
Beta Xavier Costa
—¿Qué es esto? —susurró Eleanor, con la voz temblorosa mientras miraba a Xavier, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
—¿No puedes verlo? Es un acuerdo de contrato de apareamiento —respondió Xavier, su tono carente de calidez mientras la miraba—, la mujer destinada a compartir su vida. Eleanor sintió una ola de ansiedad invadirla, como si las paredes se cerraran, amplificando el peso del momento.
Eleanor nunca esperó estar atada por un contrato de apareamiento de seis meses, especialmente no con Xavier, un hombre al que apenas conoce. Después de perder a su madre, se había aferrado a la esperanza de que el amor la encontraría de nuevo, pero ahora se enfrenta a una unión forzada con un hombre cuyo pasado está envuelto en misterio y dolor. El contrato está destinado a ser temporal, pero a medida que Eleanor y Xavier son empujados juntos, los muros entre ellos crecen, y la intensidad de su vínculo es puesta a prueba. ¿Aprenderán a amarse el uno al otro, o el peso de los secretos y el trauma no resuelto los destrozará?
Capítulo 1.
ELEANOR
—¡Mamá, por favor escúchame! —le supliqué.
—Yo... yo... no voy a poder hacerlo, Eleanor —dijo con dificultad, mientras la sangre brotaba de su boca.
—Prométeme algo, cariño —susurró, pero negué con la cabeza. Sabía lo que quería pedirme, y no me sentía capaz de hacerlo—. Quédate con tu padre.
—¡No! ¡Mamá!
Me desperté de golpe y miré a mi alrededor, desorientada. Las tristes paredes grises de mi habitación me devolvieron a la realidad. Estaba empapada en sudor y respiré hondo para calmarme.
Solo ha sido una pesadilla, otra vez. Me lo tuve que repetir un par de veces antes de levantarme y dirigirme al baño. Me eché agua fría en la cara para despejarme, y lentamente alcé la vista al espejo.
Mis propios ojos dorados y apagados me devolvieron la mirada.
—¿Por qué me dejaste, mamá…? —murmuré, secándome las lágrimas. Había pasado un año desde que mi madre falleció. Un año desde que me vine a vivir con mi padre y su familia, pero aún tenía grabada la imagen del cuerpo herido de mi madre.
La vida había sido dura desde que la perdí, pero me juré que encontraría a su asesino y le haría pagar por lo que le hizo. Todo este tiempo había estado esperando pacientemente a que la policía hiciera su trabajo y descubriera al culpable. Pero no han encontrado nada, y ha llegado el momento en el que me toca actuar a mí.
Rápidamente me sequé las lágrimas y me di una ducha para recomponerme y prepararme para cualquier drama familiar que me esperara abajo. Me puse una camiseta roja y unos vaqueros negros antes de salir de mi habitación.
—¡No me hace ninguna gracia! —La voz de mi madrastra resonaba desde abajo.
—No podemos hacer nada al respecto, Karla. Tiene que venir con nosotros —Mi padre sonaba molesto.
No me apetecía bajar estando todos en casa, pero no tenía alternativa. Puse cara de póker y bajé lentamente las escaleras.
El alboroto venía de la cocina. Nadie levantó la vista cuando entré. Mi padre, mi madrastra y mis hermanastros —Jacob y Avery— estaban todos alrededor de la encimera.
—¿Quieres algo más, cariño? —le preguntó Karla a papá mientras le daba la medicina.
Él negó con la cabeza y se tomó las pastillas mientras se frotaba suavemente el lado izquierdo del pecho. No sabía exactamente qué dolencia tenía, pero a menudo lo veía frotarse el pecho y quejarse del dolor.
—Ho... hola —dije con dificultad, pero nadie me devolvió el saludo.
Al menos intenté ser amable.
—Eleanor, hoy vas a venir al Baile de la Luna con nosotros. Saldremos temprano, así que estate lista —dijo mi padre con voz monótona cuando me vio.
«¡El Baile de la Luna! ¿Para qué me quieren allí?».
—¿Por qué? —pregunté.
—Mira, si fuera por mí te quedarías en casa, pero el Alfa dijo que todos los miembros de cada familia debían estar allí, y en nuestro caso eso te incluye a ti —respondió.
Miré a mi madrastra y vi que fruncía el ceño. Evidentemente no le hacía gracia que yo fuera.
—Intenté hablar con nuestra Luna, pero no quiso atender a razones —dijo mi madrastra—. Menos mal que te compré un vestido por si acaso. Asegúrate de maquillarte y peinarte bien. No quiero quedar en ridículo delante de la gente importante —dijo.
—Podría haberme comprado algo yo misma —dije, y ella puso los ojos en blanco.
—No quiero que la gente piense que te estoy maltratando —dijo antes de levantarse y salir.
Pasaron unos minutos de silencio antes de que el resto saliera sigilosamente de la cocina, dejándome a solas con mis pensamientos.
Caminé hacia la nevera, saqué la leche y me serví un vaso.
Era consciente que estaba rompiendo la promesa que le hice a mi madre, pero no creía que pudiera aguantar en esta casa mucho más tiempo.
Estaba claro que nadie me quería aquí, y sabía que cuanto más tiempo me quedara, peor irían las cosas.
Erica lleva tiempo hablándome de encontrar a nuestro compañero. Pero después de lo que le pasó a mi madre, no había estado por la labor.
—¡Eleanor! Tu vestido está sobre tu cama —gritó Karla desde arriba.
Me terminé la leche antes de subir despacio a mi habitación para ver qué horroroso vestido había elegido Karla para mí.
Colgado, había un vestido de color rojo vino sin tirantes, con un escote pronunciado y una raja en la pierna izquierda que, en cuanto me lo probara, sabía que me llegaría unos centímetros por encima de la rodilla. Si eso no me hace parecer una fresca, la espalda descubierta definitivamente lo conseguiría.
Ojalá Karla me hubiera dejado elegir el vestido. El que ella había elegido iba a hacer que llamara demasiado la atención. Aún así, me lo puse.
Sabía perfectamente por qué había elegido un vestido así para mí. No era porque le cayera bien. Quería dejarme en evidencia. Antes, cuando hacía cosas así, me molestaba. Pero ya me daba igual. Iría al baile, haría el paripé y dejaría que pasara el tiempo.
Decidí arreglarme. Me quité los rulos del pelo, dejándolos caer en ondas antes de maquillarme los ojos.
—Eleanor, nos vamos en cinco minutos —dijo desde abajo mi padre con un tono de voz áspero.
Rápidamente cogí mi bolso color crema, metí el móvil y algo de dinero, y salí de mi habitación.
Cuando llegué al recibidor, vi que todos estaban vestidos y esperándome. Karla llevaba un vestido negro de manga larga que le llegaba hasta los pies, mientras que Avery llevaba un vestido aún más provocador que el mío.
Era un vestido de encaje rosa que apenas le cubría la piel.
—Vámonos —dijo mi padre mientras salía a toda prisa de casa.
Las limusinas ya nos estaban esperando. Karla, Jacob y mi padre subieron en la primera mientras Avery y yo nos subimos en la segunda; enseguida nos pusimos en marcha.
Miré por la ventanilla del coche mientras Avery estaba ocupada mandándole mensajes a alguien. Dejamos atrás el territorio de la manada y nos metimos por una carretera flanqueada por árboles a ambos lados. Tras un viaje de cuarenta y cinco minutos, el coche giró hacia un camino estrecho antes de que llegáramos a una enorme puerta de hierro que se abrió sola para dejarnos pasar.
Cuanto más avanzábamos, más asombrada estaba. Enseguida pasé del asombro a la incredulidad. Con los ojos abiertos como platos, observé el pueblo de la manada. ¡Era inmenso! Tenía edificios altos de cristal. Estaba lleno de tiendas modernas, floristerías, panaderías y mucho más. Era como encontrar una pequeña Nueva York escondida en medio de la nada.
Nunca había visto una manada así antes.
A medida que seguíamos avanzando más allá del pueblo, vimos filas de casas de una y dos plantas. Algunas eran tan grandes que parecían mansiones, cada una con su propio jardín.
—¿Cómo se llama esta manada? —pregunté, pero no obtuve respuesta. No me sorprendió porque sabía que a Avery le molestaba que le hablaran mientras mandaba mensajes.
Un minuto después, Avery dijo:
—Es la Manada de Luna Llena.
Luna Llena era la manada más fuerte y grande del país, y aunque muchos decían que su Alfa era uno de los más temidos, la gente comentaba que no era tan malo como su Beta. Durante años habían logrado autogestionarse, manteniéndose alejados de las otras manadas.
Esta manada tenía fama de no hacer amigos ni acuerdos o alianzas con nadie ya que les iba bien por sí mismos.
Normalmente las manadas solo organizaban eventos cuando buscaban hacer alianzas. Parecía raro que Luna Llena de repente quisiera aliarse con otras manadas. Me pregunté si tendría algo que ver con lo que le pasó a mi madre. Pensé que tal vez podría descubrir algo útil esta noche y que venir aquí al fin y al cabo no habría sido una pérdida de tiempo.
Dejé de darle vueltas cuando el coche se detuvo frente a una mansión. Era la más grande que había visto hasta ahora. Enseguida, nuestras puertas fueron abiertas y nos ayudaron a salir del coche unos guerreros de Luna Llena.
Caminé para ponerme junto a Avery, que no parecía tan impresionada como yo.
—Vamos adentro. Mamá y papá ya están allí. Nuestro conductor iba a paso de tortuga —Avery comenzó a subir las escaleras, y yo la seguí.
Había una enorme fuente en la entrada con dos juegos de escaleras que subían, y un ascensor en el centro. Todo el lugar estaba muy iluminado con una gran lámpara de araña justo encima de la fuente.
—Señorita Amato, por favor sígame —Un guerrero nos saludó y caminó hacia uno de los tres grandes pasillos que partían de la entrada principal.
Ese pasillo estaba iluminado con luz cálida, y había muchas mesas de madera colocadas a intervalos regulares, con grandes jarrones de flores coloridas encima.
El guerrero se detuvo frente a una puerta doble de madera y la abrió para que entráramos. Avery entró sin siquiera mirar al guerrero, pero yo me aseguré de sonreírle.
—Gracias por su ayuda —le agradecí educadamente, y él asintió con la cabeza.
Era un salón de baile enorme. Había muchas mesas de madera colocadas y la mayoría de ellas ya estaban ocupadas. Me quedé cerca de la puerta y eché un vistazo a mi alrededor.
La sala estaba decorada con colores cálidos y adornada con flores frescas. Pero lo más impresionante eran las tres paredes de grandes ventanales que daban al bosque.
Miré a mi familia, que me estaba mirando fatal. Rápidamente fui a nuestra mesa y me senté entre Avery y Jacob.
Sentí una oleada de rabia en mi interior por la crueldad que siempre notaba por parte de mi padre, pero me aseguré de mantener la boca cerrada. Si lo pensaba, nunca había vivido en un lecho de lujo, a diferencia de él.
Tuve la sensación de que alguien me observaba. Cuando me di la vuelta, vi a un grupo de hombres cerca de la mesa de la comida —pero estaban mirando a Avery. Aun así, sentía como si alguien me estuviera mirando a mí.
















































