
Aprieto el bolígrafo con más fuerza en la mano. Por alguna razón, siento que estoy vendiendo mi alma al diablo. Pero, ¿qué otra opción tengo? Tengo que sacar a Bea de la casa de acogida. La necesito conmigo. El dinero que gane con esto me ayudará a conseguirlo.
Lo miro, como si estuviera esperando a que me convenciera. Como si no fuera yo quien, literalmente, le hubiera suplicado por esta oportunidad.
Pero sigue pareciendo completamente imperturbable. Sin emociones. Parpadeando lentamente a la espera de mi firma.
Lanzo un suspiro y cedo, el bolígrafo traza las líneas de mi nombre con tinta negra, letra a letra.
Vuelve a coger el papel firmado y se levanta, con el cigarrillo aún entre los labios.
—Buena chica —dice.
Una oleada de calor se apodera de mi cuerpo, ruborizando mis mejillas. —No... me llames así.
—Te llamaré como me dé la gana. ¿Has traído alguna pertenencia contigo?
Parpadeo un par de veces ante la respuesta. No sé por qué esperaba que fuera más amable una vez que le diera mi firma. Pero todo menos eso.
—No —le digo, con la rabia agolpándose en mi pecho ante su arrogancia.
—Bien. No vas a necesitar nada. ¿Arielle? —la llama, trayéndola de vuelta a la habitación.
—¿Señor?
—Lleva a Evelyn a su nueva habitación. Y luego vuelve conmigo.
Por alguna razón, esa última frase me molesta. Sigo sin saber qué hace ella aquí. ¿Es una estudiante? ¿Personal? ¿Compañera sexual?
Me levanto y sigo a Arielle, sin saber si debería darle las gracias al señor Reed por darme una oportunidad. La idea me parece estúpida, así que decido no hacerlo.
Pero una cosa está clara: si este tipo cree que puede manipularme como quiera, tiene una idea jodidamente equivocada de mí.
Si así es como quiere jugar, le daré el gusto. Aunque no estoy muy segura de que le vaya a gustar más que a mí.
El pasillo está en silencio, y casi parece que seamos las únicas personas en todo el edificio.
Arielle me lleva hasta la última puerta del pasillo. Me sonríe antes de abrirla. Hay una sala de estar, un dormitorio y un cuarto de baño.
Al igual que el resto del lugar, todo parece caro. Elegante. Y... presuntuoso.
Incluso de pie desde la puerta, ya puedo ver algunos objetos sexuales por ahí.
Definitivamente hay un vibrador bala en la mesita de noche.
Y algo parecido a un sillín Sybian que vi una vez en un vídeo porno.
Arielle se da cuenta de lo que estoy mirando. —Ah, sí. Esos están prohibidos. A menos que los uses con tu mentor. Pero no me chivaré si quieres usar uno hoy. —Me guiña un ojo.
—Ah, yo... no sabría —digo, con las mejillas sonrojadas de nuevo. Dios, creo que nunca me acostumbraré a hablar tan abiertamente de estas cosas. Ni siquiera aquí, donde esto es lo normal para todos.
—Puede que sí. —Entra en la habitación y abre la puerta de un vestidor—. Este es tu armario. Aquí tienes todo lo que necesitas. Bueno, excepto ropa interior, por supuesto.
—¿Qué quieres decir con «excepto la ropa interior»? —pregunto, con las cejas arqueadas por el comentario.
—Ah, déjame adivinar. ¿No leíste los términos y condiciones?
Malditos sean.
—Es que... no creía que nadie los leyera.
—Bueno, cuando te comprometes a algo durante seis meses como aquí, igual deberías. —Ella se ríe, luego hace un gesto con la mano—. No te preocupes. Están hechos para que te sientas lo más cómoda posible. Pero una de las reglas es no llevar ropa interior de ningún tipo mientras estés aquí.
Suelto una carcajada nerviosa y me detengo al ver que ella no la corresponde.
Me aclaro la garganta, sintiéndome de repente incómoda con la conversación. —Entonces, ¿tú también te formaste aquí?
Ella no responde. Pero mis sospechas se confirman.
—Tengo que irme —dice—. Disfruta de tu primera noche. Y ven a buscarme si necesitas algo. Bajando las escaleras, primera puerta a la izquierda.
¿Que disfrute de mi primera noche? Si solo quiero acurrucarme en posición fetal y llorar hasta dormirme.
—Buenas noches —le respondo, obligándome a sonreír—. Y gracias.
En cuanto cierra la puerta, suspiro y se me llenan los ojos de lágrimas.
Ni siquiera sé de quién me estoy escondiendo. No me importa quién sepa que me apunté a esto.
Estoy haciendo esto por mi hermana. Y tal vez un poco por mí, también, porque estoy tan malditamente cansada de sobrevivir por los pelos. Si no lo entienden, pueden irse todos al infierno por lo que a mí respecta.
«¿Entonces por qué me sigo sintiendo como una mierda?» Mi cerebro reanuda el autodesprecio. «Tal vez porque claramente no le gusto a ese hombre».
Resoplo para mis adentros, intentando convencer a mi cerebro de que en realidad no me importa si le gusto o no.
Me dirijo al cuarto de baño, me quito las botas y la ropa y las dejo caer sobre las baldosas frías y relucientes antes de meterme en la ducha.
El vapor se esparce por el cristal, creando una zona segura en la que puedo estar conmigo misma. Sola. Y escondida.
Me quedo de pie bajo el chorro de agua, abrazada a mí misma, intentando encontrar la paz en este preciso momento.
Cojo un botecito de champú que encuentro en el estante de la ducha y me dejo llevar por el vigorizante aroma a lilas mientras me enjabono el pelo con él. Cierro los ojos, el aroma me recuerda a las vacaciones de Semana Santa, mucho antes de que naciera Bea, que siempre pasaba correteando por el huerto de mis abuelos en el campo.
Lanzo otro suspiro y, de algún modo, consigo calmarme. No más lágrimas. Por ahora.
Cuando abro los ojos, me fijo en un pequeño aparato que hay en la estantería. Parece una esponja de belleza, pero estoy casi segura de que no es eso.
Me pica la curiosidad y lo cojo para inspeccionarlo. Hay un botón en el lateral y, cuando lo pulso, empieza a aspirar aire y a vibrar al mismo tiempo.
Claro que sí.
Pero el problema es que... cuanto más la sostengo y más siento cómo se mueve en mi mano, más ganas tengo de usarla.
Si me lo hubieras preguntado hace unos minutos, no habría querido tener nada que ver.
Pero estoy cansada. Y triste. Y sola. Y la idea de sentir sólo un poco de placer suena muy, muy bien en este momento.
El único juguete sexual que he utilizado fue un vibrador barato con forma de pene de una tienda de descuento. Era rosa. De la peor clase, en realidad.
De los que quieres tirar por la ventana cuando alguien viene de visita, por si acaso lo encuentra accidentalmente.
Pero esta cosa es... diferente. Diablos, ni siquiera sé lo que hace.
Acerco el dispositivo a mi clítoris, separo ligeramente las piernas y suelto un gemido mientras se acumulan rayos de placer por todo mi coño.
Siento como si alguien estuviera ahí abajo, lamiéndome, chupándome el clítoris y soplándome lentamente al mismo tiempo.
Es un éxtasis.
Lo muevo arriba y abajo por mi clítoris, lenta y circularmente, curvando los dedos de los pies a medida que mi orgasmo va en aumento.
Oh, Dios. Esto es justo lo que necesito.
Mi clítoris palpita bajo las rápidas vibraciones. Los latidos de mi corazón se aceleran, y mi coño se abre más, deseando más, invitando a la lengua de silicona del aparato a entrar en mí.
Sigue lamiendo, y no creo que sea la ducha lo que me está mojando a estas alturas. Lo aprieto con más fuerza en la entrada de mi coño, deseando que empiece a bombear dentro.
Es entonces cuando lo oigo. La puerta de mi habitación.
Hay alguien aquí.
Apago el aparato presa del pánico y lo dejo caer al suelo, tratando de encontrar una toalla con la que envolverme.
Pero no sé dónde están las toallas grandes. Y ahora mismo no tengo tiempo de mirar en el armario.
Cojo una toalla de mano que apenas me cubre la parte delantera.
Qué mal, qué mal.
—¿Arielle? ¿Eres tú?
Pero no contesta. Cierro la ducha, pensando que el sonido debe de haber tapado mi voz.
—¿Arielle? —Lo intento de nuevo.
Todavía nada.
Me cubro todo lo que puedo y echo un vistazo al dormitorio.
No hay nadie dentro. No hay nadie dentro. Tal vez sólo vino alguien a dejar algo y se fue.
Pero a medida que me adentro en la habitación, veo una figura en mi visión periférica.
Es él. El Sr. Reed. Parado junto a mi cama y luciendo más imponente de lo que nunca lo he visto.