Los lobos de las Tierras Altas - Portada del libro

Los lobos de las Tierras Altas

Ali Nafe

Capítulo 1

OCHO AÑOS DESPUÉS

LAIKA

—No creo que debas ir con él —dijo Carolyn Clarke cuando bajé las escaleras con mi vestido negro corto. Iba vestida para impresionar. Sus palabras me hicieron detenerme, tenía el gesto fruncido, y supe que lo que saliera a continuación de su boca me resultaría muy desagradable.

La miré a la cara sin saber qué buscar, exactamente. Cuando pensé que iba a continuar, se quedó callada.

—¿Y eso por qué? —pregunté, observando su pequeño cuerpo en el sofá color crema.

—Encontró a su pareja y está aquí con ella —dijo, clavando sus ojos en los míos.

Mi cuerpo se entumeció mientras mi cerebro intentaba darle sentido a lo que decía. ¿Encontró a su compañera? ¿Y esta supuesta compañera estaba aquí con él?

—Laika —gritó, pero la voluntad de responderle me abandonó.

El entumecimiento empezó a desvanecerse a medida que el dolor se apoderaba de mí. Mi mente me llevó de vuelta al bosque hace muchos, muchos años, cuando él...

Sacudiendo la cabeza, desterré ese pensamiento. No era el momento de aumentar el dolor que sentía en la boca del estómago. Solo conseguiría volverme loca.

—Háblame —me dijo, pero me negué. Mi garganta estaba seca, mi mente revuelta. Ser rechazada por mi compañero y ahora ser rechazada por mi amante... El dolor era simplemente demasiado.

—Estaré fuera —mis pies se movieron escaleras abajo, pero Carolyn estaba de pie en la parte inferior, bloqueando mi camino.

—No, te quedarás aquí esta noche.

—¿Por qué? —le pregunté. Por supuesto, sabía lo que estaba pensando, y eso me rompió el corazón.

¿Realmente pensaba que lastimaría a la compañera de Lyall? Sí, tenía algunos problemas de ira, pero sabía manejarlos lo suficientemente bien. Que Lyall encontrara a su pareja era una bendición, lo que me hacía preguntarme por qué la manada no lo celebraba.

¿De verdad pensaban tan poco de mí? ¿Creían que perdería el control y le haría daño? ¿Era por eso que habían estado manteniendo esto en secreto?

—No queremos que le hagas daño —se atragantó.

Enarqué una ceja. Me dolía ver la confianza que tenían en mí o, mejor dicho, la falta de ella. Carolyn era la madre que nunca tuve, y sus dudas sobre mí me hirieron profundamente.

—Es solo para dar un paseo —le dije.

Parecía insegura, y aproveché su momento de distracción para esquivarla.

—Lo siento —susurró a mi espalda.

—Está bien —respondí sin volverme para mirarla. Mis pies me llevaron fuera, al aire frío. El mundo estaba bañado en un pálido resplandor, el cielo despejado, la luna sola en el firmamento, igual que yo aquí en la Tierra.

Respirando hondo, pronto descubrí que hacer eso también me dolía. Mi caja torácica ya no estaba hecha para ese trabajo.

Bajé del porche y comencé a avanzar hacia el bosque: era el único lugar donde sabía que encontraría consuelo. Incluso la fuerza para moverme me había abandonado hacía tiempo. ¿Por qué me mentía a mí misma diciéndome que era fuerte?

Lyall pasó el mes pasado en la Provincia del Oeste, y me evitó cuando regresó a principios de esta semana. Hice todo lo que pude para darle espacio, pensando que acabaría acercándose a mí. Pero no, permaneció en silencio, hasta que me enteré por su madre de lo de su compañera.

Tal vez pensó que yo era demasiado débil para soportar la noticia. Sí, dolía, pero nunca le negaría una oportunidad de ser feliz. Encontrábamos placer el uno en el otro, pero ahora estaba atado a otra persona. Me alegraba por él, pero aun así, me dolía mucho.

El bosque se volvió denso, el olor de las flores silvestres condimentaba el aire. Las criaturas nocturnas se llamaban unas a otras, sus sonidos eran una melodía que normalmente disfrutaría, en cualquier otra circunstancia.

La vida era amarga: cuando creías que todo iba bien, pum, empezaba a desmoronarse.

Sintiendo que no podía más, me senté en el tronco de un árbol, descansando mi agotado cuerpo. Cerrando los ojos, pensé en cómo iba a ser mi vida a partir de ahora. ¿Cómo llenaría el vacío de mi pecho? ¿Cuánto duraría este dolor?

Quería a Lyall, y siempre lo querría. Lyall era la única persona que nunca me juzgó, que nunca se horrorizó al ver mis cicatrices. Que me ayudó a ser una mejor versión de mí misma.

Ahora se había ido, y de nuevo estaba sola, una mujer perdida y sin nada.

Acerqué las rodillas al pecho y apoyé la cabeza en sus redondeadas puntas. Permanecí en esa posición hasta que oí que alguien se abría paso entre los árboles. No hubo necesidad de mirar para ver quién era. El aire llevaba su dulce aroma hacia mí. Mi loba ronroneó hasta que le dije que se callara. Tenía que entender que ya no era nuestro.

—Pensé que te encontraría aquí.

Levanté la cabeza cuando se sentó a mi lado. No me gustaba su cercanía. Estaba pidiendo cosas que ya no debía sentir por él.

—Entonces, ¿pensaste que mataría a tu compañera? —pensé que lo mejor era arrancar la venda de un tirón.

—Lo siento —dijo, con los ojos fijos en mí.

—Quinta vez que oigo «lo siento» hoy —Randall me había pedido perdón tres veces en el centro de formación, por haberme dejado plantada tres veces, luego había sido la madre de Lyall, ahora Lyall.

—Sé que soy agresiva, pero no es el tipo de dolor que causaría. Mi deseo es verte feliz en la vida. Si soy la causa de ello o no, no importa —dije.

Frunció los labios. Al cabo de unos minutos, rompió el silencio. —Sé que me quieres. Cuando empezamos nuestra relación, todo era sexo, se trataba de encontrar la liberación el uno con el otro. Cuando la encontré, sabía que te causaría dolor, pero no quería hacerte daño.

—Ese es mi problema —le dije. Todos estos años supe que nunca me amaba; estaba en esto por el sexo, nada más—. Necesitaba oír esto de ti, no de tu madre, y no cuando iba a verte.

—Me equivoqué, y me disculpo por enviar a mi madre. Pero ya ves, yo soy el cobarde aquí. Te quiseo... te quiero, pero fui demasiado idiota para decir las palabras.

La ira me invadió. —No tienes que mentir para aliviar mi dolor, Lyall —mis manos se cerraron en puños. Quería golpear algo para aliviar mi creciente frustración.

—Sabía que dirías eso. Siempre tendrás un lugar especial en mi corazón, siempre.

Lo miré, sus facciones duras y hermosas se suavizaban a la luz del atardecer. Decía la verdad: me quería de verdad, pero todo había quedado en el pasado. Ahora su corazón pertenecía a otra, el corazón que en algún momento había sido mío, pero nunca lo había sabido.

—Maldito seas —susurré.

—Efectivamente —respondió con un deje de risa en la voz.

—¿Cómo es ella?

—Alegre —dijo.

Enarqué una ceja. —¿Eso es todo?

—Sí, esa palabra la explica —dijo, y tuve la sensación de que sonreía.

—¿No es bonita?

—Lo es, pero ya sabes que las apariencias no significan tanto para mí.

—Sí, lo sé —cuando la gente me llamaba fea, él era el único que pensaba que era guapa.

—No eres fea, Laika —dijo con voz preocupada.

—Lo sé, todo gracias a ti.

—¿Te gustaría conocerla? —preguntó.

Lo pensé, pero no podía, no ahora. Mis emociones estaban a flor de piel y temía decirle algo de lo que luego me arrepintiera.

Pero sabía que no podía aguantar para siempre. —Mañana en el desayuno, ahora que sé que ya no la esconderás —dije.

—Está decidido entonces —dijo, poniéndose en pie—. Entiendo que deseas estar sola, así que me despido —me miró. Era alguien que una vez estuvo muy cerca de mí, pero ahora lo sentía como un eco indistinto.

—Cuídate —le dije, y se fue sin decir nada más.

Fue curioso cómo las cosas pasaron de ser perfectas a un completo desastre. Durante años, había rezado a la Diosa Madre para que me enviara a alguien para mí. No una pareja por elección, no quería nada de eso. Quería a alguien que me amara para siempre. ¿Cuánto tiempo más me haría esperar?

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