Annie Whipple
ACE
—TEs todo culpa mía —dije con pesar—. Intenté ayudarte.
—¿Ayudarme? —preguntó Doe confundida—. ¿Para qué?
—Por el bloqueo. Por lo que Mitchell te hizo —le expliqué. Me costaba mencionar el nombre de su padre biológico—. Me harté de mentirte, Doe. Venías a mí con recuerdos perdidos. Estabas asustada porque veías un lobo o escuchabas un gruñido, pero no sabías por qué. A veces, hasta me tenías miedo a mí. Y eso me dolía en el alma. No era justo ocultarte algo tan importante. Tenías derecho a saber, tienes derecho a saber. Así que, unos días antes de que cumplieras quince años, decidí tomar cartas en el asunto. Decidí quitar el bloqueo y devolverte tus recuerdos.
Doe abrió los ojos como platos. —¿Se puede quitar el bloqueo? —No parecía contenta—. ¿Por qué esperaste hasta los quince? ¿Por qué esperaste?
—Porque es peligroso —intervino Joe—. Usa magia oscura. No sabíamos cómo te afectaría o si te haría daño, incluso si podría matarte. Y, bueno, no teníamos permiso.
—Queríamos quitar el bloqueo, Dorothy —dijo Susan—. Todos pensábamos igual. Joe y yo hablamos mucho sobre si valía la pena arriesgarte para devolverte tus recuerdos.
—Pero entonces se metió el SPO —dije con rabia. Sólo mencionarlo me alteraba.
Doe parecía estar haciendo memoria. —El SPO —murmuró—. Los... Servicios de Protección Omega. —Me miró de nuevo—.¿Verdad?
Alcé las cejas, esperanzado. —¿Lo recuerdas?
Doe negó con la cabeza. —No. Soñé que un hombre vino a verme al hospital después del accidente. Dijo que era del SPO y me hizo un montón de preguntas sobre el accidente.
Esto era interesante. Estos sueños de Doe nos decían mucho.
Me hizo pensar que quizás sus recuerdos no se habían perdido para siempre. Tal vez, podría encontrar la forma de devolvérselos todos y ayudarla a crear nuevos.
—¿Soñaste con Greg? —preguntó Susan sorprendida.
Doe parecía confundida. —¿Greg?
—Gregory Mintz se convirtió en tu trabajador social después de que Mitchell te quitó los recuerdos —explicó Joe—. El SPO investiga denuncias de abuso y negligencia de omegas. Los omegas pueden ser lastimados fácilmente, sobre todo si están emparejados con alfas y lobos más fuertes, que suele ser el caso. Greg ha estado echándote un ojo de vez en cuando desde que el SPO se enteró del bloqueo. Lo consideraron abuso.
—Casi te alejan de nosotros —dijo Susan, retorciéndose las manos, nerviosa. Era un mal recuerdo para todos—. Pensaron que estabas en peligro con nosotros.
—Pero sabían que no era culpa de ustedes, ¿no? —preguntó Doe.
—No sabían de quién era la culpa —respondió Joesu padre—. Mitchell lo negó, y no pudimos probar que fuera culpable. Tampoco pudimos probar que nosotros no lo éramos.
Suspiró. —Al final decidieron que podías quedarte con nosotros siempre y cuando no se alteraran tus recuerdos de nuevo.
—El SPO es otra razón por la que no quitamos el bloqueo antes —le dije—. No sólo el proceso podría haberte matado, sino que si el SPO se enteraba, podríamos haberte perdido.
Doe miraba al vacío. Su rostro no mostraba emociones, pero por dentro era un torbellino. Podía oír su corazón latiendo desbocado desde donde estaba, revelando lo asustada que estaba.
Finalmente me miró. —Entonces, ¿qué cambió? ¿Qué te hizo querer romper el bloqueo a los quince?
El dolor en sus ojos me dejó sin aliento. Podía notar lo que realmente quería preguntar: ¿Qué te hizo por fin decidir luchar por mí?
Ojalá pudiera abrazarla en ese momento. Sería mucho más fácil explicar esto si pudiera tocarla. Mi tacto siempre la tranquilizaba. A mí también me calmaba.
Mientras pensaba cómo explicarlo, me di cuenta de que no deberíamos hablar de esto delante de sus padres.
Me volví hacia Susan y Joe. —Quizás sea mejor que Doe y yo habláramos a solas de esto.
—¿Quieres que los dejemos solos? —A Susan no le hizo gracia la idea.
Doe se removió nerviosa en la cama, pero hizo una mueca de dolor. Se le escapó un quejido y se llevó la mano a la pierna, donde le habían disparado. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
Casi salto para ayudarla, pero Susan me agarró de la muñeca, deteniéndome.
—¿De verdad crees que es necesario? —me preguntó con una mirada seria.
El suave agarre de Susan me recordó que no debía moverme demasiado rápido mientras Doe aún se estaba recuperando. Para mantener a raya a mi lobo.
La necesidad de Susan de proteger a su hija era casi tan fuerte como mi necesidad de proteger a mi pareja.
Apreté los dientes y me obligué a sentarme de nuevo. —Soólo creo que sería mejor para todos si Doe y yo estuviéramos a solas cuando explique esta parte —dije.
«¿Qué tienes en mente?», la voz de Joe resonó en mi cabeza.
Me enfadé conmigo mismo por no haber pensado antes en hablar mentalmente. Pasaba tanto tiempo con mi pequeña compañera humana que, a menudo, olvidaba esta habilidad.
La primera vez que pude hablar con Doe mentalmente fue hace unos días, mientras estaba secuestrada, y apenas funcionó. Era asombroso que pudiéramos comunicarnos siquiera.
Y otra prueba de lo fuerte que era nuestro vínculo.
«Vamos a hablar de cosas privadas», le expliqué a Joe por el enlace mental. «Doe tiene derecho a intimidad para lo que vamos a discutir ahora».
Joe entrecerró los ojos. «¿Exactamente, qué piensas decirle?».
«Nuestra relación romántica a los quince. Su glándula de apareamiento. Su celo. ¿De verdad quieres estar presente para esa conversación?».
El tema de su celo se estaba volviendo urgente. Había empezado a notar el aroma más intenso de Doe incluso antes de que la secuestraran. Ahora, sin embargo, era aún más fuerte.
Más dulce.
Realmente embriagador.
Estaba seguro de que su celo llegaría pronto. Creía que teníamos meses, pero probablemente solo quedaban días antes de que necesitara que la cuidara.
La mayoría de los omegas no tenían su primer celo real hasta los veintiuno o veintidós.
Pero algo estaba acelerando el proceso de Doe. Algo nos empujaba a completar el apareamiento para que nuestra conexión fuera más fuerte.
Por suerte, aún era lo suficientemente pronto como para que, siendo su pareja, yo fuera el único que había notado el cambio en su aroma.
Era consciente de todo sobre ella: cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración, su corazón latiendo más rápido de lo normal, el rubor en sus mejillas.
Pero necesitaba llevarla de vuelta a casa en Colorado antes de que las cosas avanzaran más. Tenía que llevarla a un lugar seguro y cómodo, donde pudiera prepararse para lo que se avecinaba.
Pero primero tenía que explicarle todo esto.
Joe frunció el ceño. «De acuerdo. Está bien. No sé qué tan cerca está...». Hizo una mueca de nuevo. «Pero tenemos algunos supresores de sobra si los necesita. Están en el bolso de Susan».
«Bueno saberlo». Asentí agradecido, aunque mi lobo quería atacarlo por sugerir darle algo dañino a mi pareja.
Susan era omega, igual que Doe. Inesperadamente, había entrado en celo el mismo día que secuestraron a Doe. Por eso Joe y Susan no estaban allí para protegerla cuando más los necesitaba.
El celo de Susan había terminado hace unos días, pero me alegró saber que aún tenía sus supresores con ella.
Sin embargo, tomar supresores no era una buena solución a largo plazo para ningunaún omega. La mayoría causaba efectos secundarios graves, como vómitos, pérdida de peso, fatiga extrema, irritabilidad y otros problemas.
Esperaba que Doe nunca tuviera que usarlos, sobre todo durante su primer celo. Los efectos secundarios probablemente serían aún peores.
Pero al final, no era decisión mía. Era el cuerpo de Doe. Y después de todo lo ocurrido, tenía derecho a decidir qué le pasaba a su cuerpo y cuándo.
Joe volvió a mirar a Doe. —¿Seguro que quieres quedarte a solas con él? Podemos quedarnos, si quieres.
Tuve que esforzarme para que su pregunta no enfureciera a mi lobo. «Tiene todo el derecho a tenerte miedo ahora mismo», le recordé a mi animal interior. «Mataste a alguien delante de ella, idiota».
Doe me miró. —¿Prometes no convertirte en lobo?
Auch. Mi lobo gimió y se quedó callado dentro de mí.
—Sí. Prometo no transformarme —acepté—. Pero incluso si lo hiciera, mi lobo nunca te haría daño. No tienes que temerme.
Sentía que me estaba repitiendo. Pero diría esas palabras tantas veces como ella necesitara oírlas.
Doe se lo pensó unos segundos. —Vale —aceptó al fin.
Volvió a mirar a Joe, jugueteando nerviosa con la manta. —Estaré bien. Creo. Sólo quédense cerca, ¿vale? Y quizás con la puerta entreabierta.
Me sentí algo más relajado. No era exactamente una señal de que confiara del todo en mí, pero aceptar estar a solas conmigo en la habitación era, sin duda, un buen paso.
Quería pensar que era porque me creía cuando le decía que nunca la lastimaría, pero la parte más racional de mí sabía que era sólo el vínculo de pareja afectándola.
Su necesidad de estar cerca de mí cuando estaba alterada empezaba a ser más fuerte que su miedo hacia mí.
Y lo agradecía. No estaba seguro de cuánto más podría soportar que me mirara con esos ojos asustados.
Joe se levantó y le tendió la mano a su esposa. —Estaremos justo fuera si necesitas algo —le dijo a Doe—. Sólo grita.
Doe asintió mientras los veía salir, dejando la puerta entreabierta.
—¿Puedo acercar mi silla? —le pregunté.
Me había sentado a propósito a unos metros de la cama para darle espacio, pero eso fue cuando estaba muy asustada. Ahora, podía sentir que quería tenerme cerca, aunque no estuviera lista para admitirlo.
Levantó la barbilla, asintiendo. —Vale.
Después de mover mi silla lo suficiente como para que mis rodillas tocaran su cama, me senté de nuevo, moviéndome despacio para no asustarla.
Me incliné hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. —¿Estás lista para oír más?
La pregunta, o más bien los pensamientos que provocó en ella, pareció lastimarla. Se mordió el labio para evitar que temblara.
Y luego, asintió.