Corro lentamente la cortina que está en la ventana y me asomo a la calle. Está oscureciendo, la luna ilumina la acera desierta. Para cualquier otro que estuviera mirando, la escena podría parecer inocua, incluso pacífica.
Todos tienen las puertas cerradas y las cortinas echadas. Sus hijos están a salvo dentro. Pero todos están en alerta máxima, como cada noche.
Capítulo 1
Di tus plegariasCapítulo 2
LaberintoCapítulo 3
Destino y consecuenciasCapítulo 4
Un acuerdoMARA
Corro lentamente la cortina que cubre la ventana y me asomo a la calle.
Está oscureciendo, la luna ilumina la acera desierta.
Para cualquier otra persona la escena podría parecer inofensiva, incluso pacífica. Las puertas de las casas están cerradas y las cortinas echadas. Los niños están a salvo en sus casas.
Pero todo el mundo está en alerta máxima, como todas las noches.
Suspiro y mi aliento empaña el cristal.
Lo froto con la manga para aclararlo. Pero no hay nada que ver.
Nunca hay nada que ver porque, a diferencia de otras manadas, aquí la vida en las calles se detiene cada noche.
¿Por qué? Porque mi manada, la Manada de la Pureza, tiene miedo de la Manada de la Venganza.
Quizá no exactamente de la Manada de la Venganza, sino de su líder, el Alfa Kaden.
Durante los últimos veinte años ha estado destruyendo el equilibrio que habíamos establecido entre la igualdad y el desenfreno dentro de nuestra manada.
Nos lo arrebató todo. Principalmente la libertad.
El resto de lobos no aprecia a nuestra manada.
Está situada en el centro del Distrito de la Manada, en el lado más frío del ecuador.
Estamos rodeados por un grueso muro destinado a mantenernos a salvo y así hayamos protección en nuestro pequeño mundo de religión y paz.
Kaden altera nuestra paz cuando invade nuestro territorio.
Ha secuestrado a muchas chicas inocentes de nuestra manada.
Nadie sabe qué les ha pasado, pero muchos piensan que las mata o las vende a otros miembros de su manada, los cuales también se han ganado nuestro desprecio.
Tal vez haga negocio con ellas. No lo sabemos con coerteza. También mata a nuestros criminales.
Cualquiera que infrinja la ley ha de lidiar con la Manada de la Disciplina.
Pero si alguien asesina, entonces pasa a tener que lidiar con el Alfa Kaden. Así lo ha transmitido.
—¡Mara, apártate!
Mi madre me agarra el hombro para alejarme de la ventana.
Retrocedo a trompicones mientras ella vuelve a correr la cortina enfadada.
Se vuelve hacia mí con las manos en las caderas.
Quiero a mi madre, pero a veces es demasiado protectora.
Ha pasado toda su vida creyendo en una sola cosa: que la Luna es nuestra salvadora y siempre lo será.
Cree que la Diosa controla todo lo que hacemos y decide nuestro futuro mediante algún tipo de magia inescrutable.
A pesar de haber crecido en esta manada, yo no creo en ella. Sin embargo, la respeto.
En la escuela nos enseñaron un pequeño canto para mantener vivo el miedo hacia el Alfa Kaden:
Cierra la puerta, hazlo ya.
Corre la cortina, va a empezar.
No te asomes, por si está ahí.
Ten el miedo presente en ti.
Sacrifica a tu pareja si es necesario.
No dejes que el Alfa Kaden controle tu fario.
Hasta mi madre la canta.
—Madre, no pasa nada —le aseguro—. Nadie me ha visto.
Suspira y se pasa una mano por la cara. El estrés resulta obvio en sus rasgos envejecidos.
A veces no sabe cómo tratar conmigo, sobre todo cuando decido ir en contra de sus estrictas reglas.
Yo no es que lo haga a propósito, pero la curiosidad me puede.
—Podrían haberte visto los vecinos —insiste—. Ya sabes lo que dicen en la iglesia sobre ti, Mara. Me tratan como si yo fuera una madre terrible.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Y si Kaden te ha visto? —pregunta severamente.
—Bueno, no lo puedo saber porque no sé qué aspecto tiene —replico subiendo la voz.
Mi madre frunce el ceño.
Odia la simple idea de que yo pueda saber algo de Kaden.
Su aspecto sigue siendo una incógnita para mí. Podría cruzármelo por la calle y no me daría cuenta.
Madre nunca me dice nada, pero voy juntando las piezas de este gran puzzle con lo uqe dicen las chicas en la escuela.
A veces incluso logro averiguar si ha matado o no.
En ocasiones, cuando todavía están despiertos Madre y Padre, me escondo para escuchar sus conversaciones. Así es como me entero de las chicas que desaparecen en el pueblo.
—Mara, por favor. No lo pongas más difícil —ruega Madre, exasperada.
Me cruzo de brazos.
Decir que estoy harta de estar encerrada todas las noches es un eufemismo.
He renunciado a ver a mis amigas los viernes por la noche.
Estoy a nada de graduarme, pero eso no significa que las reglas de mi madre se hayan vuelto más laxas.
Probablemente se empeñará en encontrarme una pareja.
Encontrar a nuestra pareja cuando somos jóvenes es esencial dentro de nuestra cultura.
La cantidad de jóvenes varones a los que he estrechado la mano en el último mes es ridícula.
—¿Todo bien aquí? —Me giro al oír que se abre la puerta. Es mi padre.
Ha estado lloviendo, pero no recuerdo haberlo notado cuando miraba por la ventana.
Se quita el abrigo empapado y lo deja sobre la mesa de la cocina.
Nuestra casa no es muy grande, lo que hace que pasar la mayor parte del tiempo en ella sea aún peor.
Mis padres llevan la vida sencilla que la Diosa de la Luna querría.
No me gustan los lujos materialistas, pero a veces me siento un poco privada de algo.
—Todo bien, sí...
—He vuelto a pillar a nuestra hija asomándose a la ventana —le dice mi madre, cortándome.
La fulmino con la mirada. Parece que siempre me mete en problemas con Padre.
Mi padre frunce el ceño.
—Kaden no está ahí fuera—protesto—. Sois unos exagerados.
Veo que la mirada de mi padre se dirige a mi madre.
Le hace un gesto con la cabeza para que se vaya porque sabe lo fácil que es que ella y yo discutamos.
Cuando sale de la habitación, mi padre me hace un gesto para que nos sentemos en el sofá.
—¿Conoces a la hija del vecino? A Mandy.
—Milly —le corrijo.
Padre asiente. —Kaden se la llevó la semana pasada. Estaba en la cama cuando la secuestro. Nadie la ha visto desde entonces.
Los ojos se me abren de par en par.
¿Milly? Es un año mayor que yo y mucho más atractiva.
No me sorprende lo más mínimo que Kaden la haya escogido para cualquiera de sus negocios oscuros.
—¿Por qué me cuentas esto? —le pregunto.
Me gusta estar al tanto, pero no esperaba que mi padre me dijera algo así.
—Me preocupa que pueda secuestrarte. Todas las mañanas me da miedo entrar en tu habitación por si veo que ha desaparecido durante la noche.
Niego con la cabeza. La probabilidad de que me cojan es escasa.
Si se ha llevado a una chica del barrio, es improbable que regrese pronto. Al menos dentro de un mes.
Entra dentro de los juegos que le gustan a él.
Nos adormece con una falsa sensación de seguridad hasta que cambia su patrón y nos hace caer en la confusión.
Padre toma mi mano entre las suyas y me mira a los ojos.
¿Me va a hacer rezar? —Todos nos preguntamos por qué lo hace, Mara. Te prometo que lo descubriremos y lo detendremos lo antes posible.
Me aprieta ligeramente la mano.
Padre dirige la iglesia local, lo que me lleva a creer que su habilidad para detener a Kaden no es tan grande.
El hombre que tanto nos asusta es un alfa de una manada que tiene fama de despiadada.
Tras la Gran Guerra que dispersó a las manadas por toda la Tierra se adoptaron nuevas formas de sociedad y códigos de moralidad.
Cada manada tomó el nombre de nuestras creencias básicas con el objetivo de mantener la paz entre sí. Este sistema funcionó durante siglos.
Sin embargo, dado que todas las manadas se basan en la equidad y la igualdad, solo hacía falta que una manada descarrilara para destrozar la tranquilidad de todas las demás.
Y eso es lo que hizo la Manada de la Venganza.
—Todo va a ir bien —le aseguro—. El Alfa Rylan lo acabará arreglando.
Mis palabras hacen sonreír a mi padre. Rylan es nuestra única esperanza para acabar con este sufrimiento. Si él no lo logra, estamos perdidos.
Me retiro y decido irme directamente a la cama.
Cuando entro en la habitación me golpea el frío. Normalmente no hace tanto frío.
Enciendo la luz y miro para ver de dónde viene el frío.
La habitación es pequeña: tiene un simple armario, un escritorio y una cama. Nada demasiado llamativo o extravagante.
Es obvio que haga frío: la ventana está abierta de par en par. Y nunca se queda abierta. Nunca.
Mi madre me mataría si viera que mi cortina no está echada por la noche.
Seguramente me castigaría.
Cuando era más pequeña incluso empezó a recogerme después del colegio desde que un día me quedé jugando con mis amigas hasta el anochecer.
Me acerco a la ventana con cautela.
Oigo el golpeteo de la lluvia en la carretera.
Se avecina una tormenta acompañada por el lejano estruendo de los truenos. Cuanto antes cierre la ventana, mejor.
Cierro rápidamente la ventana y me giro para meterme en la cama.
Una repentina ráfaga de lluvia golpea el cristal y me sobresalta. Siempre he odiado los truenos y los relámpagos...
Tengo que calmarme y dormirme, me digo, mientras corro las cortinas. He dejado que lo de Milly me afecte.
Me quito la goma del pelo y entro en el cuarto de baño. Tal vez una ducha me venga bien para calmarme.
Pongo el agua muy caliente y me quito la ropa.
Al entrar en la ducha me siento transportada a otro mundo; un mundo en el que no tengo que escuchar las reglas de los demás todo el tiempo.
Donde mis padres no dictan cada decisión que tomo.
Apoyo la cabeza contra la pared.
Tal vez mi destino es la Manada de la Libertad, pienso. ~Una manada en la que pueda hacer lo que quiera~.
Mientras estoy inmersa en esos pensamientos percibo una sombra.
Levanto la cabeza sorprendida. Asomo la cabeza fuera de la ducha y miro alrededor con cautela.
Nada.
Me siento ridícula de haber hecho eso.
Corto el agua y salgo de la ducha.
Mientras me envuelvo la toalla alrededor del cuerpo intento alejar mis pensamientos paranoicos.
Seguramente la sombra ha sido producto de mi imaginación. Es algo que se me da bastante bien.
Kaden no suele adueñarse de mi imaginación.
Soy plenamente consciente de la amenaza que supone para mí y mi familia, pero no suelo temerle en circunstancias normales.
Sin embargo, esta noche, por alguna razón, el escalofrío que recorre mi columna vertebral me confunde.
Tapada solo con la toalla, me pongo frente al espejo.
Tengo el mismo aspecto que puede tener cualquier otro miembro de la Manada de la Pureza.
Mi pelo parece castaño cuando está mojado, pero en realidad es de un color rubio apagado.
Mis ojos azules son más opacos que los de la mayoría de la gente quizás.
Mi piel es más pálida y mis mejillas apenas tienen color.
Debe de ser por todo esto por lo que ningún chico ha querido salir conmigo. Siempre tienen mejores opciones.
Sin embargo, sigo queriéndome a mí misma. No tengo otra opción.
Un fuerte trueno procedente del exterior me hace chillar de miedo.
Agradezco a la Diosa Luna que las cortinas tapen todo el brillo de los relámpagos.
Me seco y vuelvo a mi habitación y me pongo rápidamente el pijama.
Entonces apago las luces y me meto directamente en la cama con la manta hasta la barbilla.
Solo quiero dormirme, que pase la tormenta y despertarme mañana sin tener a Kaden en la cabeza.
Pero cuanto más intento relajarme, más difícil me resulta desterrarlo de mi mente.
Es como si viera extrañas sombras incluso con los ojos cerrados.
Estoy a punto de dormirme con el sonido de la lluvia que salpica mi ventana cuando siento una mano que me tapa la boca.
Nunca me han enseñado defensa personal y no tengo ni idea de cómo reaccionar.
Agito los brazos salvajemente, pero alguien me agarra firmemente.
Lucho todo lo que puedo mientras grito sobre la mano, pero el sonido no la traspasa.
Pataleo mientras me levantan y me sacan de la cama. Siento que alguien me presiona el cuello y, por un segundo, creo que estoy a punto de morir estrangulada.
¡No pienso rendirme sin luchar!
Mis piernas son las únicas armas que tengo.
Trato de alcanzar los tobillos de mi captor. Pero fallo y tan solo logro patalear el aire con mis pies descalzos.
—Tranquilízate. Pronto acabará todo.
Esa suave voz masculina es lo último que oigo antes de desmayarme por completo.