Una propuesta inmoral - Portada del libro

Una propuesta inmoral

S.S. Sahoo

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15
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18+

Sinopsis

Xavier Knight tiene claras qué dos cosas garantizan la excitación de una chica: los coches deportivos y el dinero. Él tiene ambas. Cuando un escándalo le obliga a casarse con Angela Carson, una don nadie sin dinero, deduce que es una cazafortunas y se jura castigarla por ello. Pero las apariencias engañan y a veces los polos opuestos no son tan diferentes como parecen...

Calificación por edades: 18+

Autor original: S. S. Sahoo

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El alma más noble

ANGELA

Todo el mundo piensa que es un héroe.

Fantaseamos con momentos de gloria, los que leemos en los libros y vemos en las películas.

¿Correr hacia un edificio en llamas para rescatar a un perro? Claro. ¿Donar un riñón a un amigo? No hay problema. ¿Intervenir en un atraco a mano armada? Fácil.

Pero la auténtica verdad es que uno no sabe cómo reaccionará cuando llegue el momento. No hasta que el pistolero te apunte a la sien, y puedas oler el metal del cañón.

¿Serás lo suficientemente fuerte para hacerlo? Para enfrentarte al arma y decir: —Elígeme. Dispárame. Mátame.

Cuando llegue el momento, ¿qué elegirás?

¿Tu vida o la de ellos?

***

Como un zombi, me quedé mirando el periódico sensacionalista que había sobre la mesa de la sala de espera del hospital. En la portada, un hombre guapísimo y un poco embriagado salía de un club con una supermodelo del brazo, y el flash de la cámara se reflejaba en su brillante vestido. El pelo le caía por la cara, cubriendo su par de ojos azul hielo.

”Xavier al acecho”, decía el titular.

La imagen me resultaba extraña bajo la luz fluorescente del hospital. Parecía como si estuvieran en otro planeta.

—Angela —una enfermera interrumpió mis pensamientos—, ya puedes passar.

Me levanté demasiado rápido y la habitación empezó a dar vueltas. Llevaba treinta horas sin dormir.

¿Cómo podía dormir cuando mi padre había estado a punto de morir anoche?

Dentro, mi padre yacía inconsciente en la cama del hospital, con tubos conectados a los brazos y al pecho. Las máquinas sonaban a su lado y una mascarilla de oxígeno le cubría la cara. La habitación era inquietantemente estéril.

Apreté la mano de mi padre, con el corazón en la garganta. Me dolía verlo así.

Las lágrimas cayeron por mis mejillas y me las enjugué por milésima vez.

Era fundamental en mi vida. El ancla que mantenía unida a nuestra familia. Un pilar de fuerza y salud.

Lucas, mi hermano mayor, apareció en la puerta. Me acerqué y lo abracé.

—¿Qué ha dicho el médico? —le pregunté.

Lucas miró a papá por encima del hombro. —Salgamos al pasillo.

Asentí, me acerqué a papá y le di un beso en la frente antes de seguir a Lucas fuera de la habitación.

Bajo la luz fluorescente del pasillo del hospital, dejé que mi mirada recorriera a mi hermano. Viendo su pelo revuelto, sus mejillas sin afeitar y las profundas ojeras moradas bajo sus ojos, supe que había tenido un día duro.

—Escucha, Angie… —Lucas comenzó, y puso mi mano entre las suyas como hacía cuando era niña y me asustaba la oscuridad—. Necesito que mantengas la calma, ¿vale? Te necesito fuerte. Las noticias... son bastante duras.

Asentí y respiré hondo para tranquilizarme.

—Papá... —Lucas comenzó. Luego se detuvo y su mirada se dirigió al techo. Se aclaró la garganta—. Ha sufrido un derrame cerebral.

Se me saltaron las lágrimas.

—Aún no sabemos con qué intensidad le ha afectado.

—¿Qué podemos hacer? —pregunté, con desesperación en mi voz.

—Por ahora descansar —dijo Danny, mi otro hermano, desde detrás de mí. Se acercó y me dio un abrazo—. Los médicos todavía le están haciendo algunas pruebas.

Mis dos hermanos compartieron una mirada, y supe que había algo que no me estaban contando.

—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué ocurre?

Lucas negó con la cabeza.

—Tienes una entrevista pronto, ¿no? —preguntó—. Vete a casa y duerme. Te llamaremos cuando sepamos más, ¿vale?

Suspiré. No quería irme, pero sabía que mis hermanos tenían razón. Era importante que consiguiera este trabajo.

Nos despedimos y salí al frío aire nocturno. Divisé las luces de Nueva York a lo lejos, con un nudo de terror en el estómago.

Me sentí impotente.

¿No había nada que pudiera hacer?

Cuando regresé a mi coche, el cielo ya estaba oscuro, pero la contaminación lumínica de la ciudad dificultaba la visión de las estrellas. Me acordé de la gente de las revistas, de sus caras despreocupadas sonriendo a los paparazzi. Qué fácil sería mi vida si tuviera su dinero. Podría pagar el tratamiento de mi padre e irme de vacaciones a descansar.

Entorné los ojos hacia el cielo nocturno, imaginando las estrellas que había allí arriba, escondidas. Lo único que vi fue el débil parpadeo de un avión solitario que descendía hacia el aeropuerto JFK. No era exactamente una estrella fugaz, pero probablemente era lo mejor que iba a ver. Cerré los ojos, desesperada, deseando ver aquellas luces parpadeantes.

Ayúdame.

XAVIER

Aparté las tetas de la modelo de mi cara para tener una vista despejada de Nueva York desde la ventanilla de mi jet privado. La Gran Manzana. La ciudad que nunca duerme.

Maldita sea, odio este lugar.

Miré el tranquilo barrio de abajo en nuestro descenso final hacia el aeropuerto JFK, las brillantes luces de un hospital ardiendo en la oscuridad. ¿Era uno de los nuestros o no? No me acordaba.

—Xavier —gimoteó la modelo, deslizándose de nuevo en mi regazo—. Todavía tenemos un par de minutos antes de aterrizar. Podríamos divertirnos un poco más...

Contuve un suspiro cuando ella apretó sus labios contra mi cuello, acariciando el bulto de mis pantalones. Hay dos cosas que vuelven loca a una chica: El poder y un montón de dinero.

Menos mal que me sobraban ambas.

La agarré por el culo y apreté mis labios contra los suyos mientras ella gemía de placer. Intenté perderme en su cuerpo, intenté olvidar todas las razones que tenía para volar de vuelta a Nueva York.

Olvidar mis responsabilidades con una empresa multimillonaria.

Olvidar que mi padre estaba esperando a que aterrizara, ansioso por echarme en cara lo fracasado que era.

Olvidarme de las putas traicioneras que actuaron a mis espaldas y...

Entramos en una zona de turbulencias y se me derramó el champán por los pantalones.

—Por favor, abróchese el cinturón, señor —dijo el piloto por los altavoces—.. Tendremos turbulencias durante el descenso.

Miré mis empapados pantalones de vestir de Armani. ¿Sí?, no me digas.

La modelo —¿cómo se llamaba?— me dedicó una sonrisa maliciosa.

—Ya te lo limpio yo —Arrastró sus labios por mi camisa, apoyándose en sus rodillas entre mis piernas.

—¿No has oído al capitán? —le pregunté mientras tiraba de mi cinturón—. Se supone que debemos abrocharnos el cinturón.

—Nunca me han gustado las hebillas —dijo, desabrochando la mía—. Y me gustanlos viajes movidos... .

Me eché hacia atrás y dejé que se divirtiera, ocultando mi enfado. Solo tenía que aguantarla un poco más. La echaría en cuanto aterrizara el avión. Me quedé mirando por la ventanilla mientras la modelo se divertía, contemplando el feo cemento de la ciudad.

Solo tenía que seguirle la corriente a mi padre en su estúpida reunión. Luego me largaría de aquí.

***

Brad Knight era muchas cosas. Un director gran general genial, un crack de los negocios y el patriarca de su propio imperio, construido desde los cimientos. Era uno de los hombres más ricos y poderosos de todo el mundo.

También era, por desgracia, mi padre.

¿Escándalo público, Xavier? —preguntó, pellizcándose el puente de la nariz—. ¿Hablas en serio?

Me encogí de hombros, tumbado en el banco de Central Park. Era la mañana siguiente a mi aterrizaje. Ni siquiera me había dado tiempo a acomodarme antes de que empezara a reñirme. —Me lo estaba suplicando, literalmente.

—Estabas en el Louvre —dijo Papá—. ¡Delante de la Mona Lisa!

—Era una chica con clase. —Volví a encogerme de hombros—. El arte la excitaba.

Papá sacudió la cabeza, con la decepción irradiando de él en oleadas. —Agresión con agravantes, conducción temeraria, posesión de drogas... estás fuera de control, hijo.

—Soy producto de mi educación. —Miré a mi alrededor, comprobando por enésima vez si alguien se estaba dando cuenta de quién era. Me ocultaba tras unas gruesas gafas de aviador y una gorra de béisbol, pero el disfraz no me libraría por mucho tiempo de los locos de los paparazzis. —¿Tenemos que hacer esto aquí? —pregunté.

Papá se limitó a acariciar el banco con cariño, y mis ojos se dirigieron automáticamente al grabado que había en él.

Para Amelia. Amada esposa y cariñosa madre. 16/10/1962 - 04/04/2011

—Ya no sé qué hacer contigo, Xavier. Así que necesito su ayuda. —Papá dirigió hacia mí aquellos torturados y angustiados ojos, e inmediatamente me sentí culpable. Él no había sido el mismo desde la muerte de mamá. Ninguno de los dos lo habíamos sido.

—¿Qué hacer conmigo? —Arremetí, escondiéndome de la culpa—. ¿Qué tal si me dejas en paz? Reniega de mí si tanto te asusta mi imagen pública. —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera retractarme. Me destrozaría perder mi conexión con Empresas Knight. Pero no pensaba decírselo.

—Sabes que no quiero hacer eso —dijo papá en voz baja—. Xavier. Ayúdame a ayudarte.

—Puedes ayudarme no volviéndome a hablar. —Me puse de pie, harto de todo—. Y yo haré lo mismo. Será mejor así. —Me alejé, dejándole solo en el banco dedicado a mamá. Volver a Nueva York fue un error. Sería mejor que me fuera a primera hora de la...

De repente, choqué contra alguien y una ráfaga de pétalos de flores blancas se esparció por el aire. Estaba a punto de gritar que mirara por dónde iba, pero las palabras murieron en mis labios cuando la vi.

La mujer más hermosa que jamás había visto.

ANGELA

Estuve a punto de caer al suelo, pero unos poderosos brazos me rodearon la cintura y me sostuvieron. Miré al hombre con el que había chocado. Se alzaba sobre mí, con la mayor parte de su rostro oculto bajo una gorra y unas gafas de sol de aviador.

—Lo siento— —dije, alejándome de él, con un rubor en las mejillas. Vaya, qué bien olía. —¿Estás bien?

—Estoy bien —dijo con una voz profunda y sensual. Se agachó para recoger el ramo que se me había caído y me lo entregó—. Se te cayó esto.

—Gracias. —Dudé, mirándolo. Parecía que quería decir algo más. Fruncí el ceño y ladeé la cabeza—. ¿Te conozco? Me resultas familiar. —Algo en esos hombros anchos y esa mandíbula afilada...

—Me confundes con otra persona —dijo, serio. Miró a su alrededor y continuó su camino por los senderos de Central Park.

Fruncí el ceño ante la extraña interacción, pero me encogí de hombros y seguí mi camino. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por un apuesto desconocido.

Volvía de la floristería de Em. Había ido para intentar distraerme un poco, pero seguía preocupadísima por mi padre.

Acuné el ramo de lirios entre mis brazos, sintiéndome reconfortada por su suave aroma. Aún me dolía el corazón, pero tenía que mantener la compostura.

Me fijé en un señor mayor sentado solo en un banco, con los ojos cerrados como si estuviera orando. No sé qué me empujó hacia él, pero antes de darme cuenta estaba a su lado. Parecía muy triste.

Muy roto.

—¿Perdón? —pregunté.

Abrió los ojos y parpadeó sorprendido mientras me miraba.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó.

—Solo quería preguntarte si estabas bien —dije—. Pareces un poco... decaído.

Se movió hacia delante en el banco y señaló una placa grabada en el respaldo. —Solo estoy recordando a alguien importante para mí —dijo, con una voz gruesa—. Intentando que me ayude a averiguar qué hacer.

Leí el grabado. Estaba dedicado a una mujer llamada Amelia.

Se me rompió el corazón.

Le entregué mi ramo de lirios, sonriendo.

—Para Amelia —le ofrecí.

—Gracias. —Se adelantó para coger el ramo, con las manos temblorosas—. ¿Puedo preguntarle su nombre?

—Angela Carson —respondí. Dudé y luego me senté a su lado—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?

—Qué alma tan noble tienes —dijo, y sonrió. Parecía que se hubiera dado cuenta de algo. Parecía esperanzado de golpe—. Ya lo has hecho, querida. Pero si no te importa hacer otra cosa... Si no es mucha molestia.

—Claro, dime —pregunté, curiosa.

Levantó la vista del banco, en dirección al hombre con el que había tropezado antes. Ya estaba lejos, caminando deprisa, como si tuviera prisa por escapar de Central Park.

—Me gustaría que conocieras a alguien —dijo el señor mayor—. Alguien que está sufriendo más que yo.

Fruncí el ceño, confundida. ¿Quería que me reuniera con él? —Bueno, no me importa, pero qué debo hacer exactamente con.... —Mi teléfono zumbó en mi bolsillo, interrumpiéndome.

LUCASAngie. Ven rápido.
LUCASEs papá.

El corazón se me cayó al suelo y la preocupación me oprimió los pulmones. —Lo siento mucho, tengo que irme —dije, poniéndome de pie—. Es una emergencia.

El hombre se limitó a asentir, preocupado. ¿Se habría dado cuenta del pánico que sentía?

—Espero que esté todo bien. Estoy seguro de que nos volveremos a ver, Angela.

Me despedí con la mano y salí corriendo, impaciente por llegar al hospital.

Aún no lo sabía, pero aquel pequeño e inocente encuentro bajo los árboles de Central Park cambiaría mi vida para siempre.

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