Luchando por más

Entró en el aparcamiento de larga estancia y se bajó del todoterreno. Tarareaba para sí misma y tenía una enorme sonrisa en la cara.

Se apartó la larga trenza del hombro, sacó el bolso de la parte trasera y cerró el coche. Llevó el pequeño bolso a la estación de recogida y esperó.

Sabía que el vestido de seda que había metido en el bolso estaría terriblemente arrugado, pero no podía arriesgarse a que alguien la viera llevando un porta trajes. Más tarde, lo haría vaporizar en el hotel.

Levantó la vista cuando el ruido del bus transbordador la sacó de su ensoñación. Sonrió al conductor, subió los escalones y se sentó delante.

Le indicó su línea aérea mientras se dirigían a la siguiente estación de salidas. Pensó en los próximos días.

Se iba a casar con el hombre al que amaba profunda y verdaderamente.

Diez minutos más tarde, bajó del bus y se dirigió a la sala de espera que habían elegido. Iban a registrarse juntos. Miró el reloj de pared y se dio cuenta de que había llegado temprano.

Se sentó a jugar un rato con el móvil y, al levantar la vista, descubrió que ya habían pasado quince minutos. Jake no era conocido por su puntualidad, así que no le sorprendió que aún no hubiera llegado.

Pasó más tiempo y empezó a preocuparse un poco. Al cabo de cuarenta y cinco minutos, estaba entumecida. Se quedó sentada, decidida a no llorar allí mismo, en el aeropuerto.

Volvió a comprobar su teléfono. No había mensajes ni llamadas perdidas. Tampoco iba a llamarlo ni a enviarle mensajes. No iba a ser «esa chica».

El reloj de la pared seguía avanzando hasta la hora de salida de su vuelo. Se levantó, tratando de mantener la cabeza alta, y caminó de regreso al punto de recogida del bus, para que la llevara de vuelta a su vehículo.

Subió, pagó al aparcacoches, se metió en la autopista y condujo de vuelta a casa. No se dio cuenta de que, en algún momento, las lágrimas habían empezado a caer silenciosamente por su rostro.

Llegó a la oscura casa, agradecida de que todos estuvieran dormidos. Se bajó, dejando todas sus cosas en el todoterreno, y subió las escaleras hasta su habitación.

En el último segundo, se saltó su habitación y fue directa a la de su madre. Entró, cerró la puerta y se metió en la cama junto a su madre, que dormía.

Sally oyó entrar a su hija y sintió que se metía en la cama con ella.

Estaba sorprendida, porque había oído a Sammy hablar con Jake hace unas semanas sobre fugarse esta noche.

A pesar de lo triste que estaba por no ver a su única hija casarse, pensó que era terriblemente romántico. Y a ella le encantaba un buen romance.

Se volvió para mirar a su hija. Vio las lágrimas en su rostro y se incorporó rápidamente, encendiendo la lamparita que había sobre la mesilla.

—Samantha, cariño, ¿qué te pasa? —dijo, poniéndole la mano en el brazo.

Sammy empezó a sollozar al sentir la presión y el amor de la mano de su madre.

—Se ha ido... —susurró.

A Sally se le partió el corazón por su hija cuando por fin comprendió lo que decía. La estrechó contra su pecho. Estuvieron así sentadas hasta que Sammy se durmió en los brazos de su madre.

***UNAS SEMANAS DESPUÉS

Sammy no podía creer lo que estaba pasando. Llamó a su madre a su habitación. Sally y Sammy siempre habían estado muy unidas, pero lo estaban aún más desde aquella noche de hacía varias semanas. Empezó a llorar cuando su madre cerró la puerta.

Sammy no dijo nada; simplemente, le dio a su madre la prueba de embarazo.

Sally se sentó en la cama junto a su hija y volvió a rodearla con los brazos. —Bueno, entonces tenemos algunos planes que hacer, Samantha... —Le besó la frente.