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Mi chica

Capítulo cuatro

SAVANNAH

—¿Estás pensando en irte de vacaciones? —Lydia me pregunta una semana después del horrible brunch.

—¿Mmm? —pregunto, girando en mi asiento para mirarla— No dejas de mirar vuelos y hoteles —responde, señalando la pantalla de mi ordenador.

—Sí, algo así —digo, volviendo a mirar los billetes de avión.

Mil ochocientos dólares para volar de Minnesota a Carolina del Sur. Creo que no.

Suspiro y cambio las fechas por enésima vez en el día.

—¿Qué hay en Carolina del Sur? —pregunta mirando por encima de mi hombro.

—Soy de allí —le digo.

—¿Qué parte? —pregunta con curiosidad.

—Una pequeña ciudad en el corazón del cinturón bíblico. Me mudé aquí en mi primer año —explico.

—¿Por qué nunca me dijiste esto? —jadea, girando mi asiento para que esté frente a ella.

—Ahh, ¿porque no parecía relevante? —digo, pero suena como una pregunta.

—Cuéntame tu historia. Apuesto a que es más interesante que cualquiera de estos libros —refunfuña, dirigiendo la mano hacia los libros.

—No es tan interesante —me río.

—¡Cariño, eres del cinturón bíblico, tuviste un hijo fuera del matrimonio siendo adolescente! Apostaría mi vida a que tu historia es interesante.

—La historia cuenta que un lío en el instituto dio lugar a un bebé, el padre del bebé se fugó, mamá y papá echan a la niña embarazada, ella se muda con los padres de su mejor amiga y empieza a trabajar en la biblioteca local con una jefa entrometida.

Me río, sacudiendo la cabeza.

—Vale, ahora necesito todos los detalles —dice Lydia con ojos brillantes.

Aprieto los labios, no quiero contarle mi historia. Solo de pensar en la angustia que sentí cuando Tanner no quiso reconocerme cuando intenté contárselo a él y a mis padres…

Las cosas que me dijeron me dan ganas de romper a llorar y esconderme en la cama. Igual que cuando tenía dieciocho años.

—Todavía te duele —susurra suavemente.

—Así es —asiento con la cabeza—. Mis padres son muy religiosos. Estoy segura de que puedes rellenar los espacios en blanco —respondo, empezando a tener recuerdos de aquella mañana de sábado.

—¿Mamá, papá? ¿Puedo hablar con vosotros, por favor? —pregunto tímidamente pero tan educadamente como puedo.
—Claro, pequeña —mi padre me sonríe, apaga la tele, y mamá se pone su último bordado en el regazo, los dos me dedican toda su atención.
—Os quiero mucho a los dos —tartamudeo antes de echarme a llorar.
Tengo mucho miedo de contarles lo de mi bebé. Sé que estarán enfadados y decepcionados durante un tiempo, pero son los padres más cariñosos y al final me apoyarán.
Estoy sollozando y trato de ahogar las palabras, pero no puedo.
—¿Quieres que lo diga? —pregunta Erin suavemente a mi lado mientras empieza a frotar círculos en mi espalda.
—Oh, Dios, no estás embarazada, ¿verdad? —bromea mamá, haciendo que mis lágrimas caigan con más fuerza. Erin asiente levemente con la cabeza y yo agacho la cabeza para mirar al suelo. No puedo mirar sus caras de decepción.
—¿Te lo vas a quedar? —pregunta papá sin emoción.
—Sí —balbuceo, levantando la cabeza para encontrarme con unos ojos llenos de rabia que solo he visto una vez.
—¿Cómo ha pasado esto? ¡No crié a mi hija para que fuera una sucia zorra! —grita mamá, tirando su bordado al suelo.
—Fue un accidente —intento explicar.
—¡No vivirás bajo mi techo con un hijo bastardo! —abuchea papá.
—Por favor, papá, mamá. Dejad que os lo explique —ruego entre lágrimas.
—¿Qué quieres explicar, Savannah? ¿Que nos odias y has ido en contra de todo lo que te hemos enseñado? —llora mamá, las lágrimas corren por su cara también.
—Y Dios. Lo has decepcionado más que a nosotros —añade papá, apretando la mandíbula.

—Oh, cariño —me dice Lydia suavemente y me rodea los hombros con los brazos. No me había dado cuenta de que había empezado a llorar.

—Estoy bien —resoplo, secándome las lágrimas perdidas—. Estoy bien —repito.

—Lo siento, no debería haberme entrometido —dice, frotándome los hombros.

—Solo voy al baño —me excuso y salgo corriendo.

Respiro hondo, luchando contra las lágrimas. No he vuelto a hablar con ninguno de mis padres desde aquella noche. Me echaron de casa y me dijeron que no volviera a pisar su propiedad a menos que me deshiciera del bebé.

Abro el grifo y dejo correr el agua fría un momento antes de salpicarme la cara. Después de lavarme la cara, vuelvo al escritorio, donde Jax está apoyado hablando con Lydia.

—¡Hola, Savannah! —me sonríe ampliamente y mira detrás de mí— ¿Hoy no hay Rosie? —pregunta dejando caer los hombros, mostrando su decepción.

—No. Está con Erin —sonrío, tratando de leerle.

Si Tanner descubrió que Rosie es suya, no parece habérselo dicho a Jax. —Tal vez la próxima vez —sonríe tristemente. No he vuelto a llevar a Rosie a la biblioteca. Si no puede ir a la guardería, Erin y su madre la cuidan.

Por si acaso.

—Siento como si no la hubiera visto en mucho tiempo —gime Jax—. He empezado a olvidar su aspecto —continúa, haciendo que Lydia y yo nos riamos.

—La viste hace una semana —le digo secamente.

—Ah, sí. Eso me recuerda algo. Nunca me dijiste que conocías a mi hermano —dice, chasqueando los dedos como si acabara de acordarse.

Se me hace un nudo en el estómago.

—No lo conozco. Estábamos en el mismo curso —miento, sintiendo que se me va el color de la cara.

—Parecía creer que te conocía —comenta con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Te encuentras bien? Parece que vas a vomitar —pregunta, lleno de preocupación.

—Estoy bien. Lydia me estaba molestando antes —me lo quito de encima, intentando combatir las náuseas que siento.

—Oh, ¡mira la hora! Ya he terminado de trabajar, así que si me disculpáis, me voy a casa, lejos de vosotros, entrometidos —medio bromeo, desesperada por alejarme de los dos.

—¡Hasta mañana!

—¡Trae a Rosie!

Lydia y Jax me gritan respectivamente.

De ninguna manera traeré a Rosie aquí pronto.

***

—¡Cariño, estoy en casa! —grito mientras abro de golpe la puerta de mi apartamento.

—¡Aquí, mamá! —me llama Rosie desde su habitación. Dejo el bolso en la puerta y me quito los zapatos antes de ir a su habitación.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunto, fingiendo enfado mientras veo a Rosie saltando en su cama. Sus rizos están libres y alborotados, y lleva puesto su vestido de fiesta.

Erin se asoma desde el otro lado de la cama con una sonrisa endemoniada en la cara.

—Bueno, verás, mamá, había un monstruo que quería comerme, y la única forma de que no me comiera era que saltara sobre mi cama —explica muy seria.

—¿Y el vestido de fiesta? —pregunto, enarcando una ceja.

—Bueno... El monstruo no come vestidos bonitos —dice a trompicones.

—¡RAAAA! —ruge Erin, saltando de su escondite y agarrando a Rosie, y le aplasta la cara contra las costillas, haciendo ruidos como si se la estuviera comiendo.

—¡Ahh! ¡No! ¡Monstruo! ¡Sálvame, mamá! —Rosie chilla entre risas.

—¿Quién es «mamá»? Yo soy «mamá monstruo» para ti —gruño, haciéndole cosquillas en el otro costado.

—¡Noooo! —se ríe tan fuerte que consigue soltarse y sale corriendo de la habitación.

—¡Vuelve aquí! Te vas a quedar fuera, monstruito —grito, saltando de la cama y persiguiéndola por el salón.

Se sube al sofá, coge uno de los cojines decorativos y me lo lanza. Me da en los pies y me tiro al suelo, como si me hubiera dado.

—¡Socorro! Me han golpeado —grito, y Erin entra corriendo en la habitación.

—¿Golpeaste a la mamá monstruo? —jadea y empieza a perseguir a Rosie de nuevo.

Rosie chilla y corre hacia el sofá. Trepa por el brazo más alejado de mí y recorre todo el sofá antes de colocarse en el brazo justo encima de mí.

—¡Tonto error, pequeña! —Erin se ríe alegremente.

—¡RAAA! —grito, rodeo su pequeña cintura con los brazos y tiro de su cuerpo hacia el suelo. Le hago cosquillas en la cintura, las axilas y debajo de la barbilla, y se ríe tanto que se le pone roja la carita.

—¡Tengo que hacer pipí! —me detengo al instante ante las palabras de Rosie y la suelto, dándole la libertad que necesita. Se levanta rápidamente y corre hacia el baño.

—Suerte que no te meó encima —Erin se ríe y se deja caer en el sofá.

—Lo mismo digo —asiento con mi propia risa.

—Como ves, hoy nos hemos divertido —comenta Erin, señalando con la cabeza hacia el otro lado de la habitación.

No me había dado cuenta antes, pero hay un pequeño fuerte construido con mantas, sillas de comedor y el único sillón que tenemos.

—Muchas gracias —suspiro, agradecida de que Rosie y yo tengamos gente en nuestras vidas que nos quiera.

—No te preocupes. Quiero a mi pequeña Rosie —Erin dice rápido. Una parte de mí, en realidad, toda yo, se siente culpable por no contarle a Erin lo que he estado planeando.

—Me voy a Carolina del Sur —suelto antes de poder contenerme.

—¿Qué, de vacaciones? —pregunta Erin, mirándome. Me estremezco y sacudo ligeramente la cabeza.

—¡Ni de coña! —Erin grita susurrando mientras escuchamos el sonido de la cadena del inodoro.

—Lo que tienes que hacer es conseguirte un maldito abogado y prepararte. Si alguna vez veo a Tanner, le arrancaré las pelotas, te lo prometo, pero, siendo realistas, necesitas un abogado —dice, claramente alterada pero luchando por contenerse.

—Tienes razón —suspiro, frotándome la cara. Deseo que Tanner nunca haya aparecido de nuevo.

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