Cuando se abrieron las puertas, vi una enorme escalera justo delante de nosotros que subía a un segundo y luego a un tercer piso.
Los escalones eran de azulejos dorados y blancos, y la barandilla era de color marrón oscuro con toques dorados a lo largo.
Miré al suelo. Estaba tan limpio y pulido que mi reflejo me devolvió la mirada a medida que avanzábamos.
—¿Qué te parece hasta ahora? —preguntó Zane.
—Tu casa es enorme y muy extravagante. Gracias por sacarme de todo el lío de la discoteca.
Zane se detuvo de repente, haciéndome casi tropezar.
—Mira, amor, ahora eres mi responsabilidad, y también la de los hombres que trabajan para mí. Arriesgarían sus vidas para salvar la tuya.
—¿Por qué iban a preocuparse por mí ahora? —pregunté mientras observaba la lujosa casa que me rodeaba—. Sólo soy una camarera que trabaja en tu discoteca. No es como si fuera alguien importante.
Zane se puso delante de mí, y sus fríos ojos se clavaron en los míos mientras se inclinaba cerca de mi cara.
—Eres alguien esencial. Eres mía, mi amor.
Buscando en su cara cualquier emoción que pudiera decirme que no hablaba en serio, vi que no había cambiado.
—¿Qué tengo que te hace estar tan interesado en mí?
—Lo primero de todo —dijo levantando un dedo—, eres la mujer más bonita que jamás he visto.
»Lo segundo —levantó un segundo dedo— eres muy hábil manejando un arma, y gracias a tus antecedentes, sé que tus habilidades de combate se salen de lo normal.
—Tengo que preguntar, ¿cómo demonios has averiguado tanto sobre mí en tan poco tiempo?
—Soy el mejor hacker del mundo y puedo encontrar lo que mi jefe necesite en pocos minutos. —dijo Connor, que acababa de entrar en casa con Noah.
—Debería haberlo adivinado —refunfuñé en voz baja—. ¿Qué otra persona serías, Zane, si no tuvieras lo mejor de todo? Veo que, siendo como eres, lo mejor de lo mejor es lo único que tienes.
Connor se rió mientras Zane me abrazaba.
—Aprendes muy rápido. Espero que todo lo mejor sea para mí, y todos los que trabajan para mí también lo sean.
Me tiró de la mano y los demás le siguieron mientras me adentraba en la enorme casa.
—Aquí está la cocina —dijo. Parecía eterna.
Tenía la isla más grande que había visto nunca, junto con doce sillas, dos fogones, cuatro hornos y tres frigoríficos, todo de acero inoxidable.
Seguimos caminando hasta un comedor enorme, y la mesa que había allí era tan larga que parecía sacada de los viejos tiempos, cuando se celebraban grandes banquetes.
Conté rápidamente las sillas; vi que había unas veinte. «Debe de dar unas fiestas enormes aquí o algo así»,pensémientras doblábamos otra esquina.
Zane empujó dos enormes puertas que se abrieron a un enorme salón de baile decorado en oro por todas partes. Las arañas de cristal que colgaban del techo eran tan brillantes e inmaculadas que parecían compradas ayer.
Me detuve a contemplar las pinturas del techo. Eran extraordinarias. Había querubines por todas partes, con nubes, ángeles e incluso demonios hábilmente pintados con lujo de detalle.
Sentí un pequeño tirón en el brazo.
—Podrás admirar todos los extras más tarde, amor —dijo Zane, guiándome hacia un ascensor—. Todavía te queda mucho por ver.
Pulsó un botón marcado con una B y descendimos durante unos minutos. Las puertas se abrieron y los cuatro salimos a un enorme sótano.
Caminando por los pasillos, Zane me enseñó una bolera, una sala de juegos y un cine en casa con capacidad para más de cincuenta personas con su propia barra en un rincón.
Luego empujó otro par de puertas. Daban a la mayor piscina que había visto en mi vida... Y a un parque acuático.
Un río lento se extendía por todo el espacio. Había toboganes de agua que giraban por todas partes, algunos bajaban en línea recta como una caída mortal y unos cuantos que requerían balsas.
Había niños por todas partes divirtiéndose, con sus padres sentados en sillas observándolos.
También había socorristas por todas partes, vigilando a todo el mundo.
—¡Esto es increíble! ¿Quién es toda esta gente de aquí?
—La mayoría son personas que trabajan para mí en mis tierras —respondió Zane.
—Sus hijos vienen aquí a desconectar y relajarse cuando sus padres pueden traerlos o tienen un día libre. Lo mantengo abierto hasta cerca de medianoche o incluso más tarde si es necesario.
Volviéndome hacia los tres, les pregunté: —Exactamente, ¿cuánta terreno tenéis y cuánta gente ahí?
Zane se rió y me miró con ojos divertidos.
—Me haces sonar como un amo que posee a la gente. Esta casa tiene más o menos unos ocho mil kilómetros.
»Algunas de estas personas tienen sus propias casas construidas en mis tierras, y otras viven fuera, en sus propias casas.
»Si viven aquí, les dejo que me compren el terreno y luego construyan la casa que puedan permitirse. Otros viven en sus propios apartamentos o casas cerca de aquí.
—¿Para qué necesitas tanto terreno? —pregunté, mirando por las ventanas de cristal que bordeaban las paredes del parque acuático hacia el exterior de su casa.
—Para el tipo de negocio que tengo, amor, hay que tener un espacio así para poder dirigir lo que hago.
—¿Todas estas personas son bienvenidas en tu casa en cualquier momento? —Observé cómo un enorme cubo de agua se derramaba sobre un tejado y luego caía sobre los niños que esperaban debajo.
—No, esto sólo está abierto a ciertas horas del día para que lo disfruten. —Conner se puso a mi lado y me puso una mano en el hombro.
—Necesitamos tiempo para nosotros sin que los niños se nos echen encima ni preocuparnos de que se abran paso delante de nosotros —explicó—. Esto es a lo que llamamos «tiempo en familia».
—Veo que aquí tenéis de todo para ellos. Bares donde tomar algo, patios de comidas e incluso una tienda de souvenirs —dije, escudriñando el lugar y viendo todo lo que había a la vista.
—Se llama Splash World. Solo se puede entrar por invitación o si trabajas para el jefe.
»Si alguien quiere traer a un amigo, tiene que ser autorizado por seguridad para garantizar que no está vinculado a un enemigo de Zane.
»Los papeles deben presentarse al menos una semana antes de que cualquier niño pueda venir. Comprobamos los antecedentes de los padres y los hijos, aunque el niño solo venga un día con otro hijo de un empleado.
»Si se dan de baja, pueden venir —explicó Conner.
—¿Tienen que comprar vuestra comida y todo eso? —Miré un tablón de precios mientras pasábamos.
Zane sonrió mientras miraba a su alrededor.
—Sí, pero no es como en otros parques. Aquí las cosas son más baratas, y si lo único que quieres es un refresco, es una compra única de un enorme vaso de recuerdo, y con él te lo rellenan gratis el resto del año.
—Me encantaría una copa si pudiera conseguir una —dije.
Zane me cogió de la mano y me llevó hacia la zona del bar.
Un camarero encantador levantó la vista y sonrió.
—Hola, Sr. Zane, ¿qué puedo ofrecerle hoy?
Todos nos sentamos y pedimos una copa. Zane pidió un vaso de whisky, yo un baileys con helado, Conner un ron con coca-cola y Noah un Martini.
Mientras estaba allí sentada, pude ver lo feliz que estaba la gente mientras corrían por las piscinas, los toboganes y todo lo que este lugar les ofrecía.
—No te pongas demasiado cómoda aquí. Todavía hay un montón de lugares en la casa que no has visto. El tour no ha terminado. —Zane puso su mano sobre mi pierna.
Terminamos nuestras bebidas y volvimos a salir por las puertas hacia el ascensor. Pulsó el botón marcado con un tres y volvimos a subir.
