«Me quedé en la estela de mi destrucción; satisfecho, complacido, pero forzado por un anhelo interno. Ella. No podía dejar d pensar en ella, ni siquiera en la guerra. Y sabía que estaba condenado, maldito con una sola debilidad, rodeado de anhelo, ni siquiera contento ya con mi violencia. Y el Dragón de la Ruina sufriría la ruina en sus carnes, a manos de una criatura delicada, sin poder real excepto el poder del deseo».
El rey Cerion, el temible Dragón de la Ruina, prospera en el caos y la destrucción. Temido por sus enemigos y aislado por su poder, cree que es intocable, hasta que una princesa inocente hace añicos su determinación. La fuerza tranquila y la compasión inquebrantable de la princesa Kira despiertan algo que Cerion creía enterrado hace mucho tiempo: el deseo y, tal vez, la redención. Pero a medida que sus mundos chocan, Kira debe navegar por la peligrosa línea entre salvar a un monstruo y ser consumida por él. ¿Podrá el amor domar al Dragón de la Ruina, o su ira ardiente los consumirá a ambos?
CERION
Me desperté envuelto en sábanas de seda negra, mi cuerpo desnudo extendido sobre la enorme cama. La luz de la mañana se colaba por las cortinas, bañando la habitación con un suave resplandor.
Miré a las dos mujeres de cabello castaño acostadas a mi lado, su piel desnuda brillando bajo la luz del alba. Me pregunté si era mi encanto o el miedo a mi fama lo que las atraía. Esbocé una leve sonrisa.
De todas formas, las mujeres no podían resistirse a mí. Caían en mis brazos como si fuera su tabla de salvación, soñando con convertirse en mi reina.
Pero yo no buscaba una reina, ni siquiera una novia. Prefería encuentros fugaces y sin ataduras, sin compromisos.
Sin embargo, el consejo insistía en que encontrara una reina. Si elegir una los haría dejar de molestarme, pues bien, que tuvieran su reina.
Escogería a alguien a quien no le importaran mis otros asuntos. Alguien que codiciara el apellido Dani, el poder y la fortuna.
Una de las mujeres de cabello castaño se movió, rozando mi piel. No sentí nada, ni siquiera un escalofrío.
Siempre era así: una vez que había poseído a una mujer, ya no me provocaba nada. Estaban usadas, al igual que los reinos que había conquistado. Me llamaban el Dragón de la Ruina, un apodo que me quedaba como anillo al dedo.
Ella se incorporó, su melena castaña clara cayendo sobre su piel bronceada. Me observó con ojos grandes, temerosa de hablar.
La otra mujer ya se estaba vistiendo, lanzándome miradas de reojo mientras se preparaba para marcharse. El silencio en la habitación era sepulcral.
Clavé mi mirada en la mujer a mi lado, observándola con dureza. Extendió su mano hacia mí, pero negué con el dedo.
—No —dije, mi voz helando el ambiente. Retiró la mano como si le quemara y se apresuró a salir de la cama.
—Adiós, señoritas —les dije mientras huían de la habitación, ansiosas por poner tierra de por medio lo antes posible.
Me recosté sobre las sábanas, colocando las manos detrás de la cabeza. Otro gran día como el Rey de la Ruina, pensé, riéndome del apodo.
Me gané ese nombre cuando arrasé mi primera aldea. Pero no eran inocentes: habían estado tramando contra mi familia.
Les di la oportunidad de rectificar, pero se negaron. Así que tuvieron que arder, y ardieron.
Mi dragón era poderoso, y mi primer acto como rey fue reducir a cenizas a esos aldeanos y sus hogares. Mi padre habría estado orgulloso, el muy cabrón.
Pero solo eran negocios. Y para los Dani, los negocios significaban ser temidos.
***
—Hora de levantarse, Cerion —me dije, dejando caer las sábanas al ponerme de pie. Me miré en el espejo, frunciendo el ceño ligeramente.
Me estoy ablandando, pensé, viendo cómo mis cicatrices de batalla se desvanecían. Mi cuerpo ya no lucía tan intimidante como antes.
Aparté mi cabello castaño de mi rostro, molesto por mi barba espesa. Necesitaba afeitarme pronto.
Al menos mi cuerpo seguía bien formado gracias a mi entrenamiento diario. Mi piel mantenía ese tono moreno claro y mis ojos su habitual marrón cálido, aunque se tornaban rojos cuando me enfurecía.
Me estiré, sintiendo mis músculos tensarse. A través de la ventana, podía ver los verdes árboles y plantas de mi reino.
Sentí el suelo vibrar bajo mis pies, recordándome mi magia de dragón de tierra. En mi interior, Celen, mi dragón, se agitaba inquieto, deseando volar.
No había dejado a Celen volar libremente en días.
—Pronto —le susurré, sintiendo cómo se calmaba dentro de mí.
—¡Mi rey! —Una voz irritante interrumpió mi momento de tranquilidad.
Abrí un ojo para ver a Verion en la esquina de mi habitación junto a la ventana. Su mano estaba en el centro de la cortina mientras la abría, dejando entrar la luz del sol.
—¿Tienes que molestarme tan temprano, Verion? —gruñí.
—Las candidatas a reina llegarán pronto, mi rey —dijo Verion con seriedad—. ¡Aquí está su traje especial! —Sostenía las prendas.
Era un traje negro completo con suaves adornos negros, diseñado para ajustarse a mi cuerpo musculoso.
No pude evitar poner los ojos en blanco mientras me vestía.
—Sí, sí, lo sé. El consejo está empeñado en que elija una reina.
Verion intentaba seguirme el paso mientras caminaba por el pasillo, pero sus piernas cortas no podían igualar las mías. Es decir, el tipo solo mide un metro setenta y cinco, y yo mido un metro noventa y cinco; no es una competencia justa.
Llegamos al comedor y miré a mi madre. Su largo cabello castaño caía por su espalda, contrastando con su vestido rojo.
Mi hermano, Arion, estaba sentado junto a ella, sus ojos marrones observándome como siempre. ¿Cuál es su problema?
—Buenos días, Cerion —dijo mi madre, sonriéndome. Parecía mucho más joven de lo que era, con la piel apenas un tono más clara que la mía.
Heredé sus ojos, pero todo lo demás venía de mi maldito padre, incluyendo su amor por la violencia y su seriedad.
—Buenos días, madre, Arion —Me senté a la cabecera de la mesa, observando a mi hermano. Siempre vigilante, con celos, planes ocultos y un orgullo que no merecía.
Mantuve mi mirada fija en él hasta que llegó mi desayuno. Finalmente apartó la vista, y comencé a comer, tratando de no sonreír. Sigue planeando, Arion. No te llevará a ninguna parte.
Justo cuando empezaba a disfrutar del silencio, Verion irrumpió de nuevo. Casi salto de la irritación.
—Mi rey, disculpe que interrumpa su desayuno —dijo, deteniéndose para recuperar el aliento.
Suspiré.
—Verion...
—Mi rey, la ceremonia de elección comenzará pronto —Parecía estar esperando que me enfureciera, a juzgar por su frente arrugada y sus ojos abiertos de par en par.
Casi pongo los ojos en blanco. Quería terminar con esta aburrida ceremonia de una vez.
—Bien —Me levanté y me dirigí hacia la sala del trono.
Mientras bajaba las escaleras, los recuerdos invadieron mi mente. El consejo prácticamente me había exigido que eligiera una reina. Decían que ya casi era demasiado viejo, y que «la Sangre del Dragón engendra un verdadero heredero». Había sido nuestra costumbre durante siglos, y se aseguraron de recordármelo.
Había permitido que el consejo eligiera a cuatro mujeres para mí. Solo pedí que fueran únicas. Quería que cada mujer proviniera de una familia importante diferente y que fuera hermosa. Sabía que las familias reales tenían mujeres hermosas, al igual que tenían mujeres ambiciosas. Pero yo quería que la reina fuera solo para exhibición, para la política, y nada más.
Me preparé para el grupo de mujeres que pronto se acercarían a mí con halagos falsos y miradas amorosas. Aunque fueran princesas, todas querían lo mismo: convertirse en la próxima reina. Eso era lo que todas las mujeres con las que me había acostado esperaban.
Hice mi gran entrada en la sala del trono, toda decorada en rojo y dorado, los colores de nuestra familia. La madera del trono estaba tallada con el símbolo de los Dani, el emblema del dragón. Los colores del fuego.
La sala estaba llena de personas importantes y miembros de la corte, todos allí para presenciar la ceremonia. Verion estaba de pie en la esquina junto a mi trono.
Me hizo señas para que me sentara. Hacía tiempo que no lo usaba. No significaba lo mismo para mí que para mi padre.
Él se tomaba ser rey tan en serio como ser guerrero, pero para mí, ser rey era pura política, y me importaba más luchar. Me senté en el trono dorado con sus suaves cojines rojos.
Verion colocó la corona de oro con joyas rojas y tallas de dragones sobre mi cabeza.
—Mi rey —dijo—. Espero que encuentre a su reina. Estaré aquí para ayudarlo —Me hizo una reverencia. Verion casi me hizo sonreír, pero mantuve mi rostro inexpresivo y solo asentí.
Verion se apresuró a un lado y se irguió cuando la voz del anunciador resonó desde la puerta.
—¡Presentando a la Princesa Theodora de la Familia Galve!
La Princesa Theodora entró, su cabello rojo brillante y sus ojos verdes captando la atención de todos. Hizo una reverencia, como toda una princesa, y me sonrió. La miré por un momento, sin mostrar aprobación alguna.
La voz del anunciador retumbó de nuevo.
—¡Presentando a la Princesa Helen de la Familia Pacvoic!
La Princesa Helen tenía el cabello castaño oscuro y ojos marrones claros. Parecía común, pero pude ver que era inteligente y tramaba algo detrás de esos ojos. La princesa política. Aparté la mirada de ella para demostrarle quién mandaba. Pareció herida por mi gesto. Bien, pensé.
La voz del anunciador sonó una vez más.
—¡Presentando a la Princesa Anya de la Familia Vuttoli!
La Princesa Anya llevaba un vestido negro que hacía juego con su cabello negro, y tenía la piel bronceada y ojos verdes. Era hermosa pero parecía vacía por dentro, aburrida.
El anunciador tomó otro respiro profundo.
—¡Presentando a la Princesa Kira de la Familia Valon!
Hubo una pausa. Finalmente, la puerta se abrió, y esperé ver entrar a la cuarta y última princesa, pero el umbral estaba vacío.
Un minuto después, allí estaba: la Princesa Kira, de pie nerviosamente en medio de la entrada. Un hombre estaba detrás de ella. Ese debía ser su padre, el Rey Harold.
Mi dragón se agitó dentro de mí, interesado en ella y sorprendido por su timidez.
La inocencia se reflejaba en su rostro y en sus ojos. Kira Valon, diecinueve años, apenas una mujer, con cabello rubio claro, ojos azules y piel muy blanca.
Observé su rostro por un momento. Todas las mujeres elegidas eran hermosas, pero su belleza era diferente. Parecía delicada y muy, muy joven.
Nunca había conocido a nadie de la Familia Valon antes. Vivían en lo alto de las montañas, donde era invierno casi todo el año.
¿A quién engañaba? Quería acostarme con ella incluso si no la elegía como mi reina.
La Familia Valon me fascinaba. Descendían de dragones de hielo, exhalando escarcha en lugar de fuego. Su poder había sido famoso hasta que dejó de aparecer en sus hijos. Ahora, eran como todos los demás, excepto por su hermosa apariencia.
La elección debería haber sido fácil. Debería haber sido simple.
Pero las cosas se habían complicado un poco, porque al mirar de nuevo sus ojos azul cristalino, algo despertó dentro de mí, junto con mi dragón agitándose.