hacia un hombre que acababa de entrar a la cafetería. Llevaba pantalones de vestir color de color caqui y una camisa azul pálido con cuello y sin corbata.
Era alto y bastante guapo. El pelo lo tenía de color arena. Al haberse sentado de espaldas a ella, no podía ver el color de sus ojos.
—Pareces distraída —dijo Carol.
—Acaba de entrar un tipo guapo —dijo Laura en voz baja, señalando con la cabeza hacia la puerta.
Carol se rio.
—¡Concéntrate! Le dije a una amiga que le averiguarías su futuro. —Se giró para mirar hacia la puerta como si esa persona fuera a aparecer en cualquier momento.
Laura negó con la cabeza.
—No sé averiguar el futuro.
Solo en el último año, Carol se había enterado de lo de los hilos. Todavía le costaba trabajo entenderlo, y Laura tenía problemas para explicárselo.
Cuando la gente se encariñaba con un objeto o vivía un mal momento con él, dejaba un hilo conectado a este. Laura podía ver y leer esos hilos.
Se esforzaba mucho por no llamar la atención. La mayoría de la gente no creía en tales habilidades. Así que ocultaba su don camuflándolo a través de su interés por las antigüedades y su amor por la historia.
Como la mayoría de las antigüedades tenían hilos conectados, ¿qué mejor trabajo podía tener que el de ser una tasadora de antigüedades?
La segunda mesa junto a la ventana del Café Bordeau era su oficina. El sitio era nuevo: edificio nuevo, muebles nuevos, todo nuevo. Eso significaba pocos o ningún hilo.
Era como estar en una habitación sin televisores en lugar de en una habitación con cien televisores, todos sincronizados en canales diferentes.
—Bueno, tú simplemente dile algo, como siempre haces —dijo Carol con naturalidad.
—Así que supongo que tendremos una invitada —dijo Laura con resignación—. Debería empezar a cobrarte, ¿sabes?
Se echó hacia atrás el pelo. Desde este verano, lo tenía por debajo de los hombros, y le gustaba así.
Le gustaba parecer lo más normal posible. Con su estatura, ya destacaba más de lo que quería, por eso siempre le habían gustado los chicos altos. Delgada, pero no flaca, tenía el tipo de cuerpo que la hacía pasar desapercibida.
Carol sonrió de manera tímida, como diciendo «ups».
—¿Y si no hay nada que decir? —preguntó Laura encogiéndose de hombros.
—Oh, aquí está. ¡Marcie! ¡Aquí! —Carol le hizo señas a una mujer que estaba en la entrada de la cafetería, mirando a su alrededor.
Laura no necesitaba ningún hilo para saber cómo era esa mujer.
Su postura mostraba inseguridad. Estaba muy encorvada, envuelta en una chaqueta a pesar de que hacía el típico calor de finales de verano.
Vestía colores neutros como si intentara ser invisible, pero tenía unos ojos preciosos y grandes que contrastaban con su piel clara de color oliva.
Había un hilo, pero Laura aún no podía leerlo.
—Hola, Carol —dijo Marcie con voz tranquila.
—Marcie. Siéntate. ¿Te traigo algo? —preguntó Carol, demasiado emocionada por Marcie, que parecía avergonzada.
—No, gracias —dijo, sentándose en su silla.
—Hola, Marcie. Soy Laura. ¿Qué tienes en tu bolsillo? —preguntó, todavía sin poder leer el hilo; no era muy fuerte.
—Oh, vamos, Laura. Se supone que debes decirle qué tiene en el bolsillo —dijo Carol riéndose.
Marcie sacó la mano de su bolsillo como un cachorro obediente para enseñar lo que había estado tocando desde que se sentó.
—Es un...
—Emblema —dijo Laura, interrumpiendo a Carol.
Tocó el emblema sin quitárselo de la mano. Había dos hilos: uno de Marcie y uno muy débil de su padre.
Los hilos conectados al emblema contaban la historia de por qué Marcie valoraba el emblema redondo de un Buick de 1980. El metal estaba desgastado, pero los colores rojo, blanco y azul todavía eran visibles.
Su padre se lo había dado cuando tenía seis años. Laura podía verlo diciéndole que era su pertenencia más preciada, que necesitaba mantenerlo a salvo y que siempre la protegería.
Laura pensó que esta era una gran responsabilidad para una niña de seis años, dado que el hilo de su padre demostraba que era un holgazán sin remedio, un ladrón de poca monta con más historial delictivo que lo que medía la niña de seis años.
El hilo le decía que el padre estaba muerto; murió solo unos meses después de haberle dado el emblema a Marcie.
Marcie no parecía saber o no lo recordaba mucho, lo cual probablemente era algo bueno.
—Te lo dio tu padre —dijo Laura.
Marcie no mostró ninguna emoción mientras asentía.
La mayoría de la gente intentaba ocultarle a Laura cualquier emoción que pudiera hacerle saber si estaba o no en lo cierto. La gente pensaba que hacer cualquier gesto ayudaba a la «adivina», ayudándola a ser más precisa.
Esto era en su mayoría cierto, pero Laura no necesitaba ese tipo de pistas.
Orgullosa, Carol se recostó en su silla como si estuviese obligada a estar en silencio; al menos tenía que hacerlo hasta que Laura hubiera terminado.
—Es un emblema. El valor está en quien lo da, no en el objeto en sí —dijo Laura, pensando cuidadosamente en sus palabras.
Odiaba a las mujeres débiles. Las noticias siempre estaban llenas de víctimas femeninas. Marcie bien podría tener la palabra «víctima» escrita en la frente, ya que su docilidad la hacía parecer vulnerable.
Laura quería cambiar eso. El conocimiento daba poder, y Marcie necesitaba saber algunas cosas, fueran ciertas o no.
—Te dio el emblema por tus ojos. Marcie es diminutivo de Marcella. Eres parte italiana —dijo Laura, contenta de que Marcie finalmente mostrara una reacción de sorpresa ante sus palabras.
—Marcella significa belicosa y fuerte —continuó—. Te dio el emblema para moderarte. Para apagar tu fuego. Lo que pasa es que... al llevar tanto el emblema contigo, te estás… Debilitando.
Carol asintió, disfrutando de la historia.
Marcie parecía estar bloqueada, ni siquiera respiraba.
Un camarero se acercó, y Carol negó con la cabeza para hacerle saber que no lo necesitaban.
Laura se alegró de que entendiera el gesto de Carol y se alejara.
—Tus ojos tienen el poder de poner a los hombres de rodillas, pero el emblema te impide hacerlo —dijo Laura.
Hizo una pausa para dar un sorbo de su refresco. Marcie necesitaba algo de tiempo para procesar toda la información. A veces, intentar ayudar a alguien con el poder de la sugestión funcionaba, otras veces no.
A Laura le gustaba pensar que tenía más éxito que fracaso.
—Si enciendes una linterna en una habitación oscura, brillará —dijo Laura, dejando su refresco.
—Si enciendes una linterna aquí afuera a plena luz del día, nadie la verá. Ahora mismo, eres una linterna en una habitación oscura. Todos te notan.
Ese comentario puso nerviosa a Marcie. Miró a su alrededor.
—Son tus ojos. Tienes que atenuarlos iluminándote a ti misma —dijo Laura.
Tanto Marcie como Carol parecían confundidas.
—Tienes que llevar colores vivos para atenuar el brillo de tus ojos. Rojo. Busca una revista de moda y vístete como una modelo. Podrías ser modelo como tu madre lo fue antes de que tu padre apareciera.
Laura eligió sus palabras cuidadosamente, ya que los hilos no le decían si el padre de Marcie se había casado con su madre o no. La información de un hilo a veces podía no ser clara.
—¿Mi madre fue modelo? Pero… Solo tenía dieciséis años —dijo Marcie.
—Todas las modelos empiezan siendo preadolescentes —dijo Carol de repente, luego se tapó la boca con la mano, recordando que no debía hablar hasta que Laura hubiera terminado.
Esta vez, sin embargo, el comentario fue útil, y Laura sonrió a su amiga.
—Entonces, ¿cuál es mi futuro? —preguntó Marcie.
—Tienes dos —dijo Laura.
—¿Dos?
—Puedes llevar el emblema y ser una linterna perdida en un mundo oscuro. O puedes poner el emblema en un joyero y dominar el mundo con tu propia luz —dijo Laura.
Se estremeció por dentro al darse cuenta de lo dramática que había sonado. Jugueteó con su pelo, dándole algo de tiempo para pensar.
Antes de que pudiera retractarse, dos policías entraron a la cafetería, atrayendo la atención de todos.











































