
Lara se encontraba en un dilema. Por un lado, deseaba que Zavien se quitara la camiseta, pero por otro, su sentido común le aconsejaba mantenerse alejada de los problemas. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo mientras le aplicaba la mascarilla, y eso le provocaba un cosquilleo en el estómago.
Tenía que admitir, aunque fuera solo para sí misma, que el producto tres en uno que él usaba le sentaba de maravilla.
—Todavía estás a tiempo de echarte atrás —bromeó él, sacando pecho y sonriendo de oreja a oreja.
Ella se detuvo, observando el brillo pícaro en sus ojos, preguntándose si solo estaba tomándole el pelo.
Llevaba unos días durmiendo en su sofá, y habían evitado meterse en terreno resbaladizo. No había ocurrido nada fuera de lo normal. Sí, estaban los típicos roces casuales, pero ni besos, ni caricias, y desde luego nada de andar en cueros.
Para su decepción. O alivio. Aún no lo tenía claro.
—Bueno —comenzó, dibujando una carita triste en su mejilla con la mascarilla verde—. Delia siempre anda medio en pelotas cuando viene —dijo, cubriendo su dibujo y pasando al otro lado de su cara—. Pero ella también está un poco chiflada.
—Eso explica por qué sois amigas —dijo él.
Lara reflexionó sobre eso. Su primera reacción fue de fastidio (él tenía un don para sacarla de quicio), pero después de un momento, se dio cuenta de que probablemente tenía razón.
—Sí, supongo que sí —admitió.
Zavien se portó sorprendentemente bien con la mascarilla, aunque no paraba de hablar y estropearla. No es que necesitara ayuda con su piel. Ella pensaba que podría untarse brea en la cara, lavársela con agua sucia, y aun así tener una piel que pareciera recién salida de la ducha.
Para ser amable, dejó que él le pusiera la mascarilla a ella. Se portó como una santa, quedándose quieta y callada mientras él le esparcía la sustancia azul por la cara. Ni siquiera protestó mucho cuando le puso un pegote enorme en la frente que le goteó en el ojo.
Él se hartó cuando ella intentó sacarles una foto.
—Ni de coña —dijo, saliendo del encuadre.
Ella hizo pucheros. —¡Zavien! ¡Es solo para mí, nadie más la verá! —mintió como una bellaca. Planeaba enseñársela a todo el mundo.
—No, Lara —dijo él con firmeza.
—Bueno, es una pena que tú y Pablo tengáis que buscar otro sitio donde quedaros —dijo ella, fingiendo tristeza—. Son las reglas, al fin y al cabo.
Él la miró, probablemente pensando que estaba tomándole el pelo.
—Tradición —añadió ella, solo para recalcar su punto.
Con un suspiro, él volvió a entrar en el encuadre.
Ella soltó una risita alegre y esbozó una pequeña sonrisa para la cámara, con cuidado de no estropear su mascarilla. A pesar de sus quejas, la foto salió bastante mona. Tal vez se la guardaría para ella después de todo.
Al oír su nombre y la queja de Zavien, Pablo salió de detrás del sofá para mirarlos. Después de echarles un vistazo, hizo un ruido de asco y corrió de vuelta a su cama.
—Asustaste a mi perro —dijo Zavien.
—Asustamos a tu perro —dijo ella alegremente—. Esto fue un trabajo en equipo.
Se giró para bromear con él, pero descubrió que no había mucho espacio para moverse. Él seguía cerca, su pecho tocando su hombro, su calor haciéndola sentir como si tuviera un hormigueo por todo el cuerpo. Sus ojos estaban clavados en su cara, cubierta de sustancia azul.
Creyó ver un atisbo de sonrisa bajo su mascarilla, pero se la había puesto tan gruesa alrededor de la boca para mantenerlo callado que no podía estar segura.
Lo que la sorprendió fue lo que no estaba allí. No parecía molesto ni aburrido (no más de lo habitual, al menos). No parecía disgustado por participar en su diversión de pijamada. No parecía infeliz en absoluto, aunque su mascarilla empezaba a caérsele de la barbilla a la camiseta porque se la había puesto demasiado gruesa.
—Estás mirando fijamente otra vez —dijo él suavemente, su voz viajando desde su pecho hasta su hombro y bajando por su espalda.
—El verde te sienta de maravilla —dijo ella en voz baja, tratando de bromear con él a pesar de estar hecha un desastre.
Sus labios ahora estaban claramente curvados en una sonrisa, pero a ella le costaba encontrar la energía para regañarlo por ello. Especialmente cuando él se inclinaba más cerca, su brazo casualmente sobre su espalda.
Ella hizo un sonido de sorpresa cuando sus labios se encontraron con los suyos, pero no fue el beso lo que la sobresaltó. Un gran pegote de sustancia verde y azul goteó de su cara a sus pantalones.
Con un pequeño grito y quizás demasiada fuerza, lo empujó hacia atrás, su mano plana sobre su pecho. Su sorpresa era evidente, incluso bajo las capas de mascarilla.
—¡Las mascarillas! —exclamó preocupada.
Él la miró un momento más, su mirada intensa. Luego, hizo un ruido y se dejó caer en el sofá.
—No seas tan dramático —le regañó.
—Las mascarillas —repitió él con incredulidad—. ¿Eso es lo que te preocupa? ¿Las mascarillas?
—Bueno, ¡no funcionarán si las aplastamos y las embadurnamos por todas partes! —replicó ella, resoplando.
Él miraba al techo, sacudiendo la cabeza. Su barbilla era una mezcla de azul y verde, con pequeños picos sobresaliendo.
—Ahora están hechas un desastre —dijo ella con tristeza. Hizo un puchero mientras se inclinaba sobre él.
Verlo tan desconcertado era raro. Le resultaba divertido que ella pareciera ser una de las pocas que podían sacarlo de sus casillas.
—Creo que esta no es la actividad de pijamada adecuada para ti —le dijo seriamente.
Una suave risa salió de él, provocando un ligero temblor en su cuerpo y en el de ella mientras permanecía medio tumbada sobre él, mirando su cara. Ya no preocupada por su propia mascarilla, le sonrió.
—Siento decepcionarte —respondió él, aunque no parecía muy arrepentido. Ella tampoco lo estaba realmente.
—No pasa nada —le dijo—. Simplemente tendremos que encontrar lo tuyo.
Sonrió ante la preocupación que era claramente visible bajo su mascarilla verde. Luego, agarró su muñeca y lo levantó del sofá, llevándolo al baño para limpiarse.
Aunque su piel perfecta la sacaba de quicio, disfrutó limpiándola suavemente con una toallita suave. Y si tener las caras limpias significaba un poco más de besos, pues eso era solo la guinda del pastel.