
Dejarse caer
El mundo de Chloe se desmorona después de una ruptura devastadora, y se encuentra viviendo con su antiguo amor platónico, Adam. Su historia es complicada: él aún guarda rencor por cómo ella le rompió el corazón. Sin embargo, con el paso del tiempo, Adam se convierte en la única persona que puede ayudarla a sanar las piezas de su corazón destrozado. ¿Podrá Chloe demostrar que ha cambiado, y podrá Adam dejar atrás el pasado para ser quien repare su espíritu roto?
Una Rubia Misteriosa
CHLOE
Chloe estaba terminando su turno en la cafetería cuando sonó su móvil. Contestó mientras colocaba las últimas tazas en el lavavajillas.
—Oye, ¿sigue en pie lo de vernos a las ocho? —preguntó Stephanie.
—Sí, estoy apunto de salir —respondió Chloe.
—¡Genial, iré adelantándome para coger una mesa! ¡Va a ser genial! —exclamó Stephanie.
Chloe colgó, esbozando una sonrisa. Stephanie llevaba días insistiendo en salir, pero Chloe no tenía muchas ganas. Carlo había estado llegando tarde a casa todas las noches esa semana sin dar explicaciones. Echó un vistazo a su móvil. Ni un solo mensaje de su novio en todo el día. Guardó el teléfono en el bolsillo e intentó no darle vueltas. Tenía que terminar el trabajo y encontrarse con Stephanie.
Finalmente cerró con llave la puerta de la cafetería y sacó el teléfono para buscar la dirección del bar. Normalmente trabajaba en la cafetería del campus, pero últimamente su jefe le había estado pidiendo que echara una mano en el local del centro. Eran turnos más largos pero mejor pagados, porque tenía que cerrar, así que aceptó. Se abrochó bien el abrigo para protegerse del frío viento otoñal y siguió las indicaciones de su teléfono.
Después de caminar durante un cuarto de hora, Chloe pensó que se había equivocado de camino. Se suponía que el bar estaba cerca de la cafetería, pero las calles se volvían más oscuras conforme avanzaba. Vio una calle iluminada y se dirigió hacia allí, con la esperanza de distinguir el nombre del cartel de la esquina y ubicarse. Estaba intentando hacer coincidir el nombre de la calle con su móvil cuando oyó la risa de un hombre. Levantó la vista y vio a una pareja abrazándose frente a un restaurante al otro lado de la calle.
Parecían sacados de una película. La mujer era muy guapa, con una larga melena rubia, ojos grandes y maquillaje impecable. Llevaba ropa de aspecto caro y tacones altos, lo que le daba la altura suficiente para rodear cariñosamente con los brazos el cuello del hombre.
Él estaba de espaldas a Chloe, pero se notaba que tenía unos anchos hombros y el pelo oscuro de longitud media. Llevaba un abrigo largo azul verdoso, zapatos blancos y una gorra de béisbol blanca que a Chloe le resultaba familiar. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando la mujer levantó la cabeza y sus labios se unieron a los de él durante un buen rato.
Chloe no podía apartar la mirada de la pesadilla que se desplegaba ante sus ojos. No quería creer lo que estaba viendo. ¿De verdad era él? Un punzante dolor le atravesó el pecho y se le llenaron los ojos de lágrimas.
No había duda. La gorra blanca había sido un regalo de Chloe por su cumpleaños. Esos anchos hombros eran los suyos, igual que su pelo oscuro y su piel bronceada. Era su voz la que se reía y le susurraba a aquella desconocida que tenía en sus brazos. Chloe podría reconocerlo incluso en la oscuridad más absoluta.
Carlo.
Chloe sintió que le faltaba el aire, y finalmente dejó escapar un suspiro tembloroso. La rubia pareció darse cuenta de que alguien los observaba y vio a Chloe mirándolos fijamente. Rápidamente le susurró algo al hombre, y él giró la cabeza hacia Chloe.
El tiempo pareció ralentizarse. Chloe vio cómo la chica le apretaba los hombros, sus labios rozaron su oído al contarle que alguien los miraba desde el otro lado de la calle. Carlo giró la cabeza hacia Chloe.
Un chispazo de pánico la sacó del trance. No quería cruzar la mirada con él. No quería que él la viera. No podría soportarlo.
Como un animal asustado, se dio la vuelta y echó a correr tan rápido como pudo en dirección contraria. Su mente estaba llena de ruidos ensordecedores, le dolía el pecho, pero no por correr. Carlo le había roto el corazón, y todo lo que podía hacer ahora era huir. Tenía que alejarse lo máximo posible.
Oyó gritos a sus espaldas. Le pareció oír su nombre, pero lo ignoró, sin querer darse la vuelta. Sin querer enfrentarlo. Oír la voz de Carlo la aterrorizó. Sabía que no podía correr más rápido que él. Tenía que esconderse.
Giró rápidamente por una esquina y se metió en un callejón, escondiéndose detrás de un gran contenedor de basura. Se agachó, intentando no respirar el horrible olor a comida podrida. Temía que su respiración agitada la delatara, así que se cubrió la boca con la mano. Su corazón latía tan rápido y fuerte que pensó que se le saldría del pecho. Unos pasos retumbaron junto a ella y luego se desvanecieron. Quien fuera no pareció verla. Chloe se quedó quieta, apoyada contra la pared sucia, esperando que todo pasara.
No sabía cuánto tiempo había estado sentada en silencio antes de que su móvil vibrara, sobresaltándola. Sacó el teléfono del bolsillo, agradecida de que aún estuviera en silencio por el trabajo. Eran las 20:30. Carlo la estaba llamando. Chloe tenía cinco llamadas perdidas, una era de Stephanie. Ignoró las demás y llamó a Stephanie.
—Oye, Chloe, ¿dónde andas? ¿Te has perdido? —Stephanie sonaba preocupada por encima del ruido del bar—. No me has dado plantón, ¿verdad?
Cuando Chloe oyó la voz de Stephanie, sus manos comenzaron a temblar y rompió a llorar desconsoladamente. Dejó escapar un fuerte sollozo.
—¡Chloe! ¿Estás bien?
Chloe intentó hablar, pero solo pudo llorar con fuerza.
—¿Chloe? —preguntó Stephanie de nuevo, sonando muy preocupada—. ¿Dónde estás? ¿Qué ha pasado?
—¿P-puedes v-venir a b-buscarme?
—Claro que sí, Chloe. ¡Mándame tu ubicación! —dijo Stephanie sin dudar—. No cuelgues. ¡Voy a buscarte!
Con manos temblorosas, Chloe envió su ubicación a Stephanie.
—Estoy muy cerca, Chloe, tranquila —seguía repitiendo Stephanie. Chloe solo podía llorar.
Pronto, el perfume de Stephanie inundó el callejón. Corrió hacia la calle oscura, con cara de preocupación. Cuando vio a Chloe, se sentó en el suelo frente a ella, sin importarle la suciedad ni los charcos.
Stephanie abrazó a Chloe de inmediato y le frotó la espalda suavemente.
—¿Estás herida? —susurró.
Los hombros de Chloe temblaron y volvió a llorar. Stephanie la abrazó con más fuerza. Rápidamente miró alrededor del callejón buscando algún peligro, pero al no ver a nadie más allí, se relajó un poco.
—¿Qué ha pasado, Chloe? —preguntó con dulzura.
A Chloe le costó hablar.
—H-he visto a Carlo —dijo en voz baja contra el pelo de Stephanie, y Stephanie se puso tensa al oír su nombre—. E-estaba con o-otra... —Las últimas palabras apenas se oyeron porque Chloe comenzó a llorar otra vez.
Stephanie murmuró una palabrota en voz baja y apoyó su barbilla en la cabeza de Chloe.
—Shh —dijo para calmarla.
Chloe pensó que Stephanie iba a decirle algo malo o un «Te lo dije» porque Stephanie nunca había tragado a Carlo, pero no lo hizo.
—Vamos a mi casa —dijo en su lugar y ayudó a Chloe a ponerse de pie. Esta se tambaleó, mareada, con la imagen de Carlo y la mujer rubia besándose repitiéndose en su mente. Stephanie la sostuvo con firmeza, y Chloe se dejó guiar fuera del callejón.
El trayecto hasta casa de Stephanie era un recuerdo borroso.
La compañera de cuarto de Stephanie, Tia, la miró con curiosidad cuando llegaron, pero Stephanie le hizo un gesto para que no preguntara y acostó a Chloe en su cama, arropándola hasta la barbilla y acostándose a su lado.
Agradecida, Chloe se acurrucó en el abrazo de Stephanie y lloró hasta quedarse dormida.
Chloe se despertó sintiéndose fatal. Le dolían la garganta y los ojos, y al tocarse la piel, la notaba tirante y adolorida.
Stephanie parecía haber salido, y Tia tampoco estaba allí. Chloe estaba sola. Se incorporó en la cama de Stephanie, un poco desorientada al principio, pero luego recordó lo que había pasado anoche, y sintió una punzada en el pecho que le robó el aliento.
Carlo. Ese cabrón traicionero. ¿Cómo podía haberle hecho algo así?
Chloe se sujetó la cabeza con las manos, sintiendo que le iba a estallar. ¿Era posible que no fuera realmente él? ¿Lo había imaginado? Después de todo, su novio la amaba, se amaban. Vivían juntos y dormían en la misma cama, y él la abrazaba hasta que se dormía casi todas las noches, diciéndole cosas bonitas.
¿Podía ser que ese hombre que se había esforzado tanto para que ella lo amara estuviera viendo a alguien más a sus espaldas?
Las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, y se sintió muy triste y muy enfadada al mismo tiempo. Incapaz de manejar ambos sentimientos, simplemente se quedó sentada allí y lloró, apretando los puños hasta clavarse las uñas.
—Te vas a hacer daño —dijo Stephanie, entrando en la habitación del dormitorio y dejando una bolsa en el suelo.
Rápidamente se acercó a la cama y puso las manos de Chloe entre las suyas, mirando con preocupación las marcas rojas de sus palmas. Chloe la miró con tristeza y no supo qué decir.
—Lo he bloqueado por ti —dijo Stephanie, dándole a Chloe su móvil. Miró la hora, las 11:00 ya.
—Gracias —susurró, muy agradecida por la amistad de Stephanie. Esta le sonrió con dulzura, sus ojos verde oscuro mostrando todo su cariño. Apartó un mechón del largo cabello castaño de Chloe que caía por su frente. Chloe abrió la boca para decir algo, pero entonces su móvil se iluminó en su regazo, y automáticamente deslizó hacia arriba.
Miró el mensaje que apareció en la pantalla. Alguien había enviado una foto en el chat grupal. Era una foto de Carlo. Stephanie rápidamente bloqueó la pantalla e intentó esconder el teléfono, pero Chloe se lo arrebató rápidamente.
—Chloe, ¡no! No quieres verlo. —Stephanie intentó quitárselo, pero Chloe le lanzó una mirada que la detuvo.
—Enséñamelo —dijo en voz baja, y de mala gana, Stephanie cogió el móvil, lo desbloqueó y se lo devolvió.
Era Carlo en casa de alguien, con su cara contra el cuello de una chica. Y ni siquiera era la rubia de anoche. Varios mensajes de indignación y burla acompañaban la foto. Chloe vio que se trataba del chat grupal de bádminton. Tenía sentido que las chicas que frecuentaban el edificio de deportes estuvieran hablando del chico más popular del equipo de baloncesto.
Dejó caer el móvil, sintiéndose muy mal. Carlo la había engañado, y no solo una vez.
Se había acabado. Lo que tenían había desaparecido.













































