Juniper es una mujer lobo que no puede cambiar de raza. Cuando su padre, el alfa, la expulsa de su propia manada, se convierte en una renegada en tierra extranjera. Pero está a punto de conocer a otro alfa. Uno que cambiará su vida para siempre...
Género: Romance, Hombre Lobo, Fantasía
Calificación: 18+
Historia de: Katlego Moncho
Escrita por: Jon Altamirano y Brittany Schellin
Sonido por: Sam Bartlett
Capítulo 1
Autofelicitación de cumpleañosCapítulo 2
¿Amigos o enemigos?Capítulo 3
Otra tormentaCapítulo 4
Hasta la vista, adiós, hasta siempreJUNIPER
Se suponía que iba a ser uno de los días más felices de mi vida. Se suponía que debía estar emocionada.
Feliz.
Sin embargo, el peso de lo que estaba por venir, mi decimotercer cumpleaños, era un vacío que me consumía con ansiedad y depresión.
Había expectativas que tenía que cumplir. Tenía que estar a la altura de lo que se esperaba de mí si quería que mi padre y mi madre me aceptaran alguna vez.
Los cumpleaños eran una prueba, o al menos el mío lo era. No podía recordar ni una sola celebración por parte de mis padres. Tampoco es que me tuvieran mucho cariño al margen de mi aniversario.
De hecho, me endilgaron a mis abuelos, un pequeño milagro que fui agradeciendo a medida que me hacía mayor. Ellos fueron los que me criaron, me enseñaron y me amaron.
Como en muchos de mis otros cumpleaños, la mañana comenzó nublada y gris.
La lluvia caía copiosamente contra las ventanas. El sonido de las salpicaduras sobre la casa era relajante, un bálsamo para mis nervios.
No estaba nerviosa por mi día especial. Más bien, era lo que se suponía que iba a ocurrir. Todo el mundo —mi padre, mi madre, mi familia, nuestros vecinos, nuestra manada— esperaba que me transformara por vez primera.
Hoy ocuparía el lugar que me correspondía como heredero alfa.
Es decir, si lograba completar la metamorfosis en loba.
Comí sola, un desayuno sin importancia por el que deseé no haberme molestado.
El fragor de un trueno sacudió la casa, seguido de voces lejanas que intentaban gritar por encima de él. Aquello me dio la pista sobre el peligro que estaba a punto de presentarse.
Afuera, la lluvia era más violenta, o tal vez se intensificó cuando llegué a nuestro porche delantero. La gente de la manada se arremolinaba y murmuraba, pero no pude distinguir lo que decían.
Entonces, uno tras otro, me vieron y se callaron. A pesar del aguacero, todo el mundo estaba allí. Adultos, niños, mi abuelo.
Mi padre.
A su lado se encontraba Jacob, altivo y orgulloso. Era nuevo en la manada, un huérfano al que mi padre había acogido. Mi padre adoraba a Jacob y lo trataba como a un hijo.
Me dio envidia.
—Juniper. Ven.
Quería retroceder, volver a mi habitación y echarme a dormir.
Ojalá lo hubiera hecho.
Pero estaba desamparada. Debía hacer lo que él me exigía.
Di un paso adelante en el barro pastoso y la multitud se apartó.
—Dayton, por favor. No está preparada —suplicó mi abuelo. Papá y él parecían mucho, pero mientras que los ojos del abuelo estaban llenos de calidez, los de papá lucían una frialdad mordaz.
—Tiene que estarlo. Lo estará. Ningún hijo mío puede serlo sin lobo —dijo mi padre, que esperó expectante mientras me acercaba.
—¿Qué está pasando? —mi voz apenas superaba un susurro, y vaciló cuando mi abuelo me miró. Había miedo en sus ojos. Desesperación.
—Por favor. Es tu hija —suplicó. Ante las palabras del abuelo, el rostro de mi padre se torció con una sonrisa cruel.
—Si June es digna, se transformará. Luchará. Como todos los alfas antes que ella —aseguró. Jacob ya estaba adoptando el aspecto de su lobo. Tenía sangre alfa, como yo, y recientemente, con motivo de su decimotercer cumpleaños, había experimentado la metamorfosis por primera vez.
—Es demasiado pronto.
No sabía dónde estaba mi abuela aquella mañana, pero mi madre se encontraba a un lado, como espectadora silenciosa con una mirada de indiferencia. Cuando habló, sus palabras fueron tan frías como las de mi padre. —No lo es, si está destinado a suceder. Todos los alfa respetables se transforman al cumplir los trece años.
—No lo entiendes. Ninguno de vosotros lo ha hecho nunca —lamentó el abuelo, renovando su petición.
—¡Basta! —Otro estruendo acompañó el grito de mi padre, que empujó al abuelo al suelo.
—¡Alto! —grité. Ahora me había plantado ante ellos, indefensa y aterrorizada. El lobo de Jacob estaba amenazante a un lado. Mi padre se volvió hacia mí, con una expresión llena de malicia y excitación.
—Es la hora, Juniper. Ya sabes qué día es. Transfórmate y lucha por tu título con Jacob.
No pude.
Lo intenté y lo intenté; invoqué a mi loba de todas las formas que conocía, pero estaba atascada, congelada.
Sonó el chasquido de una pistola al ser amartillada, más ensordecedor que la lluvia o los truenos. Vi al abuelo hacer una mueca de dolor cuando el cañón le presionó la cabeza. Los ojos de papá brillaron con crueldad mientras clavaba el arma en la sien de mi abuelo.
—Cambia a lobo o lo mato —amenazó. Su mano no temblaba. Ni lo más mínimo. El pulso firme, y la multitud lo observaba en silencio.
Les supliqué a ellos y a mi padre. Le supliqué a mi bestia interior.
—¡Transfórmate!
—¡No puedo!
Entonces el arma abrió fuego.
***
Con el corazón acelerado y empapado de sudor, me levanté de la cama de un tirón, con el sonido del golpe aún resonando en mi cabeza.
Otra pesadilla.
Otro sueño que revive el peor momento de mi vida.
Estás a salvo ahora, June. Se acabó.
Starlet. Suspiré aliviada, reconfortada por sus palabras. Los latidos de mi corazón se ralentizaron, ya no intentaba salir al galope de mi pecho. ~Desearía no tener que revivirlo.~
Ojalá hubiera acudido a ti antes.
Starlet, mi yo animal, acudió a mí después de aquel horrible día de hace cinco años, aunque todavía no habíamos completado nuestra transformación. Mi loba nunca me dijo por qué, y seguía sin hacerlo. Pero no me importaba. La tenía, una querida amiga cuando más la necesitaba, y eso era lo único que importaba.
Un suave golpe nos interrumpió y la puerta se abrió.
Mi abuela entró, sonriendo al verme levantada. Los años habían sido benévolos con ella, pero el estrés de haber perdido a su pareja un lustro antes había dejado su huella en las líneas de expresión alrededor de sus ojos y en la constante caída de sus hombros.
Estaba segura de que me culparía por lo ocurrido aquella mañana. La devastación en su rostro cuando vio al abuelo muerto en el suelo me convenció de que también la había perdido a ella. Su grito asustó a mi padre lo suficiente como para que se retirara.
Al cabo de un rato, la abuela se acercó a mí y me envolvió en sus brazos. Me llevó a su casa, y allí era había vivido los últimos cinco años.
Me aterrorizaba irme, estaba segura de que mi padre repetiría conmigo lo que le había hecho al abuelo. Juntos decidimos que lo mejor sería que me quedara a salvo hasta que, bueno, hasta algo me empujara a irme.
Feliz cumpleaños, June —deseó. Se arrastró por las tablas del suelo que crujían. En sus manos había un pequeño pastel con velas parpadeando en la parte superior—. Pide un deseo, pequeña.
Sonreí y cerré los ojos, concentrándome.
Una brisa recorrió la habitación. Las cortinas se movieron y la puerta se cerró de golpe. Cuando volví a abrir los ojos, las velas estaban apagadas y la abuela tenía una mirada admonitoria y el pelo alborotado.
—¡June!
—¡Dijiste que debía practicar!
—La magia no está hecha para ser usada de esa manera. Especialmente los poderes elementales —me regañó mientras se alisaba el pelo.
Con un pensamiento, volví a encender las velas, pequeñas llamas reavivadas con una chispa de magia. Fruncí los labios y las soplé con normalidad, sonriendo inocentemente mientras la abuela entrecerraba los ojos.
—Vale, vale —reí, cediendo—. Lo siento.
La expresión de la abuela se suavizó y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Mis poderes mágicos se habían manifestado gradualmente durante los años que había vivido aquí. La primera vez que mostré signos de magia elemental fue cuando me desperté con fiebre y enseguida llené de vapor el baño en un tiempo desmesurado.
La abuela se lo tomó con calma, a pesar de que era otro fenómeno antinatural que me afectaba. —Es porque eres especial, Juniper. Vas a hacer grandes cosas, pequeña —me había dicho cuando acudí a ella llorando.
—¿Está lloviendo también hoy? —pregunté. Ella asintió, pero no me sorprendió.
Siempre llovía en mi cumpleaños.
—Estaré fuera hoy. Tengo que ayudar a Tabatha con algo en su casa —comentó la abuela. Me apartó el pelo de la cara, cloqueando preocupada—. ¿Estarás bien si me voy durante unas horas?
—Claro —sonreí suavemente—. Ve a ayudar a Tabatha a salir del lío que haya causado esta vez.
A pesar de (o debido a) estar atrapada en casa, tenía una rutina: desayuno, tareas escolares, todo el ejercicio que podía hacer, tiempo libre y luego la cena. Las noches solían pasarlas con la abuela y el programa de actualidad al que se hubiera enganchado.
Hoy, sin embargo, me he encontrado a mí misma mirando al patio trasero. A veces anhelaba salir al calor del sol o a las frescas salpicaduras de la lluvia, o sentir la caricia del viento. Al principio, el anhelo era insoportable, pero había aprendido a reprimirlo.
Al menos, eso creía.
No fue hasta mitad del desayuno de esa mañana cuando me di cuenta de que era Starlet exhortándome, empujándome a ir.
Deberíamos salir hoy.
Me quedé helada, con la cucharada de cereales a mitad de camino de mi boca.
Starlet, por favor. Sabes que no podemos.
Tenemos que hacerlo, June. Tenemos que hacerlo.
¡No podemos! ¿Qué te pasa?
Siento... que es el momento. No es correcto quedarse encerrado. No para un lobo. No para un humano. Podía sentir la desesperación de Star, un burbujeante pozo de frustración.
¿Y honestamente? Yo también quería salir.
—Es demasiado peligroso. ¿Y si alguien nos ve? —pregunté, pero mis palabras sonaban huecas.
No creo que muchos salgan hoy.
Starlet tenía razón, por supuesto. Era un día gris y el tiempo era horrible. La mayoría de la manada elegiría quedarse dentro, ¿no?
Podríamos dar un paseo por el bosque. Sabes que será difícil verte allí.
No necesité mucho más estímulo.
El aire exterior era un poco cortante, pero la lluvia había amainado. A pesar de ello, me apresuré a salir del porche trasero para ponerme al abrigo de los árboles.
La casa de la abuela estaba aislada y daba a los bosques que protegían a nuestra manada. Casi nadie se aventuraba cerca de aquí, y tenía mis sospechas de que la abuela estaba detrás de eso.
Caminar entre los árboles era liberador. Había paz, silencio, excepto por el crujido de las hojas y las ramitas bajo mis pies. Los pájaros piaban perezosamente desde sus perchas.
—Me gustaría que pudiéramos sentir el sol.
Era un pensamiento maravilloso. La pobre Starlet sólo había atisbado brevemente el mundo exterior antes de esconderse en aquella casa conmigo.
—¿No puedes hacer algo, June? —me suplicaba.
Yo quería hacerlo. Starlet era mi mejor amiga. Me había hecho compañía durante los peores momentos de aquellos últimos cinco años. Me mantenía cuerda y era uno de los pocos seres que me quería de verdad.
¿Pero qué podía hacer? No podía controlar la meteorología.
—Lo siento, Star —suspiré.
Sentí que Star se desinflaba, que su corazón se rompía y arrastraba al mío detrás.
Cerré los ojos, un profundo suspiro vació mis pulmones.
¿Qué clase de vida era aquélla? Teníamos que andar a hurtadillas en nuestro propio patio por miedo a ser vistas. Teníamos que arriesgar nuestras vidas para probar el viento, la sensación del sol en nuestra piel.
Si sólo...
De repente, el viento se levantó, haciendo crujir los árboles y molestando a los pájaros.
Mis ojos se abrieron de golpe cuando las nubes empezaron a desplazarse y a despejarse, y su lugar lo ocupó el sol.
Brillante, cálido y luminoso.
Me quedé allí, paralizada, absorbiéndolo todo. Sentí que Star se desplegaba dentro de mí como una flor, su espíritu se elevaba al cielo.
No pude evitar reírme. Tal vez aquella pequeña dosis de buena suerte era el regalo de cumpleaños del mundo para mí.
—¡Tú!
Mi corazón dio un salto al volver a la realidad.
El chasquido de una rama, un fuerte golpe, me hizo girar a tiempo para ver a un extraño de aspecto amenazador.
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