Elfy G
TORY
En la habitación de mi infancia, me tumbo en el suelo todavía con mi vestido de novia, llorando hasta que no queda ni una gota. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido? ¿Cómo no me di cuenta antes?
Oigo que llaman a la puerta. —Cariño, ¿estás bien? —me dice la suave voz de mi madre.
Bien. Ya ni siquiera sé lo que significa esa palabra. Estaba bien hasta esta mañana cuando pensé que me casaría con... él. Genial, ahora ni siquiera puedo decir su nombre.
—¿Cariño? ¿Tory? —insiste mi madre.
—Déjala en paz, Rose. Saldrá cuando esté lista. —Así es mi padre, siempre al rescate.
—Estoy preocupada por ella, John. Solo quiero que esté bien. —Sus voces se desvanecen en susurros, y puedo ver a mi padre alejando a mi madre, diciéndole que necesito algo de tiempo.
Miro mi cama y los recuerdos de nuestra primera noche, la noche en que perdí la virginidad, vuelven a mí como si fuera ayer. Después del baile de graduación, lo llevé a escondidas a mi habitación, dejando que mi rebeldía adolescente dictara mis acciones. Nunca había hecho algo así.
Vuelvo a mirar a mi alrededor con el recuerdo aún fresco. ¿Por qué he vuelto aquí? ¿Para recordar el pasado? ¿Para llorar más? ¿Para qué? ¿Para qué? Me abofeteo mentalmente y busco una almohada seca entre el montón de almohadas empapadas.
Vuelve la voz de mi madre. —Cariño, te he preparado un baño. Te hará sentir mejor.
Había olvidado lo persistente que puede ser cuando quiere. Diablos, probablemente se quede fuera de mi puerta todo el día solo para asegurarse de que respiro.
Quiero a mi madre, pero ahora mismo, me molesta. Mejor acabar de una vez.
—Vale, mamá —digo, con una mueca de dolor por lo rota que sueno—. Gracias, ya... voy.
Me levanto y me miro en el espejo. Qué asco. Estúpido vestido. Alargo la mano hacia atrás para bajar la cremallera, el pánico inunda mi piel cuando no consigo llegar a la cremallera. Quítatelo. Quítatelo. No quiero que toque mi piel.
—Mamá. ¡Mamá, ayuda!
La puerta se abre de golpe y al segundo ya está sobre mí.
—Quítamelo, mamá —sollozo—. Quítamelo.
Un segundo después, los pliegues blancos de mi vestido caen al suelo. Tropiezo hacia delante, arrugando el material mientras caigo en sus brazos, llorando a lágrima viva. No me importa estar en ropa interior. Solo la necesito a ella. Esa es la razón por la que he venido. En el fondo, sabía que la necesitaba. Los necesitaba a los dos.
—¿Qué está pasando? —De repente, la voz de mi padre se une a nosotros, y el pánico vuelve—. He oído gritar a Tory.
—¡PAPÁ! —grito al mismo tiempo que mi madre ladra: «¡John!»
—¡Lo siento, lo siento! —Él retrocede, cerrando la puerta de un golpe.
Qué vergüenza. Apoyo la cabeza en el hombro de mi madre y vuelvo a respirar, con la esperanza de calmar mi corazón galopante.
—Estás bien, cariño —susurra, recorriendo mi espalda en círculos—. Todo irá bien.
Me aferro a sus palabras, incapaz de hablar. Me siento tan lejos de la verdad que ni siquiera puedo imaginar estar bien después de esto. Tal vez algún día, pero ahora mismo, no puedo verlo.
Entonces, un golpe amenazador resuena en el piso de abajo. Mi madre me suelta. Me limpio las mejillas y sigo su mirada mientras se oye otro ruido.
¿Mi padre ha gritado?
Me pongo un pijama y bajo corriendo las escaleras, dejando atrás a mi madre. Cuando me acerco, las dos voces se distinguen y mi pie casi resbala en el último escalón. A él no. Por favor, él no.
—Sal de mi propiedad. No quiere verte.
—Sr. Summer, con el debido respeto...
—¿Respeto? Chico, tú no sabes qué significa esa palabra, no después de lo que le has hecho a mi hija.
—Puede que no, pero si cree que ella sí, después del numerito que ha montado, está loco —responde Davis. Me mira mientras avanzo y mi padre se vuelve.
—Cariño —empieza, pero hablo por encima de él.
—Papá, no pasa nada. No pasa nada —repito más alto cuando sigue balbuceando.
—Ya la ha oído —se burla mi ex prometido.
Mi padre ni siquiera le mira. —Si me necesitas, estaré en la cocina —dice, depositando un beso en mi frente.
Me vuelvo hacia Davis, que parece más seguro y tranquilo sin mi padre. ¿A quién quería engañar? No estoy preparada para enfrentarme a él.
Respira. Respira. Respira.
Mi corazón late tan fuerte que estoy segura de que él puede oírlo.
Es hora de acabar con esto.
—¿Qué quieres, Davis?
Levanta una bolsa. —Te he traído tus cosas.
Resurge esa extraña sensación. La sensación de que nunca sé cómo reaccionará Davis, con amabilidad o con enfado, me hace cosquillas.
—Le pedí a Judy que las trajera, pero gracias... —Cojo las cosas, pero él se aparta con una sonrisa macabra en la cara. Bastardo traicionero.
—No tan rápido —se atreve a decir—. Primero quiero una disculpa.
—¿Una disculpa? —digo incrédula.
—Por avergonzarnos. A Katy y a mí en el altar.
—No fue idea mía —siseo, parpadeando las lágrimas—. Pero creo que te lo merecías después de avergonzarme en la que se suponía que era nuestra boda.
—Fue un error —responde fríamente.
Lo que queda de mi corazón se hace añicos. Lo miro atónita, apenas percibo el amenazador crujido de sus nudillos.
—No —susurro, incapaz de oírme a mí misma por encima de la sangre que corre por mi cerebro— nosotros no fuimos un error. Pero vosotros dos sí.
—¿Nosotros? —se ríe—. La quiero, Tory. La necesito.
—La necesitas —me burlo—. No me importa lo que necesites.
Su cara se tuerce en una fea mueca familiar. —Veo que no te disculpas —dice, tirándome la bolsa a los pies—. Toma, cógela. ¿Qué voy a hacer con tus cosas? Pero —añade con tono de advertencia mientras la recojo— esto no ha terminado. Lo que hiciste no estuvo bien, Tory.
¿Y lo que hiciste tú sí? Quiero escupirle en la cara.
—Tal vez no, pero al menos no estoy amenazando con violencia física.
—Lo harías si tu pequeño cuerpo pudiera hacer algo —replica.
—Vaya. —Le doy una única palmada sarcástica—. ¿Eso es todo, ese es tu gran discurso? Déjame decirte una cosa. Que os jodan. Que os jodan a los dos.
Su mano se cierra en un puño, pero se limita a darse la vuelta, lanzando las palabras «Disfruta de la vida en soledad» antes de subir a su coche y marcharse.
Cierro la puerta y me deslizo contra ella, sollozando. Mi vida se ha acabado antes de empezar.
—Papá —grito.
Sus brazos me rodean al segundo siguiente. —Cariño, ¿qué pasa?
—Yo... necesito tu ayuda.
Me besa la sien. —Cualquier cosa.
—¿Puedes sacarme de aquí?
—¿Sacarte...? —Apoya la barbilla en mi cabeza y me mece de un lado a otro como un niño—. Claro, cariño, claro. Déjame hacer una llamada.
Su voz entra y sale de mi cerebro, haciéndome preguntas a las que no respondo. No me importa adónde irme. Solo quiero irme y no mirar atrás. No quiero estar aquí cuando nazca su bebé. No quiero caminar por la ciudad y tropezarme con ellos tres juntos.
Tengo que empezar de cero, y no importa dónde. Cualquier lugar es mejor que este.