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Secreto sucio

Lazos Familiares

SPENCER

Spencer miró a su primo con cara de pocos amigos. Vince se estaba comportando como un auténtico cretino. Aunque quería mucho a sus tíos, su hijo era harina de otro costal. De no ser porque lo habían criado, quizás ya le habría dado una buena tunda a Vince.

—Vince —dijo con calma—. Eres un cabeza hueca. A veces me dan ganas de darte un coscorrón.

—Oye, primo, no quise...

Spencer estaba que echaba chispas.

—¡Vince, ya eres mayorcito! ¡Compórtate como tal!

—¡Soy adulto! ¡No eres mi padre! ¡No necesito que me digas qué hacer!

Spencer apretó los labios y se cruzó de brazos. Echó un vistazo al apartamento casi vacío.

—Pues no lo parece. Siempre ando sacándote las castañas del fuego.

—¿Como cuáles? —preguntó Vince, entrecerrando unos ojos idénticos a los de Spencer. Tenían casi la misma estatura, pero Vince era más flacucho.

—Bueno, te pago la factura del agua cuando se te olvida, que es todos los santos meses. Cuido a tu hija. Te saqué de la cárcel por mear un patrullero. Yo...

Vince apartó la mirada y bajó los hombros.

—Mira, no hago estas cosas para hacerte sentir mal. No lo hago para que me lo agradezcas —la voz y el rostro de Spencer se suavizaron—. Lo hago porque os quiero a ti y a Lily —Spencer se pasó los dedos por el pelo, incómodo por expresar sus sentimientos—. Y sé que harías lo mismo. Pero no puedo seguir arreglando tus desastres.

Vince asintió.

Y ahí quedó la cosa.

Los dos primos se sentaron en el suelo de madera vacío. Tenían mucho trabajo por delante.

Spencer levantó la cabeza al oír que se abría una puerta. ¿Sería Solcito? No le gustó cómo se le alegró el corazón ante ese pensamiento.

—¿Quién es? —preguntó Vince.

Spencer se encogió de hombros, levantándose para echar un vistazo.

En la puerta de Bailey había una mujer rubia con traje, cargada de cosas. Spencer salió y cerró su puerta sin hacer ruido.

—Haré lo que pueda —dijo una voz suave, pero tensa. Vio un agarre firme en la puerta, sus dedos hundiéndose en la madera.

Curioso.

La mujer se fue pitando y pudo ver mejor. Y ahí estaba ella.

Sus ojos lo recorrieron de arriba abajo, como si lo estuviera desnudando con la mirada. Spencer intentó no estremecerse. Casi podía sentir sus ojos tocándolo por todas partes donde miraba.

—Hola, Solcito.

Ella lo miró fijo. Su mirada era muy intensa. ¿Dónde estaba la mujer tímida que había conocido?

—Me llamo Bailey —dijo con voz distante.

Spencer se rió, divertido por su extraño comportamiento. Casi se estaba acostumbrando a su mirada intensa. Casi. Se sentía como si lo estuviera desnudando, pero no podía apartar la vista.

—Lo sé, Solcito.

—¿Qué haces aquí? —no sonaba enfadada, pero parecía distraída.

Bailey asintió, jugueteando con sus dedos mientras sus ojos miraban la pared, evitando mirarlo. Spencer ladeó la cabeza, con una pequeña sonrisa en los labios. Era tan mona.

—Bueno, adiós entonces, Spencer —dijo después de un momento, con las mejillas coloradas.

Él sonrió con las orejas calientes.

—Hasta la próxima, Solcito.

Una vez que ella entró en su apartamento, él corrió de vuelta al suyo.

Joder.

—Parece que hubieras visto un fantasma.

Spencer miró a su primo, que sonreía de oreja a oreja.

—Algo así.

Vince arqueó una ceja, como diciendo «Suéltalo ya, tonto».

Spencer le lanzó una mirada, dejándose caer en el sofá y cubriéndose los ojos con el brazo. Sus orejas seguían rojas.

—¿Y bien? —preguntó Vince. Se sentó a su lado, emocionado.

—¿No tienes nada que hacer? —dijo Spencer molesto, mirándolo de reojo.

—Nop —Vince sonrió con cara de inocente—. Lily está con su madre. No tengo nada que hacer.

—Conocí a mi vecina ayer. Parece tener una vida interesante.

Vince se emocionó al oír ella.

—Ayer te estaba echando la bronca por teléfono y ella caminaba por la acera de enfrente. Sentí que alguien me miraba, así que levanté la vista y nuestras miradas se cruzaron. Ella bajó la mirada y casi salió corriendo.

—¿Crees que te tenía miedo?

Spencer tamborileó los dedos en el borde del sofá.

—Al principio, sí. Pero luego la vi morderse el labio, sonrojada. Esa sonrisa tímida y nerviosa.

Spencer puso el otro brazo en el respaldo del sofá con un suspiro, mirando al techo. Aún podía verla en su mente.

Miró a Vince. Su cara estaba cerca, movía las cejas sugerentemente. Spencer le apartó la cara y puso los ojos en blanco.

—En fin. La volví a ver más tarde ese día, en el pasillo.

Spencer decidió parar ahí y guardarse el resto para sí mismo.

—¿Eso es todo?

Spencer se encogió de hombros ligeramente, volviendo a tamborilear los dedos en el borde del sofá.

Antes de que Vince pudiera hacer más preguntas, un sonido llamó su atención. Una conversación.

Vince siguió dando la lata hasta que Spencer levantó la mano, indicándole que cerrara el pico. Pegó la oreja a la puerta y escuchó.

—No lo sé. Estoy ocupada escribiendo.

—Estoy seguro de que tu pequeño hobby puede esperar.

Spencer se puso hecho una furia al oír la voz despectiva del hombre. No le hacía ni pizca de gracia que hubiera un hombre allí.

—Eric, estoy muy ocupada. Tengo que terminar algo para una fecha límite...

—Si me voy, no volveré.

Spencer abrió la puerta de golpe, y solo vio a ese imbécil, Eric.

Eric estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Spencer quería darle un puñetazo por volver después de que Bailey le hubiera dicho que se largara el día anterior.

Miró furioso a Eric, su sombra cubriéndolo en el pasillo.

—Solcito —llamó, mirando al hombre sorprendido.

La cabeza de ella apareció al asomarse por detrás de Eric para darle a Spencer una sonrisa dulce, con trenzas cayendo sobre sus hombros.

—Estoy bien, Spencer.

Eric se estremeció, con los ojos fijos en Spencer. Spencer esperaba que su cuerpo grande y sus tatuajes asustaran a Eric.

—Hailey —preguntó, nervioso, con la voz más aguda—, ¿quién es este?

¿Acababa de decir mal su nombre otra vez? Spencer no daba crédito.

—¿Cómo la has llamado? —preguntó Spencer, enfadado.

Bailey negó con la cabeza, preocupada. Sus ojos le suplicaban a Spencer que lo dejara pasar.

Spencer la miró enojado.

—¿La llamé por su nombre? —Eric miró entre ellos.

Spencer hizo una mueca de disgusto y le lanzó una mirada de sorpresa a Bailey. Levantando las manos con las palmas abiertas, señaló a Eric.

—¿Hailey? ¿En serio? —parecía furioso, todo su cuerpo tenso. El que nace lechón, muere cochino, pensó para sí mismo, intentando relajar los hombros.

—Spencer, no te metas en esto.

Eric retrocedió.

—Mira, te llamaré luego —Eric se inclinó para besarla.

Spencer entrecerró los ojos y resopló con fuerza.

Eric balbuceó excusas mientras se alejaba, se dio vuelta y salió por patas.

Quedaron solo ellos dos. Las manos de Spencer temblaban, sus uñas clavándose en las palmas.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó, enojada. Sonaba como una madre que regaña a un niño por haberle pegado a su hermano pequeño.

—¿Por qué volvió ese imbécil?

—Es mi novio y no es asunto tuyo.

—Te llamó Hailey —dijo con firmeza—. Te conozco hace un día y te trato mejor que él. También sé tu nombre.

Spencer sabía, en su cabeza, que esto no era asunto suyo. Pero lo sacaba de quicio. Ella era guapísima e inteligente. ¿Por qué dejaba que la tratara así?

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