Arri Stone
Tras un viaje de seis horas en autobús, llegó a su destino, todavía con la misma ropa y sin nada más que el dinero que le habían dado.
Fue a unas tiendas a comprar algunos artículos de primera necesidad y ropa. Necesitaba un lugar donde ducharse y alojarse y cerca había un motel barato.
Al menos, con una noche decente, estaría bien. Sabiendo que tendría que trabajar para mantener el dinero, empezaría a ponerse a buscar trabajo al día siguiente.
Por ahora, su único objetivo era conseguir una ducha decente y una cama caliente.
Denver. Al menos la ciudad en la que había parado tenía de todo. El motel que encontró estaba bien y no estaba demasiado lejos de la mayoría de las cosas.
Estaba hablando sola, murmurando que necesitaba encontrar trabajo en algún sitio, cuando la oyó el gerente del motel.
—¿Estás buscando trabajo?
—Sí, necesito algo para seguir adelante. —Opal se mordió el labio inferior.
—Siempre puedes probar el sitio de perritos calientes para moteros de Bill. Es más agradable de lo que piensas. El otro día estaban buscando una camarera.
—Oh, Dios, eso sería perfecto. ¿Dónde está?
—Aquí está la llave de tu habitación, y te conseguiré la dirección, pero no está lejos de aquí. A una chica guapa como tú no debería costarle encontrar trabajo por aquí. —Le guiñó un ojo y le sonrió.
Esto hizo que Opal se sonrojara. No estaba acostumbrada a este tipo de comentarios. Dio las gracias al gerente del motel y se dirigió a su habitación.
Dejó las bolsas en el suelo y se quitó la horrible ropa sucia que llevaba. Iba a tirarla, pero podría necesitarla si tenía que trabajar de camarera.
Al meterse en la ducha y lavarse el pelo y el cuerpo, sintió como si se quitara todos los problemas de encima.
Mientras se duchaba, pensó que era fuerte, una superviviente, una luchadora.
Un hombre amable le había dado una oportunidad y estaba agradecida por todo lo que había hecho por ella. No la conocía, pero le había dado dinero, el suficiente para que se fuera, para que estuviera a salvo.
Estaba demasiado cansada para asimilarlo todo, pero aquel breve momento en sus brazos, la forma en que la llevaba, la abrazaba... Nunca se había sentido así.
Al salir de la ducha, le pasaron una nota por debajo de la puerta. El chico del motel había escrito el nombre y la dirección del restaurante de perritos calientes de los moteros.
Planeaba dormir un poco, pero pensó que si iba allí primero, quizás podría conseguir un trabajo.
—Cuanto antes consiga algo, mejor.
Se puso ropa limpia y salió. Como le había dicho el chico, no tuvo que andar mucho. Tardó unos quince minutos.
Al llegar, pudo ver que el lugar tenía muy buen aspecto. Por el nombre, llegó a esperarse una especie de bar-restaurante de mala muerte.
—Hola, bienvenida al restaurante de Bill. ¿Para cuántos quiere una mesa?
—Hola, lo siento, he venido para saber si había algún trabajo disponible.
—Dios mío, serías mi salvavidas. Sí, estoy desesperada por encontrar ayuda. Mi nombre es Angela.
—Yo soy Opal.
—Bonito nombre. Ven, te llevaré con Bill. Estoy segura de que estará encantado de contratarte.
—Genial, gracias.
Siguiendo a Angela hasta la parte de atrás, la vio llamar a una puerta. Habló con el hombre al que llamaba Bill, informándole de que alguien nuevo buscaba trabajo.
—Gracias, Angela. Hazla pasar.
—Aquí tienes. Hasta pronto.
Opal entró en el despacho. En cuanto se cerró la puerta, el hombre habló.
—Te daré una oportunidad. Si la cagas, te vas. No me importan los pequeños errores, pero no me gustan las cagadas. ¿Entiendes?
Opal asintió y luego se dio cuenta de que él no era capaz de verla, ya que estaba mirando unos papeles.
—Sí, señor.
—Todos me llaman Bill. Si tienes algún problema, díselo a Angela o a cualquiera de los otros. Ellos te ayudarán.
»Y si puedes empezar mañana, estaría bien. Me falta una persona más mañana por la noche.
—Sí, señor, seguro que puedo arreglármelas.
—Bien. No me gustan los holgazanes. Si crees que va a ser un trabajo fácil, vete a otro sitio. Aquí te pagaré bien y te quedarás con las propinas de tus clientes.
—Gracias. No le defraudaré.
Por primera vez, levantó la vista y sonrió a Opal. Le entregó un papel que ella cogió.
—Estas son las horas que puedo darte esta semana. Si estoy contento, te daré más.
—Muchas gracias. Se lo agradezco. —Opal miró el trozo de papel.
—Ven mañana a las cuatro. Angela te enseñará cómo funciona todo.
Opal cogió el papel con las horas que le había dado. No eran muchas, pero era mejor que nada.
En cuanto salió, se encontró a Angela sentando a una pareja, así que esperó a que terminara antes de hablar con ella.
—Fantástico, entonces nos vemos mañana. —Angela esbozó una enorme sonrisa amistosa.
—Un millón de gracias. Esto me ayudará mucho.
Opal se fue contenta y volvió al motel, donde cogió comida para llevar. Cuando volvió, se tumbó en la cama y, de puro agotamiento, se quedó dormida.
***
Al despertar de una pesadilla, Opal se encontró con los brazos envueltos en las sábanas, incapaz de moverse. La oscuridad seguía cubriendo la habitación, así que sabía que aún era de noche.
—Mierda...
Volvió a hundir la cabeza en la almohada e intentó quitarse de la cabeza los pensamientos sobre Gareth y volver a dormirse. Le llevó algo de tiempo, pero al final lo consiguió.
***
Había pagado cuatro noches en el motel y, al despertarse al día siguiente, esperaba que las propinas que fuera a ganar los próximos días en su trabajo cubrieran los gastos de otras noches más.
Al levantarse, se dio cuenta de que no tenía nada para comer y supo que tenía que tener cuidado con el poco dinero que le quedaba.
Como sólo le sobraban unos céntimos, pensó que si esperaba a llegar al trabajo, al menos allí podría comer algo.
Sólo pudo conseguir una botella de agua y descansó la mayor parte del día hasta que llegó la hora de ir a trabajar.
Hambrienta pero lista para empezar el trabajo de la noche, se reunió con Angela, y ella le enseñó las mesas que debía servir.
Saludando a todos y sentándolos mientras servía a su sección, pensó que lo había hecho razonablemente bien durante toda la noche. El chef le ofreció algo de comer, cosa que ella agradeció.
Cuando acababa de terminar su turno, Angela se le acercó.
—Oye, lo has hecho muy bien esta noche.
—Gracias. Necesito el dinero.
—Sabes, ganarías mucho en el ring.
Opal estaba desconcertada por lo que acababa de decir.
—Oh, ¿no sabes de las peleas en el ring de boxeo?
—¿Boxeo?
—Sí, las peleas de AMM que hacen aquí.
Pelear no era algo que le gustara a Opal, pero por el interés que tenía en ganar algo de dinero extra, su curiosidad aumentó.
—¿Qué tengo que hacer y cuánto pagan?
—Oh, nena, déjame llevarte al mundo de los hombres guapos y las grandes zorras.