Pistolas y realeza - Portada del libro

Pistolas y realeza

HF Perez

Enviados del Cielo

Dominic

El poco sueño que tuvo anoche, a pesar de masturbarse pensando en su detka, le tenía de mal humor. La resaca no hacía más que agravar la situación. Hoy buscaba una excusa para matar a alguien.

¿Dónde coño estaba Alec?

El asistente de Dominic se había marchado antes de que él se despertara. Su agenda del día solo incluía reunirse con el nuevo contable autónomo durante unos minutos. Después de eso, tendría el día libre.

Necesitaba oír noticias positivas sobre la mujer de Dominic. Su único objetivo era ir personalmente a casa de su detka para follársela y secuestrarla. Lo que viniera primero. Prefería lo primero. Si Alec hubiera encontrado su puta dirección…

¡Maldito hijo de puta! Estaba loco por ella. Una noche nunca iba a ser suficiente. Esa mujer había puesto su mundo patas arriba. Y ahora no se sabía de su paradero.

Sus gestos eran adustos. Sus hombres se apartaron cuando lo vieron entrar en el edificio. Y aunque percibían su rabia, las mujeres seguían mirándolo descaradamente. Se sentían atraídas por su carácter salvaje e indómito.

Dominic hizo caso omiso de todos ellos y se dirigió directamente a su ascensor personal, que le condujo a su despacho.

Su despacho era más bien una suite. Estaba lleno de habitaciones porque allí también tenía una cama, un baño y un armario. Aunque no le servían para nada, siempre las tenía preparadas para cualquier emergencia.

Llegó a su despacho y gruñó al ver la habitación vacía. Se dio cuenta de que necesitaba calmarse. Era temprano, pero pensó que una copa sería una buena idea. Decidió tomarse un chupito de whisky esta vez.

Estuvo dándole vueltas al vaso mientras esperaba a que Alec entrara por la puerta. O a su secretaria.

Si su cita de las nueve llegaba tan tarde, juraría por Dios que...

Se pellizcó el puente de la nariz. La paciencia estaba sobrevalorada.

La profunda y retumbante voz de Alec llegó por fin a sus oídos. Su asistente hablaba con alguien en su lengua materna. Probablemente con la niñera Sandri.

Dominic frunció el ceño al oír una irritante voz nasal responder a Alec. ¡Tienes que estar de coña!

Caminó hacia la puerta, queriendo deshacerse de quien fuera aquella persona no deseada de inmediato. Tanto Alec como quien le acompañaba se giraron para mirar a Dominic cuando abrió la puerta bruscamente.

Alec inclinó la cabeza, mientras la mujer que tenía delante sonreía complacida. ¡Joder, no!

―¿Qué coño estás haciendo aquí? ―Dominic gruñó a la mujer, sin intentar ocultar su disgusto.

Aquella zorra era una amante del pasado. Al parecer, poseía un cerebro funcional ya que había tenido la sensatez de utilizar su belleza para convertirse en modelo de ropa interior en Los Ángeles.

―Dominic, cariño ―ronroneó la mujer. Él curvó los labios con disgusto ante su voz enfermizamente dulce.

Petra Levinsky casi le había costado el matrimonio de sus padres. La muy puta había intentado seducir a su padre, y su madre la había pillado.

Si su padre fuera menos hombre, habría sucumbido a sus insinuaciones. El incidente había ocurrido justo después de que ella se la chupara cuando él estaba demasiado borracho para follársela.

En aquel momento, lo habían dejado estar. Gracias a Dios, el antiguo rey de la mafia era fiel ―o le daba latigazos en el coño― a su madre.

―¡Vete o llamo a seguridad! ―dijo Dominic. Estaba que echaba humo. La rabia no estaba lejos. Estuvo a punto de estrangularla.

―No puedes decirlo en serio, cariño. He oído que has vuelto. Quiero darte la bienvenida como es debido ―le dijo, moviendo sus pestañas postizas.

Qué equivocado había estado al pensar que la zorra era guapa. No era nada comparada con su ángel.

―Follamos una vez, hace mucho tiempo. Ahora hemos terminado. Vete ―le dijo en tono áspero y le agarró la muñeca con fuerza cuando la mano de ella se dirigió a la solapa de su traje. Quería apartarla de un empujón, disgustado.

Entonces sintió que el vello de su nuca se erizaba. Se quedó quieto cuando oyó...

―¡Mierda!

No puede ser. ¡Joder! Con solo una palabra y supo de inmediato que era la voz angelical de su ~detka~. Todo lo angelical que podía ser una palabrota.

Empujó a Petra lejos de él, sin importarle si se caía, y se volvió para mirar a su mujer. La incredulidad y la sorpresa debieron de reflejarse en sus ojos.

―¿Detka?

¡Oh, mierda! Lo había visto con otra mujer. Bueno, técnicamente no ~con ~otra mujer, pero aún así. No quería que se llevara una impresión equivocada. Por supuesto que anteriormente él había sido un picaflores. Pero eso fue antes, hace años, en su juventud malgastada, pero todo eso fue antes de ~ella~.

Su ángel le miraba con tristeza en los ojos. No podía permitirlo. Nunca la engañaría y pondría en peligro sus posibilidades con ella.

La oportunidad se le había presentado en bandeja de plata, y no era tonto.

Dios, era preciosa incluso con gafas gruesas. Estaba deseando follársela con ellas puestas. Sería una fantasía erótica de oficina hecha realidad. Se estremeció al pensarlo. Cada músculo de su cuerpo se paralizó.

Se preguntó qué hacía ella aquí. ¿A quién coño le importaba? Mientras ella estuviera aquí, nada más le importaba.

―¿Dominic, cariño? ―la irritante voz nasal detrás de él lo sacó de sus pensamientos.

―¡Vete! ―gruñó sin volverse a mirar a Petra.

Su voz hizo saltar de susto a su ángel.

―Yo... lo siento, señor... me voy ―murmuró, mirando a su alrededor con nerviosismo.

Dominic la observó, horrorizado al ver que Bel se iba. ¡No! Ella no.

―Tú no, mi detka. Me refería…. ―Se giró para señalar con el dedo a Petra― A ti. Alec, por favor, llama a seguridad.

―Pero, cariño ―empezó Petra mientras Alec sonreía satisfecho y la arrastraba hacia el ascensor.

Bel arrastró los pies. Miró a cualquier parte menos a sus ojos. Era adorable. De repente, su mundo se había iluminado y la resaca le había abandonado.

Nanny Sandri, su secretaria, carraspeó. La curiosidad y el interés eran evidentes en sus ojos.

―¿Sí, nan? ―le preguntó con cariño. Sabía perfectamente que la niñera Sandri estaba ahí para espiarle y contárselo a su madre. Eran amigas íntimas.

―La señorita Bel Anderson es tu cita de las nueve, zar ―dijo con un brillo en los ojos.

Ahora sí. Interesante. Bel Anderson. Su contable. Sus labios se curvaron apreciativamente. ~¿Ese era su verdadero nombre?~

―Gracias, nan. Yo me encargaré a partir de aquí.

Miró fijamente a su mujer. ―Que nadie nos moleste, por favor ―murmuró con voz grave y siguió observando a Bel mientras ella trataba de reprimir sus escalofríos.

―Por supuesto, zar ―dijo la señora Sandri. Hizo una reverencia antes de dejarlos en el pasillo.

―Bel ―dijo Dominic.

Ella levantó la vista al oír su voz. Sus ojos marrones eran cautelosos. ¡Dios mío! Era preciosa. Más aún con luz natural.

―Yo... Eh… Esto… Tengo trabajo. Sí. ¡Mierda! ―tartamudeó. Sus mejillas estaban rojas y respiraba con dificultad.

Se rió. No pudo evitarlo. Era jodidamente guapa. Y sexy. Su figura menuda estaba ante él, vestida con un vestido moca claro de manga larga y cuello Peter Pan, que acentuaba su bonito culo y sus pechos redondos.

―No creo que pueda hacerlo. Tengo que irme ―dijo con voz nerviosa, dispuesta a salir corriendo. Él se tranquilizó ante sus palabras y reaccionó de inmediato. No estaba dispuesto a arriesgarse y dejarla escapar de nuevo.

―Oh no, no lo harás. No vas a ir a ninguna parte ―siseó.

Para demostrarlo, se la echó al hombro como un saco de patatas, entró en su despacho y cerró las puertas tras de sí. Haciendo caso omiso de sus protestas y maldiciones; se sentó en el sofá con ella en su regazo.

―¡Tienes que dejarme ir, Dominic! ―exigió. Se cruzó de brazos petulantemente y apartó la mirada de él. Qué mona era.

―Tenemos asuntos pendientes, ángel mío ―murmuró, acariciándole el cuello. Olía muy bien. Le gustaba sentir la suavidad de su piel contra su cuerpo. ¡Joder! Su polla rebelde se puso dura en un instante. Ella se puso rígida cuando sintió que le tocaba el culo.

―¿Qué asuntos pendientes? Pensé que nunca volvería a verte ―argumentó, jadeando de excitación. Hmmm, qué bien. Intentó darle la espalda.

Está receptiva.

Empezó a acariciarle la espalda. La atracción era mutua. Estaba ahí para que la explorara hasta el último poro de su piel. Pero todavía no...

―Me abandonaste ―acusó Dominic.

El recuerdo le escocía. Se había despertado deseándola, y ella se había ido. Pero eso no volvería a suceder. Ella no volvería a abandonarle nunca más.

―Pero... pero eso fue cosa de una sola vez ―espetó, confusa.

Él también lo estaba, pero dejó pasar el tema. Tenía algo más interesante en mente.

Su mano se dirigió al dobladillo del vestido de ella, ahuecando sus rodillas.

―Para mí, no ―dijo con rotundidad. Sus hábiles dedos se deslizaron hacia el interior de sus muslos. Ella reaccionó apretándose.

―¡Joder!

Perdiendo la paciencia, enredó los dedos en su pelo castaño y la abrazó mientras la besaba con fuerza. Tomó las riendas del beso.

Ella intentó apartarlo. Él gruñó, le cogió las manos y se las sujetó a la espalda. Entonces suavizó el beso, mordisqueándole los labios y abriéndoselos con la lengua mientras seguía provocándola.

Él la acercó más, sin dejar espacio entre ellos; de esa forma, sus tetas se aplanaron sobre su pecho. ¡Mierda! Si seguía así, acabaría follándosela en su despacho.

En realidad, era una idea brillante, pensó. Nunca lo había hecho antes. Nunca con sus anteriores amantes. Su oficina era su tierra sagrada. No era un lugar para su placer. Era para su familia y su imperio.

Pero por ella, él rompería sus reglas. Ella era diferente, y ella iba a ser parte de todo.

Cuando ella soltó un gemido gutural, él se decidió. Su Bel le necesitaba y, maldita sea, la deseaba demasiado como para dejar de hacerlo.

Bel le devolvió el beso con tanta urgencia y hambre que le dejó atónito. Por fin. Le soltó las manos para quitarse el abrigo y ella le ayudó frenéticamente con la corbata.

Lo siguiente fueron sus botones. Con las manos temblorosas, intentó ayudarle a desabrocharlos. Gimió cuando no pudo hacerlo. Él se rió cuando ella perdió la paciencia y tiró con fuerza de su camisa, rompiendo los botones y escuchando cómo caían por el suelo enmoquetado.

Una vez logrado su objetivo, acarició sus hombros, su pecho y sus abdominales, haciendo que se le tensara todo el cuerpo, especialmente la polla. Su piel estaba caliente y temblaba con el contacto de ella.

¡Maldita sea! gruñó. Sus dedos intentaron buscar la cremallera del vestido, pero no la encontró. ~¡Que le jodan!~

Agarrándola con fuerza por el escote, tiró de la tela con demasiada suavidad; el delicado material cedió. El ruido de la tela al rasgarse aumentó la tensión del momento.

Dejando al descubierto sus pechos turgentes, envueltos en un sujetador de encaje negro, gimió y le arrancó también el sujetador.

―¡Dios mío, Dominic! No puedes...

Le acarició un pezón marrón pálido con la lengua y ella gimió, interrumpiendo cualquier protesta que intentara hacer. Su otra mano estaba igual de ocupada acariciando el otro pezón.

―Te compraré cientos ―prometió antes de chuparle ruidosamente los pezones. Ella gritó y le acercó la cara a los pechos. Él gimió en señal de aprobación. Sus gemidos eran música para sus oídos. Cuanto más fuertes, mejor.

No le importaba si todo el mundo los oía. Al final del día, todo el mundo en su edificio sabría que ella era suya.

Se dio un festín con su generosa recompensa, pero necesitaba más. Su polla estaba tan dura que tenía que estar dentro de ella. Pronto. Ahora.

―Dominic, por favor ―le suplicó mientras se le echaba encima. Él siseó, sujetándole las caderas.

No tuvo que decírselo dos veces. Con facilidad, la animó a levantarse para que pudiera desabrocharse el cinturón y bajarse la cremallera de los pantalones. Su polla empalmada y dolorida fue liberada de sus confines y suspiró aliviado.

La cabeza era de un rojo furioso, palpitante y goteante. Su mano palpó bajo el vestido para quitarle el tanga. Volvió a oír un desgarro. ¡Uy!

Ella se acomodó de nuevo en su regazo con las piernas abiertas, ansiosa por cabalgarlo. Le había enseñado bien. Sus fluidos permitieron que la punta se deslizara fácilmente por su raja, hasta llegar al clítoris.

¡Joder! La penetró con su polla, guiando la cabeza bulbosa hacia su pequeño agujero. Ambos se estremecieron de placer. Mientras ella disfrutaba sintiendo su gruesa polla, él le chupaba el cuello, haciéndola gemir de placer.

Prometió follársela a fondo más tarde. Pero, ahora, ambos necesitaban relajarse.

El coño de su ángel estaba tan apretado que sintió su semen hirviendo en sus pelotas. Pero aún no era el momento. Agarró su culo para que encajara más sobre él, haciendo que se le empalmara más ―si eso era posible― su pene, más profundamente dentro de ella, con la punta de su polla golpeando su vientre.

Ella gritó con fuerza y arqueó la espalda. Él disfrutó de lo que ella le ofrecía. Con su boca en sus pezones endurecidos, empezó a mover las caderas, empujando dentro de ella con fuerza.

Le puso las manos en las nalgas cubiertas de sus flujos y la guió arriba y abajo por su polla. Ella sollozaba de placer mientras sus jugos le cubrían los huevos.

―¡Joder, nena! Te sientes tan bien, mi amor.

La elogió y gimió de placer. Con la cara sobre sus suaves pechos, saboreó profundamente su aroma.

―Córrete en mi polla. Déjame sentirlo.

Estaba perdiendo el control. Los días sin ella habían sido una tortura para él.

Apretó firmemente sus manos en las caderas de ella, forzándola a cabalgar su polla más rápido. Más fuerte. ¡Joder! No tardaría mucho.

Las uñas de ella le arañaban el cuero cabelludo, aumentando la sensación carnal. Con la boca chupándole el pezón y la polla golpeando el lugar adecuado una y otra vez, bajó la mano para presionar su clítoris. Eso fue todo lo que necesitó para correrse.

Le aplastó la cara con el pecho mientras gemía durante su potente orgasmo.

Todos los que estaban fuera de la oficina debían haberla oído. Ese pensamiento aumentó su excitación. Las paredes de su coño se contrajeron sobre su resbaladiza polla; aquello fue su perdición. ¡Joder, sí! Sus pelotas se tensaron, y eso fue todo.

Con un último empujón, se corrió en lo más profundo de su ser. Gritó su nombre y continuó corriéndose una y otra vez hasta que sus pelotas se vaciaron. Parte de su semen se escapó de su apretado coño, manchando el mullido cojín que había debajo de ellos.

Le importaba un bledo. Le gustaba el olor de sus flujos combinados en el espacio cerrado.

Su detka se desplomó sobre él. Ambos no podían dejar de jadear y luchar por respirar mientras sus corazones latían con fuerza. Estaban aturdidos por lo que acababa de suceder. Si antes había tenido alguna duda, ahora ya no la tenía. Ella era suya.

―Dominic... ―gimió.

―Lo sé, mi amor. Lo sé.

Sabía que nunca la dejaría marchar. Esto no solo era lujuria. Era algo más. Algo que valía la pena conservar.

***

Por fin, después de la tercera vez ―en realidad había perdido la cuenta―, estaban acurrucados en su cama de matrimonio, completamente desnudos y saciados.

La parte trasera de su oficina se había convertido en su nido de amor. ¡Maldita sea! Su padre tenía razón. La habitación tenía sus usos. Y no solo en casos de emergencia. Ahora, él sabía a qué se refería.

Hizo una mueca al pensar en su padre. Sus padres seguían increíblemente enamorados el uno del otro. Podrían haberse aprovechado antes de estas comodidades.

El amor.

No. No quería asustarla. A ella no. A su Bel.

Se acurrucó contra él, en busca de su calor. Sus brazos se tensaron en un acto reflejo. Le acarició la nuca. Dios mío. Olía de maravilla.

―Dominic, tengo que trabajar ―murmuró somnolienta.

―Más tarde, detka. Duerme un poco ―dijo.

El habitual tono brusco y cortante que empleaba con todo el mundo se había suavizado con ella.

―Ropa ―refunfuñó.

Se rió en silencio.

―Gilipollas ―Sonrió ella.

Él también sonrió al oír su voz cansada y somnolienta, sabiendo que ella no podía verle.

La había dejado sin energía. Bien. Ahora, ella no tendría fuerzas para alejarse de él.

Podía enfadarse, reñirle e insultarle en cualquier momento, siempre que se quedara donde él quería.

―Yo me encargo, mi amor. Duerme una siesta primero.

Respondió con suaves ronquidos. Esta vez él no se dormiría. No le daría la oportunidad de abandonarle nunca más.

Su ángel estaba aquí para quedarse.

***

Vestido con un traje negro de Armani, Dominic se reunió con Alec en la mesa de conferencias. Aún estaba en una nube por lo que había sucedido antes. Era adicto a esa mujer y no había cura a simple vista.

Después de ducharse, lo habían hecho de nuevo. Ella se había corrido en su boca y, después de eso, en su polla. ¡Por Dios! Su polla, ahora mismo agotada, se agitó al recordarlo. Sabía que le dolería todo cuando se despertara.

Eran las dos de la tarde. La despertaría en unos minutos para comer.

Debía estar hambrienta. Él sentía que tenía que empezar a cuidar de su amor.

Entonces, Alec le dijo: ―Zar, tengo el expediente de Bel Anderson. La comprobación de antecedentes que solicitaste el viernes pasado ha llegado hoy temprano. Tiene un doctorado en Finanzas y Contabilidad. Se graduó en Berkeley, como la mejor de su clase. Con reconocimiento de Summa cum laude.

»La abandonaron cuando era un bebé y creció en una casa de acogida. Su nombre completo es Beldad Gracia Anderson y tiene veintitrés años. Tengo su dirección aquí.

Dominic giró la cabeza. Aunque el expediente había llegado un poco tarde, apreciaba los esfuerzos de Alec.

Beldad Gracia. Era cierto. Su nombre encajaba con ella igual que ella encajaba con él.

―¿Algo más, Alec? ―preguntó en voz baja, tocando los papeles.

―Está todo en su expediente, zar ―respondió Alec vagamente.

Así que había algo más que solo estaba destinado a sus ojos.

―Vale. Quiero que contactes con la inmobiliaria. Le compraré una casa a mi mujer. Nuestra casa. Es hora de que me establezca ―dijo Dominic. Casi no podía creérselo; todo estaba yendo muy rápido. Pero se encogió de hombros. Las palabras le habían salido demasiado fáciles.

Alec lo miró divertido. Él también se había dado cuenta.

―Por supuesto, zar. Ahora mismo. ¿Me pongo en contacto con la tía Tatty?

Dominic hizo una mueca. ¡Mierda! Su madre era demasiado celosa y ahuyentaría a Bel.

―Creo que mi madre ya lo sabe ―respondió Dominic.

Alec se rió entre dientes. Su madre, Sandrina, la mejor amiga de Tatianna, era la culpable.

―Sí. A juzgar por los sonidos que hacíais antes, creo que mi madre ya está contando cuántos bebés tendrá que cuidar. Me alegro de que seas tú y no yo, amigo.

Dominic sonrió. ¡Joder! En el fondo él también lo esperaba. La había llenado hasta el borde con su semen. Y no una sino varias veces.

―¡Joder! Ella es la elegida, Alec ―dijo. Decirlo en voz alta lo hizo aún más real para él.

―Sí. Es perfecta para ti. Te vuelve loco. Tienes mi apoyo ―dijo Alec.

La aprobación de su amigo era importante para Dominic. Significaba que estaba dispuesto a proteger a su zarina mafiosa a toda costa.

―Gracias. Ahora, ¿crees que Sandri puede comprarle algo de ropa a Bel? ―preguntó Dominic.

Alec echó la cabeza hacia atrás, riéndose.

―Está en ello, zar. Después de pedir la habitación, sabía lo siguiente que hacía falta ―respondió Alec.

¡Madre mía! Debía de estar emborrachado de todo el sexo que habían tenido ya que se encontró sonriendo dos veces seguidas.

¡Estaba jodido!

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