
La pareja deseada del Alfa
La vida de Serenity está consumida por la oscuridad después de perder a su madre y ser arrastrada a una nueva ciudad por su padre, quien se ha convertido en un abusador violento y alcohólico. Ella sueña con escapar del tormento, pero justo cuando está a punto de huir, una luz inesperada entra en su mundo. Su viaje hacia la libertad da un giro inesperado cuando conoce a alguien que le ofrece un atisbo de esperanza. Pero, ¿podrá liberarse de las cadenas de su pasado, o la oscuridad la engullirá por completo?
Capítulo 1
SERENITY
El dolor me despertó como casi todas las mañanas. Me incorporé soltando un quejido, sintiendo que cada movimiento iba a desgarrarme el cuerpo.
La piel de mi espalda estaba tirante e hinchada, y el dolor no cesaba.
Ayer, mi padre me había azotado brutalmente con su cinturón y apenas pude arrastrarme hasta la cama.
Aunque sólo me sacaba unos centímetros, seguía siendo más fuerte. Y se encargaba de que no lo olvidara.
Esto no podía continuar así.
Sentada al borde de la cama, miré el espejo de las puertas blancas de mi armario.
A pesar del camisón, se notaba lo delgada que estaba.
Me levanté y empecé a examinar más de cerca mi pequeño cuerpo de un metro sesenta y ocho, buscando marcas de los golpes.
Tenía las mejillas hundidas, con oscuras ojeras. Parecía muy enferma.
Mi piel estaba llena de moratones en distintas fases de curación. Algunos eran azul oscuro y morados, frescos de ayer, otros de hace unos días, y algunos ya se habían vuelto amarillentos.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver lo maltrecha que estaba.
Al menos mis ojos color miel y mi pelo lacio castaño oscuro hasta los hombros, que había heredado de mi madre, seguían intactos.
Mientras me tocaba los moratones, me pregunté una vez más qué había hecho para merecer esto.
¿Por qué mi propio padre me lastimaba tanto?
¿Qué había hecho yo?
Había sido un cambio repentino y drástico. Todo empezó cuando mi madre murió.
Falleció hace unos meses mientras yo estaba en el instituto, supuestamente de cáncer. Eso es lo que me dijo mi padre.
No le creí.
Mi madre había estado perfectamente antes, muy sana, ¿y de repente murió de cáncer de mama de la noche a la mañana?
No, eso no es posible.
Además, ni siquiera me dejaron verla, y mi padre, que siempre me había llamado «su princesita», no hizo un funeral como Dios manda. Nunca pude despedirme.
Simplemente, me miró y dijo:
—Tu madre murió de cáncer de mama. No tenemos dinero para un funeral. Mi amigo Calle se encargará de todo. Como ya no podemos pagar la casa, nos mudamos, así que recoge tus cosas.
Todavía recuerdo lo impactada que me quedé y cómo le grité por primera vez en mi vida. Y fue entonces cuando se quitó el cinturón y me dio una paliza brutal.
En algún momento perdí el conocimiento, y cuando desperté, estaba en una habitación pequeña que se suponía que sería mi nuevo hogar.
Parecía el cuarto de un bebé, pero con muy pocos muebles.
Tenía un armario blanco pequeño con espejo, una simple cama de metal gris que parecía una cuna, y una mesita cuadrada marrón con una silla de madera.
Había ropa en mi armario, pero no era mía; parecía venir de una tienda de segunda mano.
No me quedaba nada de mi antigua habitación.
Ni siquiera tenía una foto de mi madre.
Nada.
Cuando empecé a llorar, mi padre entró en mi habitación hecho una furia y apestando a alcohol. Estaba en sus cuarenta y tantos, con una gran barriga, cara hinchada y nariz roja, seguramente de tanto beber. Sus ojos azules me miraron con maldad.
Me agarró del pelo y me soltó las reglas.
—A partir de ahora, me llamarás señor. Sólo hablarás cuando te lo diga. No gritarás. No te defenderás cuando te pegue, y no se lo contarás a nadie. Si te llamo, vendrás corriendo. Harás todo lo que te mande sin rechistar. Si sales de tu habitación sin permiso, me aseguraré de que no puedas salir en mucho tiempo.
Estaba tan conmocionada que sólo pude mirarlo fijamente, pero añadió:
—Limpiarás la casa cuando no estés en el instituto. Tu primer día empieza mañana, y la semana que viene empezarás el trabajo que te he conseguido en un restaurante. Me darás todo el dinero que ganes.
Luego, me agarró del pelo y sonrió con malicia.
—Si me entero de que no estás haciendo tu trabajo o le cuentas a alguien lo que pasa aquí, te encerraré en el sótano y nunca te dejaré salir. ¿Me has entendido, Serenity?.
Mi padre nunca antes había sido violento, pero desde entonces, las palizas se volvieron el pan de cada día, al igual que la bebida.
Ya no podía seguir mirándome en el espejo. Antes era fuerte y simpática, pero me había convertido en una persona asustadiza, débil y nerviosa.
No había podido entender la extraña muerte de mi madre, y no tenía a nadie con quien hablar o pedir ayuda.
En el instituto, la gente me ignoraba o me trataba mal por mi aspecto y mi ropa vieja. Estaba completamente sola y actuaba casi como un robot.
Por dentro me sentía entumecida y débil, pero algo dentro de mí me empujaba a seguir adelante.
Incluso había hecho planes para escapar.
Conociendo los horarios y humores de mi padre, y usando mi instinto, lograba, a veces, escabullirme de casa para trabajar horas extras en secreto en el restaurante.
Como trabajaba sin papeles, no había nóminas para enseñarle a mi padre, o más bien, a mi carcelero. Así que no se enteraba. Por ahora.
Necesitaba el dinero para mi plan. Quedarme ya no era una opción.
Era duro, y mi cuerpo se debilitaba cada vez más por las palizas diarias y el trabajo extra, pero poco a poco me acercaba a mi meta.
Todo ese sufrimiento había dado como fruto el pequeño montón de dinero que tenía escondido en una caja de tampones.
Con ese dinero, quería mudarme a una ciudad lejana, encontrar un trabajo y un sitio para vivir allí, y luego por fin investigar por qué mi madre murió tan repentinamente.
También esperaba descubrir si tenía algún otro familiar. Aunque nunca tuvimos visitas, seguía sintiendo que una gran familia cariñosa me esperaba en algún lugar.
Sí, sabía que sonaba a locura, y no podía explicar, ni siquiera a mí misma, por qué estaba tan segura. Pero el sueño persistía, y sólo pensar en ello me daba fuerzas y esperanza de una vida mejor.
Le daba fuerza a mi corazón y alma.
Pero ahora, tenía que prepararme para el día.
Lo único bueno de mi habitación era que tenía su propio baño con ducha. Tratando de ignorar mi dolor tanto como pude, fui a asearme.
Después, me puse los feos pantalones marrones que me quedaban cortos, un sencillo jersey negro y entré de puntillas en la cocina.
Era pequeña y poco acogedora. Sólo había una diminutapequeña zona de cocina gris, una mesa de cocina marrón con tres sillas de madera y una nevera.
Las botellas vacías de cerveza y licor de mi padre estaban por todas partes, apestando.
Mi nariz siempre había sido muy sensible a los olores fuertes y desagradables. Si mi estómago no estuviera vacío, seguramente habría vomitado.
Además, tenía que ir con pies de plomo, porque si despertaba a mi padre con el ruido de las botellas, me lo haría pagar caro.
Sólo pensarlo me aterrorizaba y me hizo soltar un pequeño gemido de miedo.
Los lugares donde me había golpeado ayer empezaron a doler como si supieran lo que estaba pensando.
Mientras metía las botellas en una bolsa lo más silenciosamente posible, el ambiente cambió.
El olor a alcohol y sudor se intensificó.
Una sensación aterradora me recorrió la espalda, erizando los pelillos de mi nuca.
Mis ojos recorrieron toda la cocina, pero no vi nada raro, lo que sólo aumentó mi inquietud.
Algo aterrador creció en mi estómago antes de que sonara el timbre, y di un respingo del susto, invadida por el miedo.
Mi padre bramó desde su dormitorio: «¡Mocosa estúpida! No me digas que uno de tus malditos amigos viene a buscarte. Te voy a dar una paliza».
Mi instinto de huida se activó mientras mi corazón empezaba a latir como loco. Había intentado escapar de él muchas veces, y siempre me pillaba antes de que pudiera llegar lejos.
Pero en este momento, algo era diferente. Todo dentro de mí me gritaba que corriera.
Corrí a mi habitación, agarré mi mochila del instituto y salí por la ventana con facilidad.
De inmediato sentí el frío aire de la mañana, haciendo que me castañetearan un poco los dientes.
Aunque mis piernas estaban débiles y temblorosas, logré ponerme de pie y echar a correr. La voz atronadora de mi padre rugía detrás de mí, seguida por el sonido de cristales rompiéndose.













































