
El matrimonio concertado
Julia tiene veintidós años cuando se ve obligada a casarse con Alexander, de treinta y cuatro, para salvar el negocio y el legado de sus padres. Está decidida a que funcione, pero Alexander no quiere saber nada de ella. Tiene novia y no puede evitar culpar a Julia de todo.
Para él, son negocios y nada más. Pero sus ideologías están a punto de chocar.
Capítulo 1.
Julia nunca podría haber imaginado que, a los veintidós años, estaría casada con uno de los hombres más poderosos del país. Un hombre al que solo había visto unas cuantas veces.
Alexander tenía treinta y cuatro años y ya era muy exitoso. Julia no había tenido otra opción: había tenido que casarse con él para ayudar a su familia.
El padre de Alexander le debía la vida al padre de Julia. Para saldar la deuda y sacarlo de la bancarrota, el padre de Alexander accedió a comprar su empresa en quiebra por un precio muy superior al valor de mercado.
Esto fue muy vergonzoso para el padre de Julia. Para salvar las apariencias, Julia aceptó casarse con Alexander. Así parecería que dos familias importantes se estaban uniendo.
El matrimonio fue idea de Julia. Había sido jefa de relaciones públicas en la empresa de su padre, y sabía que esto funcionaría.
Desconocía cómo el padre de Alexander lo había convencido de casarse con ella, pero sabía que Alexander estaba cabreado y no quería hacerlo.
Ahora, dos horas después de la boda, Julia estaba sentada sola en su nueva habitación.
Aún llevaba puesto su vestido de novia. No habría luna de miel. Alexander se había negado. Julia no discutió con él porque le daba miedo.
Estaba sentada en la cama, sin saber qué hacer, cuando Alexander entró bruscamente en la habitación. Todavía llevaba su traje de boda, pero su pajarita había desaparecido y su camisa estaba desabrochada en la parte superior.
—¡Esto es una mierda! —gritó.
Cerró la puerta de un portazo.
—¡Estoy atrapado contigo! ¡Joder!
Julia vio que sostenía una botella de whisky y supo que estaba borracho. Se quedó sentada, sin saber qué decir.
Él siguió despotricando:
—Y lo peor es que tenemos que dormir en la misma cama. Me da asco.
Julia sabía que tenían que compartir habitación y cama. Los empleados del hogar trabajaban todo el tiempo, y si la gente se enteraba de que la feliz pareja no era feliz, podrían echarlo todo a perder.
—¿Quieres un poco de agua? —le preguntó a Alexander.
—No. Pero ¿sabes lo que quiero ahora mismo?
—¿Qué? —preguntó ella esperanzada.
—Que te largues de aquí —Se dejó caer en el sofá frente a la cama y se acostó dándole la espalda.
Al poco se puso a roncar y Julia se quedó dormida, sola en la cama, aún con su vestido de novia puesto.
Julia se despertó a la mañana siguiente, se incorporó y vio que Alexander seguía dormido en el sofá. Miró el reloj. Eran las diez de la mañana.
Un golpe en la puerta la sobresaltó. Rápidamente fue a despertar a Alexander. Él se despertó lentamente y, antes de que pudiera hablar, ella señaló la puerta.
Ambos sabían que incluso los empleados de la casa debían pensar que eran felices. Si alguien descubría que el matrimonio era falso, todo se vendría abajo.
Otro golpe hizo que Alexander se espabilara más. Se levantó y se quitó la chaqueta y la camisa. Luego miró a Julia. Cuando alguien llamó por tercera vez, la hizo girar bruscamente y, antes de que pudiera decir nada, le bajó la cremallera del vestido de novia.
Ella soltó un grito ahogado de sorpresa, pero él ya la estaba metiendo en la cama con él. La rodeó con sus brazos fuertemente.
—Adelante —dijo.
Su voz era profunda y muy fuerte. Julia intentó calmarse, pero estar en sus brazos la hizo sentir extraña. Él era muy musculoso, y se sintió muy pequeña a su lado.
Olía bien, y sentir su mano en la cintura la hizo estremecerse.
La puerta se abrió y les trajeron el desayuno. Pareció una eternidad mientras esperaban a que las criadas pusieran la comida y se fueran.
Tan pronto como las criadas se fueron y la puerta se cerró, Alexander empujó a Julia lejos.
—Esta es la mierda que voy a tener que aguantar.
—Lo siento —dijo Julia en voz baja.
—Tu «lo siento» no arregla nada. No sé cuánto tiempo podré seguir con esta farsa —Se levantó de la cama y fue al baño, cerrando la puerta de un portazo.
¿Cómo iba a lidiar con esto si ya la estaba tratando así?
Cuando salió de la ducha, ella intentó hablar con él.
—¿Puedo preguntarte algo, Alexander?
—Si dijera que no, ¿eso te detendría?
—No, la verdad es que no.
—Adelante, entonces —dijo malhumorado, y ella supo que él preferiría estar en cualquier otro lugar que con ella.
—¿No vas a preguntar? —dijo con voz irritada—. No tengo todo el día.
Julia respiró hondo.
—Lo siento. Solo quería preguntarte por qué aceptaste casarte conmigo.
—Mi padre me obligó —dijo secamente, lo que realmente no le aclaró mucho.
—¿Le dijiste a tu padre que no querías casarte?
—Como si eso cambiara algo. Cuando mi padre realmente quiere algo, lo consigue, sin importar cuánto tengan que sacrificar los demás.
Julia pudo notar lo cabreado que estaba.
—Lo siento.
—No tienes que disculparte. Este matrimonio no significa nada. Mientras finjamos estar juntos y los inversores piensen que nos llevamos bien, no debería haber problema.
—Tiene sentido —Julia estuvo de acuerdo, pero no le gustaba. Sabía que era una locura, pero había esperado que tal vez el matrimonio no fuera tan malo, que pudieran construir una vida real juntos.
—Entonces, ¿por qué no pudiste hacerlo, Julia?
—¿Hacer qué?
—Cancelar la boda.
Ella lo miró impotente.
—Por la misma razón que tú no lo hiciste. Quería ayudar a mi padre.
—¿Qué esperaba? Por supuesto que dirías eso.
—No sé cómo puedes estar cabreado conmigo cuando estás en la misma situación que yo.
Alexander se giró hacia ella lentamente.
—¿Qué coño me has dicho?
Su voz la asustó.
—Solo intentaba ser justa.
Julia sabía que estaba muy enfadado y no quería empeorar las cosas.
—Entiendo. Tienes razón.
Él se fue sin decirle nada, ni siquiera la miró. Ella suspiró. Aunque había hecho hincapié en su nombre de malas formas, le había gustado escucharlo.
Julia volvió a la cama, sintiéndose un poco mejor. Tenía mucho en qué pensar y no sabía cómo gestionar todos los cambios. ¿Qué pasaría después? ¿Siempre estaría sola? ¿Durmiendo sola, comiendo sola, sin nadie con quien hablar realmente? No podía contarles a sus padres o hermanos lo que estaba pasando.
No quería que se preocuparan por ella ni que se estresaran. Su padre contaba con que ella no estropeara el plan.
Y Julia no quería decepcionarlo. Renunciar a su felicidad para ayudar a su familia y fingir que todo estaba bien era algo que estaba dispuesta a hacer. Pero se preguntaba cuánto tiempo tendría que fingir. ¿Años? ¿Alguna vez se le permitiría divorciarse, si el matrimonio iba a ser así para siempre? Suspiró profundamente. Había demasiado en qué pensar. ¿Qué había esperado? Simplemente pensó que estaría bien. Nunca imaginó que el hombre con el que se había casado la odiaría tanto que no soportaría ni mirarla.
Él quería estar en cualquier otro lugar en vez de con ella. Y ella no sabía si era mejor estar y hacerle compañía falsa o si sería mejor que se fuera. Se sentía sola y vacía.
Le dolía la cabeza y cerró los ojos. Solo quería volver a dormir. Tal y como se sentía, dormir sería lo mejor. Cerró los ojos y esperó hasta quedarse dormida.
Dio muchas vueltas antes de finalmente conciliar el sueño.
Unas horas más tarde se despertó y descubrió que Alexander no estaba en la cama. A decir verdad, en el otro lado de la cama parecía que nadie hubiera dormido.
Julia sabía que había hecho bien su parte y todo lo demás dependía de Alexander. No podía hacer nada más.
Después de ducharse y vestirse, exploró un poco su nuevo hogar y luego cogió un libro para sentarse en el jardín.
Cuando el sol se puso, empezó a hacer frío. Julia entró en casa y cenó sola. Cuando subió a acostarse, seguía sin haber señales de Alexander por ninguna parte.
Empezó a preocuparse por si estaba bien cuando se abrió la puerta del dormitorio.
Se sorprendió al ver que era Alexander.
—¿Mucho trabajo? —preguntó.
—¿Por qué te importa?
—Soy tu mujer. Debería saber dónde estás. Es nuestro primer día de casados —respondió Julia.
—Estaba en el trabajo. ¿Contenta ahora?
Empezó a quitarse la ropa. Ella se dio la vuelta rápidamente y se cubrió la cara con el libro que estaba leyendo para no verlo.
—Puedes bajar tu libro. Ya terminé —dijo malhumorado.
Ella lo hizo y vio que solo llevaba puesta la ropa interior. Inmediatamente se puso roja.
—Te estás sonrojando y te das la vuelta cuando tu marido se está desnudando. ¿Y crees que este matrimonio habría funcionado?
Julia no sabía qué decir, pero Alexander no le dio oportunidad.
—¿Conoces a Ava? —continuó.
—No.
—Se supone que es con quien tendría que estar. ¡Ella es la que debería estar en esta cama conmigo!
Julia se sintió turbada.
¿Su matrimonio acababa de empezar y ya iba a fracasar?














































