
Me despierto con una sensación de inquietud. Las pesadillas sobre el club de moteros siguen atormentándome.
Intento sacudirme esa mala vibra y me pongo manos a la obra para arreglarme. Me rizo la melena rubia y me maquillo de forma sencilla. Quiero dar buena impresión para sacarles información a los moteros.
Me enfundo unos pantalones negros ajustados, una blusa blanca y una flamante chaqueta de cuero negro. Con mis botas de motociclista, creo que voy pintada para la ocasión.
Agarro un café para llevar y me como un plátano al vuelo. Es todo lo que me entra por ahora.
Estoy más nerviosa de lo normal. Quizás sea por la charla de ayer en el trabajo. Jack quiere que el caso avance a paso ligero.
Hoy me toca turno temprano con Morgan. Normalmente, curro con Chef, pero últimamente anda desaparecido. He estado llevando la voz cantante en la cocina, pero no me importa.
Trabajar entre fogones me da pie a charlar con los miembros del club de moteros y conocerlos mejor.
Recojo mis bártulos y me planto en el club, que está en las afueras de Ranchdale.
La puerta principal está entreabierta y la empujo para entrar. Saludo al novato que está de guardia en la entrada.
La puerta da a un salón enorme. A un lado, hay mesitas, reservados y algunos sillones. Al otro lado, hay una barra kilométrica. También hay mesas de billar y dianas. Las paredes son de un azul oscuro y el suelo de madera marrón está hecho polvo.
Todas las miradas se clavan en mí cuando entro.
Media docena de tíos están apoyados en la barra empinando el codo... a las ocho de la mañana. En los reservados hay dos más, cada uno con una chica de los Diablos sentada en su regazo.
No tengo ni idea de cómo se llaman estas dos chicas. Sólo algunas de las Diablo me dirigen la palabra. Creo que no saben qué pensar de mí. Soy mujer, pero no soy una de ellas. Creo que es la primera vez que el club de moteros contrata a alguien de fuera para cocinar.
Nos inventamos un pasado de pacotilla para mí, que decía que había trabajado para un club de moteros en Arizona llamado «Víboras del desierto». El jefazo de los Víboras le debía un favor a Jack, así que accedió a darme una referencia laboral falsa.
Los clubes de moteros son muy cerrados y no se fían un pelo de los extraños. Los Diablos jamás me habrían contratado sin esa referencia falsa.
De alguna manera, Jack se olió que el cocinero habitual de los Diablos andaba de parranda. Y, de algún modo, movió los hilos para que me dieran una entrevista.
Han pasado meses para que me acepten, y aun así los tíos siguen mirándome de arriba abajo cuando entro.
—¡Eh! A mirar a otra parte, panda de bobos. Ya no es la nueva del barrio, y no está disponible —grita una mujer mientras cruza una puerta batiente. Todos apartan la mirada en un santiamén.
Niego con la cabeza mirando a Morgan y me río. Ella me da un abrazo y me devuelve la sonrisa de oreja a oreja. Como esposa del presidente, tiene mucho peso en el club de moteros, y me alegro de que parezca caerle en gracia.
Es alta —casi un metro ochenta—, con una melena castaña rizada preciosa y siempre está sonriendo. Creo que es el alma de este club de moteros. Todos parecen adorarla y respetarla, y muchos, creo, le tienen miedo cuando se enfada.
—Dime si te sientes incómoda —dice—. Nadie intentará propasarse contigo. Hammer ha dejado claro que no eres como las chicas de los Diablos. Pero saben apreciar a una mujer guapa, y cada vez que entras, todos se quedan embobados.
Me guiña un ojo y siento que me pongo como un tomate.
—Gracias, pero creo que es, sobre todo, porque aún soy la novata —digo mientras caminamos juntas hacia la cocina.
Ella niega con la cabeza, haciendo que sus rizos bailen.
—A los chicos no les van los cambios, y les cuesta un mundo acostumbrarse a caras nuevas —dice mientras empuja la puerta de la cocina.
La cocina es una pasada. Todo reluce y es nuevo, y las ollas y sartenes son de primera. Morgan me contó, en mi primera semana, que tuvo que ponerse muy cariñosa con Hammer antes de que la dejara renovar la cocina.
Estoy casi segura de que hizo algo más que ponerse cariñosa para convencerlo. Pero sea lo que sea que hizo, el resultado es la leche.
—Hoy el desayuno es a las nueve —me dice Morgan—. Están en una reunión ahora y, seguramente, saldrán muertos de hambre. ¿Hacemos el almuerzo un poco más tarde de lo normal, sobre la una? Y la cena alrededor de las seis y media.
Asiento, poniéndome un delantal. Luego empiezo a preparar los huevos —tanto revueltos como fritos—, mientras Morgan se encarga del beicon. Dice que el beicon es lo único que se le da de miedo cocinar. A menudo, quema la comida, pero a Hammer le gusta el beicon bien crujiente.
Nos lo pasamos pipa y la cocina va viento en popa, gracias a Dios. Se me da bastante bien hornear, pero cocinar para un ejército es otro cantar.
Cuando los huevos están listos, preparo un bol de fruta. Al principio, los tíos no sabían qué hacer con la fruta que ponía cada mañana. Chef no usa realmente frutas y verduras frescas, así que esto era nuevo para ellos. Aun así, al final del desayuno, el bol de fruta siempre está vacío, y me alegra saber que están tomando algunas vitaminas, considerando la comida basura que a veces se meten entre pecho y espalda.
Dejo de darle vueltas y me recuerdo que todo esto es puro teatro. No soy realmente una cocinera. Soy una poli. No estoy aquí para que estos moteros coman más sano. Estoy aquí para pillarlos con las manos en la masa.
Empiezo a llenar las bandejas del bufé con los huevos y el beicon. Luego, saco panecillos recién horneados, junto con algunos fiambres y queso.
Como si olieran la comida, los tíos empiezan a salir por una puerta enorme en la parte de atrás del salón. Hammer busca a Morgan con la mirada mientras se acerca. Le rodea la cintura con un brazo y le planta un beso en la mejilla.
—Hola, cariño, ¿todo en orden? —pregunta con una sonrisa.
—Ashley es una crack, así que por supuesto que todo va sobre ruedas —dice ella guiñándome un ojo.
—Me alegra oír que las cosas van bien, Ashley. Chef y Morgan están encantados contigo —dice Hammer, y yo bajo la cabeza.
—Me encanta estar aquí, así que gracias —digo, actuando como una empleada agradecida, y Hammer asiente, pareciendo satisfecho—. ¿Dónde anda Chef hoy? —pregunto, mirando alrededor.
—Chef... no está por aquí —dice Hammer sin dar más explicaciones.
—En realidad, quería hablar sobre el menú, pero no hay manera de dar con él —digo con un suspiro.
Hammer se encoge de hombros.
—Has demostrado que eres una máquina en tu trabajo. Te sugiero que, esta vez, lo hagas sin preguntarle. Chef tendrá que tragárselo si no es como él quiere.
Suena un poco mosqueado, y yo asiento y me dirijo al bufé.
—¿No hay salchichas hoy, Ashley? —pregunta West mientras pasa con un plato hasta arriba de comida, y yo niego con la cabeza.
—Los desayunos a lo grande son sólo para los fines de semana y días especiales, West. Lo siento —digo, y él pone los ojos en blanco.
—Todos los días son perfectos para hincarle el diente a unas salchichas —murmura mientras se dirige a una mesa, y yo empiezo a reír.
Viendo que el café se está acabando, voy a la cocina a rellenar la cafetera. Mientras la estoy rellenando y sacando unos panecillos calientes del horno, se abre la puerta y entra Navy.
—Mi hermano está refunfuñando en el bufé —dice.
—¿Acaso hace algo más? —pregunto, y Navy se parte de risa.
—Se acabó el café y tuvo una mala noche —dice, y yo suspiro y me acerco a la cafetera.
—Toma, llévaselo tú —digo, y él me mira de forma significativa.
—¿Miedo del coco? —pregunta en broma, y yo me encojo de hombros.
—Hay algunas personas de las que prefiero mantenerme a distancia, y tu hermano grandullón es una de ellas —digo.
—En realidad, no es tan fiero como lo pintan —dice riendo, y mis cejas se disparan hacia arriba.
Navy niega con la cabeza, aún partiéndose de risa.
—Es majo cuando llegas a conocerlo. Gracias por el café. Voy a darle su chute a la bestia. —Me guiña un ojo y sale de la cocina.
Me cae bien Navy. Las breves charlas que hemos tenido han sido agradables. Parece todo lo contrario a su gruñón hermano mayor; él es mucho más fácil de tratar.
Pero tampoco parece estar al tanto de los trapicheos del club de moteros.
Uf. Realmente, no me apetece acercarme al vicepresidente Steel, pero supongo que en algún momento tendré que intentarlo. La cara estresada e impaciente de Jack aparece en mi mente.
Llevo los sándwiches al bufé y veo a Navy dándole una taza de café a su hermano. Steel sonríe.
Espera...
¡Ay, madre! Steel me ha pillado mirándolos. Frunce el ceño y aparto la mirada a toda prisa, con el corazón a mil por hora.