
Me sobresalté al oír el ruido de algo que se rompía y un alboroto en el exterior.
—¿Qué demonios? —dije mientras me frotaba los ojos y apartaba los mechones de pelo que me caían sobre los ojos.
—¡Cállate! —Oí gritar a alguien.
—¿Qué está pasando? —me pregunté mientras me levantaba de la cama y me dirigía hacia la puerta. Al girar el pomo, exhalé un suspiro de alivio al ver que estaba abierta.
«¿Debo comprobar lo que está pasando?»,me pregunté a mí misma.
Al abrir la puerta, me asomé para mirar a mi alrededor. Al no ver a nadie, salí y cerré lentamente la puerta.
—He dicho que te calles, o si no… —volví a oír gritos y seguí la voz.
Se oía un ruido continuo de choques y golpes.
—¿Qué está pasando…? —empecé a sentirme preocupada y asustada.
Caminé hacia el pasillo de la izquierda y llegué a una habitación con la puerta cerrada.
—¿Cómo demonios es eso posible?
—No sé nada. ¡Encuéntralo de una puta vez!
»Tienes una semana. Si no me das sus datos, te volaré la cabeza. ¿Entiendes?
A continuación, sólo pude escuchar un silencioso «¡Sí, señor!» de la gente que estaba dentro de la habitación.
Tardé unos segundos en reconocer que la persona que gritaba era Zachary.
«¿Pero a quién quiere encontrar de esa manera?».
Me quedé allí de pie, escuchando y pensando en su conversación, cuando la puerta se abrió y ante mí apareció un hombre de complexión fuerte y ojos inyectados en sangre.
—¡Oh, no! —murmuré.
—¿Y tú quién eres? —gruñó mientras me agarraba del brazo y me sacudía con toda su fuerza.
Por un segundo, pensé que se me iba a dislocar el brazo del hombro.
—¡Ay! ¡Oye, déjame! —grité mientras luchaba por liberarme.
—Estabas escuchando nuestra conversación. ¡Una espía! —concluyó, apuntándome con un arma a la cabeza.
—Dime quién eres antes de que te reviente...
—¿Qué está pasando ahí, Max? —dijo Zachary sin dejarle terminar la frase mientras aparecía por detrás. Estaba segura de que no se había dado cuenta de que era yo quien estaba en la puerta, ya que Max era tan enorme que había bloqueado por completo la vista de Zachary.
Los ojos me brillaban de miedo y, por primera vez en mi vida, recé al Todopoderoso para que Zachary me viera antes de que fuera demasiado tarde.
—Jefe, tenemos una intrusa aquí. Estaba espiándonos. ¡Una espía! —dijo Max alterado, presionando el arma en mi frente.
—¿Qué? ¿Quién es? —Zachary se acercó a nosotros.
—Jefe. Yo me encargo. Le volaré la cabeza —gruñó Max.
Cerré los ojos, esperando que apretara el gatillo y me matara. Pero entonces, oí a Zachary.
—¿Qué demonios? Baja el arma —gritó.
—¡No! Jefe, es una intrusa. Estaba escuchando a escondidas —argumentó Max.
—¡He dicho que bajes el arma o te vuelola cabeza! —gritó Zachary.
—Pero, jefe…
—Saca esa pistola de la cabeza de mi esposa antes de que te mate —gritó Zachary.
Mis ojos se abrieron de par en par al oírle llamarme «esposa».
—¿Esposa? —tartamudeó Max, tragando un nudo en la garganta.
—Lo siento mucho, señora. —Por fin me quitó el arma de la frente y exhalé un suspiro que no era consciente de haber estado conteniendo.
—Lo siento mucho. Por favor, perdóname. No sabía que eras su esposa. —Escuché las disculpas de Max.
—¿Cómo te atreves? —Zachary sacó su pistola. Antes de que pudiera cometer otro crimen, logré entrometerme.
—Sí, claro. ¡Ja, ja! No pasa nada. ¡No hay problema! —Forcé un poco y me reí sin humor.
Zachary parecía confuso ante mi repentino cambio de actitud.
Esa era la estrategia. Si yo parecía asustada, Max ya habría recibido un disparo. Mi comportamiento tranquilo había hecho cambiar de opinión a Zachary.
Esto es lo que mi padre me había enseñado.
«¡Te quiero, papá!»grité mentalmente, echándolo mucho de menos.
—Te perdono. —Me reí un poco, mirando la pistola de Zachary.
—¿Q-Qué? ¿Me has perdonado? ¿Tan fácilmente? —Me encontré con Max mirándome fijamente, muy sorprendido.
—¡Por supuesto! No es culpa tuya. No pasa nada. —Vi como Zachary soltaba su mano.
—¡Oh, gracias! Muchas gracias, señora. —Parecía muy contento.
Era extraño cómo todos temían a Zachary. En términos de fuerza, Zachary no era nada comparado con Max, que era musculoso, grande, alto y todo eso. Si quisiera, probablemente podría derribar a Zachary en una pelea.
¡Pero qué ironía! Parecía que se iba a mear en los pantalones al ver el enfado de Zachary.
—Esto… Voy a volver a mi habitación. ¿Puedes enviar a Whitney? —Intenté cambiar de tema.
Zachary me miró fijamente durante un minuto y luego asintió.
—Gracias... Eh… ¡Adiós! —me despedí de Max, que todavía parecía perplejo.
—Sí, claro… Esto… Adiós —respondió, saludando un poco con la mano.
Le dediqué una pequeña sonrisa y me di la vuelta para marcharme. Di pasos lentos y, en cuanto crucé el pasillo principal, eché a correr.
Al llegar a mi habitación, cerré la puerta y me relajé un poco. Estaba jadeando mucho debido al miedo y al ejercicio físico que acababa de hacer.
—¡¿Cuántas veces voy a sobrevivir a todo esto?! —grité, mirando hacia arriba.
—Respóndeme, Dios. Por favor. —le supliqué.
»Es mejor morir que sufrir todo esto una y otra vez —me dije mientras me frotaba la frente, sintiéndome frustrada.
Me dolía mucho la cabeza.
—¡Dios! ¿Puede alguien darme un analgésico, por favor? —murmuré al sentir dolor en el brazo; cuando lo miré tenía un gran moratón debido al fuerte agarre de Max.
—¡Genial! En sólo dos días estaré llena de moratones —murmuré, examinándome el brazo. Algunos moratones eran de Zachary, mientras que otros eran de Max.
—¿Por qué lo demoro? ¡Debería magullarme a mí misma también! —grité mientras golpeaba mi propio brazo y lo sujetaba con fuerza queriendo hacerme daño.
—¡Mi mujer! —me burlé, poniendo la voz de Zachary mientras golpeaba la puerta con el puño.
—¡Joder! ¡Ay! —grité mientras miraba mis nudillos, que ahora estaban rojos.
—¡Un botiquín ahora también! ¡Dios, por favor!