
El papi multimillonario
Isabella, de veintidós años, está harta de su novio, un completo imbécil que la trata como basura. Una noche decide vengarse entregando finalmente su virginidad... ¡a un completo desconocido! Pero lo que ella no sabe es que el hombre que eligió al azar es uno de los más poderosos del mundo... o que su noche de pasión va a conducir a algo mucho más profundo que solo sexo...
Clasificación por edad: 18+.
Uno
ISABELLA
—¿Te apetece otra copa? Parece que la necesitas.
Alzo la vista de mi cerveza y me encuentro con un hombre muy atractivo de ojos grises. Tiene una mandíbula fuerte con algo de barba.
Sus labios son carnosos y apetecibles. Me imagino besándolos, o cómo se sentirían sobre mi piel...
—¿Señorita? —Su voz seductora interrumpe mis pensamientos traviesos. Ya estoy achispada, pero aún no puedo quitarme de la cabeza al imbécil que me espera en casa. ¿Quizás necesito una distracción?
—¿Qué? —contesto de mala gana, pero él solo sonríe. ¿Por qué está tan contento? La felicidad no dura; la vida no es un camino de rosas.
—Te pregunté si querías otra copa. Pero quizás no me oíste porque estabas embobada mirándome —. Tiene una sonrisa presumida que me saca de quicio.
Me dan ganas de borrársela de un plumazo. O tal vez besarlo primero, y luego borrársela.
Hago un gesto de fastidio y niego con la cabeza.
—Qué pena que tengas el ego tan subido. A lo mejor hubiera querido algo más que una simple copa.
Me levanto y cojo mi bolso, lista para irme. Mi vestido negro corto se ha subido y me lo vuelvo a bajar.
Cuando termino de arreglarme el vestido, noto que los ojos grises del hombre están clavados en mis piernas.
Ahora me toca a mí sonreír con suficiencia.
—¿Te gusta lo que ves? —Normalmente no soy así. Nunca coqueteo con nadie. ¿Será que la infidelidad de Ian me ha vuelto más atrevida?
—Sí, me gusta. Me pones a cien, nena. Y necesito que me eches una mano con eso —dice.
Se acerca a mí y me rodea la cintura con sus brazos. Su mano me agarra el trasero. Lo miro sorprendida y me pego a su cuerpo musculoso.
—Sé que lo estás deseando —susurra cerca de mi oído. Siento un calor que me recorre todo el cuerpo, especialmente entre las piernas, lo que me hace apretar los muslos.
Sus dedos largos y cálidos han subido mi vestido y me acarician entre las piernas. Dejo escapar un gemido de placer, tirando de su camisa y besando sus labios carnosos con fuerza.
El club está muy oscuro y todos están a lo suyo, así que los ignoro. Él sigue tocándome hasta que noto su dedo dentro de mí.
Ya no puedo más. Pronto todos se darán cuenta de lo que estamos haciendo.
—Vamos a otro sitio —. Es como si el hombre sexy me hubiera leído el pensamiento. Asiento y recojo mi bolso, que se me había caído, y lo sigo fuera del club hacia un descapotable rojo.
Parece muy caro. Seguro que presume de su dinero para llevarse a las chicas a la cama.
Nos sentamos en silencio en el tenso ambiente del coche durante los cinco minutos de trayecto. Cuando llegamos a su edificio, entramos en un ascensor.
Tan pronto como las puertas del ascensor se cierran, el hombre me atrae hacia él y me besa con pasión.
Pone sus manos debajo de mis piernas y tira suavemente, indicándome que quiere que las envuelva alrededor de su cintura, y eso es lo que hago.
Las puertas del ascensor se abren y veo que dan directamente al ático. Antes de que pueda echar un vistazo, sin embargo, me besa de nuevo.
Sus labios dejan los míos y se deslizan por mi mandíbula, luego bajan por mi cuello, haciéndome gemir de placer. Empiezo a desabrocharle la camisa, pero él me detiene la mano.
Tira de mi ajustado vestido, quitándomelo de un tirón y dejándome solo en ropa interior de encaje negro sin sujetador. Recorre cada centímetro de mi cuerpo con la mirada y automáticamente muevo mis manos para cubrirme el pecho.
—No te tapes —dice con voz profunda, e inmediatamente aparto las manos, dejándolas caer a los lados.
Me acerco a él despacio y empiezo a desabrocharle la camisa, pero como tarda demasiado, se la arranco de un tirón. Los botones salen volando por todas partes.
¿Qué? No tengo paciencia.
Y sé que es un hombre forrado. Ya se comprará otra camisa. Me sonríe mientras me arrodillo y empiezo a desabrocharle el cinturón. Treinta largos segundos después, le bajo los caros pantalones y los calzoncillos Calvin Klein.
Mis ojos se abren como platos ante lo que veo. Ay, madre. Eso definitivamente no va a caber. ¡Soy virgen! El hombre ve mi cara de preocupación y sonríe.
Tengo que olvidarme de Ian.
Pongo mis dedos ligeramente temblorosos sobre él y empiezo a acariciarlo a lo largo con determinación. Antes de darme cuenta, me lo he metido en la boca y estoy chupando con fuerza.
El hombre respira entrecortadamente y me agarra el pelo con el puño. Mientras tira de mi melena, por primera vez siento que tengo el control de algo. Se siente tan bien.
Sus músculos se tensan y antes de que pase algo me levanta y me tumba en la cama, besándome. Sus dedos se mueven entre mis piernas y me acaricia, aunque estoy muy mojada.
—¿Condón? —pregunto impaciente. Estoy harta de esperar. Se levanta y el aire frío me roza la piel desnuda. Intento no temblar.
Saca un paquetito de su mesita de noche y lo abre con los dientes. Se pone el condón y vuelve conmigo.
El corazón me late a mil por hora. Voy a perder la virginidad con un desconocido.
Me pone una pierna sobre su hombro y me penetra con su gran miembro de una sola embestida.
Siento un dolor agudo, y por un segundo casi grito. Las lágrimas me vienen a los ojos, pero las contengo. Cuando el dolor disminuye, me doy cuenta de que no se está moviendo.
Intento moverme pero él me mantiene quieta, mirándome asombrado.
—¿Eres virgen? —Pongo los ojos en blanco y asiento. Intenta levantarse, pero lo detengo.
—Ya estás dentro, así que mejor sigue. Necesito esto —. Puede que suene desesperada, pero me da igual. Solo necesito olvidar la infidelidad de Ian.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Me encojo de hombros y muevo mi cuerpo, indicándole que continúe. Esto es una tortura.
Él capta la indirecta, y pronto estamos en plena faena. No recuerdo cuántas veces lo hacemos; solo sé que estoy muy satisfecha y feliz.
Y por primera vez en todo el día, por fin me olvido de mi estúpido novio infiel, Ian.
Me despierto en una cama desconocida, y al moverme noto algo pesado en mi cintura. Miro hacia abajo y veo un brazo musculoso, ¡y estoy desnuda!
Me viene todo a la cabeza de anoche. Una cosa que siempre me ha gustado de mí es que nunca me pongo mala por beber.
Me esfuerzo por no hacer ruido mientras busco mi ropa, que está esparcida por todo el enorme ático. Echo un vistazo al lugar durante un minuto, preguntándome cuánto dinero tendrá este hombre.
Me dirijo al ascensor y me largo lo más rápido posible. Adiós, guaperas.












































