
Cuatro días después, por fin ya podía irme a casa. El Dr. Taylor me había dicho que tuviera cuidado con la mano, ya que aún tendría que operármela.
Fui al baño a vestirme con ropa de mi padre. Me quité la bata de hospital que llevaba puesta. Me miré en el espejo y vi la enorme cicatriz que tenía en el pecho.
El suceso de aquella noche se repetía en mi cabeza.
Caleb tenía razón. Nadie me querría, especialmente con esta enorme cicatriz en mi pecho.
—Princesa, ¿estás lista? —Mi padre llamó a la puerta, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, espera. Ya voy, papá —dije, poniéndome el chándal y echándome la sudadera por la cabeza para taparme el pecho.
Abrí la puerta del baño y vi a mi padre cogiendo su bolso.
—Venga, princesa, vamos a casa. Los chicos y las chicas están deseando verte —dijo mi padre, guiándome hacia la puerta.
Sí, iba a volver a California.
Tanto mi padre como mi tío Mason discutieron conmigo sobre el hecho de que no era seguro que siguiera sola en Oregón. Además, querían estar conmigo si acababa necesitando cirugía.
No es que no quisiera volver a casa. Me encantaba estar en Oregón. Al final, ganaron la batalla, así que aquí estaba yo, volviendo a casa después de haber estado fuera cinco años.
—Papá, ¿podemos pasar por mi casa? Quiero coger algunas de mis cosas antes de ponernos en camino —pregunté una vez subí a la camionetaón. Creo que el tío Mason se lo había dejado allí.
—Sí, está bien, princesa. El tío Mason o yo entraremos contigo. No quiero que empaques sola —dijo mi papá mientras arrancaba la camioneta.
Tras diez minutos, llegamos a mi casa.
Decir que estaba nerviosa era quedarse corto. No quería ver los daños de aquella noche. Empecé a sentir que me sudaban las manos y que se me hacía un nudo en el estómago.
—¿Estás bien, princesa? —dijo mi padre, y me sacó de mis pensamientos.
—Eh... Sí, estoy bien, papá. Quédate aquí, por favor —dije, y salí corriendo de la camionetaón antes de que pudiera responder.
Me acerqué a la puerta despacio, sintiendo que se me volvía a hacer un nudo en el estómago. Alejé todos los pensamientos de mi mente. Abrí la puerta y me dio un latigazo: miré todo y vi cosas hechas pedazos y tiradas por todas partes.
—Princesa, tu viejo me dijo que viniera a ayudarte.
Oí decir eso al tío Mason, que venía detrás de mí. Todavía no me había movido.
No pude evitar estremecerme.
—No lo sé —mentí una vez más. No estaba preparada para contarles con lo que había estado lidiando durante cuatro años.
—Quienquiera que hizo esto está muerto. Vamos a empacar tus cosas. —El tío Mason caminó en dirección a mi habitación.
Empecé a seguirlo, y entonces, por el rabillo del ojo, vi algo. Acabó siendo una enorme mancha de sangre; no de cualquier sangre, sino de mi sangre.
Corrí a cubrir la mancha todo lo que pude. La cubrí con una almohada. El tío Mason enloquecería si viera esto y supiera que había estado mintiendo.
Volví a mi habitación y lo vi sujetando algo.
—Te pareces mucho a ella —le oí decir—. Estaría muy orgullosa de ti, princesa. —Se dio la vuelta para mirarme, entregándome la última foto que mi madre y yo nos habíamos hecho juntas.
Su largo pelo rubio estaba recogido en un moño, al igual que mi corto pelo rubio, y me abrazaba mientras sosteníamos cucharas con masa para tartas, sonriendo y despreocupadas.
—La echo de menos todos los días —susurré.
—Yo también, princesa. Venga, vamos a recoger tus cosas. No quiero hacer esperar más a tu viejo —dijo el tío Mason, cogiendo mi ropa.
Verás, mi madre era la hermana pequeña del tío Mason.
Sólo tardamos treinta minutos en empaquetar todas mis pertenencias, y usamos tres bolsas de basura para recogerlo todo.
Caminamos hasta lael camionetaón donde mi padre había estado esperando, y los chicos cargaron todo en la parte trasera.
Me di la vuelta para mirar el lugar al que había llamado «hogar» durante estos años.
Me alegré de no volver; había demasiados malos recuerdos. Aunque echaría de menos Oregón, quizá algún día papá y yo pudiéramos volver aquí, y yo podría enseñárselo todo.
—Venga, princesa, vámonos a casa —me dijo mi padre, pasándome el brazo por el hombro.
—A casa —dije suavemente con una tierna sonrisa.